El autor en un detallado estudio cronológico y documental nos adentra en la paulatina traición de J.J.de Urquiza a su país todo, el cual bajo la falacia de que se 'pronunciaba' por querer lograr una Constitución para su país cuando la realidad era que el gobierno confederado prohibía la exportación de oro y el contrabando, arruinando los intereses particulares de Urquiza con el gobierno títere de Montevideo y otros países, por lo cual no trepidó en ejercer la mas vil traición que recuerda nuestra patria en casi toda su historia, aliándose con el Brasil, y desmembrando la Provincia de Entre Rios, el Uruguay y el Paraguay de la Confederación Argentina.
Yo he permanecido dos meses en la Corte del Brasil, en el
comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco
todos los detalles, General, y los pactos y transacciones por los cuales entró
S.E. en la liga contra Rosas. Todo esto, no conocido hoy del público, es ya
dominio de la Historia, y está archivado en los ministerios de Relaciones
Exteriores del Brasil y del Uruguay.”
SARMIENTO a URQUIZA.
carta de Yungay, de 13 de octubre de 1852.
El 30 de
septiembre de 1850 quedaron rotas las relaciones entre la Confederación Argentina
y el Imperio de Brasil. Ese día el ministro de Negocios Extranjeros brasileño,
Paulino Soares de Souza, entregaba –a su pedido- los pasaportes al ministro
plenipotenciario argentino, general Tomás Guido. Dos días después, Guido y el
personal de la Legación abandonaban Río de Janeiro.
La ruptura culminaba una tensa situación entre la
Confederación gobernada por Rosas y el Imperio de Pedro II. Desde 1843 sabían
perfectamente los sagaces hombres de estado brasileños que “o el Imperio
terminaba con Rosas, o Rosas terminaba con el Imperio”. Pues la presencia en
Buenos Aires de un gobernante como Rosas –patriotismo, energía, astucia,
coraje- significaba la consolidación de la nacionalidad argentina, y por lo
tanto el límite o el retroceso para la política de expansión brasileña hacia
el sur. Límite, por cuanto la decidida defensa que hacía Rosas del Estado
Oriental gobernado por Oribe, impediría todo propósito brasileño de someterlo
a su influencia; y retroceso, porque Rosas reclamaba la devolución de las
Misiones Orientales ocupadas ilegalmente por los lusitanos desde 1801.
No solamente eso. La política exterior de Rosas –el
“sistema americano” como la llamaba- tendía a estrechar los vínculos entre las
distintas hijuelas de la herencia española en América, o por lo menos entre
aquellas que formaron el Virreinato del Plata, creado en 1776 precisamente
como muro de contención al expansionismo lusitano. A su vez, la política
brasileña había consistido en dividir al vecino (el Estado Oriental,
independizado en 1828, como consecuencia de la primera guerra
argentino-brasileña; la República del Paraguay cuya formal declaración de
Independencia había incitado en 1842 y reconocido en 1844)encontrando en esta
tarea disgregadora la ayuda poderosa de Gran Bretaña, empeñada en atomizar el
antiguo dominio es pañol en América como medio de manejarlo económicamente.
El “divide et impera” de los británicos en la herencia española en América,
coincidía con el interés brasileño de mantener en Sudamérica un imperio fuerte
y u nido, rodeado por diez o más republiquetas españolas, sin sentido
nacional, anarquizadas y rivales entre ellas.
Pero Rosas se había impuesto en el Plata, y su sombra
amenazaba al Imperio. Del mosaico de provincias enemigas dejado por los
“unitarios” (la oligarquía argentina) había emergido la fuerte realidad de la
Confederación de 1831, liga de gobiernos populares orientada por la firmeza
del Restaurador porteño. No solamente era un peligro político para el Imperio,
sino una amenaza social. La consolidación de Rosas era el triunfo de las masas
populares, pues su figura tenía prestigio entre los demócratas y
abolicionistas de Brasil.
Rosas había sabido imponer su “sistema americano”. Hizo
la unidad de las catorce provincias argentinas (la porción remanente del
escindido virreinato) con el Pacto de 1831 y sobre todo con su dura mano para
hacerlo cumplir. Consiguió luego, por la Ley de Aduana de 1835, el florecimiento
industrial de su pueblo en decadencia desde que los ingleses establecieron el
librecambio de 1809. Defendió con gallardía la soberanía argentina contra la
intervención francesa de 1838-40 y sus complicaciones internas de ejércitos
“libertadores”, “libres” del sur, coaliciones del norte, estimuladas y pagadas
por el almirante interventor. Y acababa de triunfar –por los tratados con
Inglaterra de noviembre de 1849, y con Francia de agosto de 1850- de la segunda
y temible intervención de ambos poderes mercantilistas coaligados.
Ahora, arrojados del Plata los europeos disgregadores,
Rosas iría necesariamente a la unidad preconizada por su “sistema americano”.
¿Qué se proponía Rosas con el “sistema americano”? Haría
la unidad del Plata como hizo la unidad argentina: sin prepotencias, sin herir
susceptibilidades, por propia y decidida voluntad de los platinos. Tal vez –y
eso temían en Brasil- un Congreso Oriental, legítimamente oriental, se reuniese
en Montevideo liberado de extranjeros y extranjerizantes y suscribiese el Pacto
Federal. O se formase una nueva Confederación tripartita entre la Argentina, el
Estado Oriental de Oribe y la República de Bolivia, donde Manuel Isidoro Belzu,
caudillo de fuerte naturaleza popular, simpatizaba abiertamente con el “americanismo” de Rosas. ¿Quién podría
impedirlo?... ¿Inglaterra?... Acababa de ser ex pulsada del Plata y en el
tratado de 1849 Rosas le había impuesto el reconocimiento del libre derecho de
la Argentina y el Estado Oriental para conducir su política interna y
exterior... ¿Francia?... Se encontraría en la misma situación, si el convenio
de paz firmado por Lepredour en agosto de 1850 fuese ratificado por su Asamblea
Legislativa.
Solamente quedaba Brasil.
Esta unidad del Plata bajo el “sistema americano” - gobiernos
populares, identidad de propósitos, ideales patrióticos- era mortal para el
Brasil aristocrático de Pedro II. Aunque alentaba las esperanzas ocultas de
otro Brasil, democrático y abolicionista (1). Pero
la aristocracia del café y del azúcar, basada en la obra de mano servil,
¿podría obstar a esa unidad de los escindidos vecinos, a hacerse bajo el signo
de gobiernos populares e igualdad de todos los hombres? Por lo menos debería
jugarse la carta desesperada de una guerra en el Plata. Y como esa guerra no
estaba Brasil en condiciones de llevarla contra el poderoso Rosas, toda su
política desde 1844 en adelante había sido pro curarse la alianza de los
interventores europeos. Tras el desengaño de los proyectos de convenios de Southern
y Lepredour en junio de 1849, alentó una sola y desesperada esperanza: que la
Asamblea Nacional francesa, burguesa e intervencionista, donde era predominante
la influencia de Luis Adolfo Thiers, no ratificase el tratado de Lepredour que
hería la susceptibilidad patriotera de los galos; y buscase –como lo había
anunciado el mismo Thiers en enero de 1850- (2) la
alianza de Brasil.
Era una esperanza desesperada, pues la intuición política
del Canciller Paulino le hacía temer el completo abandono de Francia a toda
otra aventura en el Plata después de la lección severa recibida en la Vuelta de
Obligado. De allí que el mismo día –30 de septiembre- en que Paulino entregó
los pasaportes al general Guido, escribía a José María de Amaral, Encargado de
Negocios de Brasil en Francia, explicándole el alcance del paso dado y la
necesidad para el Imperio de cesar todo motivo de rozamiento con Inglaterra en
la grave cuestión del tráfico de esclavos:
“...El
pobre Brasil teniendo en sí tantos elementos de disolución, tal vez no pudiese
resistir a una guerra en el Plata...” (3)
Desde que en setiembre de 1848 se afirmó en Brasil la
política de represión contra la ola revolucionaria social que llegaba desde
Europa, a nadie escapó que la consecuencia internacional de esa represión
podría llevar a una guerra contra Rosas. El 29 de septiembre de 1848 tomó el
gobierno el partido conservador brasileño (conocido generalmente por partido saquarema) con el vizconde Olinda,
antiguo Regente, en la jefatura del gabinete: su misión era postergar todo
conflicto con Rosas, mientras yugulaba la grave revolución de los praieiros –republicanos y hasta
socialistas- de Pernambuco y establecía la ley marcial en los puntos neurálgicos
del desunido Imperio. El astuto vizconde –o
Maquiavelo da rúa do Lavradío- cede sumiso a las arrogancias de Rosas,
hasta dejar poco menos que en jirones el honor imperial (4). No era cosa de
enzarzarse en una guerra internacional con el frente interno en pedazos.
Tampoco Rosas podía ir a la guerra contra Brasil en 1848,
sin acabar de solucionar sus problemas con Inglaterra y Francia. Pero la
preparaba cuidadosamente, mediante el armamento y adiestramiento de los dos
fuertes cuerpos militares de los Estados del Plata: el Ejército de Operaciones de la Confederación Argentina acantonado en
Entre Ríos y Corrientes bajo el mando del general Urquiza, que podía poner
entre 15 ó 16 mil hombres sobre las armas. Y el Aliado de Vanguardia, de un número aproximado de combatientes
argentinos y orientales, comandado por el general Oribe, presidente de la
República Oriental.
En octubre de 1849, la noticia en Brasil de la
ratificación del proyecto Southern por Inglaterra y en consecuencia su
elevación a tratado, obliga al Imperio a ponerse en mejores condiciones para la
guerra. La revolución democrática ha sido extinguida, y el vizconde Olinda deja
la presidencia del gabinete: el 8 de octubre (de 1849) lo reemplaza en la
cartera de Negocios Extranjeros uno de los más tenaces y hábiles diplomáticos
del Imperio, Paulino José Soares de Souza, más tarde vizconde de Uruguay. Su
propósito, como lo dice Andrés Lamas en sus cartas a Montevideo (5) era disponer sem bulha las cosas para una guerra
inevitable.
Por once meses, Paulino retardará la contienda (de
octubre de 1849 a setiembre de 1850) mientras espera la decisión final de
Francia en el proyecto convenido en junio de 1849 entre Rosas y el almirante
francés Lepredour (al mismo tiempo que convenía el proyecto inglés con Southern).
Inglaterra había acabado por resignarse a la imposición de Rosas, y aceptado
–noviembre de 1849- que Southern la elevase a tratado. Pero no era la misma la
posición de ambas potencias agresoras. Lord Palmerston podía presentarse al
Parlamento inglés y decir que se había perdido una guerra colonial, porque la
tenaz resistencia de los nativos la hacía muy costosa, y seguirla resultaba un
mal negocio. Sin que por eso se estremeciera el Imperio Británico.
Pero Francia era otra cosa. No podía anunciar el ministro
Rouher a la Asamblea Legislativa que la guerra en el Plata se había perdido y
era imprescindible allanarse a las imposiciones de Rosas, sin que cayera el
ministro, el gabinete, el presidente de la República y hasta se erizaran de
barricadas las calles de París. El “imperialismo” francés no tenía los móviles
comerciales del inglés: era el ansia de volver a antiguas glorias perimidas, de
creerse todavía la Francia poderosa de Napoleón o Luis XIV. O una Francia
mejor, campeona de la “civilización”, de la “humanidad”, de la “libertad” y
otras bellas palabras. Jamás aceptaría la afrenta infringida por un gaucho
bárbaro, sobre todo después que las banderas de Obligado habían sido paseadas
victoriosamente por las calles de París y llevadas a reposar como trofeos (sino
gloriosos, por lo menos logrados) en el panteón de los Inválidos.
Por un momento (enero de 1850) el voto adverso de la
Asamblea Legislativa al proyecto Lepredour, y el envío de una fuerza armada
“para amedrentar a Rosas” y hacerle aceptar otro tratado “digno del honor de
Francia”, hace despertar el optimismo brasileño. No era Rosas hombre de
amedrentarse, y por lo tanto la guerra era inminente. Se había hablado en París
claramente de una guerra, en caso de no allanarse Rosas: el almirante orleanista
Lainé había clamado contra “ese gaucho ensoberbecido que escupe la tricolor”,
el legitimista Larochejaquelin se había mofado de los orleanistas y
republicanos jaqueados por un "jefe de pandillas”; el bonapartista conde
Daru había dicho que “el tratado Lepredour no es un tratado: es una
desconsideración”, y Thiers, más arrogante que nunca, después de leer algunos
capítulos de las indispensables “Tablas de Sangre” de Rivera Indarte
(confeccionadas y pagadas para servir a esos menesteres) había atacado duramente
al gobierno “por querer abandonar la Causa de la Humanidad tan sólo porque un
monstruo cruel, pero tenaz, se mostraba in tratable”, agregando “que a falta de
Inglaterra podríamos encontrar otros aliados”: allí estaba el Brasil “amenazado
por Rosas con sublevarle sus inmensas poblaciones de esclavos”, que se
prestaría a auxiliar a Francia; allí estaban
también los jóvenes “educados a la francesa, que querían y admiraban a
Francia” prontos desde Montevideo y Chile a ayudar como en 1838 al país de sus
preferencias en la victoria de la Civilización contra la Barbarie (6).
Llegó a mediados de abril (de 1850) la expedición armada
francesa al puerto de Montevideo. Con ella, tremendas instrucciones al
almirante Lepredour de hacer otra paz digna
del honor de Francia, suavizadas en caso contrario con la orden de “esperar
la decisión del gobierno”. El almirante sabe que Rosas no habría de
amedrentarse y ordena que la es cuadra no pase de Montevideo para no irritar lo
y hacer imposible una negociación. El solo, se adelantará a tratar con el
intratable Jefe de los argentinos; conoce a Rosas, y sabe que se le hace hacer
un “paso ridículo, un paso vergonzoso”(7).
Acompañado de Southern visita al Restaurador, e impasible
oye la descarga del terrible mal humor de Rosas que sin consideración
diplomática se acuerda de las madres de Thiers, de Rouher y del mismo almirante
(8). El
trémulo marino lo oye con resignación: está acostumbrado a las explosiones del
carácter de Rosas. Este no solamente no le a floja una coma en el proyecto de
1849, sino que logra, con paciencia, astucia y sobre todo energía, hacerlo aún
más favorable a la Confederación. El 31 de agosto se firma el tratado
definitivo, que el gobierno francés (por lo menos la Asamblea patriotera) no
podría aprobar sin mengua del “honor de Francia”. A lo menos eso cree Paulino.
Pero Rosas está perfectamente informado de que el Presidente de Francia –Luis
Napoleón Bonaparte- no va a crearse complicaciones internacionales en momentos
en que debe preparar el golpe de estado que habría de llevarlo al trono
imperial como Napoleón III. Entonces los franceses, pueblo de conversadores,
tendrían muchas cosas de qué hablar para hacerlo de una guerra contra la
Argentina.
El 31 de agosto se firmaba, pues el tratado Lepredour -
Arana que ponía fin a la intervención francesa; el 30 de setiembre Rosas rompía
relaciones diplomáticas con Brasil. Según Herrera y Obes, Rosas, ante los
preparativos imperiales de guerra, habría dicho “¡Pobres brasileros! de su emperador voy a hacer mi mayordomo”(8 bis). Y
el mismo 30 de setiembre, día en que Paulino entregaba en Río de Janeiro los
pasaportes diplomáticos al general Guido, el Canciller del Imperio escribía al
Encargado de Negocios de Brasil en Francia, José María de Amaral, esas palabras
traducidas más arriba: “O pobre Brasil,
tendo em si tantos elementos de disolução, tal vez não podesse resistir a uma
guerra no rio da Prata...”
Cuenta la historia de Prusia que, acorralado Federico II
en la guerra de los Siete Años, iba a librar la batalla definitiva contra los
rusos: el ejército estaba extenuado, la desproporción con el enemigo era grande
y la posición estratégica comprometida. Los generales prusianos, convencidos de
la derrota, le aconsejaban la capitulación. “¿No habría medio de vencer?”,
preguntó Federico; “Tan sólo un milagro, majestad”. “Pues bien: esperemos el
milagro de la Casa de Brandeburgo”. Y esa noche llegó a la tienda de campaña de
Federico un mensajero del zarevitch Pedro de Rusia trayendo los planes secretos
del Estado Mayor ruso para la batalla; el zarevitch, general enemigo, torpe de
inteligencia y admirador de Federico, se los obsequiaba. Federico reúne a los
suyos, les entrega los documentos que significaban la victoria prusiana,
diciéndoles alborozado: “He aquí, señores, el milagro de la Casa de
Brandeburgo”. Triunfó al día siguiente, y ganó la guerra perdida.
A Pedro II de Brasil le ocurriría algo parecido. En
momentos en que su pariente Francisco José de Austria le aconsejaba –en una
carta del Canciller Schwarzenberg al Canciller Paulino- rehuir a cualquier
sacrificio la guerra con la Confederación Argentina “pues, según la opinión de
oficiales franceses informados in locum,
la balanza se inclinaría a favor de Rosas” (9), le
llega en febrero de 1851 una nota del Encargado de Negocios brasileños en
Montevideo, informándole que un agente del Comandante en Jefe del Ejército de
Operaciones argentino lo había visitado para hablarle de la posibilidad de
“neutralizar” a ese ejército. Paulino alborozado redacta las instrucciones
(fechadas el 11 de marzo) a llevarse verbalmente al general argentino. En abril
está convenido y garantizado el pase de éste y de su ejército; en mayo se hace
el público pronunciamiento y la alianza comprometedora y finalmente en febrero
de 1852 ocurre la derrota de la Confederación.
Paulino pudo contestar en 1851 a Schawarzenberg para que
tranquilizara a Francisco José de Austria sobre la suerte de su primo de
Brasil: se había producido el milagro de la Casa de Braganza: “Le feu a pris a la maison de notre voisin,
quand il songeait a le méttre a la notre...(10).
El zarevitch que entregó los planos para derrocar a su
propio ejército, fue estrangulado por los suyos en la fortaleza de Ropcha no
obstante su deficiencia mental; su memoria quedó proscripta de la historia de
Rusia.
El general argentino sería más afortunado.
II
DE OPERACIONES
Justo José de Urquiza era, sin duda, el más capacitado
jefe militar de la Confederación. Sus magníficas victorias en India Muerta, Laguna Limpia y Potrero de
Vences, y la eficaz salvación de las tropas entrerrianas después de la
derrota de Echagüe en Caaguazú, así
lo acreditaban sobradamente. Era gobernador de Entre Ríos desde 1841, jefe del
Ejército Federal de la Reserva en 1845; en 1849, Comandante en Jefe del
Ejército de Operaciones que, considerablemente equipado y armado por Rosas,
sería la pieza maestra de la futura guerra con Brasil.
En aquellos años la provincia de Entre Ríos vivía una
gran etapa de prosperidad económica: los negocios de campo se desarrollaban
como nunca, corría el dinero en gran cantidad, progresaban sus pequeños pueblos
hasta transformarse en verdaderas ciudades; se instalaban casas de comercio,
astilleros, saladeros, etc. Hacia 1849 la prosperidad entrerriana se traducía
en mejoras edilicias, construcción de teatros, escuelas, etc., costeados en
buena parte por el peculio personal del gobernador. Porque éste había crecido
parejo con el de la provincia, tal vez en mayor proporción: el general era un
hábil militar y un firme gobernador, pero también un consumado comerciante. No
solamente era el hombre más rico de Entre Ríos, sino también el distribuidor de
la riqueza de los entrerrianos: nadie podía faenar sin su autorización, nadie
exportar una libra de carne sin su visto bueno. Era el mayor propietario de
campos en la provincia, el fletador de los buques de cabotajes y monopolizador
de los saladeros, y no había tenido los escrúpulos de Rosas para cerrar sus
negocios al llegar al gobierno.
El secreto del enriquecimiento entrerriano estaba en el
largo sitio de Montevideo, iniciado en 1843. La verdad es que las estancias
entrerrianas, más que de los saladeros riograndenses, salía la carne consumida
en la ciudad sitiada.
No era el solo rubro de su enriquecimiento. Desde 1847
las balleneras de cabotaje (de propiedad o fletadas por el gobernador en su
casi totalidad), no solamente llevaban a Montevideo la carne en forma de
charque o de ganado en pie, sino traían en retorno mercaderías de procedencia
europea, reexpedidas inmediatamente a Buenos Aires. Era un gran negocio comprar
manufacturas europeas en Montevideo, llevarlas a Entre Ríos y reexpedirlas a
Buenos Aires: entradas como de “procedencia interior” eludían las prohibiciones
y altos aforos de la Ley de Aduana porteña. Era un verdadero contrabando –tráfico irregular, lo llama Herrera y
Obes con eufemismo (11)- que
perjudicaba a la Confederación por la burla de la ley protectora de la
producción artesanal interna.
La salida de oro hacia el extranjero por la puerta falsa
de Entre Ríos, formaba el tercer renglón de grandes ganancias irregulares.
Rosas había prohibido en 1837 la exportación del oro a fin de mantener una
existencia que sostuviera el valor del peso e hiciera elásticas las reacciones
del mercado. Naturalmente, la ley de Rosas prohibía la salida de oro de Buenos
Aires al exterior, pero lo permitía hacia otras provincias. Pero las goletas y
balleneras del gobernador Urquiza, que llevaban mercaderías europeas a Buenos
Aires, retornaban con grandes cantidades de oro que llevaba a vender a Montevideo;
el precio del oro, debido a su prohibición de exportarlo, era más bajo en
Buenos Aires que en Montevideo (11
bis).
Si en la exportación de la carne entrerriana a Montevideo
tenía el gobernador la parte del león, en los otros dos tráficos irregulares (introducción de mercaderías europeas y venta
de oro) era el exclusivo beneficiario. Sus libros de contabilidad demuestran
que se valía de la gerencia o sociedad de dos fuertes comerciante catalanes,
Esteban Rams y Rubert en Buenos Aires (para la colocación de las mercaderías
europeas y la compra de oro) y Antonio Cuyás y Sampere en Montevideo, encargado
a su vez de colocar la carne y el oro y adquirir productos europeos.
EL
“TRAFICO IRREGULAR” (1849).
Nada podía importarle a Rosas que Urquiza, o Entre Ríos,
se beneficiaran económica o comercialmente, siempre que no lo hicieran en
perjuicio de la Confederación. Legislar sobre las formas del comercio
entrerriano es taba –por el sistema político vigente- fuera de su jurisdicción:
no podía impedir que el gobernador de Entre Ríos adoptase para su provincia el
sistema de librecambio e introdujera sin derechos mercaderías extranjeras, como
tampoco que permitiera la libre exportación de oro a Montevideo. Cada provincia
era dueña exclusiva de sus aduanas, tanto interiores como exteriores. Pero no
le haría gracia a Rosas que desde una provincia argentina se alimentase a la
ciudad sitiada por el ejército de la Confederación, ni tampoco que el tráfico
del gobernador de Entre Ríos perjudicase a la Confederación extrayéndole su oro
o abarrotando su mercado interno de mercaderías europeas. Por eso ordenó a
Capitán del Puerto de Buenos Aires que negare licencia para cargar oro en
buques con destino a Entre Ríos, o descargar de buques de esa procedencia toda
mercadería que no fuera de producción nacional. Urquiza protesta invocando la
“felicidad de esta provincia” con las razones de toda prédica librecambista.
