JOSÉ DE SAN MARTÍN Y JUAN MANUEL DE ROSAS-
Sus visiones sobre el Socialismo y Comunismo
Gonzalo V. Montoro Gil
Los dos principales próceres
nacionales tenían un concepto y visión casi idéntica respecto a las
consecuencias que producirían en la civilización gobiernos socialistas y
comunistas. Y así lo hacían saber en sus cartas a distintos interlocutores.
Por el mes de Febrero
de 1848 París está sumamente convulsionado. Hay una insurrección contra el Rey
Luis Felipe de Orleans -que debe huir- de burgueses y proletarios pero esta
unión que da origen a la Republica se quiebra cuando hay una nueva insurrección
en Junio de 1848 ahora de carácter proletario, que constituye la primera
revolución socialista del mundo. Veinte mil obreros mal armados combaten contra
un ejército de 300.000 soldados, bien equipados con fusiles y artillería. Luego
de varios días de luchas callejeras el movimiento popular –esta vez proletario
exclusivamente- es derrotado.
En ese contexto social de anarquía escribe San
Martín- ya con 71 años de edad- el 11 de Septiembre de 1848 al presidente del
Perú, Mariscal Ramón Castilla
En varios párrafos se refiere a la
situación social de Francia y de la subversión comunista incipiente:
“Excelentísimo señor presidente, general don Ramón
Castilla
Lima Boulogne-sur-Mer, septiembre 11 de 1848.
“Los
cuatro años de orden y prosperidad, que bajo el mando de usted han hecho
conocer a los peruanos las ventajas, que por tanto tiempo les eran
desconocidas, no serán arrancados fácilmente por una minoría ambiciosa y
turbulenta. Por otra parte, yo estoy
convencido, que las máximas subversivas, que a imitación de la Francia quieren
introducir en ese país, encontrarán en todo honrado peruano, así como en el
jefe que los preside, un escollo insuperable: de todos modos, es necesario que todos
los buenos peruanos interesados en sostener un gobierno justo, no olviden la
máxima que más ruido hacen diez hombres que gritan que cien mil que están
callados. Por regla general los
revolucionarios de profesión son hombres de acción y bullangueros; por el
contrario los hombres de orden no se ponen en evidencia sino con reserva: la
revolución de Febrero, en Francia, ha demostrado esta verdad muy claramente,
pues una minoría imperceptible y despreciada por sus máximas subversivas de
todo orden, ha impuesto por su audacia a treinta y cuatro millones de
habitantes la situación crítica en que se halla este país….".
“…..El
transcurso del tiempo que parecía deber mejorar la situación de la Francia
después de la revolución de febrero, no ha producido ningún cambio y continúa
la misma o peor tanto por los sucesos del 15 de mayo y los de junio, como por
la ninguna confianza que inspiran en general los hombres que en la actualidad
se hallan al frente de la administración. Las
máximas de odio infiltradas por los demagogos a la clase trabajadora contra los
que poseen, los diferentes y poderosos partidos en que está dividida la
Nación, la incertidumbre de una guerra general muy probable en Europa, la
paralización de la industria, el aumento de gastos para un ejército de
quinientos cincuenta mil hombres, la disminución notable de las entradas y la
desconfianza en las transacciones comerciales, han hecho desaparecer la
seguridad base del crédito público: este triste cuadro no es el más alarmante
para los hombres políticos del país; la gran dificultad es el alimentar en
medio de la paralización industriosa, un millón y medio o dos millones de
trabajadores que se encontrarán sin ocupación el próximo invierno y privados de
todo recurso de existencia: este porvenir inspira una gran desconfianza, especialmente en París donde todos los
habitantes que tienen algo que perder desean ardientemente que el actual estado
de sitio continúe, prefiriendo el gobierno del sable militar a caer en poder de
los partidos socialistas. Me resumo, el estado de desquicio y trastorno en
que se halla la Francia, igualmente que una gran parte de la Europa, no permite fijar las ideas sobre las
consecuencias y desenlace de esta inmensa revolución, pero lo que presenta más
probabilidades en el día es una guerra civil la que será difícil de evitar; a
menos que, para distraer a los partidos, no se recurra a una guerra europea
acompañada de la propaganda revolucionaria, medio funesto pero que los hombres
de partidos no consultan las consecuencias……”
“….Casi ciego por las cataratas y con la salud arruinada,
esperaba terminar mis días en este país, pero los sucesos ocurridos desde
febrero han planteado el problema de dónde iré a dejar mis huesos, aunque por