Rosas queda impasible. El 26 de octubre Urquiza reitera su protesta con mención
de la gloria federal adquirida en
India Muerta, el Potrero de Vences, etc. Rosas da nuevamente la callada por
respuesta.
Ambas notas, conocidas en Montevideo, hicieron suponer
una ruptura de Urquiza con Rosas. Valentín Alsina, director del Comercio del Plata de Montevideo y
activo jefe de los unitarios en la ciudad, escribe a Brasil el 18 de noviembre
de “la necesidad de tantear a Urquiza”
(12).
Hacia febrero (de 1850) recrudece el rumor de que Urquiza
rompería con Rosas si éste no le devolvía sus negocios. Se llegó a hablar de
que el rompimiento había sido público. Silva Pontes, En cargado de Negocios
brasileño, pregunta a Herrera y Obes, ministro de Relaciones Exteriores, el 14
de ese mes lo que sabía de cierto. Este no puede contestarle “pues los
periódicos de aquella provincia (Entre Ríos) hasta el 7 del cte., muy lejos de
apoyar aquel rumor, siguen mostrando que Urquiza sigue ligado en un todo a los
principios de la política de Rosas” (13).
Se encontraba en Montevideo Antonio Cuyás y Sampere,
agente y socio de Urquiza. Se había convertido en un tremendo antirrosista
desde que las prohibiciones del Restaurador mermaran sus comisiones en la venta
del oro y adquisición de mercaderías europeas. No veía el tiempo de restaurar
las cosas al estado de antes, y hablaba en público de la necesidad de abatir al
tirano porteño que oprimía a la libertad comercial entrerriana. Años después
escribiría unos valiosos Apuntes
sobre la parte que le cupo en la “gran política” (así la llama) que
desembocaría en el Pronunciamiento de mayo de 1851. Atribuye “la conversión de
Urquiza a la causa de la libertad” (la frase va por su cuenta) a su ojo certero
para hacerle ver sus mejores conveniencias.
En sus Apuntes,
Cuyás dice con ingenua sinceridad que...
“...para ayudar al Gral. Urquiza a salir de
su atolladero y situación comprometida con respecto a Rosas, hacía yo una
activa propaganda para hacer olvidar a los pueblos sus yerros pasados, sus
actos de crueldad y tiranía; para presentarlo como Jefe de un gobierno paternal
y justiciero..." (14).
Escritos en 1888, cuarenta años después de ocurridas las
cosas, los Apuntes de Cuyás tienen
omisiones, confusiones y trastrueques explicables, pues el autor había pasado
largamente los 80 años. Pero están escritos con sinceridad y con una noble
admiración comercial por Urquiza (a quien elogia principalmente por la
habilidad en enriquecerse). Su valor, como documento histórico es subsidiario,
pero sirve para aclarar algunas lagunas de los documentos diplomáticos.
Silva Pontes sabe la existencia de Cuyás y sus palabras
en marzo de 1850. En esa fecha escribe a Brasil:
“Afírmase
en secreto que Urquiza tiene aquí un agente, y que este agente asegura que él,
Urquiza, conoce perfectamente los riesgos de su posición, pero que podría salir
de ella apenas se convenza de poder hacerlo con buen éxito” (15).
Con inocencia o cinismo, Cuyás solía decir a quienes le
preguntaban sobre Urquiza:
“No tiene plan fijo. Obrará según las circunstancias se presenten y como lo
demanden los intereses de la provincia
y los suyos personales” (16).
El catalán visitaba a Valentín Alsina, al ministro
Herrera y a otros prohombres de la defensa. No tenía relación, por entonces,
con el Encargado de Negocios brasileño. Pero el ministro informaba a éste de
las sugerentes palabras del socio del general argentino. Alguna vez, a
principios de abril (de 1850), al tiempo de llegar a Montevideo la “expedición
armada francesa” que acompañaba la segunda visita de Lepredour a Rosas, y
parecer inminente una guerra franco - brasileña contra la Confederación
Argentina, solicitó Silva Pontes algo más explícito a Herrera. Según Pontes no
pasó de una simple pregunta al ministro de una ciudad protegida por su
gobierno, y que mantenía relaciones con agentes de generales enemigos. ¿En qué
condiciones podría contarse con un “pronunciamiento” de Urquiza? Pero Herrera y
Obes –“la frondosa imaginación de Herrera” dirá Pontes a su gobierno en su
descargo- tomó la pregunta inocente por una en cuesta oficial del representante
del Imperio. El ministro montevideano llamó a Cuyás, y muy seriamente en nombre del Brasil, le formuló una
cuestión absurda para ser sometida a un militar argentino: “En caso de una
guerra de la Con federación con Brasil y Francia, ¿podría contar Brasil con la
defección de Urquiza a sus deberes?” (17).
Herrera, hombre poco discreto, debió exigir una
contestación urgente, y Cuyás no es taba en condiciones de viajar a Entre Ríos.
Pues preguntas de esa índole se llevan verbalmente, sin dejar rastros escritos.
Lo cierto es que Cuyás cometió la indiscreción de deslizarla en una carta
enviada a Urquiza el 9 de abril:
“Me consta
de una manera positiva que el Encargado
de Negocios del Brasil en esta ciudad ha recibido órdenes de su gobierno para averiguar si, en el caso de una
guerra con los Estados del Plata, podría contar con la neutralidad de V.E.; y
en consecuencia de esta orden hace tres
días que ha estado en el Ministerio de Relaciones Exteriores pidiendo las
explicaciones que ese gobierno pudiese darle a este respecto” (18).
El 11 Cuyás vuelve a escribir a Urquiza para informarle
de la llegada a Montevideo de la totalidad de los buques de la expedición
francesa. Y agrega, sugestivamente que habría de correr abundante el oro como
en 1838:
“Han
llegado a más – dice -, grandes
cantidades de dinero remitidas por el
banquero de París Rothschild, con el
intento de comprar las letras que los
agentes franceses giren contra el Tesoro de Francia, y pertenecientes
otras a la Caja de la División Expedicionaria. Las primeras se hacen subir a 40
mil onzas de oro, y las segundas a 10
mil.”
La respuesta de Urquiza sería terrible. Agraviado como
argentino y como jefe militar por la pregunta del gobierno enemigo, escribe a
Cuyás el 20 de abril:
“Si las
miras del gobierno francés fueran ambiciosas y de conquista ¡qué prepare y vaya
preparando sus francos y sus hombres,
persuadido que la lucha será terrible!”.
Entra luego al objeto de la carta de Cuyás; lo indigna
con estruendo la suposición del enemigo:
“Crea Ud.
que me ha sorprendido sobre manera que el gobierno brasilero, como lo asevera,
haya dado orden a su Encargado de Negocios en esa ciudad para averiguar si
podía contar con mi neutralidad...
”Yo, Gobernador y Capitán General
de la Provincia de Entre Ríos, parte
integrante de la Confederación Argentina, y General en Jefe de su Ejército de
Operaciones, que viese empeñada a ésta o a su aliada la República Oriental en
una guerra, en que por este medio se ventilasen cuestiones de vida o muerte
vitales a su existencia y soberanía... ¿Cómo cree, pues, el Brasil, como lo ha
imaginado por un momento, que permanecería frío e impasible espectador de esa
contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de
sus más sagradas prerrogativas, sin traicionar a mi Patria, sin romper los
indisolubles vínculos que a ella me unen, y sin borrar con esa ignominiosa
mancha mis antecedentes?
”El Gabinete imperial al expresarse así me ha inferido una grave
ofensa, suponiéndome capaz de faltar a
mis santos y obligatorios deberes,
olvidando que siempre los he llevado del
modo que mejor posible me ha
sido, y que así lo verificaré... Debe el Brasil estar cierto de que el General
Urquiza con 14 ó 16 mil valientes entrerrianos y correntinos que tiene a sus
órdenes sabrá, en el caso que ha indicado, lidiar en los campos de batalla por
los derechos de la Patria, y sacrificar, si necesario fuera, su persona, sus
intereses, fama, y cuanto posee” (20).
En la misma fecha – 20 de abril- el secreta rió de
Urquiza, de apellido Cabral, se dirige a Cuyás por separado haciéndole saber
que “por orden del Gobernador debe mostrar la carta de S.E. al ministro
brasilero” (21). Cuyás
acusa recibo el 6 de mayo:
“Hace tres días que recibí la apreciable
de V.E. del 20 del cte. (sic) y
juntamente con ella las del Sr. Cabral, de que me he impuesto literalmente.
”De la V.E. no haré ahora el uso que el
Sr. Cabral me indica, por temor de que comprometiera mi seguridad personal
derramando la sospecha de ser un agente político de V.E.; mas estaré a las
miras de un momento oportuno para hacerla saber del Sr. Encargado de Negocios
del Brasil y demás personas influyentes en ésta, y entre tanto procuraré que se
traduzcan y generalicen sus pensamientos y miras políticas tan abundantemente
patrióticos” (22).
Lo de
abundantemente patrióticos es exclusivamente para Urquiza, pues en sus Apuntes
Cuyás lamenta la carta del 20 de abril donde “las esperanzas se desvanecieron,
sin quedar más que desengaños y aumentos de desconfianza”(23).
Pero Urquiza quiere a toda que Silva Pontes lea su carta.
La publica el 6 de junio en El Federal
Entre-Riano, de Paraná, callando el nombre del destinatario. En el mismo
periódico hace escribir un elocuente editorial, posiblemente por la pluma del
Dr. Severo González:
“Sepa el mundo todo, que cuando un poder
extranjero nos provoque, esa será la circunstancia indefectible en que se verá
al inmortal general Urquiza al lado de su honorable compañero el Gran Rosas,
ser el primero que con su noble espada vengue a la América...” (24).
Mucho es el desagrado de Silva Pontes. La indiscreción
del agente de Urquiza o del imaginativo Herrera, dejaba a su país y a él en una
poco cómoda posición. Redacta un formal desmentido, que eleva en consulta a Río
de Janeiro con la explicación de su conducta. Es cierto: había hablado sobre
una posible defección de Urquiza con el ministro Herrera, cuya frondosa imaginación pudo “entender que
mi opinión individual se podría tomar por opinión del gobierno Imperial”. El
nombre de Cuyás aparece entonces por primera vez en la correspondencia
diplomática brasileña:
“Aquí hay un conocido agente de Urquiza. Es
un español de nombre Cuyás, que seguramente no es un Cujaccio. Acostumbra ver
con frecuencia a don M. Herrera. Es a este Cuyás que parece haber sido escrita
la carta de Urquiza” (25).
Paulino dará en esa oportunidad una excelente lección a
Silva Pontes de conducción diplomática. Debería pasar por alto la carta de
Urquiza no obstante sus injurias al Imperio:
“No me parece político –le
escribe- ocuparnos de Urquiza ni para
decir bien de él, ni para decir mal. Si decimos bien, lo ponemos en la
necesidad de practicar actos de dedicación a Rosas, que con ellos gana. Si
decimos mal, irritaremos a un hombre del cual, en tiempo oportuno, habremos de
precisar, y que en tiempo oportuno puede ayudarnos. Dejémoslo y esperemos” (26).
Con esta carta, Paulino acaba de ganar la guerra.
O
CONTRA NOSOTROS?” (enero de 1851).
Entre esa fecha y noviembre de 1850 el nombre de Urquiza
desaparece de la correspondencia diplomática brasileña. Solamente se lo
menciona, como imaginativa esperanza, en la montevideana. El 14 de setiembre,
Herrera dice a Lamas: “De Urquiza he recibido una visita muy expresiva (subr.) No tengo perdidas mis antiguas esperanzas”.
Tal vez una de las periódicas charlas de Cuyás, o la visita de un joven
oriental –Manuel N. Muñoz- que, como correo comercial y portador de dinero
entre Urquiza y su socio catalán de Montevideo, hacía continuos viajes de
Concepción del Uruguay a Montevideo.
A fines de octubre se sabe en Montevideo (e
inmediatamente en Brasil) que una misteriosa conferencia ha tenido lugar el 23
de setiembre entre Urquiza y el gobernador Virasoro de Corrientes; ha sido en
Concordia con motivo o pretexto de unas carreras de caballos. Atentos a todos
los pasos de Urquiza, renacen las esperanzas de los enemigos de la
Confederación. Valentín Alsina informa a Lamas que Virasoro habría dicho al
regresar de Concordia “que su provincia, Entre Ríos y el Paraguay serían
repúblicas independientes” y añade: “lo que me gusta” con el particular sentido
del patriotismo de los unitarios (27).
Como nada ocurre tras la conferencia de Concordia, Alsina
empieza a desesperar. En cambio Herrera cree –y así escribe a Río de Janeiro-
que: “Urquiza parece firme en no tomar parte en la guerra si llega a tener
lugar” (28).
A principios de enero el dubitativo parece del montevideano se trueca en un asertórico tengo la seguridad. Escribe a Lamas
como post-data de una carta el 13 de enero:
“Diré a Ud. en suma reserva que
al fin he logrado contestación de Urquiza a mis aperturas y proposiciones.
Estoy contentísimo: ella no podía ser mejor. Por lo pronto tengo la seguridad
de que en el caso de una guerra con Brasil; Entre Ríos y Corrientes serán
neutrales. Es decir, estarán con nosotros, porque Ud. sabe que Rosas no es
hombre de admitir esas posiciones medias” (29).
¿Hubo realmente una respuesta
afirmativa de Urquiza a las “aperturas y proposiciones” de Herrera,
trasmitidas verbalmente por el joven Muñoz o por don Antonio Cuyás y Sampere?
La correspondencia de Herrera no permite admitirlo, y menos la actitud que
tomará inmediatamente Urquiza.
Como en enero de 1851 no estaba en Montevideo Cuyás y
Sampere, y en cambio acababa de llegar (alrededor del 10 u 11) el joven Muñoz,
puede conjeturarse que el presunto mensajero de Urquiza recibido por Herrera
sería este último. No puede aceptarse que trajo algo serio –una carta, un
mensaje, unas proposiciones concretas- como para que el montevideano se pusiera
contentísimo. A lo menos no hay
rastros en su archivo, ni huella en su correspondencia. Debió tratarse de una
visita de Muñoz donde se habló de Urquiza, y el joven correveidile habrá
repetido –por su cuenta, o para hacer el juego de Urquiza- la posibilidad de
una “neutralización” del ejército de operaciones.
La frondosa
imaginación de Herrera (como decían los brasileños) hizo lo demás. No
estaba desacertado al creer que Urquiza daría un paso firme hacia el enemigo.
Pero las palabras posibles de Muñoz no eran aún ese paso, aunque lo prometían;
Urquiza no habría de valerse de los instrumentos montevideanos para acercarse a
Brasil. Cuando llegase el momento, lo haría directamente.
Alsina, en cambio, no espera ya tanto de Urquiza. Ha
pasado demasiado tiempo desde la misteriosa conferencia de Concordia y la
actitud de Urquiza no se ha traducido en nada palpable. Tampoco Brasil se ha
acercado al general argentino. Y sabe por su servicio de informaciones en
Buenos Aires...
“...que
Rosas está gastando mucho dinero para saber noticias y secretos. Item: que
Rosas se ha dejado decir -¿serán
bolazos?- que para marzo armará grita en la Sala para declarar la guerra (a
Brasil) venga de Europa lo que venga (la ratificación o rechazo del tratado
Lepredour). Y que siendo contra brasileros cree que Urquiza, a pesar de su
indiferencia actual, lo ha de ayudar porque lo detesta...” ...escribe a Lamas a
Río de Janeiro el 14 de enero (30).
¿Qué ha ocurrido para que, en el momento mismo de
romperse relaciones con el Imperio y prepararse la guerra, el general del
Ejército de Operaciones pareciera asumir una actitud de indiferencia, y no se
encontrare plenamente dispuesto a “sacrificar por los derechos de la Patria su
persona, intereses, fama y cuanto poseía”, como lo expresaba en su carta del 20
de abril? (31). ¿Por qué ha
sugerido al gobernador de Corrientes una imposible “independencia” de sus
provincias, si no ha mentido el corresponsal de Alsina? ¿Cómo podría ser
“neutral”, como lo cree Herrera, en una
guerra “donde se juega nada menos que la suerte de nuestra
nacionalidad”? ¿Por qué, para decirlo con las crudas palabras del mismo Urquiza
el 20 de abril –¡hace tan poco!- su conducta deja entender que estaría
dispuesto a “traicionar a su Patria”, a “borrar de un plumazo todos sus
antecedentes”?
Uno de sus secretarios –Nicanor Molinas- lo explicará
años después, y en su elogio, por móviles mezquinos: “Al pronunciamiento se fue porque Rosas no
permitía el comercio del oro por Entre Ríos” (32). El
brasileño Duarte da Ponte Riveiro al informar al Canciller Paulino del posible
objeto de la conferencia de Concordia del 23 de setiembre entre Urquiza y
Virasoro, explica que...
“...(Rosas)
não permitiu que a Entre-Rios vao navios estrangeiros, nem que dai saiam para ultramar. Não
concedeu tambem que passem metais para Entre-Rios. Urquiza não só é Governador,
senão também o primeiro negociante de seua Provincia, e as negativas de
Rosas... o perjudicam enormemente como negociante...” (33).
Muchos historiadores argentinos, aun para enaltecer a
Urquiza, encuentran en su reacción de comerciante perjudicado el móvil de lo
que llaman gran política.
Preferiría, por Urquiza, suponerle otros motivos. Preferiría encontrarle
escrúpulos liberales o constitucionales, no exteriorizados hasta entonces;
quisiera creer que cambió repentinamente la idea sobre las condiciones de Rosas
para dirigir la Confederación, o sobre sus procedimientos para mantener el
orden interno y el respeto externo. Todo, antes de admitir que sus
resentimientos de comerciante pudieran llevarlo al “crimen de los crímenes” de
las leyes antiguas.
Cualquiera fuese el motivo de su actitud, de confirmarse
las suposiciones de Herrera, Muñoz y Cuyás, esa conducta en el momento mismo de
iniciarse la guerra con el Brasil –póngase todos los atenuantes y explíquese
por los móviles más nobles y elevados que se quiera- no tiene perdón en un
argentino, y menos en un jefe militar comandante del ejército destinado
precisamente a invadir a Brasil. Si buscó con sinceridad liberal acabar con la
tiranía o se había convertido a la prédica de quienes querían “una
constitución” –como lo explicaría dentro de poco- debe reconocerse que la
oportunidad elegida para exteriorizarlo era sencillamente alevosa para la
patria para darle el más suave de los calificativos.
Quiero creer, y existen abundantes presunciones, que
Urquiza tomó el camino del retraimiento y amagó con “pasarse” a Brasil, a fin
de hacerse valer ante Rosas. Supongo –como lo creyó Rosas- que Urquiza quiso
aprovechar su condición de Jefe insustituible del Ejército argentino de
Operaciones y la proximidad de la guerra, para recobrar sus privilegios de
comerciante irregular. Sin el Ejército de Operaciones y sin su Comandante en
Jefe, la guerra estaba perdida para la Confederación. Debió creer que Rosas le
devolvería sus negocios aduaneros como premio por quedarse en las filas
argentinas: el Restaurador no podía arriesgar la victoria definitiva de su
política a un simple escrúpulo de moral administrativa. Al fin y al cabo el
precio pedido no era alto –un poco de tolerancia y de vista gorda en los
negocios aduaneros- y retribuido ampliamente con el triunfo sobre el Imperio y
la consolidación en el continente de la política americanista.
Urquiza demostró no conocerlo a Rosas; no era éste hombre
de tolerar negociados ni amenazas. ¿Hizo mal, tratándose de semejantes y
gravísimas circunstancias? El problema evade el ámbito político para entrar en
el moral. Si el Jefe de la Confederación hubiera sido más flexible; si hubiese
sabido dejar de lado escrúpulos y no tuviera un sentido tan recto de la
justicia, el beneficio habría sido superlativo para la Argentina. Pero, ¿puede
en rigor de verdad, condenarse a Rosas por tener una conciencia inflexible?
¿pueden, por otra parte, condenar a Rosas por eso quienes absuelven a Urquiza
por lo otro?
La verdad es que Rosas no creyó (hasta encontrarse frente
a la evidencia) que la actitud de Urquiza desembocaría en la traición a la
patria. Esperó con obstinación que al iniciarse la guerra –contra Francia,
contra Brasil, o contra ambos- el entrerriano dejando para otra oportunidad sus
ambiciones o apetencias, correría a tomar su puesto de honor en las filas
argentinas: lo creía apegado a la tierra, criollo de corazón y pensamiento,
descreído hacia ideologías liberales de importación extranjera. No, no era un
unitario, Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Rios y Comandante del
Ejército de Operaciones. Quería aprovechar una oportunidad comercial,
solamente: pero no podría llegar nunca a la traición. Todo era cosa de esperar
sin expresar resentimiento, ni aflojarse tampoco en las irregularidades que
exigía. Cuando las cosas apretaran “esa será la circunstancia en que se verá al
inmortal Urquiza al lado del Gran Rosas, ser el primero que con su noble espada
vengue la América” como había dicho en el mes de junio.
No creía Rosas que ciertos deberes, como la lealtad a la
patria, pudieran ponerse en el platillo de la simbólica balanza. Hasta abril de
1851, esperó que el patriotismo de Urquiza se sobrepondría a sus apetencias.
Fue el más grande, y el más catastrófico error cometido por Rosas en su vida.
Si al poner precio a su participación en la guerra, Urquiza demostraba no
conocerlo a Rosas; al negar ese precio y confiar en su reacción patriótica,
Rosas a su vez demostró no conocerlo a Urquiza.
III
Tenía la Legación brasileña en Montevideo un buquecillo
de vapor sumamente veloz para la época: el Golphinho
(delfín) destinado a las comunicaciones urgentes entre Montevideo y Río de
Janeiro. En condiciones normales hacía el viaje en siete días, y forzadas las
máquinas podía reducirlo a seis o menos.
Fue en el Golphinho
que Herrera envió a Lamas la carta mencionada del 13 de enero, con la
post-data sobre la optimista contestación de Urquiza a “mis aperturas y
proposiciones”. El 20 llega el vapor a Río de Janeiro; la correspondencia es
distribuida con suma lentitud a causa de la epidemia de fiebre amarilla. Lamas
no está en la capital, sino en las alturas de Petrópolis libres de la peste;
allí recibe el 21 la carta de Herrera. No obstante la suma reserva pedida por su superior, se apresura a transcribir el
párrafo a Paulino, que se encuentra en la chacra del “Macaco” fuera del foco de
la epidemia:
“Es mi deber comunicarle a V.E. el siguiente período de la carta del Sr.
Ministro Herrera del 13 del cte. Dice así: ”Diré a Vd. en suma reserva que al fin he logrado contestación de Urquiza a mis
aperturas y proposiciones, etc., etc...
”
”V.E. me permitirá decir que no me
sorprende este resultado... Hoy tiene confirmado mucho de lo que le he dicho...
Ahora, en estos momentos, un simple paseo militar con menos, con mucho menos,
de lo que hay en Río Grande (cuartel general brasileño para la próxima guerra)
acaba la cuestión en pocas semanas... lo veo, lo toco...” (34).
¿Qué movió a Andrés Lamas a poner la intriga en manos
brasileñas? Más tarde explicará a Herrera haber supuesto que el Golphinho trajo idéntica noticia a
Paulino, “y para disminuir la malísima figura que haría si me callara la boca” (35) optó
por hacer saber al gobierno brasileño el informe dado en suma reserva por el suyo.
De Andrés Lamas puede esperarse todo, menos un traspié
semejante. Por sus actitudes anteriores (y más todavía por las posteriores)
demuestra ser un hombre de Brasil en cuerpo y alma. Quiso poner la “negociación
Urquiza” en manos que supieran administrarla mejor que las inhábiles de
Herrera. Se la retransmite, por lo tanto, a Paulino. Y aprovecha el momento (la frase está en la carta de Lamas a Paulino)
para rogar una vez más la concertación de firmes tratados que unieran a la
República Oriental –una vez eliminados del Plata Rosas y Oribe, por supuesto-
con el Imperio de Brasil. “Hay que aprovechar el momento, este momento”.
También urge por algunos pesos, de los cuales estaba siempre necesitado.
Paulino esperaba que Urquiza golpease las puertas de
Brasil, y por eso no dio mayor importancia al párrafo de Herrera. Se limitó a
despachar al Golphinho de
regreso al 27, con un mensaje a Pontes:
“Herrera tuvo respuesta satisfactoria de Urquiza con quien abrió comunicación.
Vea si pesca lo que hay, para informarme” (36).
No era necesario. Mientras Paulino leía el párrafo de la
carta de Herrera trasmitida por el complaciente Lamas, algo de mucha
trascendencia para Brasil ocurría en Montevideo. La noche del 24 de enero, a
altas horas a fin de eludir indiscreciones, don Antonio Cuyás y Sampere que
acababa de llegar esa tarde de Entre Ríos, iba a golpear la puerta de la
Legación Imperial de la calle Ituzaingó. Muy
en secreto y “como cosa suya” venía a proponerle al representante brasileño
un plan que llevaría a la defección de Urquiza de la causa argentina y que él
(Cuyás) se ofrecía a llevar ante el general como “propuesta formal del Imperio”
(37).
Era lo esperado, y Silva Pontes no se extrañó mayormente,
aunque tuvo –como veremos- sus dudas de que un general argentino pudiese hacer
algo así. Bien claro le había dicho su Canciller en junio pasado: a Urquiza deixemos-le é esperemos; que
un agente suyo vendría, tarde o temprano, a llamarlos si estaba resuelto, pese
a sus escrúpulos de la carta del 20 de abril, a entrar en negociaciones con el
Imperio enemigo.
Cuyás habló extensamente a Silva Pontes. Repitió una y
cien veces, pidiendo un sepulcral
silencio, que sus palabras “eran cosa suya”, que “Urquiza nada sabía”, que
“él obraba por su cuenta”. Pero Pontes no era hombre de engañarse. Ni menos
Paulino. Tanto éste como aquél, escriben sobre esta conferencia de Cuyás como
si el mismo Urquiza hubiera entrado en persona aquella noche de enero en la
Legación de la calle Ituzaingó.
Tampoco podemos ponerlo en duda los historiadores. Cuyás
no se habría arriesgado a someterle a Urquiza “en nombre del Imperio” y personalmente,
un plan rechazado con tan terribles palabras al serle llevado por el mismo
Cuyás, en su carta de abril del año anterior. Además su visita al brasileño a
las diez de la noche ("altas horas” dicen los Apuntes del catalán, y a la
verdad que esa hora era alta en el régimen de la ciudad sitiada), la misma
tarde de llegar de Entre Ríos, no puede tener otra explicación que el
cumplimiento de un encargo dado por el mismo Urquiza.
Pero hay algo más, y definitivo. Al día siguiente –25 de
enero- Cuyás despachó a Muñoz a Entre Ríos, con una carta a Urquiza diciéndole
escuetamente: “Los encargos que me hizo he principiado a cumplirlos y seguiré
haciéndolo. Cuento que todo se hará de acuerdo a nuestros deseos” (38). Solamente que por una elemental
precaución no puso este mensaje sibilino bajo cubierta a Urquiza, sino en la
del secretario de Urquiza, Juan Francisco Seguí.
Después de hablar largamente con Pontes esa noche, Cuyás
visita al ministro Herrera y le presenta el mismo plan –“seguiré cumpliendo sus
encargos” ha escrito a Urquiza el 25-: llevarle a Urquiza “como cosa suya (de
Herrera) la propuesta de que Urquiza “como cosa suya (de Herrera) la propuesta
de que Urquiza mediara en el conflicto”. Nada dice a Herrera de su anterior
conferencia con Pontes (39).
El 27 sale el vapor mensual de la carrera entre Buenos
Aires-Montevideo-Río de Janeiro. Es el Esk,
buque inglés, y Pontes sabe que los espías de Rosas se enteran de toda la
correspondencia que no sea llevada a mano. No puede arriesgarse a informar por
el Esk a su gobierno de las
proposiciones de Cuyás; se limita a escribir por el paquete inglés que tenía
importantes nuevas “que no mandaba inmediatamente por cautela” (40). Aún no había llegado
el Golphinho de Río de Janeiro
(salió el mismo 27 de la capital brasileña) con la orden de Paulino de que
pescara lo que hubiera entre Urquiza y Herrera.
El 31 zarparía un vapor brasileño, el Paquete do Sul, donde Pontes podría
remitir su informe con garantías de seguridad. Aprovecha los cuatro días que
quedan para sonsacarle algo a Herrera, pues presume que el catalán ha hablado
también con el ministro; lo visita el 29 y confirma que ha hablado con Cuyás,
pero Herrera le resta importancia: no es por Cuyás cómo se entiende con
Urquiza, y trata de despistarlo diciéndole que “las negociaciones las tiene
emprendidas por vía de Río Grande”. Ambos se ocultan mutuamente al catalán.
El 30 escribe Pontes un largo informe a Paulino de la
entrevista de Cuyás y las proposiciones que éste se ofrecía a llevar a Urquiza
“en nombre del Imperio”. Lo despacha a Río de Janeiro el 31 por el Paquete do Sul.
“Existe
actualmente en esta ciudad un agente del general Urquiza de nombre Cuyás. Me
parece que ya tuve ocasión de mencionar a V. Excia. el nombre de este
individuo...
”De lo comunicado por éste hace pocos días,
puedo deducir que el general Urquiza no desea ir a la guerra contra Brasil... y
que se prestaría de buen grado, no solamente a permanecer neutral,
circunstancia que impediría a Rosas entrar en campaña, sino también a promover
la caída de Oribe y la elevación de Garzón para la presidencia, asegurando que
éste daría a Brasil todas las satisfacciones y reparaciones que le son
debidos”.
El brasileño se extraña. Urquiza, jefe del ejército que
entraría en campaña contra Brasil ¿podría dejar de lado de esa manera sus
deberes, y renunciar a la defensa de su patria, y hasta promover los intereses
brasileños en el Estado Oriental por la imposición de un presidente “que daría
a Brasil todas las satisfacciones y reparaciones que le son debidas”? Es decir:
las Misiones discutidas, los límites, la navegación de los ríos, la influencia
preponderante.
De allí que se pregunte:
“¿Pero
obrará Urquiza, en efecto, de buena fe?... ¿No será una comedia entre él y
Rosas (para precipitar a Brasil en una guerra)?
”Una tal perfidia sería en verdad atroz:
¿pero no siguen los caudillos la máxima propalada por el dictador de que es
lícito armar lazos para cazar tigres?...
”Hago estas
indicaciones por el interés natural que debo tomarme en que el Gobierno
Imperial no sea sorprendido; y porque personas con experiencia en nuestros
negocios y conocedores de los hombres de éstos países, piensan que los
movimientos, posición y marcha actual de Urquiza, siempre que no sean una pura
comedia, tienen por exclusivo fin conseguir de Rosas que le beneficie con menor
yugo, sin tener ninguna intención seria de romper con el Dictador...”
O una comedia urdida con Rosas para precipitar a Brasil
en una guerra demorada, o simples maniobras de Urquiza para hacerse valer ante
Rosas y recobrar sus negocios fluviales. Pero, por las dudas, sigue el brasileño:
“Quiero
suponer, empero, que Urquiza proceda de buena fe... Pretende Urquiza que, antes
de hacer el Brasil el menor movimiento sobre el Estado Oriental, le avise lo
que pretende hacer, los motivos que lo llevan a ello, y las satisfacciones que
espera tener de la guerra.
”Si Brasil
acepta esta exigencia, don Justo está dispuesto a presentarse como mediador, y
concurrir para que salgan del Estado Oriental las tropas argentinas, y a
influir de manera tal en la elección del futuro Presidente que el electo sea el
general Garzón.
”Si el
Brasil, sin hacer eso, hace entrar fuerzas en el Estado Oriental, el general
Urquiza tomará parte en la guerra contra el Brasil, y arrojará en la balanza el
peso de su ejército con el que amenaza a la tierra, al cielo y al mundo.”
¿¡Y eso proponía nada menos que o general dos exércitos da Confederacão Argentina!?
“Ante una
tal manera de argumentar, y receloso de despertar las desconfianzas en Urquiza,
guardé para mí las reflexiones que naturalmente me ocurrieron, nacidas de ver a
Urquiza con pretensiones iguales a las que podría tener el Jefe de un Estado
independiente de la Argentina, y que fuese reconocido como tal, y también de la
simplicidad con que el general de los Ejércitos de la Confederación Argentina
exige del gobierno que va a romper hostilidades con el suyo ¡¡la declaración
previa de que va a hacerlo!!” (41).
Si el plan sometido por Cuyás no era aceptable, “alguna coisa ha importante” en el
hecho de que Urquiza iniciase conversaciones con el enemigo. Por eso Pontes
solicitaba de Paulino una respuesta para ser llevada al general argentino,
pues...
“...recelo
que los sucesos se precipiten antes de llegar a un acuerdo y en el acto de
Urquiza nos será hostil. Para lamentar será eso.
”Urquiza, si
no aliado, a lo menos neutralizado con su ejército, podría concurrir mucho para
la mejor y más pronta solución de nuestros negocios.”
El plan de Urquiza que Cuyás “transmitiría al general”
era: 1º) advertencia de Brasil a Urquiza de una invasión al Estado Oriental;
2º) Urquiza se presentaría entonces como “mediador” entre su patria y el
enemigo; 3º) rechazado por Rosas, como habría de serlo, concurriría con los
brasileños a expulsar a las tropas argentinas que sostenían a Oribe; 4º)
influiría en la elección del sucesor de éste, asegurándole la presidencia al
general Garzón; 5º) Garzón se comprometería a arreglar a gusto de Brasil los
problemas que el Imperio tuviese.
Era pueril. Pero convenía seguir las negociaciones.
Urquiza había dado el primer paso en el camino, y el primer paso es el que
cuesta.
El 5 de enero (de 1851) el oficioso de Concepción del
Uruguay La Regeneración, dirigido
por el joven porteño Carlos de Terrada (42), publicaba
un artículo resonante titulado El Año
1851: el año 1851 no sería el de la guerra triunfante contra Brasil, ni de
la victoria del sistema americano, sino “de la paz completa y la organización
constitucional”.
Organización llamaban los unitarios a una constitución nacional
“escrita” en forma de código. Como Rosas, con sumo acierto, la pospusiera a la
unidad real de la nación, o le bastaba con el Pacto Federal (donde las
constituciones eran provinciales), o simplemente porque no creía en el valor mágico
de los cuadernitos como dijo alguna
vez, era de ley que cada vez que se enzarzaba en una guerra exterior, algún
general se pasaba al enemigo llevado por el patriótico propósito de darles una
“organización constitucional” a los argentinos. Así había ocurrido con Lavalle
en 1839, y con Paz en 1845. Así parecía que iba a ocurrir con Urquiza en 1851.
No contesta ni rectifica Rosas en sus periódicos de
Buenos Aires al artículo de La
Regeneración; nada tampoco hace ostensiblemente Urquiza, mientras sus
emisarios van y vuelven de Montevideo con mensajes a Brasil. Pasan los días,
mientras Urquiza espera la reacción de Rosas. Finalmente recibe una carta del
joven doctor Rufino de Elizalde, fechada el 15 de enero, dirigida a su hijo
Diógenes (compañero de estudios de Elizalde) “o a su padre en su ausencia”.
A Elizalde no le había gustado el artículo de La Regeneración y esperaba que el mismo
periódico lo rectificase: lo aconsejaba al joven Diógenes para que influyera
ante su padre. El año 1851 no podía ser el de la organización, porque la
Confederación estaba perfectamente organizada por el Pacto Federal desde veinte
años atrás; tampoco era el momento de planear reformas políticas, encontrándose
el país ante una guerra donde el general Urquiza estaría llamado a la gloria de
conducir el ejército argentino. Y expresa a Diógenes el disgusto habido en
Palermo, y desde luego en Rosas, cuando se enteraron del mismo.
Urquiza creyó que el mismo Restaurador le dirigía los
reproches esperados a través de la pluma de un joven muy vinculado a Palermo.
Su política de hacer suponer la posibilidad de una posible conversión hacia el
enemigo, daba los esperados frutos. Por eso contesta personalmente la carta al
joven Elizalde el 22 de febrero, como si lo hiciera al mismo Rosas. La dirige a
Elizalde, pidiéndole la reservara para todos “con la única
excepción del señor general Rosas”.
Se queja de que la Gaceta
Mercantil “pierde hasta de vista los méritos del glorioso ejército
entrerriano” al atribuir exclusivamente la victoria de Arroyo Grande a Oribe y Pacheco en los aniversarios de la batalla;
que no se lo hubiera nombrado en el discurso de don Baldomero García en la
Junta de Representantes el pasado 2 de noviembre “junto al ínclito general
Oribe y al intrépido general Pacheco” entre los héroes mayores de la
Confederación; que el coronel Larrazábal lo ha detractado en el Cuartel de
Serenos. Y sobre todo que “Entre Ríos ha prodigado el oro de su provincia y la
sangre gloriosa de sus soldados en sostén y mantenimiento de la Causa Federal y
de la tranquilidad de los Pueblos” sin haber encontrado apoyo en la política
aduanera de Buenos Aires, “siendo desoída cada vez que reclama en nombre de su
perfecto derecho y de su natural interés, como ha sucedido y está sucediendo en
la extracción del oro”. Está muy
conforme “con la dirección de los negocios exteriores que reasume el señor General Rosas, pero con la lealtad de un soldado republicano quisiera
decirle a Rosas que...
”...no me resolveré a que La Regeneración refute su propio
artículo con el tacto que Ud. sugiere... mientras no se haya desmentido La Gaceta, satisfecho el Dr. Baldomero
García, reprimido pública y ejemplarmente a los insolentes detractores del
gobernador de Entre Ríos. y suprimida la
declaración que el Capitán del puerto toma a todos los patrones de buques que
van de esta provincia, como si fuera considerada enemiga de los principios de
la causa nacional” (43).
Cinco días más tarde, el 27 de febrero, Urquiza para
reforzar su posición interesante ante Rosas, hacía publicar dos remitidos en El Federal Entre-Riano, de Paraná que
llamaron mucho la atención: (44) uno,
firmado por Un enemigo de la mentira
llamaba a Rosas, como sin querer, “encargado
de entretener las relaciones exteriores” en vez de Jefe de la Confederación; el
otro, suscripto por Unos federales de
hacha y tiza calificaba fuertemente al comandante porteño Juan Manuel de
Larrazábal –hombre de la confianza de Rosas- por haberse expresado contra
Urquiza en el Cuartel de Serenos de Buenos Aires.
Quedó a la
espera de la respuesta del joven Elizalde, que traería seguramente el esperado
achicamiento de Rosas. Pero resultó que Elizalde había escrito a Diógenes
Urquiza por su cuenta, y no se creyó autorizado a mostrar la carta del padre al
Restaurador. Ni es de suponer que aun haciéndolo, Rosas hubiera modificado su
actitud.
La carta a Elizalde es sobradamente expresiva sobre los
móviles de Urquiza. Amor propio porque no se le daba el tratamiento que
entendía merecer, y amenazas porque no se le permitía el tráfico irregular que
tan considerables ganancias le había dado. Modificaría su posición, si Rosas
cambiaba estas cosas.
Alcibíades y Coriolano combatieron contra sus patrias
movidos por el despecho y el amor propio. Urquiza confiesa iguales pasiones en
la primera parte de sus agravios contra Rosas. De ser las únicas de su actitud,
si no disculparla, le hubieran merecido un paralelo con los traidores de la
historia clásica. Lástima que otras mezquinas empequeñezcan su acto. Plutarco
había desechado su biografía.
IV
Muñoz volvió a Montevideo el 20 de febrero trayendo
un recado verbal de Urquiza a Cuyás para que solicitara de Silva Pontes se
encontrase munido de las instrucciones de su gobierna para negociar con
Urquiza. Pues el 22, escribe Pontes a
Paulino apurando la remisión de órdems e instrueçôes para contestar uma
pergunta que en nombre de Urquiza habría de formularle en breve Cuyás (45).
En el juego político que se le daba a Brasil, el naipe
Urquiza significaba el triunfo.
Mejor dicho, la sola posibilidad de triunfo. Pero había de jugarse con cautela, pues los
antecedentes del posible converso no eran muy recomendables para confiar en su
palabra y hacer fe en sus agentes: el recuerdo de Alcaraz, estaba presente en
los hombres de estado brasileños.
Solamente con la certeza de un público e irreversible
“pronunciamiento” de Urquiza contra Rosas, y previo compromiso formal y
garantizado de dar al Imperio los gajes de la victoria (Misiones Orientales,
libre navegación de los ríos, Garzór en la presidencia de la República
Oriental, tratados que significaran el protectorado brasileño en el Uruguay,
reconocimiento de la independencia paraguaya para que cayera igualmente en la
órbita del Imperio, pudiendo quedarse Urquiza con los restos del naufragio de
la Argentina) se arriesgaría Brasil a apoyarlo públicamente.
Con el naipe Urquiza en su poder, Paulino sabría
jugar su juego. Nada de declarar la
guerra a la Confederación que Inglaterra podría obstar (o pedir una
participación) en virtud de la cláusula famosa del art. 18 de !a Convención de
1828 (46). Además no convenía ni por Urquiza, ni
por el Imperio, ni por los eficaces argentinos del Comercio del Plata (47). Solamente
una alianza del Brasil y Urquiza contra Oribe para vengar el cobro de impuestos
a los ganaderos brasileños que hacía el Estado Oriental, o los atropellos de la
guardia de fronteras uruguaya contra los aprovechados californios del Imperio y
sus eficaces auxiliares unitarios (48). En esa
guerra del Imperio y el Ejército argentino de Operaciones contra Oribe,
necesariamente vendría a envolverse Rosas en apoyo de su aliado oriental. De esta manera no sería Brasil quien
declarase la guerra contra la Confederación Argentina, sino Rosas, quien lo
hiciera contra el Imperio ya adquirido por éste el Ejército de Operaciones y su general. Podría aceptarse entonces ese estado de
guerra, sin mella de la honra de los aliados nativos.
Era un plan expuesto en noviembre de 1850 por Valentín
Alsina a Andrés Lamas, a fin de que el diligente montevideano lo sugiriese a
Paulino. En carta del 18 de noviembre,
dice Alsina:
“¿Por qué el Brasil desde que se asegure
a Urquiza, no aprovecharía ese estado de cosas, haga la Francia lo que haga? No
tendría que hacer una declaración de guerra a Rosas ni a nadie, sino dirigirse
solo a Oribe, que se ha negado a sus demandas y a quien no mira como
entidad política. Rosas vendría en
auxilio de Oribe, y desde ese momento él seria el primero en obrar contra el
Brasil, y no éste en declararle la guerra a él?” (49).
Una franca guerra entre el Imperio y la Confederación,
pondría a los argentinos aliados de Brasil (los unitarios de Montevideo, y
ahora Urquiza), en una postura desairada y poco explicable moral y patrióticamente. Porque – y la palabra va por cuenta de
Alsina – lo de Urquiza sería llamado por la historia una apostasía y no
una conversión a la causa de la libertad...
(50). ¿ Y lo suyo?.
“Mi posición como escritor argentino es delicada”,
explica Alsina a Lamas (51) instándole a
que el Imperio no declarase, ni aun con el naipe Urquiza en su poder, una
guerra lisa y llana a la Confederación Argentina. El 22 de noviembre, en postdata a una carta
a Lamas de esa fecha, el jefe de los unitarios de Montevideo aclaró a Río de
Janeiro su pensamiento:
“Para mí, amigo - Alsina escribe a Lamas - esto es
evidente (la apostasía próxima de Urquiza). Por lo mismo el Brasil debiera apresurarse a
aprovechar la ocasión, a la que pintan calva, y dar a Rosas un golpe de
sentido, con posibilidades y sin peligro, en el Estado Oriental” (52).
Lamas debió someter el plan de Alsina a Paulino, no bien
recibidas las cartas de aquél. Pero lo
indudablemente cierto es que el Canciller brasileño compartía el pensamiento
del tenaz unitario al recibir la nota de Silva Pontes donde le informaba la
grata visita de Cuyás “a nombre propio” la noche del 24 de enero.
Esa carta de Pontes, remitida el 30 de enero en el
Paquete do Sul, debió recibirla Paulino entre el 10 y 16 de febrero. Pero circunstancias ajenas a su voluntad
demoraron cerca de un mes el envío de las instrucciones que Pontes debería
encargarse de hacer llegar a Urquiza.
No obstante la premura de Pontes y de Urquiza.
Porque la terrible epidemia de fiebre amarilla tenía
atemorizada a la capital brasileña.
Nadie, por lo menos nadie con medios para escapar de la peste, vivía en
sus estrechas calles donde se recogían diariamente decenas de cadáveres ese
tremendo verano de 1851. Lamas se
encontraba a cubierto en las saneadas alturas de Petrópolis, y Paulino habitaba
en una lejana quinta de nombre O Macaco.