mí, personalmente, no trepidaría en permanecer en este país. Pero no puedo exponer a mi familia a las
vicisitudes y consecuencias de la revolución”
*
Dice también San
Martín, en carta al gobernador Br. Gral. J. Manuel de Rosas el 2 de Noviembre
de 1848:
"Para evitar que mi familia volviese a
presenciar las trágicas escenas que, desde la revolución de febrero, se han
sucedido en París, resolví transportarla a este punto y esperar aquí, no al
término de una revolución cuya consecuencia y duración no hay previsión humana
capaz de calcular...En cuanto a la situación de este viejo continente, es
menester no hacerse la menor ilusión. La verdadera contienda que divide a su
población es puramente social. La del que nada tiene, tratando de despojar al
que posee algo: calcule usted lo que va a desencadenar tal principio,
infiltrado en la gran masa del bajo pueblo por las predicaciones diarias de los
comités y la lectura de miles de
panfletos. Si a estas ideas se agrega la miseria espantosa de millones de
proletarios, agravada en el día por la paralización de la industria, el retiro
de los capitales en vista de un porvenir incierto, la probabilidad de una
guerra civil por choques de las ideas y partidos y, en conclusión, la de una
bancarrota nacional, visto el déficit de cerca de 400 millones y otros tantos
en el entrante: éste es el verdadero estado de la Francia y casi del resto de
la Europa, con la excepción de Inglaterra, Rusia y Suecia, que hasta el día
siguen manteniendo su orden interior..."
*
En otra carta al Mariscal Ramón
Castilla –el 15 de Abril de1849- San Martín le dice”
"El
inminente peligro que amenazaba a la Francia (en lo más vital de sus intereses)
por los desorganizadores partidos de
terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al sólo objeto de
despreciar, no sólo el orden y civilización, sino también la propiedad,
religión y familia, han contribuido muy eficazmente a causar una reacción
formidable en favor del orden; así que se espera con confianza las próximas
elecciones de asamblea legislativa, que no sólo afirmarán la seguridad de la
Francia, sino que influirán con su ejemplo en el resto de la Europa, la que
continúa con agitaciones y complicaciones, que sólo el tiempo podrá
salvar".
*
El 14 de Noviembre de 1849 en otra
carta al Mariscal Ramón Castilla, San Martín refuerza sus apreciaciones y dice:
“La
situación, en general, de este viejo continente, sigue en el mismo estado de
agitación que anuncié a Ud. en mi anterior…De
todos modos, resta la gran cuestión del socialismo, cuestión vigente y que los
hombres del desorden entretienen a las masas, tanto por los clubs como los
millares de panfletos”.
*
Respecto
a Juan Manuel de Rosas, como se dijo, tenía una visión y conceptos iguales que
José de San Martín.
Ya Rosas
exiliado seguía la evolución de la política europea. Durante los últimos
años en Inglaterra pudo conocer las ideas políticas revolucionarias,
socialistas y comunistas. Estas ideologías lo irritaban porque causaban la
insolencia de la plebe y el avance de ideas extremistas cuyo liberalismo iba a
ser el prolegómeno de la anarquía. Auguraba, por tanto, épocas difíciles para
los países europeos, criticando a Mazzini, Víctor Hugo, entre otros pensadores.
Rosas tuvo tiempo de expresar sus
ideas respecto a la llamada democracia y los partidos políticos, y pudo
declarar cuál era a su entender el mejor sistema de gobierno. Esto no ha sido una opinión aislada, sino
algo que ha sostenido en toda su vida y su pensamiento político, mínimamente
desde 1832 a 1872.
Carta a Facundo Quiroga, el 28 de
Febrero de 1832:
“Es
necesario desengañarse de una vez con esa falsa fusión con ciertos partidos,
sugerida y propagada con astucia por las logias, para adormecer a los
federales, que no conocen todo el fundo de perversidad y obstinación de que
están poseídos nuestros enemigos. Es muy triste y degradante que el crédito de
la República y la reputación de sus hijos más ilustres esté a merced de los
caprichos y perversidad de ambulantes aventureros que, sin dar la cara, tienen
libertad para ultrajar y difamar impunemente” …
*
En carta del 25 de
septiembre de 1871 a doña Josefa Gómez le decía:
“Hablo
de la Internacional comunista que se declaró atea, reunida en Londres, en Julio
de 1869. Quiere la abolición de los cultos, la sustitución de la Fe por la
ciencia y de la justicia divina por la justicia humana. La abolición del
matrimonio. La Internacional, es una sociedad de guerra y de odios, que tiene
por base el ateísmo y el comunismo. En cuanto a sus reglas de conducta son la
negación de todos los principios sobre los que descansa la civilización”.