Al Macaco trasladó Paulino la oficina del ministerio
de Negocios Extranjeros. No eran muchos los empleados, porque el
brasileño sabía que el eficaz sistema de espionaje de Rosas penetraba en los
secretos más cercanos de su Cancillería.
Las cosas de índole muy reservada, como serían las instrucciones que
Brasil daría a un general argentino, Paulino prefería hacerlas por sí
solo. Un amigo suyo, Pereyra da Silva, cuenta el incesante laboreo
y el esfuerzo demandando al Ministro de Negocios Extranjeros en esas horas cruciales
en que se jugaba el destino del Imperio:
“En su casa y por su letra, redactaba y después
copiaba lo que escribía y recomendaba a sus agentes en el Uruguay y
Paraguay. Misteriosa y cautelosamente
enviaba sus notas y órdenes por agentes secretos y jamás por el correo. Guardaba las copias en un cofre particular
que poseía en su gabinete de trabajo.
Escapaba de esta manera a la vigilancia que sabía ejercida por los hombres
de Tomás Guido. Nada iba para la
repartición, nada sabía tampoco ningún empleado de la secretaría” (53).
Solamente una pequeña corrección, o mejor aclaración,
merece este párrafo elocuente de quien tuvo la amistad del gran Canciller
brasileño. Tomás Guido no estaba en Río
de Janeiro en enero-febrero de 1851.
Pero había dejado montada la oficina de informaciones y de propaganda de
la Confederación Argentina en el Brasil.
Pues Rosas no era hombre de descuidar estos menesteres, ásperos pero
necesarios, de la política internacional.
Al frente del servicio (que comprendía la oficina de informaciones, la
confección de un diario brasileño O Americano, la compra de armas e
implementos y la distribución de artículos y dinero a los periódicos
opositores) que el general Guido había montado, dejó a su hijo Carlos Guido y
Spano al tener que alejarse de Brasil por la ruptura de relaciones. Descubiertas a mediados de 1851 las
actividades de Carlos, fue apresado y finalmente expulsado del Imperio.
Pero vuelvo a la confección de las “instrucciones para el
pronunciamiento de Urquiza” por el Canciller Paulino en su quinta del Macaco,
entre el 15 de febrero y el 11 de marzo de 1851.
Un documento de la importancia de estas “instrucciones”,
que daría el triunfo a Brasil, debería laborarse con cuidado. En el Macaco lo estuvo trabajando Paulino en
ese abrasador mes de febrero de 1851, mientras la fiebre amarilla rondaba por
Río de Janeiro, y le dejaban tiempo las demás actividades de su
ministerio. La proximidad de la guerra le
exigía un esfuerzo agotador. Había que
enviar un comisionado a las repúblicas hispanoamericanas del Pacífico (que
sería Duarte da Ponte Ribeiro), para que éstas no se plegaran a la
Confederación Argentina en la guerra; mover a Paraguay, aliado desde diciembre;
contentar a Inglaterra, la cual, como siempre, exigía su precio. Y todo eso debería hacerlo solo, sin ayuda
de empleado alguno: redactando los borradores, pasándolos en limpio con su
letra clara e inconfundible, tomando las copias necesarias, etc.
A principios de marzo tuvo concluido el importantísimo
documento. Acababa de llegarle la carta
de Silva Pontes del 22 de febrero, donde urgía la remisión de las órdens e
instrucçôes pues Cuyás debía formularle una pregunta en nombre de Urquiza. Llama entonces Paulino a Lamas; pero le es difícil
encontrarlo: Lamas, muy aprehensivo, no quiere salir de la cama donde se ha
metido porque cree haberse contagiado la fiebre. No lee cartas, ni recibe a nadie. El tiempo urgía, pues Paulino tiene la
intención de enviar las “instrucciones” a mano, por un agente seguro que
partiría en el vapor Esk a zarpar el 18 de marzo (el Golphinho no estaba en Río
de Janeiro). Finalmente saca a Lamas de
la cama y lo hace llegarse al Macaco: es el 11 de marzo.
Paulino le lee dos importantes documentos que ha preparado:
una carta que será llevada hasta Asunción a Carlos Antonio López, explicándole
el pase de Urquiza a Brasil y las características peculiares que
va a tomar la guerra de acuerdo a la sugestión hecha por Alsina:
“Vamos a corresponder a las aperturas de
Urquiza dice esta primer carta – a condición de que se declare y rompa con
Rosas de una manera clara, positiva y pública.
”Si este rompimiento se verifica, Rosas
está perdido... La deelaración de
Urquiza es, por lo tanto, de la mayor importancia. Va a debilitar a Rosas extraordinariamente,
facilitar y asegurar las cuestiones del río de la Plata en la forma que
conviene a Brasil, a Paraguay, a la Banda Oriental y aún al interés bien
entendido de las provincias argentinas...
Pues Rosas es el principal obstáculo para la paz y la tranquilidad de
las fronteras del Brasil, y el principal obstáculo a la independencia, paz y
prosperidad de las Repúblicas del Paraguav y el Uruguay, y a la apertura del
río de la Plata a la navegación de las naciones ribereñas.
”A Urquiza le diremos, muy positivamente, que en
cualquier arreglo no prescindiremos del mantenimiento de la independencia de
las Repúblicas del Paraguay y Uruguay...
Con él, arreglaríamos fácilmente, y de una manera permanente, todas las
cuestiones del Plata...
”Unámonos, Excmo. señor, marchemos de acuerdo, aliémonos con
todos aquellos que tienen intereses comunes con nosotros, y el menos tiempo y
con seguridad conseguiremos nuestro fin” (54).
“VAMOS A CORRESPONDER A URQUIZA
A CONDICIÓN DE QUE SE DECLARE Y ROMPA CON ROSAS DE UNA MANERA CLARA, POSITIVA Y
PUBLICA” (11 de marzo de 1851).
El otro documento leído por Paulino a Lamas en el Macaco
(con omisión de algún párrafo ofensivo “a esa ingrata gente de Montevideo”) es
una carta confidencial a Silva Pontes conteniendo las órdenes e
instrucciones que el Encargado de Negocios brasileño haría llegar, en forma
segura, al general del Ejército de Operaciones.
En ella dice Paulino que le remite copia de la carta a
López (mencionada más arriba) recomendándole “la queme después de haberla
leído”. Toda precaución era poca,
tratándose de una negociación de semejante gravedad. Y luego expresa:
“Si López conviene, como espero, y
Urquiza se declarase, entraremos en la lucha, que entonces será poco
duradera...
”Si Urquiza se declarase, y se
resolviera a apoyar la candidatura de Garzón, golpe terrible y crimen de lesa
majestad para Rosas, nosotros romperemos con Oribe invocando los agravios que
tenemos. Y auxiliados por Urquiza nos
será fácil expulsar a las tropas argentinas del territorio oriental.
”Si conseguimos eso... Rosas se ha de ver en la imposibilidad de
luchar. Ha de desandar rápidamente la rueda
de su fortuna.
”Garzón y Urquiza, no tendrán otro
remedio que apoyarse en el Brasil y serles leales. Las cuestiones internas que nacerán para
ellos de estas novedades (las caídas de Oribe y Rosas) han de ocuparlos y
molestarlos bastante, para que se acuerden de complicarse con nosotros. Será entonces fácil dar una solución
definitiva y ventajosa a nuestros problemas, que pueda asegurarnos para el
futuro.”
Garzón y Urquiza llevados a los gobiernos de Montevideo y
Buenos Aires por las tropas brasileñas, y advenidos tras caudillos del
prestigio y de la popularidad de Oribe ; Rosas, tendrían necesariamente que
apoyarse en los imperiales para mantenerse en el poder. Garzón, sería jaqueado no solamente por los
oribistas decididos, sino por los colorados; Urquiza tendría en contra suya no
solamente a los unitarios y liberales de Buenos Aires, sino también a los
rosistas de todo el país. Para ambos,
la necesidad de encontrarse en buenas relaciones con el Imperio sería
vital. Brasil aprovecharía esa circunstancia
para arreglar “definitivamente” todos sus problemas en el Plata: límites, libre
navegación, influencia brasileña en el Paraguay y Uruguay, arreglos económicos,
etc.
Sigue el documento:
“Sin declararle la guerra a Rosas, le
daremos un golpe mortal por baranda (tabella dice el original brasileño:
intercalación mía).
”Entrando Urquiza en este plan: presentado Garzón
como candidato a la presidencia, y aceptado esto por los orientales y aún por
los hombres de la plaza (Montevideo), quedará removida toda causa de celos y
sospechas contra Brasil, y tranquilizada la susceptibilidad española. Tendremos también que hacer mucho menos
sacrificios, porque la guerra no pesará solamente sobre nosotros. Y tendremos muchos que nos ayuden.”
“Tranquilizada la susceptibilidad española” con la
presencia de Urquiza y Garzón, se aseguraba la expansión portuguesa. Y además se ganaba la guerra, que de otra
manera estaría perdida.
“Este plan – sigue el documento –, desde
luego, descansa todo en la suposición de que Urquiza acceda y se declare.”Vale
la pena intentarlo, en vista de las buenas disposiciones de Urquiza. Si él no se prestase o exigiese cosas
inadmisibles, nos tendríamos que pasar sin él y seguir otro camino.
”Las primeras proposiciones de Cuyás,
que V.E. refiere en su carta del 30 de enero, son inadmisibles. Según ellas, no debería Brasil hacer
movimiento alguno sobre el Estado Oriental sin advertir previamente a Urquiza
sus intenciones. Entonces él se
presentaría como mediador entre Brasil y Rosas, y concurriría, para que salieran del Estado
Oriental las tropas argentinas.
”¿Concurriría cómo? ¿Por mediación,
buenos oficios? ¡¡Ante Rosas!! ¡Esto no lo esperaba yo! ¿Rosas, que resiste a
Francia e Inglaterra y a tantos negociadores, habría de ceder ante Urquiza? Lo
declararía traidor y rompería abiertamente. ¿ Y acaso, podría el emperador airosamente
aceptar la mediación ofrecida por Urquiza? ¿Puede un general argentino,
considerado todavía como tal, ser mediador entre un gobierno extranjero y el
suyo?”
“¿Puede un general argentino, considerado todavía
como tal .. ?” escribe la pluma de
Paulino: ¿Pode um general argentino, considerado ainda como tal, ser
mediador entre um governo estrangeiro e o seu? ... La finura de Paulino cuidaba a Urquiza ante
la historia. No. Había que buscar el otro medio: el sugerido por Alsina, más cuidadoso de su papel
que el entrerriano. Este se presentaba
al brasileño como un condotiere sin mayores escrúpulos para hacer las
cosas. No tenía la elegancia de Alsina
en menesteres tan delicados.
"¿Si no fuesen las cartas posteriores de V.E. en las
cuales me dice que la posición de Urquiza se está haciendo cada vez más clara –
sigue el documento –, si yo no viese que con Rosas no hay términos medios : u
obediencia ciega y absoluta, o rebelión abierta; si no viese que Urquiza, que
nunca nos buscó, nos busca ahora, y últimamente Cuyás mostró deseos de que V.E.
se encontrase preparado con órdenes, instrucciones, etc. Si yo no estuviese
convencido que la adhesión y cooperación de Urquiza ha de desmoralizar
completamente el poder de Rosas y facilitar nuestra tarea, sería de parecer que
se dejara de mano completamente la negociación iniciada por Urquiza.”.
Hubiera sido más digno para un Imperio luchar franca y
abiertamente contra el enemigo. Pero
las circunstancias no permitían hacerlo.
Era necesario asegurar la victoria, de la manera más fácil; y la paz
posterior, de la manera más firme.
Urquiza era necesario, mejor dicho: imprescindible. Por lo menos ahora. Después se vería.
“Conviene por lo tanto – sigue la carta – que V.E.,
correspondiendo a las aperturas de Urquiza, procure cuanto antes entenderse con
él por medio de un agente suyo si lo pudiera encontrar completamente seguro
(para lo cual podrá pagarle el dinero necesario), o mismo por un agente de
Urquiza que diese pruebas ciertas de que está autorizado por el mismo Urquiza.
”V.E. "se entenderá con Urquiza, bajo los principios
y bases siguientes :
”1º) Que Brasil, con o sin la adhesión y cooperación de
Urquiza, está resuelto a acabar con este estado de cosas, y obtener seguridad y
tranquilidad en el futuro. Para eso
cuenta con las fuerzas de mar y tierra que tiene preparadas y está preparando;
con las tropas que mandó enganchar en Europa; con la alianza del Paraguay
(puede afirmarle a Urquiza que existe un tratado de alianza) ; con las fuerzas
que hay en la plaza de Montevideo; con las que ha de traer de Europa Pacheco y
Obes, y con los emigrados argentinos que están en Río Grande.
“Com ou sem Urquiza”,
que el general argentino lo entendiera bien.
Como amigo o enemigo tendría que vérselas siempre con Brasil.
Con Urquiza, sin Urquiza, o contra Urquiza: poco después
Andrés Lamas las repetirá a Herrera (55),
para que Urquiza aventase sus últimas dudas y se decidiera. También Sarmiento, enterado de esta carta en
su estada en Río de Janeiro en junio de 1852 (después de la caída de Rosas),
las recuerda cruelmente a Urquiza en su áspera carta de Yungay: “Con S. E.,
sin S. E, o contra S. E. ¿se acuerda, general, de estas palabras?” (56). Y Pedro Lamas, hijo de Andrés, debió estar
informado a través de su padre – después de Caseros, se entiende – del
secretisimo documento, porque dice en su libro Etapas de una gran política :
“A Urquiza, en un momento dado, ante sus
reticencias y ambigüedades, se le dijo con usted o contra usted. Se le dijo también, seguramente al oído,
en ese o en otro momento de la negociación con usted y para
usted, aunque otra cosa se pensará.
Lo esencial era derrocar a Rosas, después se vería.
”Y así fue cómo, porqué y para qué se
fue a la alianza” (57).
Pero volvamos al documento del 11 de marzo. Si la guerra con la Confederación era
inevitable para Brasil con S. E., sin S. E. o contra S. E., bien sabía
el Canciller brasileño que solamente con S. E.. podría terminar en victoria
para su Imperio. Que contra S. E. o
sin S. E. sería un total desastre.
Era jactancia inútil ese desfile imaginativo de los 12 ó 13 mil reclutas
juntados malamente en el campamento de Río Grande, de los 8 mil mercenarios
indisciplinados contratados por el ex ministro de Guerra Sebastian do Rego
Barros en Alemania, los 3 mil garibaldinos que traería de Génova Melchor
Pacheco y Obes y para lo cual se le había dado más de un millón de francos
(solamente llegaron 172, pues Melchor, desprendido y manirroto, se había
gastado el resto de la plata en París), y finalmente de los emigrados
argentinos en Brasil, ninguno de los cuales – el general Paz entre ellos –
estuvo en Caseros.
Urquiza, con su ejército de 14 a 16 mil veteranos y su
indiscutible capacidad militar, era el solo factor del triunfo brasileño.
Sigamos con las instrucciones. Base Segunda :
“2º) El Gobierno Imperial cree que la presidencia
del general Garzón podría reunír a todos los orientales y restablecer la paz y
prosperidad de esa República, afirmando su independencia...
¡Un presidente impuesto por Brasil y Urquiza afirmaría la
independencia oriental!...
“...pues él (Garzón) se entendería de muy buena
voluntad y amigablemente en la solución de todas las cuestiones que pueden
suscitar dificultades en el futuro, a fin de asegurar la armonía y una paz
permanente entre Brasil y el Estado Oriental.”
Desde luego que con Garzón en la presidencia uruguaya,
Lamas en la Legación oriental en Río de Janeiro, el ejército de Caxias ocupando
la República Oriental, y sobre todo Rosas y Oribe desplazados de su gobierno y
alejados de América, y Urquiza muy ocupado en combatir a las unitarios porteños
después de haber contribuido a la instauración del nuevo orden, estaba
completamente assegurada a harmonía e uma paz permanente entre o Brasil e
o Estado Oriemtal. ¿Quién puede
suponer lo contrario? Sigue lo más importante de la base segunda:
“Garzón deberá comprometerse a arreglar amigablemente con Brasil las
cuestiones pendientes.”
“¡Hay que aprovechar el momento, este momento!”, escribía
Lamas en Río de Janeiro a Paulino: (58)
hacer tratados que ataran bien fuertes a lo que quedase del Estado Oriental con
el Imperio vencedor.
Y entra el documento en la base tercera :
“3º) Es preciso, antes que nada, que
Urquiza se declare y rompa con Rosas de una manera clara, positiva y pública. Que se comprometa a concurrir para la
expulsión de Oribe y las tropas argentinas del Estado Oriental, y para la
presidencia de Garzón. El Gobierno
Imperial hará entrar tropas en el Estado Oriental.”
Tales las tres bases que deberían llevarse hasta Urquiza. Lo demás que sigue, es para Silva Pontes:
“Todos los puntos serán desenvueltos en
mayor extensión, cuando Urquiza y Garzón accedan. Lo que es indispensable es que Urquiza se
declare contra Rosas.
”Haga V.E. las convenientes aperturas en
ese sentido a Urquiza (siempre con mucha cautela), y comuníqueme inmediatamente
lo que ocurre. Para que lo pueda hacer
con la rapidez que el caso requiere, serán dadas órdenes al jefe de las fuerzas
navales".
”Es preciso mucha brevedad y decisión en
todo esto” (59).
Lamas intenta alguna protesta. No está de acuerdo con la idea de Alsina –
ahora tomada por Paulino – de no hacerle una guerra directa a Rosas, sino darle
un “golpe por baranda” atacando a Oribe.
Si Brasil llevase la guerra a Oribe, era por reconocerle personalidad
internacional. Entonces, ¿cómo
quedarían los hombres de la Defensa de la Montevideo?... Además la presidencia de Garzón no le gusta:
es hombre del partido blanco, y Lamas como los defensores de Montevideo son
colorados. Pero Paulino no se va s
echar atrás : no lo ha llamado a Lamas al Macaco para pedirle consejo, sino
para notificarlo. Finalmente el
montevideano se contenta con un documento del gobierno brasileño que protegiera
a los hombres de la Defensa. Y además
con algunos dineros para las siempre exiguas arcas de la Legación. Paulino se los promete, pero diciéndoles que
“serán los últimos pesos”. En cuanto a
la garantía, Lamas se encarga de su redacción.
Al día siguiente – 12 – lleva al Macaco el borrador de un
impresionante documento por el cual Montevideo quedaría “bajo la protección” de
Brasil. Paulino lo rechaza “por falta
de cautela” (60).
Se demora la salida de las instrucciones, que no pueden
hacerlo por el Esk el 13. El emperador
está en Petrópolis, y Paulino debe someterlo a su aprobación y la del Consejo
Imperial, dispersado por la fiebre amarilla.
Finalmente consigue su aprobación y las instrucciones salen en el
Golphinho el 17, que a máquinas forzadas las lleva a Montevideo.
Mientras tanto ha llegado a Montevideo el joven Muñoz con
urgentes recados de Urquiza. El general
está al borde de la desesperación, pues Rosas – perfectamente enterado de que
en algo anda su Comandante en Jefe del Ejército de Operaciones – no le ha
aflojado todavía en “las cosas económicas”.
¿No tendría más remedio que “pronunciarse” y sin haber llegado a un
entendimiento? Y ¿en una guerra de Brasil contra la patria? Los escrúpulos del
entrerriano han vuelto a surgir como en el pasado 20 de abril del año
anterior. Deberían encontrar en Montevideo
y en Río de Janeiro, y rápidamente, una forma que dejase a salvo la honra del
general. Muñoz busca al ministro
Herrera – a la hora exacta de desembarcar – para decirle en nombre de Urquiza
que “aunque está decidido a unirse con nosotros”, “cuida su posición
honrosa”. escribe Herrera a Lamas el
mismo 12, informándole los escrúpulos de Urquiza para que “eso no aparezca
como una traición” :
“El hombre está decidido a unirse con
nosotros – escribe Herrera a Lamas el mismo 12 de marzo – pero no quiere ni
conviene que eso aparezca como una traición... por consiguiente exige aquello (el
previo aviso de Brasil) y que se lo coloque en una posición honrosa, buscándolo
con la proposición de lo que el Brasil quiere obtener y se propone hacer. En ella dice que se apoyará para dirigirse a
Rosas en términos que no le dejarán elección sino entre perecer o ceder.
”Valga lo que valga el recado, creo necesario que usted
lo ponga en conocimiento de ese gobierno” (61).
Muñoz ha traído el mensaje verbalmente. Herrera escribe a Lamas ese día, y también
empieza a redactar un Memorial destinado a convencer a Urquiza de que no puede
haber traición en su patriótica actitud de ponerse al lado de la civilización
contra la barbarie. Todo eso de
patria, de Confederación Argentina, etc., son pamplinas. Además, piensa y escribe el original
constitucionalista Herrera ¿por qué habría traición en que el gobernador de
Entre Ríos se separase del gobernador de Buenos Aires en el problema de Brasil?
¿No eran ambos, jefes de dos provincias “independientes” por el sistema federal
que regía en la Argentina? (62).
El 19 termina el Memorial:
“La coalición que se prepara entre la Francia, el
Brasil, el Paraguay y Montevideo – dice el optimista incurable que es Herrara –
para nadie puede ser un misterio...
Este hecho es la obra exclusiva de Don Juan Manuel de Rosas, cuya
pertinacia en sus arrogantes y atentatorias exigencias, no sólo han privado a
la República Argentina de las pingües ventajas con que le han brindado aquellos
Estados en obsequio de la paz... no
tiene de su parte ni la razón, ni la justicia, ni los medios de vencer...”
Después de explicar al general del Ejército de
Operaciones que no era patriótico oponerse a esa formidable coalición de
naciones, sigue...
“...
¿por qué renunciarían (Urquiza y el Ejército de Operaciones) a la
brillante ocasión que les ofrece la fortuna de romper la sangrienta solidaridad
con que el Gobernador de Buenos Aires quiere ligarlos a los actos exclusivos y puramente formales
de su gobierno?
”Para acometer esa empresa, nadie está
felizmente caracterizado como el general don Justo José de Urquiza... Si por uno de esos decididos y enérgicos
movimientos que tanto embellecen su historia, se resuelve a despedazar las
enrojecidas y vergonzosas cadenas con que un hombre lo conduce al precipicio,
todo está conseguido.
Entrega el Memorial a Muñoz. Nada dice a Silva Pontes para reservarse la
gloria exclusiva de haber logrado la defección de Urquiza, pues nada sabe de la
negociación de éste con Brasil. Pero
Muñoz no quiere salir de Montevideo sin que le entreguen previamente 200
patacones para honorarios, y además el flete de una embarcación “pues ya sabe
Ud. que se originan gastos para hacer las cosas con actividad” (64) dice el aprovechado
correveidile. El ministro no tiene
tanto dinero: solamente el 22 se hace con los pataeones, y a las 4 de la tarde
Muñoz sale para Entre Ríos con la ballenera Paulita, los doscientos
patacones y el Memorial.