*
El 11 de Septiembre de
1872, en otra carta a Josefa ‘Pepita’ Gómez, le cuenta Rosas como están las
cosas en Europa.
"En
la circular de Mr. Favre (Ministro de RREE de III
República Francesa) a los Agentes diplomáticos del
Gobierno Francés en la Naciones extranjeras, parece haber copiado una gran
parte de mis cartas relativas al Honorable Lord Vizconde Palmerston, sobre lo
que se debía esperarse de la titulada “Sociedad Internacional de los
Trabajadores”
“Habla
ya en lo alto: reconoce el incendio de París como un hecho de ellas, necesario
y justo. De la conclusión de los Curatos, clérigos y frailes: Hace poco dijo
uno de sus miembros en un discurso en Sussex, Condado de este Imperio
Británico, ante millares de personas que lo escuchaban “no estar lejos el día
en que él, con sus propias manos, pondría fuego a los Palacios de la
Aristocracia de Londres”.
“Los
documentos oficiales acreditan los escándalos de la “Internacional”. La
circular referida de Mr. Favre dice en algunos de sus párrafos:
“-La
Internacional” es una sociedad de guerra, y de odios, que tiene por base el
ateísmo y el comunismo; por objeto la destrucción del capital y el
aniquilamiento de quienes lo poseen, por medio de la fuerza brutal del gran
número, que aplastará todo de cuanto intente resistirle”-.
“Tal es
el programa, que con una cínica osadía han propuesto los jefes de sus adeptos;
lo han enseñado públicamente en sus Congresos, insertado en sus periódicos.
“En su calidad de potencia, tiene sus reuniones y sus órganos. Sus Comités
funcionan en Alemania, en Bélgica, en Inglaterra y en Suiza. Tienen numerosos
adherentes en Rusia, en Austria, en Italia, y en España. En cuanto a sus reglas
de conducta, las han comunicado demasiadas veces, y no es necesario demostrar
largamente que son la negación de todos los principios sobre los que descansa
la civilización.
“-Pedimos
(dicen en su publicación de 25 de Marzo de 1869) la legislación directa del
Pueblo, por el Pueblo; la abolición del derecho de herencia individual, para
los capitales, y los útiles de trabajo; el ingreso del suelo en las propiedades
colectivas-”.
“La
Alianza se declara atea (dijo en el Congreso de Londres que se constituyó en
Julio de 1869), quiere la abolición de los Cultos, la sustitución de la ciencia
a la fé, y la justicia humana, a la justicia Divina; la abolición del
Matrimonio. Pide ante todo la abolición del derecho de herencia a fin de que en
lo futuro, el goce sea igual a la producción de cada cual, y que en conformidad
a la decisión tomada por el último congreso en Bruselas, las tierra, los útiles
de trabajo, así como cualquiera otro capital, entrando a ser propiedad
colectiva de toda la sociedad, solo puedan ser utilizados por los trabajadores;
esto es, por las Asociaciones agrícolas e industriales.
“Si
tales inauditos escándalos se siguen callando, ¿qué hay que esperar? ¿Qué más?
¡Es triste todo! Pero aún es más triste se oigan y callen los principios sin
cuento, que esa Sociedad profesa, y reclama en alto!...”
*
Rosas llegó a leer textos de Karl Marx, pero –y
esto es lo curioso- Marx aparentemente conocía quien era J.M de Rosas:
Existiría un libro escrito por Karl Marx
y prologado por J.Raed Spalla llamado “Palmerston, Rosas y El Río de La Plata”, (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1853/lord_palmerston.pdf) que hasta la fecha, no he
podido encontrar. No se debe confundir con otro anterior sobre Lord Palmerston:
“Historia
de Vida de Lord Palmerston” escrito en 1853, también con el prólogo
de J.Raed Spalla, que puede leerse en el sitio recién mencionado,
Y es más, Rosas parece ser que conoció físicamente
a Marx, por un breve momento.