El 26 está en Entre Ríos, el 27 Urquiza se hace leer el Memorial. Llama inmediatamente a su palacio de San
José a consejo al doctor Manuel Leiva (que está en Paraná). Pero Leiva no puede o no quiere ir: el 9 de
abril, con enorme demora, contestará la carta de Urquiza excusando su
ausencia (65). Sin la pluma veterana de Leiva, Urquiza debe
reducirse a la adjetivante del joven Nicanor Molinas: le hace redactar un pronunciamiento
claro como le pide Herrera; revestirá la forma de una circular a los
demás gobernadores de provincias haciendo conocer el gran movimiento por la
libertad que existe contra Rosas, y del cual Urquiza ha resuelto
“ponerse a la cabeza”. No pide ayuda a
los gobernadores; simplemente los notifica pues las lanzas del ejército de
Entre Ríos y la de sus amigos y aliados bastan para derribar el poder ficticio
del gobernador de Buenos Aires.
Lleva fecha 3 de abril (66). El Ejército de Operaciones de la
Confederación, pasaba a ser el Ejército de Entre Ríos: a sus lanzas
montieleras (callados los fusiles, cañones y coheteras mandados desde Buenos
Aires) agregaba las bayonetas brasileñas “vencedoras en la parte oriental y
occidental del Plata”.
Aquello sonaba como una fanfarria de guerra. Era el esperado “pronunciamiento”, pedido y
rogado por los gobiernos enemigos de Argentina. ¡Por fin!.
Pero aunque era positivo y claro, no era público. Solamente le hizo llegar un ejemplar a
Virasoro el gobernador de Corrientes, por medio del joven Molinas; después éste
seguiría viaje a Paraguay a fin de darle otro ejemplar a Carlos Antonio I.ópez. Nada más.
Ninguna misiva salió para la orilla occidental del Paraná; no fuera cosa
de comprometerse antes de tiempo.
Dio, eso sí, ejemplares a Muñoz para llevarlos a Herrera
y a Brasil, rogando a aquél “la correspondiente reserva” ¿Para qué reserva
en una circular destinada por su índole a una gran resonancia?.
Es que no estaba destinada precisamente a una gran
resonancia. La circular quedó
escondida: su objeto era solamente impresionar a Montevideo, a Río de Janeiro y
a Asunción. Que allí lo creyesen
lanzado a la guerra contra Rosas y apuraran las cosas. Pero sin que Rosas lo supiera, y ante el
estado de guerra, acabase por tenderle la mano. Ultimo lance para acercarse a Rosas.
El Golphinho, salido de Río de Janeiro el 18 (de
marzo), llegó el 26 a Montevideo. Silva
Pontes se entera de las “instrucciones” que debe hacer llegar – verbalmente – a
Urquiza. Busca al comisionado, pues
quisiera desprenderse de Cuyás. Invita
al Dr. Luis José de la Peña, amigo personal de Urquiza, pero al doctor no lo
tienta el peligroso viaje, ni tal vez la misión. Como Pontes debe proceder con muita
brevidade e decisão se resuelve a emplearlo a Cuyás. Instruye personalmente al catalán lo que
debe decirle a Urquiza “en nombre del gobierno de Brasil". Son tres cosas:
1º Antes que nada, que Urquiza rompa con Rosas de una
manera clara, positiva y pública (Pontes ignora aún la circular escondida, pues
Muñoz la traería el 9 de abril).
2º Que se comprometiera con el Ejército de Operaciones
para guerrear en la Banda Oriental contra Oribe y las tropas
argentino-orientales mandadas por éste, auxiliando al Ejército brasileño.
3º Que vencido Oribe, fuese elegido el general Eugenio
Garzón presidente de la República Oriental, siempre que Garzón se comprometiera
a su vez a “arreglar amigablemente las cuestiones pendientes con Brasil a fin
de asegurar la armonía de una paz permanente”.
Cuyás acepta.
Después de aprenderse de memoria – “lo mejor que puede” dirá Pontes a Paulino
– las “instrucciones”, el catalán es explícito con el brasileño:
"Cuyás se mostró persuadido de que
Urquiza aceptará las bases propuestas – escribe Pontes a Paulino el 4 de abril
– y acredita que romperá con Rosas reasumiendo los derechos de Jefe de una
Nación libre y soberana.
”La parece a Cuyás que Urquiza nada teme de Rosas
por el lado de tierra : pero que teme que el Restaurador pueda enviarle
corsarios sobre el comercio de Entre Ríos...
Le parece a Cuyás que Urquiza ha de exigir, y muy expresamente, el
auxilio y la protección de las fuerzas navales brasileñas... Convendría también, según Cuyás, la
ocupación de isla de Martín García.
”Esperoque V. E. me de instrucciones
precisas” (67).
También quiere Cuyás, como Muñoz y Lamas, aprovechar el
momento. No es cosa de ir y venir por
los ríos arriesgándose a caer en manos de Rosas, sin sacar algo contante y
sonante: “Para resolverlo a partir cuanto antes” (escribe Pontes a Paulino en la
carta mencionada del 4) le fleta una ballenera y le entrega dieciocho onzas de
oro. El catalán, más ducho que Muñoz,
se hacía pagar mejor el corretaje.
El 3 de abril
sale Cuyás en su ballenera, con las dieciocho onzas de oro en el bolsillo, y
las “instrucciones” en la cabeza. Se
cruza con Muñoz que viene de regreso.
El día 6, al anochecer, llega al palacio de San José: Urquiza se
encuentra cenando, y el catalán muy ufano, se hace anunciar – con sobresalto de
Urquiza que por un momento cree en una invasión – como el Representante del
Gobierno brasilero. Antes de
recitarle las tres bases, asegura a Urquiza “que la alianza ofensiva y
defensiva entre V.E., el Brasil y el gobierno de Montevideo está realizada de
hecho: sólo faltan las formalidades” (68).
El catalán traía una seguridad más firme que las
gerundiosas frases del Memorial de Herrera:
Tras él estaba el Imperio con sus buques de vapor
cuidándole el tráfico de ganado, mercaderías y oro; el Imperio - con sus doce o
quince mil hombres puestos en la frontera de Río Grande; con su enorme
prestigio en Europa: con su provisto arsenal de armas, y sobre todo con sus
grandes reservas de bueno y contante oro.
Vuelve a llamar a Leiva para que lleve su respuesta a
Montevideo. Pero don Manuel se
disculpa: “Angelita sigue enferma” (69). ¡Extraño motivo para tan histórica
circunstancia! Urquiza debe valerse otra vez del catalán, aunque no le inspira
mucha confianza por sus indiscreciones, y posiblemente le saque también sus
buenas onzas de oro. Y "sí don Antonio Cuyás y Sampere,
comerciante catalán, ex corsario durante la guerra de Brasil, socio en turbios
negocios de contrabando, correveidile a 18 onzas del Encargado de Negocios
brasileño en Montevideo, resultó investido muy seriamente de Plenipotenciario
del Estado Libre de Entre Ríos.
Aunque todavía ningún acto había exteriorizado la independencia de la
nueva República.
El 12 retorna Cuyás a Montevideo. Lleva un documento de puño, letra y firma de
Urquiza – la “carta de crédito” la llama en su lenguaje comercial – dirigida a
Silva Pontes : “espero que Ud. de pleno crédito a lo que en mi nombre le
comunique el portador” (70). El 16 de abril con su ballenera empavesada
como navío de guerra y gallardamente izada al tope la bandera de Entre Ríos,
llega majestuosamente al puerto de Montevideo: trae la respuesta afirmativa de
Urquiza a las tres cuestiones propuestas por Paulino, y la orden de concretar
cuanto antes un tratado formal de alianza que protegiera el comercio de Urquiza
de los corsarios de Rosas, y asegurase a éste de todo riesgo en la próxima
guerra contra Oribe.
V
Al tiempo de ir Cuyás de Montevideo a Entre Ríos, Muñoz
regresaba de Entre Ríos a Montevideo: llegó a su destino el 9, y corrió al
Fuerte y a la Legación Imperial para mostrar la “circular” vibrante de Urquiza.
No obstante la reserva pedida por el general
“hasta que llegase a descorrer completamente el velo”, no condescendía con la
seriedad de un documento necesariamente público, ni Herrera ni Pontes
maliciaron que la circular había quedado traspapelada en el palacio San
José. Quizá se asombró el brasileño de
que Urquiza contestara, sin haberse entrevistado
con Cuyás, con tanta precisión al pensamiento imperial. Curiosa telepatía; pero no era cosa de
ponerse a cavilar. Había que hacerla
llega inmediatamente a Río de Janeiro.
En el puerto
estaba el Golphinho a la espera de llevar a la corte la respuesta de
Cuyás. Pero si Urquiza había hecho el 8
el “pronunciamiento claro, positivo y público” exigido por Brasil, no era cosa
de demorar el notición. El 11 de abril
manda al vapor a la capital con un ejemplar de la circular y una carta
explicativa: “as cousas vao amadureçendo com rapidez” (71).
A marchas forzadas salva el Golphinho la distancia: el 17
está a la vista de Guanabara; el 19 “el pronunciamiento” es leído con avidez
por Paulino al emperador y al gabinete reunido en pleno. ¡Es el triunfo! Ese 19 de abril de 1851 en
que Pedro II se enteraba de la “circular” de Urquiza en su palacio de verano de
Petrópolis, ningún gobernador argentino – ni aún Virasoro, pues Molinas se la
entregará el 28 – sabia su contenido.
Pero el documento producía su único efecto, que era impresionar a la
corte imperial.
Alborozado, Paulino escribe a Pontes el 22, despachando
la respuesta en el Golphinho:
"Las noticias que V. E. da, son en
verdad excelentes, y causaron satisfacción a Su Majestad el emperador y a todo
el ministerio. Aunque aún no tengamos
una inteligencia directa y terminante con Urquiza, por lo cual espero con
impaciencia el regreso de Cuyás con la respuesta que ha de traer a V. Excia.
”El portador de la carta de Urquiza (Muñoz)
dice que éste desea que el gobierno de Brasil coopere colocando su ejército
sobre la frontera, y cohibiendo por medio de su escuadra los esfuerzos de Rosas
para hostilizar a Urquiza por los ríos interiores...
¡Las
“lanzas entrerrianas”!.
“Ninguna duda tenemos en hacerlo, pero es preciso
que preceda alguna inteligencia y arreglo directo con Urquiza... Nada podemos determinar sin saber lo que
Urquiza quiera hacer. Pero puede usted
asegurarle la cooperación de nuestro ejército... puede también asegurarle la de nuestra
escuadra... Siempre que Urquiza haya
marchado sobre Oribe para expulsarlo de la Banda Oriental, y que Rosas envíe
fuerzas por los ríos del interior o por el río de la Plata para hostilizar a Urquiza
y socorrer a Oribe” .(72).
Eufóricos por el “pronunciamiento” de Urquiza se
encontraban Silva Pontes y Herrera en Montevideo, cuando la llegada de Cuyás el
16 de abril vendrá a echarles un balde de agua fría. No había habido tal “pronunciamiento”; la
circular del 3 de abril había sido, efectivamente, escrita por Urquiza, pero
fuera de los ejemplares llevados por Molinas a Corrientes y Paraguay, ningún
otro salió para la Confederación. Ni
había habido tal “pronunciamiento” ni lo habría hasta que Urquiza no se
encontrase protegido en Entre Ríos por la escuadra imperial en el río de la
Plata. Para entonces, solamente,
mandaríanse los ejemplares de la circular.
Cuyás explica a Urquiza – en carta del 17 – entre
informaciones más optimistas que doy más adelante, por qué creyó conveniente
negar el envío de la circular. Lo hizo
por su buen e infalible instinto de comerciante:
“Conviene que V. E. no dé la cara de
frente hasta que se asegure los elementos con que debe contribuir cada uno de
los Estados de la coalición en un tratado o convención. No sea que después de verlo comprometido
quisieran sacar ventajas de los embarazos que la precipitación suscitara a V.
E.
”Hoy estas ventajas puede sacarlas V.
E., porque necesitan su cooperación” (73).
Pontes, dolorido, debe explicar a Río de Janeiro la
pifiada del falso “pronunciamiento” del 3 de abril:
“Llegó Cuyás el 16 del corriente. Asegura que Urquiza y Garzón aceptan de buen
grado las tres bases indicadas por V. Excia.
Con todo, no dejó de dísgustarme la noticia de que la circular del 3 de
abril todavía no ha sido enviada ...
¿Cuál será la determinación de Urquiza? No me atreveré a levantar
sospechas.
”Entiendo, no obstante, que si no tuvo
lugar la remisión de la circular, no debemos por eso interrumpir o hacer cesar
nuestra negociación. Sino insistir en
que se remita dicha circular, o que se adopte cualquier otra forma de acto
consumado, que constituya de manera positiva y categórica el deseado rompimiento”
(74).
La situación de Urquiza era cada día más
comprometida. El 16 de abril, Rosas –
al tanto de las idas y venidas de misteriosos viajeros entre Entre Ríos y
Montevideo, y presumiblemente al cabo de la intriga – ha cerrado toda
comunicación con Entre Ríos. Las
últimas cartas recibidas por el general desde Buenos Aires, son de su hermano
Juan José y del coronel Vicente González, el respetado Carancho del Monte.
Juan José Urquiza, ferviente rosista y diputado en la
Junta de Representantes porteña le aconseja poner a buen recaudo sus bienes,
pues “la suerte de las armas es variable y el poder de Buenos Aires es muy
fuerte; y de aquí puede resultar que pierdas tus intereses porque debas
ausentarte de la provincia” (75). La del Carancho del Monte más lacónica formula
un ardiente voto de sincero creyente: lleva fecha 15, el mismo día de cerrarse
la correspondencia: “Que La Que Fue Concebida Sin Pecado Original, lo ilumine,
para desvanecer las criminales noticias que corren sobre su persona”. (76).
El 17, Muñoz es devuelto por Pontes a Entre Ríos para
llevar la carta de Cuyás del 16 y decirle a Urquiza que un tratado de igual a
igual con Brasil y el gobierno de Montevideo, exige la necesidad de asumir las
facultades de Jefe de Estado soberano.
Debe declarar públicamente, aunque sea provisoriamente, la independencia
nacional de Entre Ríos.
Muñoz no quiere cruzar el río: el tránsito se ha hecho
peligroso, después de cerrarse toda comunicación con Urquiza. Pero Pontes tiene urgente necesidad del
viaje: los poderes de Urquiza a Cuyás deben remitirse en forma, y dados por el Jefe
soberano de un Estado libre...
Además quiere que Urquiza le aclare el extraño misterio de la circular
traspapelada. No le fletará esta vez
una ballenera: Muñoz quiere mayor seguridad.
Lo envía en un buque de guerra brasileño – el Euterpe – para
depositarlo en Martín García; de allí seria fácil arribar a la costa
entrerriana en alguna canoa o bote.
El viaje de Muñoz resulta una odisea. El Euterpe no encuentra agua
suficiente y debe trasbordar a un bergantín brasileño de menos calado, el Eolo. El trasbordo, con desesperación del agente
se tiene que hacer frente a Buenos Aires: el correveidile no quiere abandonar
el Euterpe, pues ha sabido que sus pasos son vigilados y teme que Rosas
lo aprese y le dé la pena merecida.
Pero los brasileños lo obligan a seguir a Martín García. De allí cruza rápidamente a Entre Ríos,
entrega las cartas a Urquiza, recibe la correspondencia de éste y vuelve con
apresuramiento a la isla donde el Euterpe, que ha encontrado aguas
suficientes, lo está esperando con los fuegos encendidos. Rápidamente viaja a Montevideo, distribuye
la correspondencia y los mensajes, cobra las comisiones e inmediatamente
renuncia a los viajes. No ganaba para
sustos.
Mientras tanto Cuyás se ha puesto a conversar con Pontes
y Herrera sobre las cláusulas del tratado de alianza. El 24 entrega su proyecto: alianza
ofensiva y defensiva secreta.; Entre Ríos se separaría del Pacto Federal, se
declararía “independiente” y por medio del Ejército de Entre Ríos intimaría el
retiro de las fuerzas argentinas de la Banda Oriental; en caso de que Rosas le
moviera guerra, Brasil se obligaba a emplear su ejército y escuadra en su
auxilio. También Brasil vigilaría los
ríos Plata y Paraná para custodiar el tráfico comercial de Urquiza con
Montevideo; y por artículo reservado (inútil, pues el proyecto ya era de
un tratado reservado), Garzón sería el Jefe de todas las fuerzas
orientales hasta su elección como Presidente constitucional de la República (77).
Pontes aprueba conversar sobre esas bases. Carece de instrucciones, pero...
“Acepté esta idea (la de conferenciar con Cuyás y
Herrera) en gran parte para conocer el pensamiento de nuestros futuros aliados,
y para no disgustar principalmente a Urquiza, con el cual es necesario tener
todas las contemplaciones posibles a fin de que no dispare campo afuera” (78).
Que, naõ dispare campo fóra... El futuro aliado recibía de Pontes el tratamiento de un
animal a quien se había conseguido encerrar en el corral después de esforzadas
maniobras. No sería la única vez.
Empiezan las conferencias. Pontes demora comprometer a Brasil, hasta
que Urquiza haga el acto publico del “pronunciamiento”, mediante el envío
efectivo de la circular demorada, o cualquier otro hecho irreversible que
signifique el rompimiento efectivo con Rosas.
También porque no ha hecho llegar su declaración de la
“soberanía” de Entre Ríos. Sin ese
requisito no podría haber tratado de potencia a potencia.
Cuyás le recuerda esto último en carta del 2 de
mayo. Vuelve a decirle a Urquiza la
causa de que negara el envío efectivo de la circular del 3 de abril. Lo hace en estilo de comerciante: (79)
“A la llegada del Sr. Muñoz a este punto
(el 9 de abril, con la copia de la circular: intercalación mía), se
escribió al Río de Janeiro incluyendo los documentos de V. E., y como Muñoz
asegurase que V. E. le había dado curso ya, estos señores anunciaron esto
mismo. De suerte que aquellos hombres
deben contarlo empeñando ya en el nuevo giro por sí solo. Yo he negado este hecho, asegurando que V.
E. no despacharía sus buques sin que la contrata estuviera firmada, porque
entiendo que mientras la Niña se enamora todo se concede, y después que ha
cedido la ilusión disminuye y falta la voluntad de cumplir las ofertas.
”En fin, se espera la llegada de un buque de aquel
destino para ponernos completamente de acuerdo.”
No es difícil comprender lo que quiere decir Cuyás. Por hábito, o por disimulo – si la carta era
interceptada por Rosas – empleaba frases de uso comercial en su gestión
diplomática :
Se escribió al Río de Janeiro incluyendo los documentos
de V. E.: Pontes envió a Paulino la copia de la circular de Urquiza
del 3 de abril.
Que V. E. les
había dado curso ya: que la circular había
sido efectivamente enviada a los gobernadores.
Estos señores anunciaron esto mismo: Pontes y Herrera, creyeron a Urquiza pronunciado contra
Rosas.
Aquellos hombres deben contarlo empeñado en el nuevo
giro: En Río de Janeiro creyeron
lo mismo.
Por sí solo:
sin mediar una previa alianza con Brasil.
Que V. E. no despacharía sus buques: Que Urquiza no se “pronunciaría”.
Sin que la contrata estuviera firmada: sin que mediara la previa alianza con el Imperio.
Mientras la Niña se enamora todo se concede: mientras Urquiza no se “pronunciase” públicamente,
podría sacar a Brasil todas las ventajas.
Y después que ha cedido, la ilusión disminuye: Con Urquiza ya públicamente “pronunciado”, Brasil no
tendría interés en concederle mayores ventajas.
Sigue la
interesante carta:
“Entre tanto nos hemos pasado nuestros
mutuos borradores y sólo disentimos en algunas pequeñeces.
Muy pronto podré enviarle el citado
borrador discutido y aprobado por todos, para que lo examine y haga en él las correcciones
que estime necesarias, pues yo he declarado que no tenía la autorización de V.
E. para concluir definitivamente por ahora.”
Nuestros mutuos borradores: los anteproyectos del tratado de alianza.
Muy pronto podré enviarle el citado borrador, discutido
y aprobado por todos: El
proyecto definitivo sería llevado a Urquiza antes de elevarse a tratado.
Continúa la carta de Cuyás:
“Mi punto de partida en este negocio, en lo que
alcanzan mis limitadas instrucciones, se dirige a garantir sus intereses a
cualquier evento.”
En este negocio: en
el tratado.
Garantir sus intereses a cualquier evento: Sacar a Brasil todas las ventajas posibles para Urquiza.
Sigue Cuyás:
"Si V. E. tuviera a bien autorizarme para
concluir aquí, después de visto y aprobado el citado borrador por V. E., será
indispensable que la autorización sea a nombre de los dos; y en este caso debe
incluirme el poder en que se autoriza a V. E. a mandarme el otro, por separado,
porque esta gente obra con mucha formalidad como es natural.”
Si V. E. tuviera a bien autorizarme para concluir aquí,
después de visto y aprobado el citado borrador por V. E.: Si Urquiza quisiese, Cuyás como representante del
“estado Libre de Entre Ríos” firmaría el tratado definitivo, después de
aprobar el proyecto que se le remitiría desde Montevideo.
Será indispensable que la autorización sea a nombre de
los dos: De Urquiza como Jefe del
Estado “soberano” de entre Ríos, y de Cuyás como su representante diplomático.
Debe incluirme el poder en que se autoriza a V. E. a
mandarme el otro: Urquiza debería
mandarle el documento en que Entre Ríos declarase su “soberanía”, y por lo
tanto podría destacar representantes diplomáticos para que firmasen tratados de
alianza con otros estados soberanos.
Por separado: En
un documento la declaración de “soberanía” de Entre Ríos; en otro el
nombramiento de Cuyás como plenipotenciario con facultades para concertar el
tratado.
Y finalmente:
“Todo lo demás lo tengo presente. Mas por ahora yo sigo el plan de mostrar que
V. E. no está todavía decidido a entrar en la negociación, y que será fácil que
la deje si el contrato no se concluye de la manera por mí indicada” (80).
Todo lo demás lo tengo presente: Posiblemente las recomendaciones de Urquiza de sacarle
el mejor provecho posible a la situación de Brasil.
Que V. E. no está todavía decidido: que Brasil debería subir las ofertas, pues la conversión
de Urquiza era aún dudosa.
Será fácil que la deje:
Urquiza aún estaba a tiempo de reconciliarse con Rosas.
Si el contrato no se concluye de la manera por mi
indicada: Si en el tratado no se
contemplaban las conveniencias de Urquiza.
Despacha la carta el 3 de mayo con el Dr. Diógenes de
Urquiza, hijo del general, quien llega a Entre Ríos entre el 6 y 7 de ese mes.
(26 de abril a 4 de mayo).
Desde que el
Golphinho llegara a Río de Janeiro el 18 de abril con la falsa noticia del
“pronunciamiento” de Urquiza mediante el envío de la circular a los
gobernadores, el gabinete imperial tomó las medidas militares para proteger a
Urquiza e iniciar las hostilidades. Se
ordenó la movilización del ejército en la frontera, cumplida el 28 de abril; y
dispuso la salida de toda la escuadra – recientemente adquirida – hacia
Montevideo.
El 26 llegan los primeros buques de guerra a Montevideo:
el 4 de mayo arriba el vapor insignia Affonso con el almirante Grenfell, quien
trae las instrucciones y poderes para que Pontes pudiera firmar el proyecto que
sería sometido a Urquiza. Paulino
previene en ellas al Encargado de Negocios:
“Conviene que V. E. use de la
autorización que le da la reservadísima y ponga por escrito lo que
hubiere acordado, solamente en el caso de que nada pueda conseguir de otra
manera, por cuanto convendría por ahora mientras Urquiza no se declare por
hechos positivos, que el primer acuerdo fuese verbal” (81).
Ya tiene Pontes los poderes suficientes. Pero espera el “pronunciamiento público” de
Urquiza para reducir a escrito el proyecto de tratado conforme se le advierte. Por su parte, Cuyás está firme en que la
Niña no cediera sin previa y formal alianza.
Hay un forcejeo de varios días.
Finalmente, dada la premura, transan en una solución: se confeccionaría
el compromiso por escrito, incluyéndose dos artículos exigiendo el previo
“pronunciamiento” público “para que tuviere valor”.
Así se concluye la contrata secreta en la mañana
del 13 de mayo. Por la tarde Cuyás se
embarca en el Golphinho para llevarla a Urquiza. Herrera quiere acompañarlo – Urquiza se lo
ha pedido en carta recibida por aquél el 4 de mayo – pero Pontes no le concede
camarote en el buque brasileño. No
quiere que el montevideano hable con Urquiza: éste pertenece solamente a
Brasil. Pontes masca su indignación,
que desahoga en una violenta carta a Lamas: “Aún no hemos empezado, y ya se me
trata a puntapiés, como un feitor maneja allí sus esclavos” (82). Pero debe resignarse, y
quedarse. ¡Qué lamentablemente triste era ser “Ministro de Relaciones
Exteriores” de un Estado artificial!
Aquello llamado por Cuyás la “contrata” es un tratado
secreto de alianza entre el Imperio de Brasil, el “Estado de Entre Ríos” y el
gobierno de la Defensa de Montevideo, aparentemente para guerrear contra Oribe
y en realidad para hacerlo contra la Argentina.
Su objetivo aparente es “mantener la independencia y
pacificar el territorio de la República Oriental haciendo salir al general don
Manuel Oribe y las fuerzas argentinas que manda” (art. 1º) ; el real es llevar
la guerra a la Confederación, pues “...si por causa de esta misma alianza, el
gobierno de Buenos Aires declarase la guerra a los aliados, individual o
colectivamente, la alianza actual se tornará en alianza común contra dicho
gobierno” (art. 15º). Garzón, “general
en Jefe del ejército Oriental”, sería el director de la guerra (art. 6º) ; y
con él deberían ponerse de acuerdo los jefes brasileño y entrerriano “siempre
que fuera posible y no perjudique la libertad de acción de las fuerzas imperiales”
(art. 9º). El comercio de cabotaje de Urquiza sería protegido eficazmente por
la escuadra brasileña, como lo quería Cuyás (arts. 10º y 18º).
Brasil sacaba el premio de sus viejas aspiraciones
territoriales y de navegación fluvial, y tal vez de una mayor disgregación del
Plata: por el art. 17º los Estados contratantes “se afianzaban mutuamente su
respectiva independencia, soberanía e integridad de sus territorios, sin
perjuicio de los derechos adquiridos“.
¿Qué soberanía e independencia garantizaba Brasil
a Entre Ríos, no obstante llamarlo Estado?, y ¿qué significado serio podía
tener la garantía entrerriana a la independencia y soberanía de Brasil? Lo
realmente garantizado por Urquiza era el párrafo que he subrayado del art. 17º:
los derechos adquiridos por Brasil “en perjuicio” de la integridad de
los territorios de los contratantes.
Estos derechos adquiridos que iban más allá de “la integridad de
los territorios” garantizados, eran los que tenía Brasil por la ocupación de
hecho de las Misiones Orientales.
De esta manera Urquiza y el gobierno de Montevideo renunciaban a reivindicarlas
del Imperio.
En cuanto a la navegación fluvial, se declaraba “libre”
la del Paraná, antigua aspiración brasileña (art. 18º).
Y, sobre todo, el tratado no tendría vigencia hasta tanto
se efectuase el “público pronunciamiento” de Urquiza. Decían así los arts. 2º y 3º:
“Art. 2º: Para que este convenio tenga efecto, se hace necesario
que el Excmo. Señor Gobernador del Estado de Entre Ríos, en virtud del derecho
de independencia nacional que le son reconocidos por el tratado del 4 de enero
de 1831 (83), reasuma por
su parte la facultad concedida al Gobernador de Buenos Aires para representar a
la Confederación Argentina en lo que respecta a las relaciones exteriores; y lo
verificará realizando el envío de la circular del 3 de abril próximo pasado en
el caso de que tal envío no haya tenido lugar, o publicando un manifiesto o
practicando cualquier acto público y consumado que importante y decidido rompimiento
de relaciones políticas con el gobernador de Buenos Aires.
”Art. 3º: Si el gobierno, de Corrientes, o cualquier otro en
idénticas circunstancias, desea hacer parte de la presente alianza, deberá
declararse previamente de un modo análogo al que se ha determinado en el
artículo anterior” (84).
Vl
EL PRONUNCIAMIENTO
El 13 sale Cuyás en el Golphinho, el 14 a la noche está
en Martín García : más allá no hay aguas suficientes para el buque brasileño y
debe transbordar a un bote que lo lleva a la costa de Entre Ríos, mientras el
Golphinho queda esperándolo en la isla.
El 16, Cuyás llega al palacio San José.
Urquiza no encuentra objeciones. Pero, contra el parecer de Cuyás que había
prometido volver inmediatamente con el “borrador” aprobado o corregido, Urquiza
lo remite en consulta a su ministro Galán que está en Paraná. Eso demora el regreso. Galán lo devuelve el 20: “estoy de acuerdo” (85) ; y el 22 por la tarde llega el
“borrador” al palacio San José desde Paraná; a la noche Cuyás sale para Martín
García en bote.
No encuentra al Golphinho. El buque lo ha esperado cuatro días (como
Cuyás lo había indicado), y juzgando su comandante peligroso permanecer en la
isla expuesto a un golpe de la escuadrilla argentina, resolvió volverse sin más
trámite a la base de Montevideo, abandonando al comisionado. Pero Grenfell, desde Montevideo, vuelve a
despachar al Golphinho para no dejar al catalán y a la “contrata” en medio del
río. Con mala suerte: el capitán, poco
práctico del río o tal vez engañado por los prácticos, encalla en un
banco. Sabido por Grenfell, hace salir
al Affonso, que también encalla. La
situación se hacía peligrosa para Cuyás, cuando una creciente hace zafar al
Affonso que recoge al amedrentado catalán cuando estaba dispuesto a volverse en
su bote a Entre Ríos. El 28 por la
noche entra a Montevideo.
Llegaba investido del cargo de Enviado Extraordinario
y Ministro Plenipotenciario del Estado Libre de Entra Rios, (“¡Ave
María Purísima!” comenta Alsina en carta a Lamas (86). Además de traer la “contrata” aprobada, aun en
sus arts. 2º y 3º innecesarios porque ya era público el “pronunciamiento” de
Urquiza (ignorado a la fecha de salir Cuyás con el “borrador”; pues como
veremos el “pronunciamiento público” no ocurrió el 1º de mayo), el novel
Ministro Plenipotenciario traía una carta autógrafa de Urquiza fechada el 20 de
mayo para que Pontes la hiciera seguir al emperador:
“Si Brasil, que tiene tan justos motivos para hacer
la guerra a Rosas, me custodia el Paraná y el Uruguay, yo le prometo por mi
honor derribar a ese monstruo político, enemigo del Brasil y de toda
nacionalidad organizada” (87).
Ya es Jefe de un Estado soberano, separado de la
Confederación Argentina y públicamente “pronunciado”. Ya puede, por lo tanto, Cuyás firmar el
tratado definitivo de alianza. Y así lo
hace con premura al día siguiente – 29 de mayo –, el tiempo indispensable para
poner en limpio el “borrador” y reunir a los firmantes. El Golphinho lo lleva con premura a Río de
Janeiro para que lo ratifique el emperador.
El 10 de junio, el vapor brasileño llega a la capital, dadas sus
excelentes condiciones marineras para atravesar el golfo de Santa Catalina y el
mar abierto. Solamente fallaba en el
río de la Plata.
Llega en mal momento.
Poco antes se ha sabido en Brasil el “público pronunciamiento” de
Urquiza, y los liberales opositores han hecho inesperadamente un arma contra el
gobierno, Hollanda Cavalcanti de Alburquerque, senador liberal por Pernambuco,
acusa al gabinete de andar descaminando os gobernadores de nossos
vezinhos (88), lo cual no
le parecía ni muy correcto ni muy honorable para todo un Imperio. También Manuel de Assis Mascarenhas, el
talentoso senador mulato por Río Grande del Norte, se queja de “que Brasil no
declara a Rosas una guerra franca leal”, mereciendo del senador conservador por
Minas Geraes, el brusco Honorio Hermeto Carneiro Leão, la afirmación cínica e
injuriosa de que “Si o nobre Senador piensa aasim, o nobre Senador e
louco" (89).
Estos debates, y una campaña de los diarios opuestos a
“igualar al emperador con un rebelde en la firma de un tratado” llevaron a la
inesperada reticencia de Pedro II. No
quiere ratificar la alianza tan duramente conseguida; y todo amenazaba
llevárselo el diablo.
Paulino se encuentra ante un arduo problema. Ya Urquiza ha ratificado, sin importarle
mayormente dejar para la historia en los arts. 2º y 3º la huella de que Brasil lo había obligado
a pronunciarse. Y ahora resultaba que
el obstáculo estaba en el propio emperador.
Como Pedro II se obstina en “no mezclar la púrpura imperial” en asuntos
tan turbios, Paulino debe ingeniarse para someterle una fórmula de
conciliación. ¿Si se suprimieran los
artículos 2º y 3º? Entonces no aparecería el emperador descaminando os
governadores de nossos vezinhos, sino tratando de igual a igual con jefes
de Estado plenamente soberanos, cuya soberanía había sido lograda por actos
previos al acuerdo con Brasil. Además,
esos artículos no eran necesarios, pues Urquiza ya estaba públicamente
“pronunciado”.
El 17 de junio, Paulino escribe a Pontes:
“Conviene, y mucho, eliminar los arts.
2º y 3º, en lo cual Urquiza no puede dejar de convenir. No parezca que Urquiza obró por
instigaciones nuestras, y que su declaración fue una condición que le
impusimos. Aunque así sea, que no
aparezca en el convenio... V. Excia.
hizo muy bien en poner eso en el proyecto para asegurarse, pero hecho el
edificio deben tirarse los andamios” (90).
(Cursiva mío.)
Interesa a
Lamas para que gestione de Urquiza la supresión. ¿ Quién más interesado que el mismo Urquiza
en hacerlo? Lo malo es que Urquiza ya ha ratificado, pero en la flamante
Cancillería entrerriana podían prescindir de formalidades. Con echar al fuego el tratado ratificado, y
ratificar otro sin las cláusulas comprometedoras, todo estaría arreglado.
Lamas destaca a su secretario, Andrés Somellera, para que
explique a Herrera la necesidad de la supresión, y que a su vez Herrera la
explique a Urquiza. Va con ello el
tratado, y por lo tanto la victoria.
Somellera se embarca el 19 en Río de Janeiro para Montevideo, con
precisas instrucciones de Lamas:
“Usted (Somellera) lo conoce todo, sabe cuanto
repugna al emperador ratificar un convenio con Urquiza, sabe la tormenta que se
levantó en el Senado a la sola sospecha de que se trataba con él; sabe, en fin,
el compromiso en que estoy de sostener la capacidad internacional de
Urquiza. Asegúrele a Herrera la
ratificación del convenio (corregido) y que él la asegure a Urquiza” (91).
Herrera escribe a Urquiza acompañándole las instrucciones
de Lamas a Somellera: “Nada tengo que agregar a lo que dice Lamas”, le explica;
“es muy conveniente a los intereses de V. E. que esos artículos no aparezcan en
el tratado definitivo”. Se interesa por
el papel de Urquiza ante la Historia, que estaba deslustrado por esa
impremeditación (92).
Urquiza, no obstante su ratificación hecha el 23 de
junio, accede a ratificar otro ejemplar sin los artículos que lo incitaban al
“pronunciamiento”. Agradece la molestia
tomada por sus aliados para “salvarlo ante la Historia”.
Se confeccionan los nuevos ejemplares en Montevideo,
firmados por Pontes, Herrera y Cuyás, como si fueran el primitivo texto del 29
de mayo. Y Pontés puede escribir a
Paulino:
“Levanté los andamios, como dice V. Excia. en su
estilo conciso y expresivo: hecho el edificio, se tiran los andamios” (93).
El emperador ratifica entonces. El tratado ya no tendrá los 26 artículos,
sino 24: se corre la numeración del lº al 4º.
Paulino vuelve a escrihir a Pontes – el 5 de noviembre –
sobre la conveniencia histórica de la supresión, pues:
“En esos artículos confesaba y declaraba Urquiza
que le impusimos como condición su Pronunciamiento, y que solamente se
pronunció después que tuvo segura nuestra protección” (94).
Así, por deseo de Brasil y no de Urquiza, quedaron
suprimidos los arts. 2º y
3º.
Vimos que el 21 de abril Urquiza había recibido por Muñoz
la carta de Cuyás del 17:
“Ayer a mediodía he llegado a este punto
(Montevideo) y ayer mismo he conferenciado largamente con aquellos dos señores
(Pontes y Herrera: intercalación mía).
”En estos momentos acaba de visitarme
él, a quien V. E. dirigió la comunicación de crédito (Herrera: in. mía). Todo
parece arreglado y espero que no habrá dificultad alguna...” (95).
De Pontes había traído también Muñoz el recado verbal de
urgir la asunción por Urquiza del mando “soberano” de Entre Ríos a fin de
firmarse el tratado de alianza con Brasil.
La carta daba una gran alegría a Urquiza que venía
sumarse a la causada por Cuyás al llegar a su palacio el 4 al anochecer,
diciéndole “que la alianza era un hecho”.
No repararon, ni Urquiza ni su secretario Seguí, en los últimos párrafos
(transcritos en la nota 73) de la carta de Cuyás que aconsejaban prudencia.
Al día siguiente – 22 – escribe al coronel Lucas Moreno,
jefe de Oribe, invitándole a levantarse contra sus superiores; y hace
escribir por Seguí al comandante Hernández, de Santa Fe, explicándole “que la
República está gobernada por un imbécil que no tiene una chispa de inteligencia
en la cabeza, ni una chispa de patriotismo en el corazón” (96). Invita a grandes fiestas en Concepción del
Uruguay a los generales Garzón y Virasoro, gobernador éste correntino. Una de esas fiestas, ocurrida el viernes 2
de mayo parece estrepitosa. La describe
La Regeneración del 4 como una serenata nocturna “organizada
súbitamente” por dos bandas militares, que recorrió las principales calles al
son de ¡ vivas! a Urquiza y ¡mueras! “al tirano”, aunque sin
nombrarlo aún.
“...llevando
en el centro, simbolizando el corazón de un gran pueblo inmenso – escribe la
pluma de Terrada – al invencible, glorioso, predestinado a la obra providencial
de la restauración de los principios sociales y cristianos en las Provincias
del Plata, al invicto general Urquiza” .
Esto ocurría el viernes 2 de mayo, pues La Regeneración
del domingo 4 de mayo da la información como ocurrida “el pasado viernes
entre 7 y 11 de la noche”.
¿El “pronunciamiento” por fin?... No; el “pronunciamiento” todavía no, pues
éste consistiría en la pública lectura de los decretos, que el Secretario Seguí
redactara quitando a Rosas la encomienda de las relaciones exteriores, y donde
Urquiza reasumía “su aptitud para entendese con todos los gobiernos del
mundo”.
Esta serenata nocturna que algunos historiadores
inadvertidos confunden con el “pronunciamiento”, sin fijarse ni en la fecha, ni
en la hora, ni en su objeto, era un acto privado, más o menos entusiasta (es
sospechosa la pluma bombástica de Carlos de Torrada) para exteriorizar la
alegría de la alianza con Brasil.
Pero tras la euforia del primer momento, Urquiza pasa a
la vacilación. Había creído terminada
la alianza y custodiados los ríos fronterizos por la escuadra brasileña. Y en vez de eso las noticias de Montevideo
le informaban que aún no había tratado de alianza, pues el representante
brasileño ni siquiera tenía poderes para hacerlo; que no había tal escuadra
imperial en los ríos, y que Rosas acababa de cortar toda comunicación con Entre
Ríos hecho que significaba la ruptura con el Jefe de la Confederación.
Dio entonces una prudente marcha atrás. Los agasajos a Virasoro y Garzón cesaron;
aquel se volvió en silencio a su provincia, y éste a su guarnición; Urquiza
retornó a San José. Pasó un tiempo sin
que los Comandantes de los departamentos organizaran otros actos
“espontáneos”. Lo explica Herrera a
Lamas:
“Al ver (Urquiza) la apertura de Pontes y dando la
cosa por hecha, se lanzó por esos mundos de Dios a rienda suelta. Pero sabe que no era así, y despechado o
creyéndose burlado el hombre ha mordido el hierro, y me cuesta lo que Ud. no
tiene idea sujetarlo...” (97).
Rienda suelta, mordió el hierro, sujetarlo... antes Pontes
había temido que Urquiza “no dispare campo afuera”: siempre las imágenes
caballunas se presentaban a los hombres de Montevideo al expresarse de
Urquiza.
Hasta el 7 u 8 de mayo (conjeturablemente) en que llegó
de Montevideo su hijo Diógenes trayéndole la carta de Cuyás del 2 de mayo, y la
noticia (esta vez cierta) de encontrarse en el puerto la impresionante escuadra
brasileña de vapores de guerra.
Ahora podía “pronunciarse” públicamente sin riesgos. Se decidió, pues, a dar estado público a
unos decretos redactados por su secretario Seguí el lº de mayo (a lo menos
fechados ese día), mantenidos desde su confección con prudencia – junto con los
ejemplares de aquella circular que no circuló – en una gaveta de su escritorio.
El “pronunciamiento público” de Urquiza consistió en un
acto donde fueron leídos y promulgados dos decretos con fecha 1º de mayo: en
uno se declaraba a Entre Ríos Estado soberano provisorio “en
aptitud de entenderse con los demás gobiernos del mundo”; en otro se cambiaba
el lema Mueran los salvajes
unitarios por Mueran los enemigos de la organización nacional. Según lo
corriente habría ocurrido el 1º de mayo, en la plaza General Ramírez de
Concepción del Uruguay, en presencia de Urquiza y de toda la tropa
formada. Después la tropa siguió al
pregonero que en cada esquina leía los decretos, mientras un cañón hacía
salvas.
¿ Ocurrió realmente el 1º de mayo, a lo menos en la forma
clara, positiva y pública exigida por el Canciller brasileño?,
El jueves 1º de mayo nada pasó de memorable en toda la
provincia de Entre Ríos, a lo menos en forma pública. Ni en los informes de los Comandantes
departamentales ni en números posteriores de los tres periódicos de la
provincia – El Federal Entre-Riano de Paraná, Progreso de
Gualeguaychú y La Regeneración de Uruguay – se menciona, fuera de que
sopló un agobiador viento norte, nada de notable. Después, sí.
De los tres periódicos, uno (El Federal Entre-Riano,
el más serio y de mayor tiraje), nada comenta, tal vez porque su director, el
Dr. Evaristo González, disgustado por el sesgo que tomaban las cosas, había
pedido pasaporte para irse a Buenos Aires.
En cambio La Regeneración de Carlos de Terrada, en su número del
13 de mayo, se hace eco en crónicas, gacetillas, remitidos, comunicados, de una
“efervescencia popular” que al parecer existía en la provincia, o por lo menos
en Concepción del Uruguay; y en ese número transcribe ambos decretos del lº de
mayo. Hace la crónica del “público
pronunciamiento” ocurrido a las 10 de la mañana en la plaza Ramírez, leyendo a
continuación el pregonero sus considerandos en cada esquina seguido por la
tropa, mientras Ricardo López Jordán hacía sonar un cañonazo a cada lectura por
orden del gobernador. No dice que
estuviera presente Urquiza, que de estarlo no lo habría omitido. Ni dice que “mañana” ocurrió.
¿ Qué día entre el 4 y el 18 de mayo (entre los Nros. 46
y 47 de La Regeneración) se produjo el público pronunciamiento
cuya crónica hace el periódico de Terrada? Olvida decirlo. Menciona en una gacetilla fechada el 13 de
mayo, publicada en la edición de ese mismo día, que después de darse el bando
se reunieron a las 8 de la noche algunas personas al pie de la pirámide de la
plaza Ramírez: allí, después de cantarse chapeau-bas (será “chapeaux
bas”) el himno nacional, el Dr. Diógenes de Urquiza – “joven culto, aventajado
y elegante” – tomó en sus manos una bandera nacional y prometió culta y
elegantemente “clavarla en el cráneo del tirano". Primer acto de intergiversable oposición a
Rosas (98).
El periódico Progreso de Gualeguaychú, dirigido
hasta entonces por José Ruperto Pérez, hace el 8 de mayo una crónica de una
serenata ocurrida “espontáneamente” tras la banda de música local: en ella se
vivó a Urquiza y se profirió algún denuesto contra Rosas en una poesía alusiva
recitada. Pero no se leyeron decretos,
y por lo tanto hasta esa fecha no debía haber ocurrido el “público
pronunciamiento” de Uruguay. En un remitido
de Progreso del 14 se habla de otra serenata de Concordia el 11 de mayo
“al conocerse la fiesta ocurrida en esa ciudad (Uruguay) la noche del 2 del
cte.”. No se leyeron decretos.