Reproduzcamos
a Mario Toer (Diario ‘PAGINA 12’- Artículo ‘Exilios’ 20-8-21) sobre
el tema:
“Era un agradable atardecer, con
la primavera londinense en su plenitud. Algunas familias ya se animaban a
concurrir a los parques y retornaban a sus hogares. Entró en esa taberna cerca
del Museo. Estaba bastante llena pero encontró lugar en una larga mesa. Venía a
Londres muy esporádicamente, con ayuda de su yerno o de Lord Palmerston. Ahora,
casi a los ochenta, se le hacía largo el viaje desde Southampton, a pesar de su
buen estado físico que le permitía ocuparse, en persona, de la atención de su
huerta.
Frente suyo se encontraba un
hombre de barba blanca nutrida, que tenía ante sí un ejemplar del Times. Los
sucesos que se destacaban en primera página se referían a los sangrientos
acontecimientos que tenían lugar en esos días en París. Le importaba el tema.
Incluso había llegado a discutir sobre la posibilidad de que algo parecido
pudiese ocurrir en Londres.
Al ver que estaba interesado por
los titulares, el hombre, que se había reclinado hacia atrás, le acercó el
ejemplar y le invitó a compartirlo. No era de intercambiar palabras con
desconocidos, máxime cuando su manejo del inglés seguía siendo precario. Pero
aceptó el convite y acercó el ejemplar. Comprobó lo que ya había escuchado. Las
tropas comandadas por el gobierno arrinconaban sin miramientos a los últimos
comuneros. Se trataba de asuntos que, en otro contexto, no le resultaban
ajenos.
El hombre de barba le preguntó,
en un inglés claro que pudo entender: –“¿duro, no es cierto?”. Se animó a
responder: –“sí, claro, muy duro”. Y allí no más recurrió a su carpeta y
tomó la hoja en la que había estado escribiendo, inspirado, precisamente, en
esos sucesos.
Cuando lo hacía, reparó que sería
difícil que fuera entendido, ya que, sus notas, estaban en español. Las tenía
consigo porque quería conversarlas con su hija. Titubeó, pero se la alcanzó. –
“está en español”, advirtió.
El hombre se inclinó hacia
delante y tomó la hoja. No dominaba el español pero podía entenderlo. Leyó:
–“cuando hasta en las clases vulgares desaparece cada día más el respeto al
orden, a las leyes y el temor a las penas eternas, solamente los poderes
extraordinarios son los únicos capaces de hacer cumplir los mandamientos de
Dios, de las leyes, y respetar al capital y a sus poseedores”.
El hombre de la barba miró a su
interlocutor con renovada curiosidad. De cualquier forma, ya era tiempo de
proseguir con su marcha. Devolvió la hoja, recogió el Times, se incorporó e
hizo un gesto de saludo. Del otro lado de la mesa, obtuvo un agradecimiento y
presentación.
–“Gracias. Juan Manuel de Rosas”.
Su respuesta: –“No hay de qué.
Karl Marx”.
Caminó hacia la puerta recordando
sus lecturas sobre esas lejanas pampas y los ríspidos sucesos ocurridos dos
décadas atrás. “Sí, tenía que ser la misma persona”. Él ya llevaba dos años en
Londres cuando leyó sobre la llegada al exilio de este mentado personaje. Había
algo de su apellido que le atraía. Le resonaban las palabras del delegado
español en el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores:
“Una rosa roja, con un puño, serían un expresivo símbolo de nuestro
movimiento”. Y volvió a pensar en sus notas, con las palabras que debía
pronunciar en ese Consejo en tres días más.
Atrás suyo, Rosas se quedó
observando cómo se aprestaba a cruzar la calle, atestada de carruajes, mientras
se decía
–“No le dije que, sobre esto, yo
tuve que aprender mucho en la Argentina. Hice bien en callarme. Seguramente,
este sastre no ha de saber de estas cosas. Ni siquiera que ese país existe…” .
Aunque en este último punto disiento con el autor
referido: entiendo que Rosas bien sabía quién era el llamado Marx. Tal vez no
lo reconoció físicamente cuando conversó con él pero éste al despedirse y decir
su nombre debe haber sido ahí reconocido por Rosas puesto que la postura
política de Marx ya era familiar en la sociedad londinense y por los
comentarios sobre el socialismo y comunismo que hacía Rosas es dable suponer
que el nombre de Marx no le era desconocido.
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