El “público pronunciamiento” tuvo lugar, entonces, entre
el 11 y el 18 de mayo en Concepción del Uruguay. Debió consistir en un acto tan mínimo, que
ni el eficaz Terrada – ni Pérez, ni nadie – recuerda la fecha exacta. En realidad el acto público fue la
edición de La Regeneración del 13 de mayo.
Por ella se conoció el “pronunciamiento” dentro y fuera de Entre Ríos (99).
De allí se explica que Cuyás zarpara de Montevideo ese
día 18 en el Golphinho, tan ignorante del “pronunciamiento” de Urquiza, que iba
a hacerle aprobar un tratado en cuyo artículo 2º se lo incitaba a “practicar
cualquier acto público y consumado que importe indudable y decidido rompimiento
con el gobernador de Buenos Aires”, y que Urquiza y su ministro Galán no
consideraran necesaria su corrección.
La noticia del público “pronunciamiento” llegó a Montevideo en la goleta
General Urquiza, zarpada de Gualeguaychú el 15 con periódicos hasta esa
fecha, y llegada a Montevideo el 19.
Un día antes – el 18 – los diarios entrerrianos trajeron a Buenos Aires
la información del paso dado por Urquiza.
Rosas, según su costumbre, no quiso ocultar nada y ordenó a su prensa
que reprodujera ampliamente todas las crónicas y gacetillas de La
Regeneración y Progreso.
¿Qué ha ocurrido con el “pronunciamiento”, cuyo estado
público se ha demorado tanto tiempo después de la redacción de los documentos?
Porque nada permite suponer que los dos decretos fueron redactados por Seguí y
firmados por Urquiza en otra fecha que la indicada en ellos: esto es, en el 1º
de mayo.
Por lo menos el día 4 estaba confeccionado el de “asumir
la soberanía de Entre Ríos, encontrándose en aptitud de entenderse con todos
los países del mundo”, que el 6 remite Urquiza a Cuyás por la ballenera Paulita
llegada a Montevideo el 9 (100). De éste, se enteró Pontes, pero no le da
trascendencia de “público pronunciamiento” porque no lo tenía, y porque Urquiza
lo comunicaba en la más estricta reserva (101).
¿Por qué demoró Urquiza el “público pronunciamiento” hasta
el 11 ó 18 de mayo? Supongo que por el prudente consejo de Cuyás a la niña
enamorada: no ceder hasta no formalizar o por lo menos asegurarse el
compromiso. Lo ocurrido con ambos
"pronunciamientos” es idéntico: tanto la circular del 8 de abril como los decretos
del 1º de mayo, fueron demorados. Pero
los decretos tuvieron publicidad primero – el 11 de mayo, o a más tardar el 13
– y por eso formaron el cuerpo del “pronunciamiento” contra Rosas. La circular en cambio sólo sería conocida
por sus destinatarios, los gobernadores argentinos (Virasoro aparte) al
transcribirse en los periódicos entrerrianos del 25 de mayo de ese año.
En ambos “pronunciamientos” Urquiza obró de idéntica
manera. Los hizo redactar y después los
guardó en una gaveta: tan sólo remite algunas copias a Montevideo “rogando
reserva”. Solamente ante la exigencia
de Brasil y cuando conoce por su hijo Diógenes y por la carta de Cuyás
del 2 de mayo, la presencia de la escuadra brasileña en el Plata, se resuelve a
despachar sus buques según la gráfica expresión del catalán.
¿Fue un acto emotivo de pueblo, el de la lectura de los
decretos? A estar La Regeneración y Progreso habría habido “efervecencia
popular” y “delirante entusiasmo” en las reuniones habidas en Uruguay, y en
Gualeguayehú. El calificativo es
sospechoso.
En la copiosa correspondencia de Urquiza durante los
meses de mayo y junio no hay muchas cartas de gratulación por el o los
“pronunciamientos”. Salvo las
comprensibles de sus Comandantes departamentales, o de algún vecino correntino
asilado y decididamente enemigo de Rosas (Berón - Ferre); casi por completo
faltan las de sus coterráneos. Tal vez
los de Concepción del Uruguay fueran en persona a felicitar al general, pero no
podría ocurrir lo mismo con los vecinos de puntos más alejados. Da la impresión de que los entrerrianos no
comprendieron el trascendental paso. O
que ninguno que no fuera empleado de gobierno se le ocurrió aplaudirlo.
Todo lo contrario: Juan José Urquiza, hermano del
gobernador y vecino de Buenos Aires – que permaneció fiel Rosas – vuelve a
aconsejarle fraternalmente el 28 de mayo que ponga sus propiedades a buen
recaudo “pues tendrás que peregrinar en países extranjeros sin bienes” (102). El doctor Severo González, director de El
Federal Entre-Riano de Paraná, renuncia al periódico y se aleja de la
provincia “por no tener fe”; (103)
el coronel Hilario Lagos, jefe de policía de Paraná, deja el cargo y se va a
Buenos Aires a ponerse a las órdenes de Rosas.
Años después el entonces general Francia, que en 1851
fuera Comandante de Paraná y debió como tal organizar y dirigir el “pronunciamiento”
en esta ciudad, confesaba a Antonino Reyes la “violencia con que cedieron al
pronunciamiento de Urquiza en 1851 los vecinos de Paraná”.
“Usted va a juzgar del estado de nuestro
espíritu – escribe el 18 de enero de 1885 el veterano comandante de Urquiza al
viejo edecán de Rosas – el día de la proclamación del bando y fijación de éste
en las calles del Paraná, por el siguiente hecho histórico e imponente de que
fui testigo: Yo era Jefe de las armas, y la orden se dio para la formación de
todas las tropas que allí se hallaban en número de 2.500 hombres. La columna se puso en marcha y no se oía más
que la voz del pregón comunicando al pueblo la separación de la provincia de
Entre Ríos y supresión de la encomienda al gobernador de Buenos Aires en las relaciones
exteriores. En la tropa se oía el mismo
silencio durante la marcha. De repente
una sola y única voz (el Dr. Evaristo Carriego) gritó:
¡Muera el tirano Juan Manuel de Rosas! La columna hizo un raro movimiento como de echar un paso
atrás, toda ella, y nadie contestó” (104).
El “pronunciamiento” consistió – como hemos visto – en la
lectura pública por el pregonero, seguido por la tropa formada, de ambos
decretos que llevan fecha 1º de mayo.
De ellos el fundamental es aquel en que Urquiza, en su carácter de
gobernador de Entre Ríos en uso de las facultades extraordinarias que
inviste (es decir: por sí solo – para lo cual se encantaba autorizado – y
desde Uruguay y no obstante la existencia de un gobernador delegado o un
ministro en la capital de provincia que era Paraná) acepta en términos irónicos
una renuncia que habría presentado Rosas a “cultivar” las relaciones exteriores
de la Confederación “delegada en su persona por todas cada una de las
provincias que integran la República”, y en
consecuencia, declara a la faz de la República, de la América y del
Mundo:
“1º) Que
es la voluntad del pueblo entrerriano reasumir el ejercicio de las
facultades inherentes a su territorial soberanía, delegada en la persona del
Excmo. Sr. Gobernador y Capitán General de Buenos Aires, para el cultivo de las
relaciones exteriores y dirección de los negocios generales de paz y guerra en
virtud del tratado cuadrilátero de las provincias litorales fecha 4 de enero de
1831.
”2º) Que
una vez manifestada así la libre voluntad de la provincia de Entre Ríos, queda
ésta en aptitud de entenderse directamente con los demás gobiernos del Mundo,
hasta tanto que congregada la Asamblea Nacional de las demás provincias
hermanas, sea definitivamente constituida la república.”
Acompaña la firma de Urquiza (no puede decirse
que la “refrenda” porque no es ministro), la de su novel secretario el doctor
Juan Francisco Seguí, redactor material del documento.
Este decreto, legalmente, es falso y nulo.
Falso, porque Rosas no
había renunciado, no podía hacerlo, a la encomienda de las relaciones
exteriores de la Confederación. Esta
había sido dada en 1830 por tratados bilaterales y no por el tratado de 1831,
que tampoco fue cuadrilátero (Seguí lo confunde con el de 1822), por las
provincias litorales al gobernador de Buenos Aires; y por las demás provincias
también al gobernador de Buenos Aires mediante leyes de sus
Juntas de Representantes dictadas entre 1831 y 1834. No estaba dada a la persona de Rosas,
sino a quien ocupara el cargo de gobernador de Buenos Aires. No podía Rosas renunciar a las mismas
reteniendo la gobernación de Buenos Aires y Jamás lo hizo, por otra parte. Seguí había tomado por el rabo,
deliberadamente o no, las consideraciones de Rosas a la Junta de
Representantes de Buenos Aires excusando en reelección en 1850 de gobernador
de la provincia, aduciendo entre otras consideraciones el estado de su salud
que le impedía “atender como se requiere el manejo de las relaciones
exteriores, delegado por todas y cada una de las provincias de la Confederación
Argentina en el gobernador de Buenos Aires”.
No renunciaba a la delegación
irrenunciable de las relaciones exteriores de la Confederación, renunciaba a
ser reelecto gobernador por la Junta porteña de Representantes.
Nulo. Porque el gobernador de Entre Ríos quebraba
el sistema de Confederación al separar – aún provisoriamente – a su provincia
del concierto de las demás argentinas.
El sistema de Confederación se encontraba establecido en
la Argentina por el Pacto Federal de 1831 y por diversos acuerdos
interprovinciales y leyes provinciales.
En ellos se delegaba permanente e irrenunciablemente la soberanía
exterior de las provincias a la entidad “Confederación Argentina”. Un Pacto de Confederación no puede
denunciarse, ni los estados confederados tienen un imposible derecho de
secesión para romper a voluntad la unión federal. No es un tratado de alianza entre Estados
soberanos para cumplir objetivos determinados o temporarios; es el acto
constituyente, irrevocable, de una nacionalidad permanente. En una alianza, la soberanía exterior
permanece en los Estados aliados, y en todo momento éstos conservan el derecho
de denunciar el tratado de alianza y separarse de la liga: en una
confederación, la soberanía exterior reside en forma irrevocable en el
Estado constituido por la unión federal.
La “alianza” de Estados pertenece al derecho internacional, la
“confederación” al derecho constitucional interno (105).
Por el decreto del lº de mayo de 1851, el gobernador de
Entre Ríos declaraba la independencia nacional de su provincia, limitada
hasta el momento de reunirse “la Asamblea de la República”. En virtud de esa independencia nacional la
autoridad de Entre Ríos estaba en condiciones “de entenderse directamente con
los demás gobiernos del Mundo”.
Hablando en hechos, por ese decreto Urquiza se atribuía
la facultad de Jefe de una nación soberana a fin de que su Ministro
Plenipotenciario firmase en Montevideo un tratado de alianza con el Encargado
de Negocios del Imperio de Brasil.
Lo malo, lo monstruoso, es la dolorosa realidad que se
pretende cubrir con el pabellón del temporario Estado independiente de Entre
Ríos. Es que el Ejército de
Operaciones de la Confederación Argentina, preparado, armado y destinado
precisamente a la guerra con el Imperio de Brasil, dejaba desde ese momento de
ser una fuerza argentina. Y con su
general a la cabeza, cañones, parque, etc., provistos por la Confederación,
pasaba a pertenecer a un ficticio Estado de Entre Ríos, aliado – por voluntad
de su omnímodo gobernador – al Imperio de Brasil en su guerra contra la
Confederación Argentina.
Lo malo no es la independencia temporaria de Entre Ríos,
que al fin y al cabo era y seguiría siendo irrevocablemente Argentina. Lo malo era el escamoteo del Ejército de
Operaciones de la Confederación.
EL “PRONUNCIAMIENTO” EN BRASIL
La defección del ejército de Urquiza significaba el
triunfo de Brasil en la guerra. Ni
siquiera habría guerra, y todo no pasaría de ser un paseo militar. El otro ejército – el de Aliado de vanguardia,
que con Oribe sitiaba Montevideo – no podría resistir el empuje triple de las
fuerzas brasileñas, “entrerrianas” y de la Defensa de Montevideo. Oribe estaba perdido, y lo mejor que podría
hacer sería capitular.
Sin ejércitos aliados ni de operaciones, Rosas no podía
resistir. Su fuerza en Buenos Aires era
escasa y bisoña, y fuera de la artillería y la División Escolta, incapaz de
resistir el embate que le llevarían los formidables aliados. De provincias podían llegar unos pocos milicianos,
incapaces de desempeñar un papel lucido en la emergencia. También lo mejor que podía hacer Rosas, al
igual que Oribe, era capitular o escapar de Buenos Aires.
Por eso la conversión de Urquiza fue recibida por el
gobierno brasileño con un suspiro de alivio.
La guerra perdida, estaba ahora ganada ¡y de qué manera!
El primer efecto del “pronunciamiento” en Brasil, fue que
el general, conde de Caxias, aceptase el mando de los 16 mil hombres del
ejército Imperial. Antes había sido
inútil insistir en ello: Caxias era demasiado celoso de su gloria para ir a una
segura derrota. La presencia del
anciano Mariscal Brown al frente de las tropas acantonadas en la frontera era
un triste presagio.
Pero llegado el 10 de junio el Golphinho a Río de Janeiro
con la noticia oficial del “pronunciamiento” y el ejemplar del tratado del 29
de mayo, Caxias cambia de opinión.
Ahora, era segura la victoria.
Pide licencia al senado (era senador) para aceptar el mando en jefe de
las tropas, y el 18 queda nombrado. Inmediatamente va a Río Grande para ponerse a
su frente.
Pero si el “pronunciamiento” da la seguridad a los
hombres de gobierno y a los de armas de la victoria, a la gran masa le duele
que el Imperio deba valerse de un procedimiento semejante. El 27 de mayo, como hemos visto, el senador
Cavalcanti de Alburquerque expresa que “la guerra debe hacerse noblemente” y no
de esa manera; el 15 de julio, Manuel de Assia Mascarenchas, se queja también
en el Senado de “que el Brasil derrama su oro para corromper antiguos
servidores de Rosas... no le declara
una guerra franca y leal” (106).
Hemos visto antes los escrúpulos de Pedro II para
ratificar el tratado del 29 de mayo con las cláusulas 2º y 3º donde descaminaba
os governadores de nossos vezinhos (las palabras son de Cavalcanti de
Alburquerque).
Debió explicarse que Urquiza era un auxiliar
indispensable y no un aliado del Imperio. Y auxiliar podía ser cualquiera. Por eso cuando, capitulado Oribe en octubre,
se anunció en Río de Janeiro que Andrés Lamas había llevado a Pedro II saludos
de Urquiza y “S.M. el emperador se dignó responder con palabras sumamente
lisonjeras para el noble general Urquiza” (del comunicado de Lamas), la prensa
brasileña puso el grito en el cielo. Correio
Mercantil en su nº del 10 de noviembre (de 1851) interpretando el
sentimiento público dijo:
“Un rebelde no pudo ni debió merecer
expresiones sumamente lisonjeras (subr. orig.) de S. M. el emperador el
Sr. Don Pedro II, tan ilustrado y tan experimentado como es y todos lo
reconocen. El sabe que se ama la
traición, pero se aborrece a los traidores.
El Sr. Don Pedro II no manchará la púrpura imperial usando expresiones sumamente
lisonjeras hacía un hombre cuyos hechos contemporáneos no son ignorados” (107).
Así ha quedado Urquiza en los anales de Brasil. Un gran historiador contemporáneo,
recientemente desaparecido – Pandiá Calógeras – en su Formaçao histórica do
Brasil expone este concepto: “No tenía Urquiza las condiciones de un hombre
de Estado: no pasaba de ser un condottiere” (108). Contrasta este juicio del ilustre brasileño
hacia un amigo de Brasil con el merecido por Rosas, enemigo constante de su
país: “Ciertamente no era un Jefe blando o de manos leves: poseía un genio
voluntarioso, un carácter incapaz de doblarse, cruel como eran todos sus
semejantes en aquella época de la Argentina.
Pero era también un estadista, un patriota de ideales y de ejecución, cualidades
que no se encuentraa muy frecuentemente reunidas... (109).
EL "PRONUNCIAMIENTO” EN BUENOS AIRES
El 18 de mayo llegaron a Buenos Aires los periódicos
entrerrianos con la noticia del “pronunciamiento”. El 21 lo reprodujeron todos los diarios
porteños: “La Gaceta Mercantil”, “El Agente Comercial”, “Diario de Avisos”,
“Diario de la Tarde”. Luego el
semanario “British Packet”; en su nº 25 del 23 de julio, el “Archivo Americano”
de Pedro de Ángelis, periódico de salida irregular, informa plenamente de la
“traición del loco, traidor, salvaje unítario Urquiza” transcribiendo todos los
artículos de los periódicos entrerrianos y las cartas de Urquiza y Seguí a
Moreno y Hernández. Empieza en ese
número a publicar La vida de un traidor: Justo José de Urquiza, de Federico
de la Barra, también dado en folletín por la “Gaceta Mercantil”.
La reacción popular fue tremendamente agresiva contra el
pasado Jefe del ejército de Operaciones.
En los festejos del 25 de Mayo se gritó contra el loco traidor, y un
cartel llevado por las gentes de los barrios decía: ¡Muera el loco, traidor,
salvaje unitario Urquiza! Quedó colocado en la pirámide. Se llenan después del 25 de Mayo los
periódicos de “remitidos” de Federico Pinedo, Tomás Iriarte, Rufino de
Elizalde, Lorenzo Torres, Eduardo Lahitte, Adeodato de Gondra, etc., denostando
la actitud del general pasado. Los
versos, serios o jocosos, de Navarro Viola y Bernardo Echevarría zahieren con
dureza al “pérfido vendido al vil oro brasilero”. Se oye cantar por las calles el peán dolorido:
“¡Al arma, argentinos!
cartucho al cañón;
que el Brasil regenta
la negra traición.
Por la callejuela,
por el callejón,
que a Urquiza compraron
por un patacón.
”¡ El sable a la mano
al brazo el fusil !
Sangre quiere Urquiza
balas el Brasil.
Por la callejuela,
por el callejón,
que a Urquiza compraron
por un patacón” (110).
Con una parte del Ejército de Operaciones – 5 mil hombres
– Urquiza cruza el Uruguay el 19 de julio.
Los demás – alrededor de 10 mil – quedaron en la provincia para cuidar la retaguardia. El 4 de septiembre, los 16 mil soldados (13
mil brasileños y 3 mil alemanes) de Caxias atraviesan a su vez la frontera. Incapaz de resistir el doble embate, Oribe
capitula el 8 de octubre.
Ya para entonces, Rosas, en su carácter de Encargado de
los Negocios de Paz y Guerra de la Confederación Argentina, había declarado
formalmente el estado de guerra con el Brasil, mediante dos notas remitidas a
la Legación británica el 18 de agosto (de 1851) para que ésta las hiciera
llegar al Imperio invasor: “La exquisita y original declaración de guerra que
nos hace Rosas – ironiza ahora Paulino en carta a Pontes – nos permite tomar
ante él una actitud más decidida y franca” (111). Y en virtud del
tratado del 29 de mayo, los tres aliados – más Corrientes que había delegado
sus atribuciones en Urquiza – firman en Montevideo el 21 de noviembre un nuevo
convenio para “llevar la guerra al gobierno de la Confederación Argentina”
(art. 1º).
Urquiza, comprometido a ayudar a Brasil contra todo quien
se opusiera a la alianza (como decía el tratado del 29 de mayo) debe hacer
firmar por su hijo Diógenes – ahora su representante, pues Cuyás se dedicaba a
hacer negocios de proveeduria al ejército y escuadra imperiales por cuenta del
general argentino – el monstruoso compromiso (si queda lugar para el adjetivo)
de llevar la guerra contra su propia patria en alianza con el Imperio
enemigo. Pide el precio de 400 mil patacones
(algo más de 2 millones de francos oro) – por entregas de 100 mil mensuales –
además de correr por cuenta del Imperio la provisión de las armas de los
ejércitos que llevarán la ofensiva hasta Buenos Aires. Urquiza exige esos patacones como condición sine
qua non, y Caxias aconseja que se los den:
“Urquiza es muy despechado y orgulloso –
escribe el 20 de octubre Caxias al ministro de guerra, Souza é Mello – cualquier negativa de nuestra parte irritaríalo
mucho, siendo él, como sabe V. Excia.
Alguien a quien poco le falta para mudar de opinión de la noche a la
mañana. Hallándose hoy con un ejército
poderoso, por los refuerzos de las tropas argentinas que mandaba Oribe, no le
sería tal vez muy difícil arreglarse con Rosas mediante alguna concesión que
éste le hiciera, y ponerse en contra nuestra” (112).
La suma era muy grande para aquellos tiempos. Hubo reunión de gabinete en Río de Janeiro y
se resolvió acceder; el 11 de noviembre informa Paulino a Honorio Hermeto
Carneiro Leão, destacado por el Imperio para dirigir la guerra desde Montevideo
:
'“En cuanto al auxilio pecuniario que
Urquiza pretende, importa un mayor sacrificio que acrece aquellos que hemos
hecho con el Estado Oriental. Ya son
muy abultados.
”Habría que dárselo, si no hay otro
remedio, y obtenidas de Urquiza todas las seguridades” (113).
Honorio Hermeto prepara el plan de guerra. No conviene “por las susceptibilidades del
nacionalismo castellano” (114),
que pase al oeste del Paraná un cuerpo brasileño. Urquiza con su Ejército de Operaciones,
acrecido con los restos del Ejército de Vanguardia incorporados por la fuerza
después de la capitulación de Oribe, debería caer por el norte sobre Buenos
Aires con un total de 20 mil veteranos.
Mientras Caxias y los 16 brasileños, serían transportados por la
escuadra brasileña y desembarcarían al sur de Buenos Aires. Entre ambos ejércitos, Rosas sería hecho
trizas. Es cierto que con esfuerzos
multiplicados el Restaurador había conseguido reunir 24 mil hombres: pero eran
bisoños, y fuera de la artillería y la División Escolta no valían de mucho en
el campo de batalla. No obstante había
que hacer lo imposible por resistir.
Urquiza no quiere atravesar el Paraná sin el auxilio de
un cuerpo brasileño (115). Honorio se lo regatea: finalmente concede (y
así se estipula en el tratado del 21 de noviembre) que la lª División Imperial,
con algo más de 4 mil infantes y artilleros, y a más algunos cuerpos de
caballería, irían con Urquiza. Mientras
el resto del ejército brasileño – cerca de 12 mil – ejecutaría su movimiento
por el sur de la capital Argentina.
Rosas se adelanta a combatir en Caseros – 3 de
febrero de 1852 – antes de que desembarquen los brasileños de Caxias. Sufre, como era previsto, una completa
derrota. Da el parte de la misma a la
Junta de Representantes:
“Creo haber llenado mi deber – dice su último documento –
como mis conciudadanos y compañeros. Si
más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra
integridad y de nuestro honor, es que más no hemos podido (116).
Brasil consigue todas las ventajas del triunfo. Por los cinco tratados de Montevideo del 12
de octubre (de 1851) el generoso Andrés Lamas le había dado los derechos
uruguayos a las Misiones Orientales, la libre navegación de todos los ríos
uruguayos, y sobre todo el completo dominio económico, comercial, financiero,
político y militar sobre la República Oriental. La Cisplatina otra vez. Tan monstruosos eran esos tratados, que el
gobierno oriental elegido constitucionalmente en marzo de 1852, no quiso
ratificarlos y se preparó a resistir hasta con las armas. Urquiza pareció apoyarlo, y Honorio –
encargado brasileño de cobrar en el Plata el premio de la guerra – se cree ante
outro Rosas. Pero não era
Rosas – como escribe Honorio a Río de Janeiro – y previo pedido de cien mil
patacones (medio millón de francos oro) que el brasileño se apresura a librarle
“por la conveniencia de darle en las circunstancias actuales otra prueba de
generosidad” (117) Urquiza hace
lo que Brasil le ordena. Se declara en
los protocolos de Palermo, el 6 de abril “para alejar todo motivo de duda y
ansiedad, dando garantías efectivas a los poderes extranjeros... que sus compromisos (de Urquiza) revisten un
carácter obligatorio para la Confederación”.
Y acto seguido ordena al nuevo presidente oriental Juan Francisco Giró
(Garzón había muerto en diciembre de 1851) “deponer su actitud hostil contra
nuestro amigo y aliado el Imperio de Brasil”, pues en caso contrario las armas
argentinas se emplearían conjuntamente con las brasileñas' contra ellos (118).
Y en nombre de la Argentina reconoce el 15 de mayo por
pluma de su diplomático Luis José de la Peña los “derechos adquiridos” por
Brasil a las Misiones Orientales Argentinas.
Pero, sobre todo, el gran triunfo para el Imperio fue la
caída de Rosas. La Argentina ya no
volvió a hacerle sombra en el continente.
Una factoría tranquila y adiposa (con una clase dirigente de gran
bienestar y una popular famélica y sin conciencia de nacionalidad: como ocurre
en toda colonia) sustituyó a la férrea Confederación Argentina de Juan Manuel
de Rosas.
Un escritor que tuvo acceso a las confidencias de Honorio
en Buenos Aires y Montevideo, y vivió luego dos meses en Brasil, se asombró
mucho al tratar a los brasileños porque ignoraba muchas cosas del
“pronunciamiento”. Era un enconado
antirrosista y había tomado parte en la campaña del ejército Grande. Para él la “libertad” estaba antes que la
“patria”, pero sinceramente Creía que Brasil era auxiliar de Urquiza
(interesado desde luego, pero auxiliar al fin y al cabo), y llegaba a saber
ahora que fue y era Urquiza el auxiliar, instrumentado y pagado del Imperio.
Vuelto a Chile, donde tenía su casa, tomó la pluma y en
un rapto de patriotismo y sinceridad, desde su quinta de Yungay escribiría
indignado a Urquiza el 13 de octubre de 1852, las palabras que he puesto de
epígrafe a este trabajo.
Y a continuación :
”Tanta aberración he visto en estos años, como si dijeran
que el emperador ha sentado plaza en el ejército de S. E. para corresponderle
el servicio que le hizo S. E. conservándole la corona que lleva en la cabeza,
como tuvo S. E. la petulancia de decirlo en barbas del Sr. Carneiro Leão,
Enviado Extraordinario del emperador.
”Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado
referir la irritante escena y los comentarios:
¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para
derrocar a Rosas! Todavía, después
de entrar en Buenos Aires, quería que le diese cien mil duros mensuales.”
Se llamaba Domingo Faustino Sarmiento (119).
NOTAS
(1) “En Río de Janeiro se sorprendió una revolución de
negros, cuyos actores y promotores se vio que eran agentes de aquel malvado
(Rosas). Al mismo tiempo en Minas y Río Grande se urdían dos más, una con aquel
carácter y otra con aspecto político, apareciendo en todas ellas la mano de
Rosas” (M. Herrera y Obes a J. Ellauri, 13-9-48, MHO-DM[ER1] I - 192).
(2) Discurso de Thiers en la Asamblea Francesa el 5-1-50 en Gaceta
Mercantil 18-3-50 (extract. en JMR-CDR[ER2] 242.
(6) Discurso en la Asamblea Francesa 30-12-49 Gaceta Mercantil
9/10-3-50 (Extrac. JMR-CDR[ER8] 240).
(9) Paulino a Schwarzenberg, sin indicación de fecha pero,
presumiblemente, de abril o mayo de 1851: SS-VVU [ER11]343. Original en francés, traduc. mía.
(11 bis) Beatriz Boseh (Los tratados de Alcaraz. Bs. As.
1955 pp. 26/27) ha revelado los ardides de que se valía el gobernador interino
de Entre Ríos. Antonio Crespo, con el objeto de realizar los tráficos irregulares.
(18) Cuyás a Urquiza de 9-4-50, AU[ER24], año 1850, leg. marzo-abril. El original no coincide con
la versión de Cuyás en sus Apuntes.
(20) En El federal Entre-Riano, de Paraná de 6-6-50 el
texto íntegro. No coincide con la versión de Cuyás en sus Apuntes. Un extracto
en JMR-CDR[ER27] 342.
(25) Pontes a Paulino, sin indicación de fecha pero
presumiblemente de mediados de junio de 1850, SS-VVU [ER33] 305 : JMR-CDR[ER34] 345 en idioma
original, trad. presente mía.
(27) Alsina a Lamas (post-data de 22-11 a su carta de
18-11-50) AL[ER35] c. 89 19, JMR-CDR[ER36] 347.
(37) De la carta mencionada luego de Pontes a Paulino 4e
30-1-51, también ACS-A
[ER53] 155 (traduc. mía).
(41) La carta obra en AHI[ER59]; en JMR-CDR[ER60] 359/362 se
reproduce por entero en su idioma original. La traducción del texto es mía.
(42) Carlos de Terrada (alias : Lord Ponsomby o Callejas),
joven porteño de curiosos antecedentes, no prosperó mucho con Urquiza. Este se
negó a darle participación en negocios de tráfico de carne, como puede verse en
AU[ER61], 12-5-51 y 26-5-51 (año 1851, leg. may/jun.). Urquiza
entendió que Torrada “quería explotar la situación política” lo cual estaba reservado solamente al
gobernador.
Terrada
se incorporó como Mayor al Ejército Grande, pero no concluyó la campaña. Su
actitud durante la sublevación del Espinillo, que costara la vida al
coronel Aquíno, fue deplorable. Y sus costumbres íntimas traslucieron de tal
modo durante la marcha militar, que Urquiza se vio obligado a tenerlo preso, y
luego remitirlo a la cárcel de Entre Ríos por corrompido (Documentos
relativos a la Organización constitucional de la República Agentina. Fac.
de Fil. y Letras. Bs. As., tomo II, p. 300 y 304, año 1911).
(44) En los diarios mencionados y fecha indicadas, fueron
reproducidos por Gaceta Mercentranil de Bs. Aires el 21-5-51, Archivo
Americano de Bs. As., Nº 25 de 23-7-51, etc.
(45) Pontes a Paulino de 22-2-51, (repr. por SS-VVU [ER64] 310, SS-GU [ER65] 69 (en extenso), JMR-CDR[ER66] 366/68). Trad.
mía.
(46) El art. 18 de la Convención Preliminar de paz con Brasil
de 1828, .decía que los beligerantes no podrían reanudar sus hostilidades hasta
pasados seis meses de advertírselo recíprocamente y advertir a la potencia
mediadora, que era Inglaterra.
(47) Las actividades de Valentín Alsina en contra de Rosas
eran múltiples y eficaces. No solamente dirigía El Comercio del Plata desde
el asesinato de Varela en marzo de 1848 (tomó la dirección en abril) órgano
principal del antirrosismo, subvencionado hasta 1847 por Inglaterra (casa
Lafone), de entonces a mediados de 1850 por Francía (cónsul Devoize), y desde
1850 por Brasil (Evangelista de Souza). Tenía montada, además, una eficaz
oficina de espionaje cuyo principal informante en Buenos Aires era el
misterioso Corresponsal con acceso a los documentos más secretos de
Rosas
(48) En 1848 empezaron las expediciones de fronterizos
brasileños contra las estancias orientales de más acá del Cuareim, que se
conocen con el nombre de californias (debido a los grandes beneficios
que daba este pillaje) manera tan rápida de enriquecerse como el rush del oro
hacía California de ese año. JMR-CDR[ER67] 217/232.
(55) “Pero con Urquiza o sin él, luchen o no los ingleses,
retirarándose o no la Francia, el Brasil no retrocederá, no puede retroceder.”
(Lamas a Herrera oficio
reservado
de 17-3-51, Nº 210, en Papeles de
Herrera y
(56) La carta de Yungay ha sido reproducida como prólogo a Las
Ciento y una en ediciones conteanporáneas.
(59) Este terminante documento obra en AHI[ER78]; . La Revista
da Instituto Historico e Geographico Brasileiro lo ha reproducido en
fascímil en su Nº 206, de 1950, como apéndice a un estudio de José Antonio
Soares de Souza O General Urquiza e o Brasil. Anteriormente Soares de
Souza había dado fragmentos tomados del archivo particular de su ascendiente,
Paulino Soares de Souza, en su libro A vida do Visconde de Urugnai. En La caída de Rosas lo reproduzco por
extenso. en su idioma original (pp. 384/388). La traducción presente
es
mía.
(61) Herrera a Lamas 12-3-51 (papeles de Herrera en AGNM[ER80], Don. Oliveres caj. 10, carp. 37), JMR-CDR[ER81] 397/98.
(62) El articulo 1º del Pacto Federal del 4 de enero de 1831
garantizaba a las provincias argentinas signatarias de la unión federal su
“libertad, independencia, representación y derechos”. Se entiende que independencia
ha sido tomado como “autonomía interna”, según el lenguaje de la época. No
obstante Florencio Varela en sus estudios sobre el Pacto, decía la enormidad de
que cada provincia mantenía su “independencia nacional” no obstante la
existencia de la Confederación Argentina. Veremos que, poco después, en esa
interpretación de la palabra independencia (tomada por Paulino y Pontes
de los estudios de Varela) se sentó jurídicamente el “pronunciamiento” de
Urquiza y sus facultades para firmar una alianza de poder a poder con el
Imperio.
(63) El Memorial de Herrera de 19-3-51 ha sido
reproducido varias veces. En extenso por Isidoro de María Anales de la
Defensa de Montevideo (Montevideo 1887) IV 197, en JMR-CDR[ER82] doy un extracto (p. 398/9).
(64) Esquelas de Muñoz a Herrera de 19-3-51 y 21-3-51 entre
los papeles de Herrera en el AGNM[ER83], (don. Olivares
caj. 15, carp. 56, doc. 15 y 16).
(65) M. Leiva a Urquiza 9-4-61, AU[ER84], año 1851 leg. mar/abr.
También Urquiza llamó en consulta a Virasoro, que se excusó por carta de 1-4-51
(mismo archivo).
en La Regeneración) se incurrió en la
errata de imprenta de sustituir el 3 por
un 5, algunos inadvertidos hablan de “la circular del 5 de abril”.
(70) Urquiza a Pontes 10-4-51, SS-VVU [ER89] 340 (difiere del texto publicado en ACS-A [ER90]), JMR-CDR[ER91] 409.
(71) Pontes a Paulino 11-4-51, SS-VVU [ER92] 325. “Las cosas van madurando con rapidez.” (Traduc.
mía.)
(72) Paulino a Pontes 22-4-51, SS-VVU [ER93] 334, SS-GU [ER94] 79 (en extenso), JMR-CDR[ER95] 406. (Traduc. mía.)
(73) Cuyás a Urquiza 17-4-51, AU[ER96], año 1851, leg.
mar/abr. Fotocopia autenticada en mi archivo.)
(78) Pontes a Paulino 28-4-51, original en AVU, repr. en
fotocopia por SS-GU [ER102], grab. Nº 6, parte esencial en JMR-CDR[ER103] 420. (Traduc. mía.)
(79) Tal vez por este estilo de Cuyás la carta se encuentre
entre los papeles de Urquiza del Archivo Nacional argentino. Pues la falta de
muchas cartas que debieran hallarse en dicho archivo, hace presumir que alguna
mano interesada lo estuvo expurgando de documentos comprometedores para
Urquiza. Esta carta pasó por una misiva comercial. Redactada en esa forma tal
vez para engañar a Rosas acabó engañando
a los herederos de Urquiza.
(81) Instrucciones de Paulino a Pontes 22-4-51, SS-GU [ER106] 30; confidencial
y reservadísima de 16-4-51 llevada también por Grenfell, ibídem (traducciones
mías).
(82) Herrera a Lamas 16-6-51, MHO-DM[ER107] III 170; JMR-CDR[ER108] 450. Feitor es el capataz de esclavos
en Brasil.
(83) De esta “independencia nacional” de las provincias que a
toda costa querían introducir los brasileños en el Pacto Federal Argentino, me
he ocupado en la nota 62.
(84) Los
artículos 2º y 3º del tratado original del 29 de mayo de 1851, fueron
desconocidos en la historia Argentina.
Pero había un ejemplar del pacto primigenio en el Archivo de Corrientes,
tal vez porque la conversión forzada de Virasoro y su ministro Teodoro Gauna
les hizo dejar adrede la huella de la imposición imperial. En 1939, en uno de
los tantos homenajes a los héroes del antirrosismo, el gobierno de
Corrientes publicó ese texto sin darse cuenta de la sustancial diferencia con
los comunes. El historiador Emilio Ravignani al preparar su serie Asambleas
Constituyentes Argentinas notó que el texto correntino contenía 26
artículos mientras los otros tan sólo 24. Sin analizar qué artículos estaban de
más, los publicó a ambos (tomo VI, 2º parte, pág. 444) “dejando a los estudiosos
que hagan el estudio crítico” del enigma histórico. Allí en el texto
correntino, se encuentran los arts. 2º y 3º.
En
1951, en ocasión de centenario del Pronunciamiento, se lo dejé resuelto en la
edición del Bo!etín del Instituto J. M. Rosas de Investigaciones Históricas correspondiente
a mayo de ese año. He ampliado – por la bibliografía brasileña y los documentos
de esta procedencia – el estudio en La caída de Rosas. Ahora puede
saberse no solamente la supresión habida sino las causas de la misma. Que no
fueron los escrúpulos de Urquiza, sino los de Pedro II.
(85) Galán a Urquiza 20-5-51, AU[ER109], año 185l may/jun. Tan
inadvertido había pasado el “público pronunciamiento” del 11 ó 13 de mayo, que
ni Galán creyó prudente suprimir la incitación a “pronunciarse” del art. 2º, ni
Urquiza corrigió esta parte al devolverlo a Montevideo el 22 de mayo.
(86) Alsina a Lamas post-data de mayo 28 a carta de 27-5-51
(en AL[ER110] de
Montevideo) : “Llegó esta mañana el Affonso con el otro comisionado de
Urquiza (don Antonio Cuyás y Sampére, catalán, vecino de Entre Ríos y antiguo preso
y perseguido de Urquiza, y su apoderado aquí hace tiempo). Tuvo
contratiempos pues el bote salió de Gualeguaychú el 22 y tardó siete días.
Urquiza aprueba todo con pequeñas modificaciones de redacción que no harán
dificultad aquí, hoy o mañana firmarán los tres aquí la convención, e iré la
ratificación a Urquiza y al gobierno imperial. “Cuyás viene nombrado (¡Ave
María Sagrada!) Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario (subr.).
Felizmente tuve la fortuna de hacerle ver el absurdo y hasta el ridículo de tal
título : le propuse y convino el de Encargado de Negocios que es para el
objeto lo mismo, escribiendo a Urquiza sobre los motivos.” Repr. JMR-CDR[ER111] 425.
(89) En la sesión del Senado brasileño del 15-7-51. Las
palabras de Honorio fueron repetidas en Correio Mercantil – como cargo
contra éste por la inmerecida ofensa a Don Manuel – y reproducidas por Gaceta
Mercantil de Buenos Aires.
(96) La Regeneración de
18-5-51 (repr. por Gaceta Mercantil de 20-5-51 y Archivo Americano Nº
25, 21 serie).
(98) Todas las crónicas del “Pronunciamiento” fueron
reproducidas por Rosas (entre otras: Gaceta Mercantil 10-5-51, Archivo
Americano, 2º serie, Nº 25).
(100) Diario del Telégrafo de Montevideo, redactado por Ramón
Lista (en AGN[ER123], X 3-8-5). Repr. por JMR-CDR[ER124] 433/4.
(101) Urquiza a Herrera de 4-5-51, según la contestación de
éste a aquél de 13-5-51, AU[ER125], año 1851, leg. may/jun.
(104) General José María Francia a Antonino Reyes: repr. por
Adolfo Saldías Historia de la Confederación Argentina (edición Editorial
Americana), tomo X, pág. 85. Evaristo Carriego se arrepentiría después del pronunciamiento:
“Caseros, digo yo, es la patria perdida y sacrificada sin esperanza” (Sila
después de Mario, cit. por N. C. Gras Rosas y Urquiza p. 354)
(105) Algunos constitucionalistas argentinos para justificar
jurídicamente el “pronunciamiento” de Urquiza, han hablado de un imposible de derecho
de secesión que conservarían las provincias confederadas. Lo hacen en base
a
escritores
norteamericanos de los tiempos de la Guerra de Secesión, ansiosos de justificar
a los estados del Sur. En el caso argentino, el Pacto Federal dice muy
claramente en su art. lº. “Habrá paz firme amistad y unión estrecha y permanente...
” entre las provincias signatarias. La unión permanente e irrevocable
nació, pues, para Entre Ríos, desde el momento en que su delegado Crespo firmó
el pacto en la ciudad de Santa Fe el 4 de enero de 1831, y la Junta de
Representantes de la provincia lo ratificase al mes siguiente. Desde entonces
Entre Ríos es irrenunciablemente argentina.
(112) Caxias a Souza Mello 20-10-51, repr. en extenso por el Boletín
del Instituto J. M. Rosas de Investigaciones Históricas Nº 5 de
15-3-51, JMR-CDR[ER130] 509.
(113) Paulino a Honorio 11-11-51 (en Arquivo Itamarati, Río de Janeiro “Missao Carneiro Leão” FL, sec.
06, vol. 1). Repr. por JMR-CDR[ER131] 510.
(114) Referencias en el mencionado legajo de la nota 113 del Arquivo
Historico de Itamarati (esta frase corresponde a la reservada de
26-11-51). Repr. por JMR-CDR[ER132] 513.
(115) “O Governador Urquiza pedía auxilios pecuniarios, forças
de terra e una ativa cooperação la esquadra imperial. A costa de muitos
esforços eu podesse vencer que o Governador Urquiza divertisser destas
exigencias, e aceitasse a cooperação do Brasil como anima definí, esto e de um
modo indirecto e a socapa” (El gobernador Urquiza pedía auxilios pecuniarios,
fuerzas de tierra y una activa cooperación de la escuadra imperial. A costa de
muchos esfuerzos yo pude lograr que el gobernador Urquiza dejase estas
exigencias, y aceptase la cooperación de Brasil como más arriba la establecí :
esto es, de una manera
indirecta
y bajo cuerda”). Honorio a Paulino Arquivo Historico de Itamarati legajo
indicado en nota 113. Carta reservada de 26-11-51.
El
propósito de Honorio de mezquinar la presencia de los brasileños de este lado
del Paraná era para no despertar las “susceptibilidades do nacionalismo
castelhano” (lo dice más arriba en la misma carta). La acción de los
brasileños se haría en el frente occidental (cediéndose a los insistentes
pedidos de Urquiza) por la sola 1ª División al mando del Brigadier Márquez de
Souza. Solamente en último momento desembarcaría en el sur de Buenos Aires el
grueso de las tropas comandadas por Caxias.
Fue
el plan de guerra dictado por Honorio, y que Urquiza debió aceptar a
regañadientes : él hubiera querido contar con todos los efectivos imperiales.
Se encuentra expuesto en varias cartas del mencionado legajo “Missão Carneiro
Leão” del Archivo de Itamarati.
No
fue necesario el desembarco de Caxias al sur de la ciudad, por precipitar Rosas
el 3 de febrero la batalla de Caseros. Pero ya la tropa estaba embarcándose; el
3 a la tarde se le hicieron señales de detenerse (ref. de Honorio a Paulino en
carta de 4-2-52 explicando la batalla; en el legajo mencionado en nota 113).
Fue,
pues, Brasil y no Urquiza quien obstó a una mayor presencia de brasileños en
territorio argentino. En esto, como en la conminación de pronunciarse del
tratado del 29 de mayo y más tarde en la devolución de las banderas de
Ituzaingó, serían los brasileños quienes velaron, sin querer, para no
perjudicar más a Urquiza ante la historia de su país.
(116) El documento, trabajosamente escrito a lápiz (fue
confeccionado en el Hueco de los Sauces, sobre un recado) obra en AGN[ER133], (donación Farini, papeles de Rosas, 2º leg.).
(117) Honorio a Paulino nota oficial reservada Nº 53 de
4-4-52 (en legajo “Missao Carneiro Leão” mencionado en nota 113), Repr. por JMR-CDR[ER134] 567/8.
Al
pedido de dinero, hecho por Diógenes a nombre de su padre la mañana del 24 de
febrero en Buenos Aires, había precedido un fuerte incidente que relato
(valiéndome de los informes reservados de Honorio en el legajo mencionado de su
misión) en La caída de Rosas pp. 563/66. Fue un incidente desagradable
como dice Honorio pues tanta él como Urquiza alzaron la voz en medio de
mucha gente reunida en el salón de Palermo. Urquiza enronquecía gritando “que
ya había hecho mucho por Brasil , que no se le exigiese una conminación a la
República Oriental... que gracias a su “pronunciamiento el emperador conservaba
la corona en su cabeza”.
Después
salió pidiendo plata y haciendo lo que Brasil le ordenaba. (Honorio no se lo
perdonó nunca. Y a su regreso a Río de Janeiro en el Paraense contó a
Sarmiento, como le dice éste en la carta de Yungay, muchas indiscreciones sobre
la conversión de Urquiza.
(118) Ref. JMR-CDR[ER135] 586/87.
Los orientales cedieron a la fuerza pero salvaron la honra.) No aceptaron los
tratados, simplemente dijeron que “el Imperio puede ejecutarlos por ser hechos
consumados”. Años después, durante la invasión brasileña de 1864, el presidente
Atanasio Aguirre ordenó su quema “en la plaza pública por mano del verdugo”.
Este hecho (ahora era Mitre y no Urquiza el auxiliar de Brasil) motivó la
defensa de Paraguay al Uruguay, y luego la guerra de la Triple Alianza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario