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jueves, 10 de julio de 2025

ROSAS Y EL ‘ANTIRROSISMO’ DE FEDERALES Y FAMILIARES LUEGO DE CASEROS

 ROSAS Y EL ‘ANTIRROSISMO’  DE FEDERALES Y FAMILIARES LUEGO DE CASEROS

                                                              Gonzalo V. Montoro Gil




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Sumario: I.-Introducción II.-Ex Funcionarios Federales Y Su Postura Luego De Caseros III.-Familiares De Juan Manuel Y Su Postura Luego De Caseros.- IV.-Vida De Rosas En El Exilio- V.- Repatriación De Sus Restos Y Reivindicación Histórica.-VI.- Fotos de Albumes Familiares.-VII-Bibliografía De Consulta

 

 I.-INTRODUCCIÓN

 

Para la realización de este trabajo he consultado diversas fuentes documentales, tanto formales como informales, con el fin de conocer y compartir aspectos poco tratados o inexplorados de la vida cotidiana de Don Juan Manuel de Rosas, así como de sus familiares, amigos y enemigos, especialmente desde la batalla de Caseros en adelante. Además, se analizan las actitudes que sus contemporáneos tuvieron hacia él.

Mi investigación se basa en distintos libros y materiales de diversos autores, y, en calidad de descendiente directo, he recurrido también a relatos transmitidos oralmente dentro de nuestra familia, que han pasado de generación en generación.

Este estudio se complementa con fotografías —algunas de ellas inéditas y hasta ahora desconocidas para el público— pertenecientes a la familia o cedidas generosamente por ellos o por terceros.

En esta síntesis, por un lado, intentaremos revelar aspectos menos conocidos de la biografía de Rosas, como sus detalles domésticos y su relación con la familia y antiguos federales; y por otro, buscamos comprender el “antirrosismo” que algunos de sus descendientes han manifestado.

 

II.-EX FUNCIONARIOS FEDERALES Y SU POSTURA LUEGO DE CASEROS

 

Sabemos que, por preservar “su piel” y por intereses materiales, muchos de quienes se declaraban fervientes “rosistas” y juraron defender la patria traicionaron sus propias palabras apenas días antes, o incluso pocas horas después, de la batalla de Caseros.

En Inglaterra, Juan Manuel de Rosas (J.M.) se mostró ensimismado y dolido por la conducta de aquellos en quienes más confiaba y que finalmente lo traicionaron. Aquellos que silenciaron su nombre, lo ignoraron a él y negaron lo que había hecho por ellos y por la Nación.

Lo que más lo sorprendía y dolía no era tanto la actitud de sus enemigos unitarios, de quienes ya conocía bien sus pensamientos y acciones, sino la traición de los federales que lo habían abandonado, como el General Ángel Pacheco, Felipe Elortondo, Rufino de Elizalde, Pastor Obligado, Saturnino Segurola, Pedro José Agrelo, entre otros.

Muchos de estos antiguos federales, que se habían beneficiado durante el gobierno de Rosas, tras su derrota no sólo le negaron solidaridad, sino que llegaron a crucificarlo con su silencio y denostarlo para conservar sus bienes y sus vidas. En ese grupo destacan el canónigo Miguel García y Saturnino Segurola, quienes no dudaron en “cambiar de bando” apenas triunfó Urquiza.

Fue traicionado especialmente por federales de buena posición social y económica, encabezados por el General Ángel Pacheco.

Es necesario considerar el contexto histórico: ser federal en esos tiempos turbulentos tras la batalla de Caseros exigía un carácter fuerte y una convicción sólida en los ideales, para resistir el embate social del triunfante unitarismo, que imponía un riesgo real de caer en desgracia o incluso ser ejecutado sin juicio.

Pero, como siempre, los Judas han existido.

Entre algunos familiares, principalmente los Anchorena —primos segundos de Rosas que crecieron económicamente en su época—, se destaca que nunca ejercieron cargos políticos durante el gobierno de Rosas. El mismo día que cayó, le dieron la espalda para unirse a Urquiza y conservar así sus posesiones y tal vez sus vidas, una conducta triste y lamentablemente común aún hoy en nuestra tierra.

Sobre ellos, J.M. se expresó con dureza: “¡Esos Anchorena! Y muy especialmente el tal don Nicolás. ¡Qué hombre tan malo, impío, hipócrita, bajo, asqueroso e inmundo!”. Así refleja la profunda decepción que sentía hacia algunos parientes que lo abandonaron luego de Caseros.

Un caso particularmente notable es el de Felipe Elortondo, director de la Biblioteca Pública durante todo el gobierno de Rosas, quien, apenas cayó el Restaurador, rindió homenaje a Urquiza para conservar su cargo.

Quizás sea uno de los traidores más impúdicamente expuestos en nuestra historia, junto a Rufino de Elizalde y Pastor Obligado, como veremos más adelante.

Estos federales “rosistas” que, dada la violencia posterior a Caseros —con numerosos asesinatos y fusilamientos— se volvieron porteñistas, integraron un grupo que unió a unitarios y antiguos federales de Buenos Aires contra los federales del interior. Entre ellos estuvieron personajes que hasta poco antes habían sido fieros rosistas, como los Anchorena, Pastor Obligado, Rufino de Elizalde, Agrelo y Vélez Sarsfield.

Estos últimos cuatro fueron, tras la caída de Rosas, los principales impulsores para declararlo “reo de lesa patria” y confiscarle sus bienes.

Pastor Obligado, ferviente partidario de Rosas, se transformó tras Caseros en un cobarde traidor: en 1853 fue nombrado gobernador de Buenos Aires, se volvió liberal y ordenó procesar y fusilar a decenas de amigos y antiguos federales rosistas, entre ellos al General Jerónimo Costa, fusilado el 2 de febrero de 1856 por mantener la dignidad de defender la soberanía nacional.

Los historiadores coinciden en que las razones por las cuales muchos fervientes sostenedores de Rosas cambiaron de bando sin asomo de vergüenza son “eternas” en la historia: dinero, cobardía, miedo, resentimiento, ansias de poder, bajeza moral, maldad e instinto de conservación, entre otras.

Paradójicamente, quienes rechazaron la confiscación de los bienes de Rosas, reconociendo su honestidad fiscal y patrimonial, fueron Félix Frías, Carlos Tejedor y Salvador María del Carril —todos ellos opositores que, sin embargo, destacaron su honradez. ¡Qué paradoja de nuestra historia!

El resultado de la votación en la Asamblea Legislativa fue 21 votos a favor de la expropiación y 12 en contra.

Otra incongruencia fue Adolfo Alsina, junto a Vicente Quesada (padre del historiador Ernesto Quesada, quien más tarde reivindicó a Rosas), quienes promovieron la confiscación del patrimonio de J.M. Aquí aparece una singularidad: con el tiempo, el nieto de Rosas, J.M. León, se convirtió en socio político de Alsina, principal ideólogo de la incautación ilegítima de los bienes de su abuelo. ¿Quién lo entiende?

Recordemos que Valentín Alsina se casó en 1827 con Antonia Maza, hija del abogado Manuel Vicente Maza y hermana de Ramón Maza; ambos, originalmente federales que luego traicionaron a Rosas y fueron asesinados. Esto podría explicar el profundo odio de los Alsina hacia Rosas.

Otra contradicción es Máximo Terrero: mientras él era cónsul paraguayo en Londres, su sobrino político J.M. León combatía a las órdenes de Mitre y Urquiza en la guerra contra Paraguay.

De todos modos, hubo honrosas excepciones que acompañaron a Rosas en esos momentos difíciles, más allá de sus familiares: algunas de sus hermanas, el General José de San Martín, Lorenzo Torres (con sus matices y dobleces), los Costa, Mariano Balcarce, Tomás Guido (con sus matices), Pascual Echagüe, los Terrero, Lucio N. Mansilla (también con sus matices), Roxas, Patrón (fundador del Banco de la Provincia de Buenos Aires en 1836, hecho hoy casi olvidado), Dalmacio Vélez Sarsfield (en su vejez, después de haberlo combatido), los descendientes de Martiniano Chilavert (fusilado tras Caseros), los Ezcurra, la esposa de Facundo Quiroga, su amiga Eugenia Castro y especialmente Josefa Gómez, quien le escribió frecuentemente y luchó años por su reivindicación.

Aunque Lorenzo Torres y Lucio N. Mansilla tuvieron luces y sombras tras la derrota de Rosas, como veremos más adelante.

Así se escribe nuestra historia: las circunstancias ofrecen explicaciones, pero nada de lo que se pueda decir alterará los hechos. Y muchas veces, las verdaderas motivaciones permanecen encerradas en el silencio de sus pensamientos.

J.M. de Rosas fue el único al que se le confiscaron sus propiedades tras Caseros.

Quienes prosperaron durante su gobierno, incluso familiares directos e indirectos —como Manuelita (aunque sí indirectamente al confiscarse los bienes de su padre y de su madre), Lorenzo Torres, Felipe Arana, Ángel Pacheco, Lucio N. Mansilla o los Terrero— no sufrieron confiscación alguna y lograron adaptarse a los nuevos tiempos, con mayor o menor dificultad.

Aunque nos sorprenda que tantos federales “de primera hora” se convirtieran de golpe en “antirrosistas”, debemos entender que muchos temían perder sus rangos, fortunas o vidas, además de que tenían lazos familiares complejos con distintos personajes de la época.

Uno se pregunta cómo tantos fanáticos defensores de Rosas, que lo ensalzaron durante veinte años, pudieron “olvidar” tan rápido sus convicciones políticas.

Hubo de todo: quienes se acomodaron políticamente para salvar sus vidas, quienes tuvieron razones afectivas —como José Mármol, rechazado por Manuelita— y otros personajes, como Rivera Indarte, de moral cuestionable, que intentaron aprovechar su adhesión a Rosas para fines personales, sin éxito.

Por cierto, Rosas no perdonaba ni la traición ni la adulación, en sus familiares

CHIVILÓ hace un breve resumen de este personaje, José Mármol, que tanto daño causó a su patria, traicionándola cuantas veces pudiese.

“…fué un fervoroso y exaltado federal y rosista a tal punto que escribió entre otras piezas el "Himno Federal", el "Himno de los Restauradores", además de escribir en varios periódicos de Buenos Aires, donde toda alabanza a los federales y a Rosas es poca, incluso publicó una biografía del Gobernador, con el retrato de este al frente. Creyendo que su adhesión al sistema federal y a Rosas, lo ponían a salvo de todo, cometió varios delitos por los cuales primero fue separado de la Universidad en setiembre de 1831, a la que reingresó a su petición para "recuperar su honor", a mediados de 1832. Posteriormente fue acusado de robar la corona de la Virgen de Nuestra Señora de las Mercedes y de otros hurtos y fué puesto en prisión en un pontón. Después de recobrar la libertad se exilió en Montevideo y desde allí, como por arte de magia se puso al servicio de los unitarios y desde entonces comenzó a escribir contra quien tiempo antes había alabado de todas formas.

“La exaltada adhesión de Rivera Indarte al sistema federal y a Rosas, no lo puso a cubierto o a salvo de la sanción penal que le cupo por haber violado la ley.

Podemos afirmar también que el Gobernador de Buenos Aires, era más estricto respecto de los federales que con los enemigos unitarios”.

Era muy común que a mediados del siglo XIX, las familias pudientes de Buenos Aires, compraran prendas o artículos suntuarios o adornaran sus casas con bienes procedentes de Inglaterra. La familia del Gobernador Rosas no era una excepción. Esos artículos debían abonar los correspondientes derechos de aduana y aquí tampoco ni el Gobernador ni su hija tenían ningún tipo de privilegio, sino todo lo contrario.

LASCANO nos da una pista, diciendo que “..no es posible desconocer que en esas Corporaciones [por la Sociedad Popular Restauradora], como en las masas populares en general, hubieran federales incondicionales y de buena fe, como pseudos rosistas y fanáticos especulativos, pero no se olvide que el fanático y especulador político, son parásitos prontos a adherirse a todo cuerpo del cual puedan nutrir sus hambres, sus vicios o sus ambiciones. Es un apéndice fatal de todo hombre con autoridad”. ‘Nihil novum sub sole’.

El propio Alberdi en carta a Máximo Terrero el día 30 de Abril de 1863 le dice sobre los antiguos ‘rosistas’ que conservaron aun después de la caída del gobierno nacional de Rosas, su poder y su fortuna y que nada han hecho para reivindicar al gobierno al cual pertenecieron y juraron defender:

Qué personas lo acompañaron en su Gobierno como amigos y servidores oficiosos, como legisladores, ministros, guerreros, publicistas, consejeros, cortesanos: ¿dónde están hoy? ¿qué posición tienen ?"

En fin, debemos tener en cuenta –como dice MARTI-que en las primeras horas, días luego de Caseros, la gente le dio la espalda a Urquiza, encerrándose en sus casas y manteniendo las ventanas y puertas cerradas, pero luego “…los habitantes de Buenos, aún sin querer a Urquiza y estando cansados de tantas presiones políticas, esperaran silenciosamente una paz definitiva, Desde entonces, un sentimiento de ambigüedad reinó voluntariamente, hubo también bastante hipocresía como la que sostuvieron muchos rosistas, quienes estuvieron proclives a cambiar de bando”..

Tengamos presente ciertos hechos que nos sugieren un interrogante: ¿Cómo puede entenderse que Tomas Guido, apenas cayó el gobierno de Rosas fue nombrado por Urquiza embajador en Río de Janeiro?. ¿Que socios, amigos y funcionarios y conspicuos federales como Anchorena, Bernardo de Irigoyen, Felipe Arana, Manuel Moreno, Lorenzo Torres, etc tuvieran cargos públicos luego de haber sido funcionarios ilustres o estar bajo la protección del gobierno de la Confederación Argentina durante tantos años. Cargos públicos algunos con el nuevo gobierno golpista de Urquiza y otros bajo el ala del gobierno de la separatista Buenos Aires?.

Una serie de hechos sucedidos y teniendo en cuenta lo tormentoso  e inestable de la política argentina coadyuvaron a ello.

Como cita MARTÍ en un enjundioso análisis “Los ex unitarios que ahora conformaban la nueva burguesía de la Argentina, no tardaron en afianzar sus lazos políticos y económicos muy a gusto de los intereses portuarios. Los nombres de quienes habían sido ‘perseguidos’, son demasiado conocidos para que deba yo ahonden más detalles.

“De modo que, con esta apreciación conceptual podemos ligeramente convenir que todos aquellos que volvían a la ciudad de Buenos Aires estaban fervientemente inclinados por la apertura del puerto como premisa fundamental para establecer un sistema de libre comercial de libre importación de capitales. Estos hombres no tardaron en apoderarse de la prensa y entonces comenzaron tejer sus maquinaciones y tergiversar los hechos para favorecerse política y económicamente.

“Por eso a la hora de decidir las cosas muchos de los ex convencidos rosistas que antes apoyaban al Restaurador, inspirados en la necesidad de mimetizase con la naciente estructura victoriosos, se alinearon prontamente integrando , la cabeza política primero junto a los servidores de Urquiza y luego en la oposición.

“En este caso estaban Nicolás Anchorena, Domingo F. Sarmiento, Adolfo Alsina, Vicente F. López, Félix Frías y José María Gutiérrez. …La salida de Rosas del poder no provocó otra cosa que disolución de la línea política que antes la caracterizara…. de modo que a la caída de Rosas, algunos federales ex ‘rosistas’ se volcaron a Urquiza y los otros en una minoría porteña favorecieron la creación de un partido localista ex unitario que priorizaba sostener los derechos de la ciudad-puerto Buenos Aires. Allí se juntaron intereses económicos que habría de estructurar la base del nuevo poder político”.

Analicemos la división que se produjo entre los federales tras la derrota de Caseros, que se fragmentaron en varios grupos según sus intereses particulares, ante la ausencia de la figura que los cohesionaba y que en ese momento se encontraba exiliada.

En primer lugar, está el grupo que se cobijó bajo el ala de los porteños unitarios, optando por ellos porque —al menos, pensaban— compartían ciertos intereses comerciales comunes. Preferían mantener alianza con los porteños antes que con Urquiza, quien, para ellos, representaba una figura traicionera: había entregado a Rosas, ordenado el asesinato de Santa Coloma, Martiniano Chilavert y cientos de soldados de Aquino. Además, era conocido como contrabandista, ladrón de fondos públicos y avaro. El entrerriano no inspiraba demasiada confianza.

Si Urquiza había traicionado a Rosas, bien podía traicionar a quienes le siguieran (y, de hecho, así fue). El miedo y la imperiosa necesidad de salvar su patrimonio —y quizás también su pellejo—, junto con la convicción de que no habría marcha atrás para el federalismo, fueron elementos clave, conscientes o inconscientes, que motivaron a estos funcionarios y federales, acostumbrados a disfrutar de los privilegios del poder, a adoptar estas actitudes. No había nada nuevo que descubrir.

Debe considerarse, además, que en Buenos Aires residía una numerosa población extranjera —franceses, ingleses, españoles, entre otros— que tenía poca identificación nacional y para quienes mantener sus comercios y propiedades era la prioridad máxima.

Por otro lado, la alta burguesía y los estancieros, aunque podían sentir un mayor sentido de pertenencia a la patria, priorizaban también la preservación de sus bienes. Durante el gobierno de Rosas, ambos intereses coexistían, puesto que el orden imperante en la ciudad y la pacificación en el campo —donde muchos poseían tierras y haciendas— eran esenciales para el desarrollo de sus intereses comerciales y ganaderos.

Rosas había impuesto en Buenos Aires un clima de tranquilidad administrativa que beneficiaba no solo a los grandes poseedores sino también a una porción de la población antes abandonada, que bajo el gobierno de la Confederación Argentina halló trabajo y seguridad para sus familias. La soberanía nacional estaba presente y sus efectos permeaban todos los estratos sociales y la vida cotidiana de la Confederación.

Por ello, cuando cae el gobierno de Rosas, y con él la soberanía nacional, la clase dirigente de Buenos Aires y la incipiente burguesía pensaron —al calcular la situación— que, aunque hubiera cambios políticos, sus intereses permanecerían intactos, coexistiendo con los de los unitarios expatriados que retornaban; después de todo, muchos pertenecían a las mismas familias.

Fue un error creer que esto sucedería sin mayores conflictos. Buenos Aires se separó durante una década de los restos de una Confederación Argentina que languidecía y daba sus últimos estertores.

En este contexto, coexistían ex federales con unitarios repatriados, debido a que sus intereses comerciales se volvieron comunes. Así, antes que federales o unitarios, eran porteños.

Entre estos nuevos aliados del porteñismo se encontraban antiguos federales, hasta hacía poco fervientes seguidores de Rosas, como Manuel Moreno, Ángel Pacheco, Lorenzo Torres y Nicolás Anchorena. Al principio, también estaba Antonino Reyes, pero pronto, al advertir el error cometido, renunció a sus cargos y se unió a las filas urquicistas, considerándolo el mal menor.

En tal sentido MARTÍ hace ver que  “Ahora el jefe entrerriano podía contar con nuevos apoyos ya que era favorecido por los grupos económicos que se habrían consolidado bajo el paraguas del poder rosista. Estos grupos de acaudalados estancieros, más ganaderos que otra cosa no  tuvieron empacho en saltar el cerco y proclamarse fervientes y decididos partidarios de Urquiza. En lo sucesivo, el caudillo entrerriano modificó su actitud con respecto a los opositores rosistas que habían defendido Buenos Aires. Trató por todos los medios de ganarse su aprecio y de atraerlos a sus huestes, al fin y al cabo  eran tan o mejores federales que muchos de sus seguido res, sobre todo los jefes más cercano. Cuando Urquiza se percató que habla estallado una división profunda en la conducción política de Buenos Aires, no tardó en sacar sus! réditos y actuar con maniobras seductoras basadas en el convencimiento. Su propuesta continuó siendo la necesidad de una Constitución que produjera la unidad de todas las provincias de manera orgánica”.

En fin, la cantinela de la Constitución como ‘caza-bobos’ era utilizada una vez más como canto de sirena..

Y juega principal papel en todo esto tanto Rufino de Elizalde otrora feroz obsecuente del gobierno rosista hasta el mismo día de Caseros como Vicente López y Planes, otro de los principales funcionarios del gobierno federal durante más de 20 años, que al día siguiente de la batalla de Caseros fue nombrado por Urquiza Gobernador provisorio, empezando a desdecirse y desprenderse tristemente de todo su pasado ‘rosista’, en menos de 24 hs. ‘olvidando’ (sic) todo su pasado político en un santiamén, siendo, y es bueno decirlo, uno de los mejores intelectuales políticos en el Gobierno de la Confederación Argentina, conjuntamente con Anchorena.

Ahora, dolorosamente José María ROSA nos patentiza algo que parecía o se vislumbraba obvio: a la falta de patriotismo de los Unitarios y su ceguera y estrechez de grandeza, se le suma la falta de clase administrativa leal y capaz durante el gobierno de Rosas que obligaba al Restaurador a cargar sobre sus hombros toda la tarea administrativa de la Confederación por más nimia que fuese. Cuestion que no le sucedía al Imperio del Brasil.

Su acción política -valga el ejemplo de Rivadavia- se consagró a reformas edilicias, mejoras educativas o beneficios comerciales foráneos, mientras San Martín no podía continuar, falto del apoyo y el dinero de Buenos Aires la campaña del Perú, Brasil se incorporaba la provincia Oriental, se segregaba el Alto Perú y se consolidaba el alejamiento del Paraguay. Sus congresos discutían la excelencia de ésta o de aquella constitución a copiar de Francia o de Estados Unidos, mientras las provincias combatían entre sí y el enemigo exterior arrebataba las fronteras.

“No era el momento de reformar el Estado, sino de salvar y consolidar la Nación. No podían saberlo porque no sentían la nacionalidad: su concepción política no iba más allá del Estado es decir, lo formal, lo transitorio; no veían a la Nación la esencia, lo perdurable. Su gran problema era importar una constitución que dejare -a trueque de la entrega a la economía extranjera- intactos sus beneficios sociales y políticos de clase privilegiada.

“El drama argentino fue carecer de una clase dirigente. Un gran jefe y un gran pueblo no bastan para cumplir un destino. Solamente con una categoría de hombres capaces, consagrados y plenamente identificados con su patria, puede cristalizar una gran política.

“En 1834 Rosas se negaba a aceptar el gobierno "porque la administración es unitaria, y los federales no tienen aptitudes para la función pública": un partido de gentes muy altas o muy bajas no daba colaboradores eficientes, y a la  burguesía le faltaba la primera virtud -el patriotismo- para usarla en beneficio del país.

“De allí, tal vez, la omnipresencia de Rosas en todos los actos de gobierno. Sus ministros eran amanuenses y no tuvieron gravitación mayor en su obra, estrictamente personal. Muerto Tomás de Anchorena en 1847 –su pariente y consejero escuchado- la soledad de Rosas sería completa. 

“Sin embargo lograría formar la mejor representación diplomática tenida jamás por la Argentina: Guido en Río de Janeiro, Sarratea en París, Manuel Moreno en Londres, Alvear en Washington. Tuvo excelentes diputados en la Junta De Representantes (Lorenzo Torres, Baldomero García) y jueces íntegros en la cámara de justicia (Vicente López, Roque Sáenz Peña).

“Pero le faltaron colaboradores eficientes en las tareas administrativas que interpretaran y comprendieran su pensamiento político. Manuel Insiarte o Felipe Arana no siempre acertaban que el móvil de la política es algo más que detentar el poder.

“La verdad es que la poderosa personalidad de Rosas y su enorme capacidad de trabajo eran toda la administración en la casona de la calle de San Francisco o en la quinta de Palermo. De Angelis lo advertía a Guido con excesiva sinceridad el 12de abril de 1849: "El señor gobernador tiene sobrados motivos para mandarnos a todos a la p... que nos parió. Es el único hombre puro, patriota y de buena voluntad que tenemos. Si él falta, todo se lo lleva la trampa, y no es posible que él lo desconozca. ¿Qué sería del país?"

“Un hombre solo por grande que sea, su laboriosidad, inteligencia o penetración de los negocios públicos, no puede sustituir a la labor coordinada, metódica, dedicada, de un equipo de hombres capaces y patriotas. Carece de su eficiencia y es incentivo para los ambiciosos que quieran heredarlo. Esa fue la ventaja de la aristocracia de Brasil, categoría de hombres movidos por su amor al Imperio y defensa de su posición social y económica.

“Descansaba sobre el jefe todo el trabajo administrativo, pero no era posible otra forma de gobernar. Angelis escribe a Guido el 27-1-50, comentando la renuncia de Rosas de ese año: "El general Rosas no puede sustraerse al peso que lo oprime. Este es su destino, y por más duro que sea, tiene que cumplirlo.

“Lo que él dice es cierto: su salud desfallece y su vida misma está amenazada. Todo el peso de la administración, en sus pequeños y grandes detalles, descansa sobre sus hombros y, lo que es más, sobre su responsabilidad. Las faltas de los empleados, los abusos que cometen, su misma ineducación, todo se pone en cuenta del gobierno y se atribuye a su descuido, y hasta a su connivencia."

CHIVILÓ  sobre el tema lo condensa en un párrafo: “Inmediatamente después de Caseros, retornan a Buenos Aires, los unitarios emigrados, quienes comienzan a tener gravitación importante en el nuevo gobierno de Buenos Aires. Vicente López y Planes, como dije, antiguo ‘rosista’, y que había escrito poemas laudatorios a Rosas, se convierte de la noche a la mañana, en ‘antirrosista’ y a instancias de su hijo –Vicente Fidel– y de otros unitarios, a pocos días de Caseros, esto es el 16 de febrero de 1852,por decreto ordena que “Todas las propiedades de todo género pertenecientes a Don Juan Manuel de Rosas, y existentes en el territorio de la Provincia, son de pertenencia pública”, ello importaba ni más ni menos que la confiscación de todos los bienes del ex dictador”..

Es el propio Vicente López y Planes, - juez y eminente político durante todo el gobierno de Rosas-  como tantos otros aquellos que se deshacían en loas permanentes a J.M. de Rosas y que durante décadas usufructuaron de los beneficios del poder del Estado, no trepidaron EL MISMO DÍA DEL 3 DE FEBRERO DE 1852 en presentarse y  rendirle pleitesías a Urquiza, sea por miedo a perder su vida, sus bienes, sea para adaptarse sibilinamente a los nuevos aires que se avecinaban, o sea por lo que fuere.

Fue elegido por éste como Gobernador provisorio desde el día siguiente a la caída de Rosas, y presintiendo que la soberanía de la nación que tantos años sostuvo, había fenecido sin más, no dudó en ser más ‘papista que el Papa’ y decreta la confiscación de sus bienes de su ,hasta hace horas, Gobernador, inaugurando lo que se ha visto a lo largo de nuestra historia hasta hoy día: los llamados ‘panqueques’ políticos que sin rubor alguno no vacilan en borrar de un santiamén 30 años de declaraciones y principios contrarios.

Entonces, Vicente López y Planes designado Gobernador provisorio de Buenos Aires por Urquiza –que quería atraerse a los antiguos federales-, manifestó que el Restaurador habíase apropiado de ingentes sumas del erario público, descalificando su moral y conducta durante toda su gestión, a la par de denunciar al Restaurador como un criminal sangriento diciendo sobre éste –sin sonrojarse un ápice- el 16 de Febrero  que “Aun dejando a la apreciación de la Historia y del mundo los crímenes sangrientos de Juan Manuel de Rosas, como también los males que en orden moral ha inferido al país, no es posible prescindir delos perjuicios materiales que tan profusamente ha derramado sobre él, A este género pertenece la dilatada serie dilapidaciones y apropiaciones para sí mismo de los cales públicos, con que tan sin pudor aumentaba su fortuna particular, a la vista del pueblo mismo a quien sin embargo forzaba a exaltar su mentida pureza…. .

“El gobierno no se fija por ahora en los hechos de ese hombre, considerado como mal administrador, es decir, no se fija en la arbitraria y nociva inversión hecha de gran parte de esos caudales en objetos y miras abiertamente contrarias al bien público, encaminadas a corromper a los hombres, ya perpetuar su poder, perpetuando guerras funestas e injustas; al mismo tiempo que se desatendían completamente obligaciones sagradas, y se abandonaban establecimientos indispensables en los pueblos civilizados.

“Más al apropiarse el primer magistrado de un pueblo, de los fondos que representan el sudor de éste, no es administrar bien ni mal, es hurtar y robar con circunstancias muy agravantes…. Bajo este respecto, D. Juan Manuel Rosas es meramente un deudor público, obligado a la restitución y subsanación de perjuicios.

“No entra seguramente en los principios del Gobierno el acoger la bárbara y antisocial confiscación política, introducida en el país por aquel hombre; pero entra y debe entrar el hacer reintegrar a aquel en lo posible, de todo aquello que fue robado.

“Esta determinación, ajustada a los principios generales que responsabilizan a todo individuo que maneja fondos públicos, es tanto más justa y urgente en este caso, cuanto más grande es el legado de embarazos fiscales, deudas, caos y confusión que deja al país la administración dictatorial. Desgraciadamente, las propiedades de este deudor, aunque numerosas y valiosas, sólo en una mínima parte pueden satisfacer esta deuda inmensa: pero aunque respectivamente pocas, forzoso es que en ellas se cumpla esta exigencia suprema de la justicia pública" .

Este compendio de falsedades y declaraciones llenas de hipocresía, pronunciadas por Vicente López y Planes y que se encuentran en el Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, Libro Trigésimo, 1851, Buenos Aires, Imprenta Americana, Calle Santa Clara 62, pág. 11, y que MARTÍ acertadamente nos trae al presente para no olvidar, revela la naturaleza humana: ante la adversidad, en lugar de reconocer y valorar la intensa actividad y los principios sostenidos durante más de treinta años, no dudan en borrar de un plumazo esas tres décadas de vida y compromiso.

Desde siempre, Rosas decía temer más a quienes lo rodeaban que a los unitarios, quienes al menos se manifestaban abiertamente durante su gobierno, sin disimular su intención de traicionar a la nación. En ese punto, tenía razón.

Vicente López es solo un ejemplo más de aquellos supuestos federales acérrimos que, el día antes del 3 de febrero, exigían la horca y la muerte de Urquiza y de todos los “traidores a la Santa Federación”; pero al día siguiente se convirtieron en fervientes panegiristas de esos mismos traidores que habían condenado tan vehementemente, aceptando así un “puente de plata” y el olvido con tal de sumarse a la nueva causa política.

Basta analizar los párrafos de la declaración pública de Vicente López, quien buscaba ganar el “perdón” de sus antiguos enemigos —ya sea por cobardía, por interés o por cualquier otro motivo— para contrastarlo con el comportamiento de Martiniano Chilavert, quien frente a circunstancias similares entregó su vida antes que renegar de su patria invadida.

Vicente López habla de “los crímenes sangrientos de Juan Manuel de Rosas”, “los males morales que ha inferido al país” y “los perjuicios materiales que tan profusamente ha causado”.

Parece que el ilustre creador de nuestro himno nacional no supo ver, durante casi treinta años de intervención política al lado de Rosas —hasta el mismo día de Caseros—, la verdadera dimensión de esa obra y de ese legado.

‘La dilatada serie dilapidaciones y apropiaciones para sí mismo de los caudales públicos, con que tan sin pudor aumentaba su fortuna particular’.

La misma reflexión anterior cabe. Y además, la declaración –sin pruebas algunas hasta el día de hoy- sobre supuestas apropiaciones de caudales públicos cuando es reconocido, aun a desgano, por los propios Unitarios triunfantes que Rosas fue un obsesivo y puntilloso cuidador de los dineros públicos estando todo ello puntillosamente documentado.

Y que las inversiones de esos caudales públicos estaban ‘encaminadas a corromper a los hombres, ya perpetuar su poder, perpetuando guerras funestas e injustas’….‘Más al apropiarse el primer magistrado de un pueblo, de los fondos que representan el sudor de éste, no es administrar bien ni mal, es hurtar y robar con circunstancias muy agravantes’.

Miente nuevamente Vicente López, (hombre falto de memoria, por lo puede apreciarse), al imputar el uso de los dineros públicos para perpetuarse en el poder. Sabido es que el Restaurador fue llevado a la rastra por el pueblo todo, y de toda clase social, al poder el cual fue ordenado legalmente por la Sala de Representantes..

Además, las guerras fueron impuestas por las potencias extranjeras como el Brasil, Inglaterra, Francia, la Confederación Peruano-Boliviana del Gral. Santa Cruz, por los Unitarios –la mayoría autoexiliados por propia decisión y voluntad- que atacaban rabiosamente como tábanos y en forma permanente con un odio masónico, a la Confederación Argentina.

“No entra seguramente en los principios del Gobierno el acoger la bárbara y antisocial confiscación política, introducida en el país por aquel hombre; pero entra y debe entrar el hacer reintegrar a aquel en lo posible, de todo aquello que fue robado “

Esta pléyade de dobleces revela finalmente la verdadera intención oculta de Vicente López: lograr la confiscación de todos los bienes del Restaurador. Confiscar es, en esencia, sinónimo de robar.

Bienes que, como se ha demostrado a lo largo de la historia, fueron legítimamente adquiridos por Rosas, quien además aportó en muchas ocasiones, de su propio peculio, fondos al erario público para cubrir las necesidades derivadas de las constantes guerras y conflictos, tanto externos como internos, que enfrentó el soberano gobierno de la Confederación Argentina.

Se le imputa a Rosas la confiscación de bienes, pero la profusa documentación histórica —respaldada incluso por los historiadores más críticos— demuestra que el Restaurador de las Leyes no confiscó, sino que embargó bienes, meticulosamente contabilizados hasta en el más mínimo detalle, pertenecientes a los sediciosos que atentaban contra la soberanía nacional. En muchos casos, dichos bienes fueron devueltos posteriormente, acompañados incluso por los intereses acumulados a lo largo del tiempo, en relación con el ganado y las cosechas.

Rosas no era una persona que fácilmente se encolerizara. Pero una de esas excepciones que lo sacaron de quicio –lo que demuestra las falsedades que se le imputaban- fue en una entrevista que en Southampton le hiciera el periodista chileno Salustio Cobo, y que cita oportunamente MARTI, diciendo que tanto Chile como todos los gobiernos de América “…han permitido que se me confisquen mis bienes, cuando yo no he confiscado los de nadie.  ¡Represalias! dicen. Yo lo único que decreté fueron embargos temporales, mientras los emigrados se mantenían en estado de rebelión contra el gobierno…i Que yo he robado!  I Falso, paisano! Ahí tengo  documentos de todo lo que se ha gastado en mi tiempo, así todos han sido otorgados por los mismos que están gritando contra Buenos Aires. Día llegará que yo les pruebe que me acusan a mi por sumas que ellos, y solo ellos, han recibido. Mío propio y no de nadie es lo que confiscan".

La contradicción radica en que de la mano de Vicente López se hace lo contrario a lo que se le imputa a Rosas: se le confisca sus bienes cuando la nueva Constitución que supuestamente iba a ser la panacea de la justicia, lo prohibía. La máscara de civilización y progreso había sido quitada…Los delincuentes de frac podían finalmente descansar sobre las ruinas humeantes de la soberanía eliminada.

Es que como bien dice el citado autor CHIVILÓ, con el dolor lógico que se trasunta en sus palabras, que el ensañamiento sobre Rosas se profundizó desde el mismo 3 de Febrero de 1852 armando una historia falsificada a fin de “….presentarlo ante las futuras generaciones como un monstruo execrable, con lo cual justificarían su propio proceder como aliados a los gobiernos enemigos y oposición a su gobierno, borrando todo lo que se pudiera de lo real acaecido y recreando una ‘historia‘ o como se diría en la actualidad una ‘memoria‘ o un ‘relato‘, totalmente parcializada y distorsionada de lo que habían sido los hechos sucedidos.

“Y así fue… durante más de un siglo, en el cual las distintas generaciones de argentinos fueron educados con esa ‘historia‘ llamada ‘oficial‘, distorsionada y mentirosa, construida por los vencedores de Caseros, reconocido por Sarmiento en carta a José María Ramos Mejía, cuando este estaba escribiendo ‘Neurosis De Los Hombres Célebres En La Historia Argentina’, le decía: ‘-Prevendríamos al joven autor que no reciba como moneda de buena ley todas las acusaciones que se han hecho a Rosas; en aquellos tiempos de combate y de lucha.- ‘..’Historia’ que fue repetida y machacada año a año a cada argentino, prácticamente desde la cuna, desde la infancia en la escuela primaria hasta la adultez en la universidad, transmitida hasta el cansancio a través de la prensa y los medios de comunicación y denostando con los más variados epítetos a quienes osaran controvertirla”.

Es de tal modo que cuando Rosas marchaba hacia Gran Bretaña, el sobrino de Manuel Moreno, Mariano Moreno (h) hijo de Mariano Moreno, le escribe a su tío que estaba en aquellos lares para comentarle la suerte de las armas de gobierno y el triunfo de Urquiza.

Comenta MARTÍ, que al saber el embajador Moreno del triunfo de Urquiza, previsoramente le dice a su sobrino en carta del día 8 de Abril  "Dios te protege como protege siempre al que padece injustamente: porque cuando me escribías (...) bajo la ansiedad que te inspiraba la cercanía de las tropas de Urquiza a los atrincheramientos de Rosas en los Santos Lugares y esperabas la decisión de este negocio, hacía tres días que las puertas de la patria se abrían para recibirte después de un destierro de 13 años y que el opresor injusto corría a la mar en un buque extranjero en busca de asilo"

Claro está que tío y sobrino no compartían las mismas ideas políticas: el sobrino de Manuel Moreno se había exiliado en Montevideo durante el rosismo para combatir al gobierno de la Confederación, siendo uno de los más fervientes unitarios en lucha contra Rosas.

Sin embargo, resulta curioso observar cómo, con los nuevos aires políticos, Manuel Moreno afirma en una carta que su sobrino “padece injustamente” por culpa del “opresor injusto” —es decir, Rosas.

Este distinguido funcionario y diplomático de la Confederación Argentina, que durante décadas defendió los intereses de la nación en tierras extranjeras bajo el gobierno del Brigadier General Rosas, no tuvo reparos, dadas las circunstancias, en imputarle a su propio gobierno recientemente vencido que su sobrino sufría un destierro injusto —recordemos que Mariano Moreno (h) combatía a su propio país para derrocar al legítimo gobierno de Rosas— y que, según sus palabras, Rosas era “opresor injusto”.

Para Manuel Moreno, funcionario durante muchos años del gobierno de su país, derrocado apenas horas antes por un gobierno extranjero —Brasil— aliado con los unitarios traidores a su tierra, ese gobierno nacional pasaba a ser “opresor injusto”. Difícil de creer y aún más difícil de digerir.

Ayer como hoy, siempre hubo quienes vivieron al calor del poder y, cuando éste desaparecía, se acomodaban sin el menor remordimiento a los nuevos gobernantes, borrando de un plumazo cualquier vestigio de sus ideas y posturas políticas anteriores.

Así, junto a Vicente López, el General Mansilla —nos guste o no— entró a Buenos Aires pocas horas después de la batalla de Caseros, acompañado por las tropas de Urquiza, supuestamente para mantener el orden en la ciudad, mientras sus antiguos camaradas, como Martiniano Chilavert y Martín Santa Coloma, eran fusilados y degollados tras rendirse. Tal vez poco podía hacer Mansilla, pero su sentir quedó reservado en su fuero íntimo.

En la confiscación de los bienes de Rosas intervinieron directamente tanto Vicente López, ahora convertido en “antirrosista” ocasional junto a su enemigo de décadas, Valentín Alsina, ambos unidos en ese hecho. Dios los cría...

Por otra parte, otros optaron por el mal menor y, ante hechos irreversibles, se alinearon con Urquiza: Lorenzo Torres, Baldomero García, Pedro de Angelis, Eduardo Lahite, Estévez Sagüi, Hilario Lagos, Jerónimo Costa y parte de los restos de los “rosistas”, quienes obtuvieron cargos públicos importantes y comenzaron a combatir contra Buenos Aires, que se había separado del resto del país, junto a Mitre y lo más rancio del unitarismo a la cabeza.

Otros antiguos “rosistas”, como mencionamos, optaron por un sentido “porteñista”, eligiendo la alianza con los unitarios que se apoderaron del gobierno, el comercio y la prensa de Buenos Aires, porque compartían intereses comunes.

En fin, tras la caída de Rosas, una enorme “desmemoria” se apoderó de casi todos los aduladores que antes fueron rosistas, algunos agrupándose detrás de los unitarios redivivos y otros tras la figura de Urquiza, ya sea por interés, miedo o “practicidad”, según palabras de Vicente López.

En efecto, CHIVILÓ dice que “…el 11 de setiembre de 1852 se había producido una revolución en la provincia de Buenos Aire, promovida por unitarios (entre otros, Vélez Sársfield, Alsina, Mitre, etc) que con anterioridad se habían unido a Urquiza en su lucha contra Rosas, pero que ahora se habían puesto en su contra y también contra el gobierno provincial impuesto por el entrerriano; en esa revolución participaron también antiguos rosistas. Se produce así la secesión de la provincia -o sea su separación del resto de las provincias hermanas unidas en la Confederación- y se erigió como un nuevo estado autónomo y prácticamente independiente: el Estado de Buenos Aires, ya que tiene constitución, ejército y gobierno propio. Se encuentran así, enfrentadas por una parte, el Estado de Buenos Aires y por la otra, la Confederación Argentina, con capital en la ciudad de Paraná. Alberdi se pondrá del lado del director provisorio Urquiza y condena la "separación desleal de Buenos Aires".

Ese enfrentamiento origina una nueva guerra civil que durará diez años. En 1854, el ya Presidente Urquiza (primer presidente constitucional argentino), designó a Alberdi como ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina, en misión diplomática ante distintos países europeos-para evitar el reconocimiento de éstas al Estado de Buenos Aires-, el Vaticano y también en España, donde debería también obtener el reconocimiento de la Madre Patria a la independencia argentina.

Respecto a los temores luego de la caída de Rosas, una carta de Mercedes Ortiz de Rozas, hermana de J.M. escrita a Manuelita cuando estaban ya exiliados en Inglaterra nos da una reflejo del ambiente social en Buenos Aires contra los federales.

Enrique ARANA (h) nos lo cuenta extraído de una carta en poder del señor Taullard y citado en el diario “La Razón” del 15/12/1919

“Mercedes, casada con el doctor Miguel Rivera, descendiente del inca Atahualpa, que escribía el año 1856 a Manuelita, dándole cuenta de los acontecimientos producidos en el país :

"Los últimos y tan desgraciados sucesos acontecidos aquí me han muerto -dice en carta de marzo 31 -.He sufrido mucho, mucho., amiga mía. Tú sabes cómo yo quería a Jerónimo Costa, podrás valorar lo que habrá sufrido mi espíritu viéndolo sacrificar tan cobardemente.

“Ahora tenemos Constitución, y ésta ha sido violada; el gobernador, sin tener las extraordinarias, ha hecho fusilar de su orden a un general de la Nación, sin un consejo de guerra y del modo más aleve. ¡Pobre Costa!. En fin, amiga, ha vuelto el año 28, en que Lavalle fusiló de su orden al gobernador Dorrego. Aquí los Varela me han "guaceado" -añade -.pusieron en uno de los "hechos locales" de su diario: ‘La noble dama que ha gastado 4000 pesos, en el cajón para Costa, será con el objeto de mandárselo al degollador Oribe, para que le cante un responso’.

“Doña Mercedes Rosas de Rivera solicitó del gobernador Obligado licencia para recoger el cadáver del heroico defensor de Martín García, que se encontraba tirado, después de habérsele descuartizado. .Esta señora le dió sepultura, y con tal motivo fué objeto de befas increíblemente toleradas en una época en que presidían el gobierno los hombres cultos, que combatieron los excesos de don Juan Manuel.

“En la carta citada, agrega la señora de Rivera algo pintoresco, que revela su temple y la degradación de la época que aún se vivía:

"Vinieron a darme serenata, escribe, y les tiré con grandes pedazos de carbón de piedra, y jugué con ellos Carnaval, pues recibieron toda la¡ agua del baño que tenía Miguel arriba, ya más, les grité con voz de soldado: "Viva la nueva Mazorca, vivan los nuevos Cuitiños, Parras y Troncosos.

“Y les advierto que si me rompen algún vidrio les meneo bala. Entonces se fueron los "gallinas", flojos y cobardes: cuando encuentran energía, ceden. Estos son, mi amada amiga, los tristes sucesos que han tenido lugar en estos últimos tiempos. En casa de mi compadre Terrero también les gritaron ‘Muera la Mazorca’ y les rompieron los vidrios. En lo de Arana fue más que en ninguna parte. A la pobre Pepa Gómez le tocaban a degüello y le gritaban horrores. Hasta en la casa de la santa de Mariquita Rosas, en lo del cónsul Merelles y (asómbrate), hasta en casa de don Vicente López, le han gritado mueras y le han roto vidrios”

En cuanto a los lazos familiares, conviene recordar que Felipe Arana era concuñado de Rufino de Elizalde. La esposa de Arana era hermana de la esposa de Elizalde, quien inicialmente fue un ferviente federal para luego convertirse, tras Caseros, en una especie de Robespierre.

Además, Arana era tío segundo del propio Elizalde.

Rufino de Elizalde fue en otro tiempo un rosista que, amparado por el “establishment” rosista, llevó la vida social de sus contemporáneos. Desde joven asistía a las tertulias de las damas porteñas de la patria federal, tal como lo reconoce el liberal y masón confeso Herrera Vegas, quien señala que en esos años Elizalde frecuentaba San Benito de Palermo, junto a invitados de Manuelita Rosas, entre ellos su amigo Bernardo de Irigoyen.

Sin embargo, antes de Caseros no dudó en pasarse silenciosamente a las huestes de Urquiza —lo que hoy se califica como “traición”— para derrocar al legítimo gobierno de Rosas. Luego de Caseros, se convirtió en un enconado detractor de J.M. Rosas, manifestando un odio persistente hacia él, como señala González Arrili, quien reconoce esta actitud sin criticarla, fiel a su ideología liberal.

La falsificación de la historia, distorsionando los hechos acontecidos y los caracteres de quienes actuaron en nuestra historia, puede observarse claramente en el caso de Elizalde. Así lo expone, sin rubor alguno, Goñi en un ensayo escrito para el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, donde afirma:

“La integridad moral e intelectual de Elizalde y su ordenada y decorosa vida lo preservaron de las controversias históricas. Su recta actuación personal y política lo destinaron a las páginas serias de la historia. Sus palabras e ideas viven en su archivo personal y en sus artículos periodísticos, particularmente los que publicara en “La Nación”…..

“Desde la Batalla de Caseros, Elizalde se convirtió en asesor, amigo y confidente íntimo de Bartolomé Mitre. Ambos se caracterizaron por la lucidez política y el sentimiento humanitario que mostraron ante la situación creada por la revolución porteña del 11 de septiembre de 1852”

Elizalde fue el epítome de la doblez de espíritu, y estuvo lejos de ser una persona al margen de las controversias históricas. Es cierto que, desde la Batalla de Caseros, se refugió bajo el ala de los vencedores, al igual que Mitre, comportándose como un cobarde supino que “olvidó” en un solo día todo su pasado de fidelidad a la Confederación Argentina y a Rosas.

Este federal y rosista durante tantos años, como tantos otros, no dudó en convertirse en tenaz enemigo del antiguo régimen para salvar su pellejo y sus bienes; fue uno de los jacobinos que, cargados de odio, llenaron después de Caseros las páginas de nuestra historia con sus discursos y acciones.

Al respecto, Carlos Martínez, historiador citado por Martí, señala: “¡Qué esfuerzo el de Rufino de Elizalde al elaborar tan vehemente discurso contra Rosas! Solo así podía purificarse de su pasada adhesión al ex gobernador e integrarse respetablemente en el antiurquicismo”.

Esta traición no escapaba al juicio de tantos supuestos “rosistas” que luego de Caseros fueron condenados a los ojos del exministro de Economía y fiel amigo de Rosas, José Roxas y Patrón, quien en carta a Rosas del 31 de enero de 1858, citada por Martí, le dice:

“Al fin ha conocido V.E. sus pretendidos amigos. Los conocía yo. Si hubieran sido otros hombres V.E. habría sido el personaje de su siglo porque atendida su posición y las circunstancias, poseía además las cualidades necesarias para llenar una misión de primer orden en beneficio de la humanidad.

“Nuestra patria habría llamado la atención del mundo y de la historia. Hubiéramos cruzado los trastornos que han tenido lugar en Europa desde el año 48. Aliviado a Inglaterra cuando el hambre de Irlanda, ganando una gran población, sin que nos costase nada.

“Y acabado no solo con el comercio de esclavos sino con la esclavitud misma en una gran parte de nuestro continente. En fin, hoy seríamos una Nación respetable con un gobierno sólido, reconocido y sostenido por otros gobiernos, que pueden llamarse tales”.

Podemos conocer a este político por su capacidad para comprender los hechos y su sabiduría al vislumbrar lo que podría haber sido la Confederación Argentina y el propio Rosas, si el gobierno no hubiera sucumbido en la batalla de Caseros, no solo debido a la invasión extranjera, sino también por las traiciones internas que sufrió el caudillo, perpetradas justamente por quienes durante años sostuvieron y vivieron de los beneficios de la Confederación.

Roxas y Patrón realiza una reflexión fundada al afirmar que, de haber triunfado la Confederación Argentina en Caseros, la Argentina bajo el mando de Rosas se habría consolidado aún más, y su destino de grandeza habría alcanzado proporciones desconocidas en el concierto de las naciones. Además, comenta que la posible abolición de la esclavitud en el continente —refiriéndose puntualmente a Brasil— habría generado un cambio geográfico y un nuevo equilibrio geopolítico, ya que la Confederación se habría expandido territorialmente, incorporando con gusto los territorios “gaúchos”.

Podemos resumir las defecciones de muchos después de Caseros con una frase que Felipe Arana escribió en carta a un pariente suyo, su concuñado Francisco Antonio de Belaústegui, en los albores del siglo XIX (28 de junio de 1817), con un claro sentido práctico, digno de ser recordado al respecto:

“Al fin es preciso acomodarnos a la época que nos toca vivir, excusando en lo posible los disgustos y amarguras que pueden sobrevenir a nuestras familias”.

Así se escribe la historia y estos hechos permiten comprender circunstancias que de lo contrario a veces sería difícil entender.

 

III.-FAMILIARES DE JUAN MANUEL Y SU POSTURA LUEGO DE CASEROS

 

Respecto a los familiares de Juan Manuel podemos decir lo siguiente:

Es de destacar  que a J.M. no se le escapaba a su mirada la actitud de muchos parientes respecto a lo que sentían por él. En especial referido a su nuera casada con su hijo Juan Bautista.

En carta a Josefa Gómez del 20 de Noviembre de 1867 le dice:

“No sería extraño fuese Mercedes Fuentes, quien sin conocer el mal que me hace, me lo siga haciendo como otros, que ya me trae hecho y que continuará haciendo, en lo que tiene poca parte Juan, que lo consiente”.

Una disculpa al hijo sin mucho convencimiento, como se vio en su testamento.

Sobre el tema resume RAED, escritor con sus soles y sombras:“La actitud de su familia era lo que más le irritaba, acusando a su nuera Mercedes Fuentes (noviembre 20 de 1867). Justamente el hijo de Juan y de Mercedes, viajó con sus padres a Inglaterra acompañándolo, Juan Manuel [ León], regresó al país, se empleó en una casa inglesa, luego dedicado a la actividad ganadera, actuando en política, fue diputado nacional y senador, falleciendo en La Plata en 1913, cuando desempeñaba la gobernación de la provincia. Nunca recordó a su abuelo”.

Todos los hermanos de Rosas —la mayor, Gregoria; Prudencio; Gervasio; Mercedes; Andrea; María, conocida como Mariquita; Manuela; Juana y la menor, Agustina, apodada "la belleza de la confederación"— pudieron continuar desarrollando sus vidas con normalidad, conservar sus bienes y nunca fueron molestados en su día a día.

Sin embargo, el trato que mantuvieron con Rosas tras su caída fue diverso. Los cinco primeros se desentendieron de J.M. y nunca le enviaron ayuda económica alguna, abandonándolo a su suerte en Inglaterra, más allá de algunas cartas. Esta actitud de algunos de sus propios hermanos le causó una profunda tristeza, ya que le resultaba difícil comprenderlos o quizás simplemente prefirió no hacerlo. Por otro lado, sus hermanas Agustina, María, Manuela y Juana intentaron brindarle apoyo económico cuando les fue posible.

La paradoja de que muchos descendientes y parientes de Rosas fueran, en realidad, 'antirrosistas' a pesar de que J.M. y su nación habían sido derrotados y humillados por Brasil y sus aliados, tiene una explicación poco conocida. La respuesta podría residir en un conjunto de causas y situaciones convergentes que desembocaron en esta postura.

1) Gregoria

La hermana mayor, de nobles sentimientos, estaba casada con Felipe Ignacio  Ramón Ezcurra Arguibel (hermano de Encarnación), llevó una vida austera, dedicada al hogar.  Se destacó por su generosidad, mereciendo de don Valentín Alsina, el calificativo de anciana venerable.  Sin embargo, Si bien no se peleó con su hermano el Gobernador, nunca lo ayudó en el destierro de manera alguna.

Tal vez recordando el hecho de su sanción por el Gobernador por un acontecimiento en el cual la susodicha se vio involucrada, como fue el haberse quedado con un caballo que no le pertenecía y que, enterado J.M., la mandó a devolver el caballo, a apercibirla en forma furibunda y a reconvenir al Alcalde de Pilar que lo consintió.

Asi se expresa J.M. en carta enviada al Juez de Paz de tal localidad y que relata Juan Manuel BERUTI:

"El juez de paz de la parroquia del Pilar dio cuenta al señor gobernador de algunas tropelías que había hecho su señora hermana, doña Gregoria, mujer de don Felipe Ezcurra, a algunos vecinos de la parroquia, y la contestación al juez del señor gobernador, que llegó a mis manos una copia que me facilitó un vecino a quien se la dio el juez, es la siguiente.

"Señor juez de paz de la parroquia del Pilar. Buenos Aires febrero 19 de 1844. Al alcalde del cuartel 47 don Francisco San Martín. El juez de paz que firma con fecha de ayer ha recibido un decreto de su excelencia el excelentísimo señor gobernador de la provincia brigadier don Juan Manuel de Rosas del tenor siguiente. Febrero 17 de 1844. Vuelva al juez de paz de la parroquia del Pilar para que cumpliendo con sus obligaciones quite por la fuerza el caballo, lo entregue al que lo cobra con suficiente poder y haga saber a doña Gregoria Rosas el serio desagrado del gobernador de la provincia por su avanzada, atrevida, insolente conducta, y que será tratada como merece, si vuelve a faltar en lo menor a los respetos debidos por las leyes a las autoridades; y respecto del alcalde, reconvéngasele severamente, por haber dejado ultrajar y atropellar brutalmente la autoridad que inviste sin haber llenado sus deberes. Hágase saber por el enunciado juez de paz esta resolución al indicado alcalde; y a doña Gregoria Rosas, apercibiéndose a ésta seriamente en orden a su conducta ulterior; y lo transcribe a usted para conocimiento, y dejar cumplida la superior disposición. Dios guarde a usted muchos años”.

Como puede verse, en el Gobierno de ‘Tirano’ Rosas, todos eran iguales ante la ley, incluidos todos sus familiares.

2) Andrea, hermana de J.M estaba casada con Francisco Braulio Saguí de Lamadrid, miembro de una familia eminentemente unitariaEstos tuvieron una hija, también llamada Andrea, que se casó con un hermano del Gral. Mitre: Federico Mitre.

Recordemos que el Gral. Gregorio Araoz de Lamadrid, héroe de la independencia, si bien era unitario, se puso a las órdenes de Rosas en cierto momento, para ofrecer su espada a fin de combatir a los franceses en su bloqueo. Lamentablemente, al igual que otros, luego se dio vuelta nuevamente y combatió a Rosas (quien, valga el dato, era padrino de dos de sus hijos).

A Braulio Saguí de Lamadrid se le había ofrecido que integrara el Tribunal de Comercio, pero por el hecho de no ser federal, Rosas - que estimaba a su cuñado- lo rechazó, dejando de lado el nepotismo característico de nuestra historia hasta hoy en día. 

Esta actitud puede haber ofendido de algún modo a Andrea, su hermana, y explicaría porque tuvo un trato frío con J.M. y jamás lo ayudó económicamente aun cuando éste lo necesitaba imperiosamente en el exilio.

Justificable la actitud de J.M. si consideramos también el hecho (no tenido en cuenta por Mercedes Fuentes, mujer de Juan Bautista), que el mencionado traidor Lamadrid, fue el encargado de ejecutar la orden de Lavalle de fusilar a Manuel Dorrego, su amigo, lo que le suma a su carácter de traidor, el de asesino.

En los tiempos en que Buenos Aires era una aldea, era común el casamiento entre los miembros de las distintas familias distinguidas.  Esta costumbre traía aparejadas disputas no sólo sociales, sino también políticas, algunas de ellas sangrientas, como se ha explicado.

3) Mercedes, hermana de J.M. estaba casada con Miguel Rivera, quien aparentemente fue cesado de su cargo en la Universidad por no ser Federal.  Esto nos lleva a pensar que tal situación podría ser el motivo de su distanciamiento con J.M.. Si bien Mercedes se comunicaba con Manuelita por cartas, nunca ayudó económicamente a su hermano J.M.

4) Gervasio, su hermano.   Fue mandado a detener por J.M. por ser sospechoso de ser miembro de los Libres del Sur, pretendida revolución de terratenientes.  Se vio obligado a huir al exterior en 1839. No sabemos con certeza si estuvo implicado, ya que algunos autores lo niegan y otros, como su hermano Prudencio, afirman que estaba entre sus partidarios.  Lo que sí es indudable es que estaba en contra del sistema de gobierno de su hermano. Con el tiempo Gervasio volvió al país, pero la relación con J.M. nunca mejoró.  Era previsible que no le enviara dinero cuando estaba en Inglaterra.

Pero extrañamente, hubo dos personas que no ayudaron a Rosas en el exilio y cuya actitud le causó sorpresa y dolor

5) Prudencio, su hermano, furibundo ‘rosista’ y jefe militar.  En palabras de  Roberto D. Mûller: “Por demás extraño es que no se hayan conservado datos sobre algún apoyo financiero que pudiera haberle prestado Prudencio a su hermano, más aun cuando, llegado a Europa, se estableció primero en Lisboa, pasó luego a Cádiz y finalmente se radicó en Sevilla, donde llevó una vida dispendiosa, en un palacio de la calle de San Vicente, relacionándose con la mejor sociedad andaluza, a la vez que trababa amistad con el Duque de Alba, Eugenia de Montijo y el Duque de Montpehsier. Viajó también a Madrid y a Paris, y llegó a conocer a Napoleón III. Falleció el de julio de 1857 en Sevilla, dejando una gran fortuna.”

El autor citado se pregunta, y con razón, sobre Prudencio: “Estando en Europa, ¿no tuvo interés alguno en visitar a su hermano o en provocar al menos un encuentro entre ambos?, No le debía acaso cargos, tierras y fortuna? Así como viajó por Portugal, España y Francia, ¿No pudo llegarse basta Southampton, para ver una vez más a don Juan Manuel? Estas preguntas quedaran posiblemente sin respuesta, como también la que podríamos hacemos ahora: ¿Por qué Rosas, tan proclive a proclamar la ingratitud de sus familiares y amigos nunca pronunció una queja en contra de su hermano Prudencio?

Preguntas sin respuestas que puedan certificarse de modo alguno.

6) María Josefa Ezcurra, inexplicablemente no lo ayudó en el exilio.  Fue en su momento ‘rosista’ de primera línea y ferviente defensora del gobierno de su cuñado.  Era una mujer de enorme fortuna. No es un dato menor, considerando que J.M., para tapar el deshonor que aconteció cuando tuvo un hijo con Manuel Belgrano, lo adoptó y le dio su apellido.

Ante tamaña desconsideración J.M. le escribió desde Inglaterra, llamándola ‘ingrata’ entre otros adjetivos, por haberle dado la espalda cuando más la necesitaba.

7) J. Bautista Pedro Ortiz de Rozas, su único hijo varón.  Fue una personalidad gris, taciturna, algo oscura políticamente hablando, y que no tuvo participación política alguna en la época de su padre.  Vivió prácticamente a la sombra de éste, quien no sólo nunca lo tuvo en consideración, sino que además lo subestimaba en su capacidad:

Tenía buen corazón, era amigo de sus jóvenes amigos (aunque estos fueran unitarios, no hacía distinción ideológica en cuanto a sus afectos) y fue muy querido por su hermana Manuelita y por su abuela Agustina López Osornio, madre de J.M.

Su situación política y financiera en el exilio hizo que J.M. se mantuviera  triste y preocupado en extremo, y ello podría haber coadyuvado a descuidar a su hijo J. Bautista y a desentenderse aún más de su nieto, J. M. León. 

Sobre todo porque, como se sabe, J.M. no era precisamente una persona muy demostrativa en el momento de expresar sus sentimientos íntimos.

No es posible afirmar que J.M. no haya querido a su hijo J. Bautista, aunque sólo le haya demostrado su afecto en el escaso intercambio epistolar que mantuvieron cuando éste fue a vivir a Brasil en el año 1855, donde permaneció algunos años antes de irse finalmente a Buenos Aires

Según puede deducirse de sus cartas, la distancia que Rosas mantuvo con J. Bautista pudo haber sido producto de la subestimación y desilusión que éste le había provocado.  Tal vez J. M. no pudo apreciar cómo era realmente su hijo varón ni reconocer sus valores y capacidades., Por el contrario, siempre lo desaprobó por no ser parecido a él mismo; en definitiva J. Bautista no era COMO ÉL HUBIERA QUERIDO QUE FUESE. Actitud parental bastante frecuente aún en nuestros días.

J. Bautista era una persona afable, a quien sobre todo le atraía la vida de la ciudad: las mujeres, el teatro, el circo (se encandilaba con la destreza de los magos), las fiestas… Disfrutaba con todas las actividades sociales, y se mostraba totalmente ajeno a la política.

Analicemos un dato tal vez menor, pero que resulta muy gráfico al respecto.

En una oportunidad, Rosas le había cedido a su hijo J. Bautista como adelanto de herencia, algunos campos que pertenecían a Encarnación Ezcurra para que los administrase.   Éste no supo o no quiso hacerlo, en parte debido a que no le no le interesaba en absoluto vivir permanentemente en el medio rural, ni administrar sus campos, ya que le atraía la vida de la ciudad.

Como esos campos daban pérdida, y J. Bautista no quería seguir haciéndose cargo de éstos, J. M. se vio obligado a comprárselos, abonándole lo que correspondía, y en su lugar designó como administrador a su hijo adoptivo, Pedro Rosas y Belgrano.

Rosas consideró el pago realizado como un adelanto de la herencia para su hijo.  Esto se vio reflejado en su primer testamento del 28 de agosto de 1862.

En La Clausula 9na. Dice

“A mi hijo Juan Ortiz de Rosas, entregué al poco tiempo luego del fallecimiento de su Madre, todo lo que le tocaba por Herencia Materna –Consistía en las Estancias “Encarnación” y “San Nicolás”, con veinte leguas de tierra cuadradas, cinco mil ochocientas cabezas de ganado vacuno, de año arriba, incluso lo que ya había recibido antes en el Azul, y los caballos, yeguas, ovejas, útiles y demás correspondientes. Se recibió también de un terreno sobre el Riachuelo en la ciudad de Buenos Aires, en la parte interior, con los fondos hacia la convalecencia, cuya superficie tiene cómo de noventa a cien, o más cuadras cuadradas. Posteriormente se las compré sabiendo yo que Juan estaba próximo a vender esas veinte leguas cuadradas, se las compré, y pagué a mi dicho hijo Juan, en cuatrocientos mil pesos, esas mismas referidas veinte leguas de tierra cuadradas, correspondientes a las Estancias “Encarnación, y San Nicolás”. –Y los ganados con sus poblaciones, los compré al Sr. Dn. Simón Pereyra, a quien los había ya vendido dicho Juan”.

El disgusto de Rosas hacia J. Bautista se hizo más evidente en una modificación o codicilo hecho el 22 de junio de 1873 que en su Cláusula 6ta, dice:

“En cuanto a la clausula 9ª, agrego, que además de lo referido en ella, recibió mi hijo Juan la Estancia en el Azul, que vendió a Dn. Pedro Rosas Belgrano; cincuenta mil pesos importe de la que compró en la Matanza; quince mil pesos cuando estuvo en el campamento de los “Santos Lugares”. - “Que la casa que ocupó algunos años, desde su casamiento, era mía, habiéndola recibido amueblada; y que también durante los años que la ocupó gratis, comió en mi casa con su Esposa en la mesa de mi familia”.

Analizando lo expuesto precedentemente, podemos sacar algunas conclusiones. 

J.M., junto con su hijo adoptivo Pedro, tuvo que recomprar a regañadientes los campos que le había entregado a J. Bautista. Consideró el dinero que le entregó por la recompra como un adelanto de su herencia. En su testamento de 1862, no le cedió ninguna propiedad a J. Bautista; únicamente le otorgó la mitad de sus libros, mientras que la otra mitad quedó en manos de Manuelita.

El disgusto de J.M. con su hijo se hace aún más evidente cuando en la modificación testamentaria de 1873 remarcó que la casa que Juan Bautista había ocupado desde su matrimonio con Mercedes era de su propiedad.

Sin embargo, el Restaurador especificó que J. Bautista nunca había pagado nada por ella, ni siquiera por el mobiliario, y llegó a destacar que la familia de su hijo había comido gratuitamente durante años en su mesa.

Estos documentos evidencian los sentimientos ambivalentes de J.M. hacia su hijo y, por extensión, hacia su nuera Mercedes, quienes no pasaron desapercibidos para ella.

Además, seguramente —y como veremos más adelante— el fusilamiento de Ramón Maza, esposo de Rosa Fuentes Arguibel (sobrina de la esposa de Rosas, Encarnación Ezcurra, y cuñada de su hijo varón), por orden de Rosas, no hizo más que aumentar la distancia afectiva con J.M.

La cercanía que J.M. mostraba hacia sus nietos Rodrigo Tomás y Manuel Máximo (hijos de Manuelita y Máximo Terrero) era mayor —aunque tampoco excesiva— y quedó reflejada en su testamento. Sin embargo, no hizo lo mismo con su otro nieto, J.M. León, hijo de J. Bautista, lo que evidenció nuevamente las diferencias que mantenía entre sus hijos.

Por su parte, Manuelita, en contraste con la actitud de su padre, sentía mucho cariño por su hermano. Lo cuidaba, apoyaba y protegía en todo lo que podía.

8)  Mercedes Fuentes y Arguibel (nuera de J.M.).  Fue la mujer de J. Bautista y madre de J. León.  Nunca simpatizó con su suegro, a quien detestaba principalmente porque su cuñado Ramón Maza (marido de Rosa) había sido fusilado en 1839 por orden de Rosas por conspirar para derrocarlo, junto a varios Unitarios y Federales traidores y a los franceses que bloqueaban el puerto (Lavalle, Gral.Paz,  Carlos  Tejedor, etc).

Manuel Vicente Maza, padre de Ramón, había sido asesinado el día anterior, pero no es seguro si por federales exaltados por su traición al igual que su hijo, o por unitarios que sospecharon que iba a arrepentirse para salvarlo. La esposa de Manuel, Mercedes Puelma, ante tanta desgracia acabó suicidándose. Ni su nuera ni J. Bautista, quien estuvo de parte de su mujer, se lo perdonaron nunca

J. M. León Ortiz de Rozas, nieto de J.M. y hijo de J. Bautista, cuando este tuvo que emigrar a Inglaterra junto a su padre, envió a su único hijo, J.M. León, a estudiar a París, Francia. Allí, el joven pasó varios años, con escaso contacto tanto con su padre como con su abuelo, con quienes mantuvo una relación distante.

El nieto de Rosas siempre se mostró ajeno a las ideas de su abuelo —aún más que su propio padre— e incluso llegó a rechazarlas. La causa de esta actitud puede atribuirse a la conjunción de varios factores:

a) el escaso interés en política que siempre demostró Juan Bautista, su padre;

b) el limitado contacto con su abuelo, quien nunca le mostró mucho afecto y estaba sumido en sus propias desgracias personales y económicas; y

c) las ideas revolucionarias que seguramente influyeron en el joven J.M. León durante su estancia en París.

Aunque no se justifican las actitudes de alejamiento por parte del hijo y del nieto de Rosas, cabe señalar que J.M. tenía un carácter algo hosco y no fue precisamente un padre ni un abuelo cariñoso y demostrativo. Siempre mantuvo con ellos un trato correcto pero distante.

Desde el punto de vista personal, J.M. León poseía una personalidad fuerte, era sumamente culto y dominaba varios idiomas. Fue un hombre honrado, de gran prestigio.

No hay duda de que en su vida privada pudo haber sido un buen padre y abuelo, cariñoso con sus nietos, honesto en sus relaciones familiares y lleno de virtudes y capacidades, tal como me han transmitido.

Desde el punto de vista ideológico, se puede decir que J. M. León creció económica y políticamente bajo la protección y el influjo de los unitarios, liberales y quienes lo valoraron y respaldaron.

Con el paso de los años, fue consolidando su prestigio personal y político entre varios unitarios que combatieron contra su abuelo, como Florencio Varela, los Alsina, Mitre, entre otros, muchos de los cuales estaban vinculados a la masonería.

La masonería, donde “la fraternidad estaba por encima de la nacionalidad”, podría explicar la huida de Urquiza tras derrotar a Mitre en la batalla de Pavón. Asimismo, esta influencia masona también ayudaría a entender el ascenso político y social de J. M. León, junto a otros masones como Sarmiento, Mitre y Derqui.

Veamos el discurso de Mitre en 1868 a la delegación masónica norteamericana en la ‘Logia Constancia':

"La Historia política de la República Argentina, sus luchas y sus conquistas están representadas en los cinco presidentes constitucionales que se cuentan en su historia constitucional. La primera, la de Rivadavia fue la más fecunda de todas... Los otros cuatro presidentes, Hermanos, se han encontrado una vez juntos y arrodillados al pie de estos altares; el General Urquiza que acababa de de serlo; el doctor Derqui que lo era entonces; yo que debía ser honrado más tarde con el voto de mis conciudadanos y el Hermano Sarmiento, que va a dirigir bien pronto los destinos de la Nación”  (Del brindis pronunciado par el presidente Mitre en 1868 a la delegación masónica norteamericana, en banquete ofrecido en la Logia Constancia, en ocasión de la próxima asunción del mando por el Hermano Sarmiento- en ‘Arengas de Mitre’, edic. de La Nación, Bs.As. 1902, T.I, pág.270)

Aunque, según me aseguraron en el núcleo familiar, J.M. León aparentemente no había sido masón, resulta evidente que, en aquella época, la mayoría del arco político y social estaba vinculada o confraternizaba con la masonería.

Su buena relación con estos círculos, junto a su innata capacidad, seguramente facilitó su ascenso económico y político. Los hechos demuestran que se rodeó de masones y de aquellos unitarios y federalistas renegados que contribuyeron a la desgracia del país y de su abuelo.

Difícilmente alguien que elogiará a J. M. de Rosas o a la Confederación en esas décadas pudiera acceder a cargos públicos o políticos de alto rango.

Veamos los hechos a los que nos referimos:

.1-M. León se dedicó tanto al comercio como a la política. Se alió con figuras como Florencio Varela y Mitre, y fue socio de Alsina, quien fue el principal ideólogo de la incautación ilegítima del patrimonio de su abuelo. Participó valientemente en la guerra de la Triple Alianza contra los paraguayos, donde resultó herido, combatiendo bajo las órdenes de Mitre, aliado a los brasileños y al renegado y traicionero Urquiza.

Este episodio seguramente debió ser profundamente lamentado por su anciano abuelo desde Inglaterra, ya que, así como el Gral. José de San Martín le donara su sable, Rosas tuvo la intención, el 17 de febrero de 1869, de legarle su propio sable al mariscal paraguayo Francisco Solano López en reconocimiento a su titánica lucha (una donación que posteriormente fue controvertida en su último testamento). Esto evidencia claramente el concepto de Nación realmente antifederal que sostenía J.M. León.

Urquiza había derrotado a Rosas en Caseros, pero esto no pareció afectarle demasiado, ya que se desligó por completo de su abuelo. Durante el período en que Urquiza dirigió el país, se rodeó de aquellos traidores que habían contribuido a la Confederación y a Rosas, personajes responsables del exilio forzado de su abuelo y de su pauperización, así como del sufrimiento infinito que padeció hasta el día de su muerte.

Me pregunto, y pregunto al lector: ¿Mantendría usted vínculos con quienes pudieron haber lastimado y hundido a su abuelo, condenándolo a un destierro eterno?

Otra incongruencia que mencionamos anteriormente es la situación de Máximo Terrero, quien era cónsul de Paraguay en Londres, mientras J. M. León, sobrino político de aquél, peleaba bajo las órdenes de Mitre y Urquiza en la guerra contra Paraguay.

Este 'antirrosismo' del hijo y del nieto de J.M. (o al menos su distanciamiento afectivo e ideológico) queda claramente reflejado en el hecho de que no consta que alguno de ellos se haya movilizado para lograr la reivindicación personal y patrimonial de su abuelo, a pesar de las penurias económicas que él sufrió en el exilio.

Estas penurias fueron causadas por aquellos con quienes J.M. León se codeaba en Buenos Aires y a quienes debía su ascenso social y económico. Nunca le brindó ayuda económica a su abuelo, a pesar de haber podido hacerlo.

Además, esto puede corroborarse en la sucesión de Encarnación Ezcurra, cuando J.M. León se refirió, en cierto modo, de manera crítica a su abuelo o al gobierno que éste representó, según me han informado oralmente.

En este trabajo se intenta describir las actitudes personales de los distintos protagonistas de este período histórico, no solo en su esfera privada, rica en detalles, sino también en la relevancia pública de sus acciones y sus efectos en la defensa —o la falta de ella— de la Nación.

Obviamente, quien esto escribe no puede juzgar directamente a J.M. León por no haberlo conocido personalmente; sin embargo, desde el punto de vista de su actitud pública frente a quienes traicionaron al país, mancillaron el honor de su abuelo, lo acusaron injustamente de traidor a la patria y lo confinaron a un destierro ignominioso, no puede dejar de señalar esa omisión y silencio como una afrenta consentida por él. Esto resulta innegable: al menos, no se ha oído su voz oponiéndose a tales hechos.

Aunque algunos descendientes me han informado que poseen documentación que respalda que, cuando Manuelita solicitó al gobierno nacional la devolución de los bienes confiscados a los Ezcurra, que le correspondían por herencia (logrando finalmente recuperarlos tras muchos años), J.M. León habría ‘adherido’ (sic) a dicha petición.

Si esto fue así, respondería más a una formalidad que a un deseo genuino, ya que, de haber sido realmente su intención, no habría esperado tantos años para reclamar. Además, no se registran acciones previas de su parte en ese sentido, en forma personal. Es importante señalar que si bien apoyó la solicitud de Manuelita para la devolución de los bienes de Encarnación, no hizo lo mismo respecto a los bienes de su abuelo J. Manuel.

En primer lugar, no consta que se haya opuesto a la confiscación cuando tuvo la edad y la posición política y económica para hacerlo.

En segundo lugar, el pedido de devolución no surgió de él, sino que se habría adherido a una solicitud de su tía Manuelita (según me han relatado y con posible respaldo documental en ese sentido), centrada en los bienes de Encarnación y no en los de Juan Manuel.

En tercer lugar, a lo largo de su vida nunca se molestó en proclamar públicamente la injusticia de esas confiscaciones ni del destierro de su abuelo. No se conoce ningún artículo periodístico ni declaración pública suya al respecto.

En fin, si bien a J.M. León no le confiscaron sus bienes personales ni fue perseguido como su abuelo y su tía Manuelita, por una cuestión de dignidad debería haber protestado públicamente no solo por el destierro y la confiscación, sino también por el odio que manifestaban en privado y en público hacia su abuelo. Aquellos con quienes trataba diariamente, incluso en su entorno cercano, anatemizaban su vida, su obra y su gobierno. No hay constancia de que haya actuado en ese sentido.

El hecho de que J.M., su hijo J. Bautista y Manuelita fueran los únicos a quienes se les confiscaron sus bienes seguramente profundizó el distanciamiento familiar y provocó que J.M. se sintiera ‘abandonado’ por sus parientes.

Por otro lado, los demás Ortiz de Rozas no sufrieron confiscaciones ni persecuciones y continuaron con sus vidas cotidianas en Buenos Aires, a pesar de los conflictos políticos y guerras civiles que azotaron la región.

Juan Manuel León Ortiz de Rozas se afilió al Partido Autonomista, fue director del Banco de la Provincia de Buenos Aires, diplomático y ocupó diversos cargos públicos (diputado, ministro). Alcanzó incluso la gobernación de la provincia, aunque solo ejerció el cargo durante tres meses debido a su fallecimiento.

Murió el 1 de septiembre de 1913. Su entierro y exequias fueron grandemente pomposos; asistió toda la aristocracia porteña y, sobre todo, no faltaron políticos ni las grandes familias con ideas unitarias contra las cuales había combatido su abuelo —quienes fueron responsables de su caída, destierro y pobreza.

J.M. León se casó con Malvina Enriqueta Bond y tuvo varios hijos e hijas. Una de ellas fue María, ‘Cota’, mi bisabuela, quien contrajo matrimonio con Rodolfo Molina Salas, mi bisabuelo.

10) Rodolfo Molina Salas también era un acérrimo ‘antirrosista’, según me ha transmitido a mi persona mi madre y otros familiares. La razón es claramente comprensible,.  Su tío segundo, Avelino Viamonte, hijo del Gral. J. J. Viamonte, fue muerto supuestamente por la Mazorca por orden de J. M. por conspirar en su contra y colaborar en su derrocamiento.

No queda muy claro de quien provino la orden. Pudo haber sido de Encarnación, su mujer, ya que en ese momento J. M. se encontraba en la Campaña del Desierto Este acontecimiento nos llevaría a entender el rechazo de los Molina Salas hacía J. M.

Ahora bien, Rodolfo Molina Salas y María Ortiz de Rozas tuvieron tres hijas mujeres, tataranietas del J.M:  mi abuela Malvina Raquel, María y Alicia..

1- Malvina Raquel, mi abuela, conocida en la familia como ‘Cota’ se casó con el que fuera luego mi abuelo, Emilio Natalio Gil, que tampoco era ‘rosista’ ni federal, tal como se estilaba en aquellos tiempos educar a los argentinos.  Ambos tuvieron dos hijos, mi tío Rodolfo Gil Molina, y mi madre  Malvina Gil Molina (la tercera Malvina en la familia).

Ella se casó con Vicente Montoro Hunt y tuvieron dos hijos: mi hermana Gonzalo Vicente, el autor este trabajo. Y mi hermana Andrea Malvina.. Por lo tanto, mi madre es Chozna de Rosas, y mi hermana y yo, hijos de Chozna

Mis tías abuelas:

2- María Molina Salas, conocida como ‘Mima’, fue a quien más he tratado porque fue la última en fallecer. Pudo participar de la repatriación al país de los restos de su tatarabuelo, y ver su reivindicación política, de la cual ella estaba profundamente orgullosa ya que, como mujer de criterio propio, supo ver la valía de J.M., la honorabilidad de su persona y su defensa de la patria.

Ella se sentía profundamente federal y ‘rosista’, al igual que su marido Julio Rivas Argüello, abogado, juez Federal quien además era estudioso y conocedor de la historia argentina hasta en sus más mínimos detalles.  Fue miembro del poder judicial en la primera presidencia de Perón. 

La pareja tuvo tres hijos: Julio, Andrés y Rodolfo. Andrés (llamado en la familia ‘Pancho’). Él, al igual que su madre, supo ver la verdad sobre la vida de J.M, seguramente por encima de la educación que estaba impregnada en la sociedad de entonces.

3- Alicia Molina Salas estaba casada con Luis Héctor Sánchez Viamonte y no tuvieron descendencia. Su marido era hermano del renombrado abogado y jurista Carlos Sánchez Viamonte (‘Carloncho’).  Ambos eran bisnietos del general Juan José Viamonte y prominentes dirigentes del Partido Socialista.

Como puede colegirse, tanto por el lado de Rodolfo Molina Salas —cuyo ascendiente se dice que era el General Viamonte— como por el de su hija Alicia, casada con Luis Sánchez Viamonte, existía una línea de parentesco tanto ascendente como descendente con los Viamonte.

Esto evidencia el entrecruzamiento de familias de diferentes orientaciones políticas y ofrece otra explicación al ‘antirrosismo’ de algunos descendientes de J.M., o al menos a su silencio respecto a su gobierno y obra.

En síntesis: las razones del ‘antirrosismo’ en ciertos familiares, tanto por parte de algunos miembros Ortiz de Rozas como de los Molina Salas, pueden identificarse en diversos hechos y comportamientos:

-Juan Manuel de Rosas mantuvo un trato diferenciado con los miembros de su familia. Fue más afectuoso con su esposa Encarnación, su hija Manuelita y su hijo adoptivo Pedro Rosas y Belgrano que con su hijo J. Bautista. Este último tenía un perfil bajo y mantenía escasa relación con su padre. La poca interés de J. Bautista por la política debilitó aún más el vínculo entre ambos.

-El fusilamiento de Ramón Maza, cuñado de Mercedes Fuentes y Arguibel —esposa de J. Bautista— provocó un alejamiento por parte de algunos miembros de la familia hacia ella.

-La educación en París de J.M. León, a la que fue enviado por sus padres, le impregnó las filosofías liberales de la época. Por otro lado, Rosas nunca le prestó mucha atención a su nieto; incluso, ni siquiera lo despidió cuando el muchacho regresó a América junto a sus padres.

-El alejamiento afectivo de algunas hermanas de J.M. se debió no solo a que sus maridos estaban alejados de las ideas federales, perteneciendo a grupos familiares unitarios, sino también a que algunos de ellos podrían haber sido perjudicados profesionalmente por dichas ideas durante la período de Rosas. Veamos algunos casos:

Andrea estaba casada con Francisco Braulio Saguí de Lamadrid, miembro de una familia eminentemente unitaria. La hija de ambos, también llamada Andrea y sobrina de J.M., contrajo matrimonio con Federico Mitre, hermano del Gral. Bartolomé Mitre.

Mercedes, por su parte, estaba casada con Miguel Rivera, quien fue cesado en su cargo en la Universidad por no ser federal.

Una de las hijas de J.M. León, mi bisabuela María, se casó con Rodolfo Molina Salas, un ferviente ‘antirrosista’ y descendiente directo del General Juan José Viamonte. A su vez, una de sus hijas, Alicia, también contrajo matrimonio con otro descendiente de los Viamonte: Luis Sánchez Viamonte.

-El círculo que explica las causas del liberalismo y el ‘antirrosismo’ en la mayoría de los descendientes de J.M. (salvo honrosas excepciones como, por ejemplo, mi tía abuela ‘Mima’ - también llamada María- y mi tío Andrés ‘Pancho’ Rivas Molina) se cierra con la educación de la época: la ominosa pedagogía jacobina que se impartía entonces acerca del período de Rosas.

Todo comienza con el latiguillo “Tirano” Rosas, su “tiranía” o la denominación de “primera tiranía” como fundamento o base política para justificar la toma y el mantenimiento del poder, repitiendo mecánicamente estos conceptos y bombardeando con una profusa propaganda periodística hasta convertir esa visión en una verdadera leyenda.

Acerca de éste último punto podemos decir que “…La creación de una leyenda es, en determinadas circunstancias, fácil tarea. Y con pocos escrúpulos resulta asimismo fácil y cómodo emplearla como instrumento para la defensa de intereses dudosos, para el descargo de una responsabilidad, o para la simple satisfacción del odio, la venganza, el resentimiento o la antipatía.

“…Con demasiada frecuencia se prefiere en nuestros días urdir laboriosamente un complicado tejido de falsedades a mantener a pecho descubierto la propia razón y sostener gallardamente los propios actos y creencias.

“…Al servicio de todo eso -pasiones, temores, enconos o intereses- la creación de una leyenda se emprende como una tarea sistemática. Ella no es difícil si se tienen a mano instrumentos de poder y de riqueza para su difusión y toda una red enmarañada de intereses creados dentro de un área de soborno, de complicidad o de sumisión.

“…Una vez compuesta la versión falsa, pero verosímil, de los hechos a cuya luz la propia posición queda exaltada o segura y envilecida o comprometida la del enemigo, todo es dejar que esa versión se lance por la pendiente de la inercia, de la estulticia, de la cobardía o de la complacida malevolencia de las gentes.

Al principio la falsa moneda de la leyenda solo es admitida por la manchada conciencia de sus autores y divulgada por sus cómplices indirectos. Acógenla en seguida los innumerables que apenas viven para otra cosa que para captar noticias -las que sean- y difundirlas deportivamente. Muchas veces solo por el gusto de hablar. Otras por resentimiento, por envidia de cualquier fortuna, o porque en su congénita mezquindad siempre prefieren en la duda la versión mas dañina.

“…Un poco más tarde las gentes situadas a mayor distancia de los hechos -de la intimidad de las causas y razones de los hechos-, gentes sencillas, aun de buena fe, entran a participar, por pereza mental o por dificultad de acceder a la verdad, en la versión legendaria. Aceptada por la fe o por la maldad la leyenda cunde y se consolida.

“…En vano los que honrada y valerosamente conocen la verdad de los hechos desvirtuados, tratan de combatirla. El intento se traduce en una atmosfera de angustia y de asco. Con lo que aún le queda a la leyenda, a la mentira sistematizada, cumplir el estrago peor, porque los conocedores de la verdad, que fueron los mismos protagonistas de los hechos deformados, hartos y fatigados por su lucha desigual contra esa ingente fuerza, acaban por rendirse, por hacerse indiferentes, a no ser - lo que todavía es peor - que acaben perdiendo la memoria y acomodándose claudicantemente a la versión común que el tiempo se encargará  de hacer inapelable. De esta manera se extingue el sano apetito por la verdad que es un valor social de primer orden.

“… ¿Quién en estos días que vivimos no siente la angustia y está al borde de caer en el desaliento de la pasividad que produce la sensación de la impotencia ante un mundo de mentiras? Mentiras que tergiversan hechos históricos, que condenan a pueblos enteros, que infaman a personas con honor y con ideal, o exaltan a los que no lo tienen, que tratan, en fin, de defender o salvar una situaci6n, un mundo de situaciones difíciles, por ese medio cómodo y envilecedor de la leyenda.

“…Así y toda la responsabilidad de emperezarse en esa atmosfera es muy grande. Ante una situación universal de ese volumen creo que cada uno ha de procurar enfrentarse con la parte de leyenda que más de cerca le toque para intentar destruirla y restablecer la verdad”.

Para sorpresa de algunos lectores, estas manifestaciones no se dirigen a J.M. de Rosas ni tampoco transcurren en el siglo XIX. Se trata de una declaración hecha en Madrid, España, en octubre de 1946, por Ramón Serrano Suñer refiriéndose a José Antonio Primo de Rivera, en el prólogo escrito por el autor a su libro ’Entre Hendaya y Gibraltar’. Pero, ‘mutatis mutandi’, difícilmente podría haber algo más exacto sobre J.M. y que se pueda aproximar tan claramente a su vida y a su época:

Se ’hizo’ una historia acomodada a intereses ideológicos, como dijo Salvador María del Carril, en carta a Lavalle luego del fusilamiento de Dorrego:

“…la posteridad consagra y recibe las deposiciones del fuerte o del impostor que venció, sedujo y sobrevivió... Yo no dejaría de hacer algo útil por vanos temores. Si para llegar siendo digno de un alma noble es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad se miente y se engaña a los vivos y a los muertos”. 

Recordemos que quien así se expresaba era  un confeso masón  que fue posteriormente Vice-Presidente de la Confederación Argentina cuando el Presidente era Justo José de Urquiza  y luego, Presidente de la Corte Suprema de Justicia,.

A confesión de parte, relevo de prueba. El fin justificó los medios-cualquier medio- para los Unitarios y lo que se nos ha presentado como historia es una “política de la historia” como supo decir Nestor Genta..

Esto nos lleva a pensar que la naturaleza humana, con tal de tomar el poder y mantenerlo a lo largo del tiempo, no trepida en utilizar cualquier recurso real o falso que le permita lograr dicho objetivo.  De modo que después de muchos años de repetir e insistir con determinada visión o concepción de los hechos, en el inconsciente o consciente colectivo termina creyéndose que ese relato es la verdad.

Así, George Orwell escribía, refiriéndose a la política del imperio británico: “El lenguaje político o, con variaciones, para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas– tiene como objetivo hacer que las mentiras suenen verdaderas...” (“Politics and the English Language”).

Puede entenderse así, porqué algunos descendientes de J.M. sostuvieran ideas liberales y hasta “antirrosistas”, con algunas dignas excepciones, pero ello no justifica que no tuvieran en consideración lo que sufría el Gral. en el exilio.  

No se solidarizaron con él cuando se sintió abandonado por culpa de aquellos que crecieron social y económicamente bajo el manto de la Confederación, y luego le dieron la espalda y fueron promotores de su destierro y confiscación ilegítima de sus bienes, con sus acciones y con sus ominosos silencios.

Un dato interesante para compartir es que muchos descendientes de J. M. de Rosas viven en la actualidad en los Estados Unidos. Don Alejandro Manuel Ortiz de Rozas, doctor en bioquímica, dejó la Argentina en 1955.  Se instaló en los Estados Unidos y cambió su apellido Ortiz de Rozas por Rosas., también por cuestiones familiares.

Uno de sus hijos, Alejandro (h) o Alexander, se casó con una señorita de nombre Kathy O'Connor con quien tuvo ocho hijos.  Han sido estudiosos de la historia de J.M. y todos ellos manifiestan admiración y orgullo por el Restaurador.

Todos los descendientes de este matrimonio son renombrados profesionales (abogados, médicos cirujanos, etc.), y la mayoría reside en la ciudad de Los Ángeles, California.

 

IV.-VIDA DE ROSAS EN EL EXILIO-

 

Uno de los que aparentemente le ofreció ayuda económica fue Lord Palmerston, pero J.M. Rosas dignamente no la aceptó, a pesar de haber tenido trato durante los años en que estuvo en Inglaterra.

Aunque Rosas mencionaba que mantenía una estrecha amistad con Palmerston, algunos autores consideran que su relación era buena, pero distaba mucho de ser una verdadera amistad cercana.

La realidad exacta, sin embargo, nos es desconocida. Lo que sí podemos suponer con certeza es que Rosas debió haberse sentido muy herido al tener que mendigar dinero mediante cartas dirigidas a sus familiares y compatriotas. Además, su carácter huraño y las incomodidades derivadas de su vida frugal le impedían aceptar invitaciones sociales, ya que poco tenía para ofrecer y quizás sus recursos solo alcanzaban para sostenerse a sí mismo.

Volviendo al ámbito familiar, su orgullo herido y la necesidad de reivindicar su nombre lo llevaron a mantener poco trato no solo con su hijo y su nieto —como ya se mencionó— sino también con Manuelita, su hija adorada, a quien veía pero no con mucha frecuencia.

Una anécdota que ilustra bien su personalidad es que J.M. no asistió a la boda de Manuelita con Máximo Terrero porque no estaba de acuerdo con el casamiento.

La situación económica de Manuela y su esposo, Máximo Terrero, no era acomodada, sino más bien difícil, por lo que poco podían hacer para ayudar a su padre. Además, residían en Londres; aunque no quedaba muy lejos, en aquella época los medios de transporte no eran como los de hoy, y el traslado desde Londres a Southampton resultaba muy complicado.

La autoestima de J.M. Rosas probablemente influyó en su decisión de no querer que sus hijos y nietos lo vieran en el estado de privación en que vivía en su chacra. Aunque no lo visitaban con frecuencia, él se alegraba cuando Manuel Máximo y Rodrigo Tomás Terrero acudían a verlo y les brindaba un trato afectuoso.

La relación con J.M. León, hijo de J. Bautista, era claramente diferente.

Algunos autores señalan que, si bien el trato con los hijos de Manuelita y Máximo era cordial, tampoco era especialmente cercano o afectuoso. Esta aparente indiferencia por parte de Rosas generó que sus nietos mostraran cierto desinterés hacia él, devolviéndole en parte esa actitud.

Como señala BOHDZIEWICZ, esto también se refleja en hechos concretos: en 1888, Saldías visitó nuevamente a los Terrero en Londres. Allí, Manuelita le sugirió traducir al inglés su libro sobre la Confederación Argentina, un trabajo que aparentemente realizarían los nietos de Don Juan Manuel, hijos de Manuelita.

Pero, dice el autor citado, ello no prosperaría y no solo por los hechos que no lo desmintieron sino por una carta de Adolfo Saldías a Antonino Reyes (Paris, 05-08-1888, en MCASN, Archivo de Pedro Regalado Rodríguez) en la cual el primero le dice al segundo: “Pero en la confianza íntima del amigo, le diré a V. que no creo que ello se verifique. Nuestro amigo mismo, a quien cada día tengo motivo de apreciarlo más, me declaró que ninguno de sus hijos miraba con interés los documentos preciosos que arrojaban fama y gloria sobre su abuelo, lo que no era extraño pues habían vivido en otro mundo que en su patria. La excusa del padre amoroso no bastó para defenderse de cierta impresión ingrata respecto de esos jóvenes que no por ser ingleses dejaban de ser nietos de su abuelo que llegó a adorarlos. […] No sé por otra parte que ninguno de esos dos jóvenes haya tratado de darse cuenta hasta ahora de quién era su abuelo, ni siquiera de recorrer un poco esos papeles entre los cuales hay reyes, reinas, grandes diplomáticos de Europa, sabios y militares ilustres que llaman amigo, grande hombre y héroe al que nosotros hemos llamado monstruo, tirano. A mí mismo me han hecho algunas preguntas que he debido responderlas refiriéndome a esos papeles y a lo que está escrito”.

“Creemos- finaliza  BOHDZIEWICZ -que don Adolfo acertó. Es casi una regla que los descendientes de una gran personalidad se desentiendan de sus glorias y hasta la ignoren por esa ley predominante que impone mirar siempre hacia adelante.

Ya habíamos mencionado que J. Bautista, junto con su esposa Mercedes Fuentes y Arguibel, acompañaron a J.M. en su exilio y se establecieron en Inglaterra hasta 1855. Como no lograron adaptarse a vivir allí, se trasladaron a Itajaí, Brasil, donde permanecieron varios años hasta que finalmente se instalaron en Buenos Aires.

¿Por qué no fueron directamente a la capital argentina?

La razón es que, al regresar, les aconsejaron que no llegaran directamente a Buenos Aires debido a las guerras civiles que azotaban el país y al peligro que ello implicaba. Por eso optaron por radicarse en Itajaí, donde vivieron de manera muy modesta durante casi siete años: él trabajaba como profesor de piano y ella como profesora de inglés. J.M. León estuvo con ellos durante un par de años; sin embargo, apenas pudo, regresó a Buenos Aires.

Mientras estaban en Itajaí, J. Bautista le envió una carta a Mitre —quien era un enemigo acérrimo de su padre y partidario de su destierro, así como del suyo propio— felicitándolo por su victoria contra Urquiza en la batalla de Pavón en 1861.

En realidad, el triunfo de Mitre fue más en los círculos masónicos que en el campo de batalla propiamente dicho. Probablemente esa carta fue una estrategia de J. Bautista para preparar su regreso a Buenos Aires, donde residía su hijo desde 1858 con la familia de su madre, Mercedes Fuentes y Arguibel.

En otros términos, podría interpretarse como una hábil jugada política para que le tendieran un ‘puente de plata’ y pudiera regresar al país sin problemas. Y así fue: logró su objetivo, ya que volvió a la Argentina con toda su familia sin que enfrentara ningún impedimento. Esa carta explicaría por qué, después de tantos años fuera del país, pudo regresar sin dificultades.

Al momento de su retorno, su hijo, el joven J.M. León, ya llevaba tres años viviendo en Buenos Aires con la familia de su madre. Es importante recordar que ni él ni sus progenitores estaban proscritos.

El estoicismo con el que vivió J.M. Rosas durante su exilio no pasó desapercibido para muchos argentinos, quienes reflexionaron sobre quién había sido y quién era todavía. También en el extranjero, distintas personalidades se preocuparon por la suerte del Restaurador de las Leyes.

Entre ellas se encontraban el emperador Napoleón III de Francia y el ilustre general peruano Ramón Castilla, dos veces presidente del Perú y uno de los estadistas más reconocidos de ese país.

Este último, quizás con algo de ingenuidad, envió una carta al general Mitre —en ese entonces presidente de Argentina— interesándose por la pobreza en la que vivía J.M. de Rosas.

En esa misiva, Castilla relataba cómo había visto personalmente a Rosas en Southampton e intentaba persuadir a Mitre para que se ocupara y preocupara por la devolución de sus bienes, con el fin de aliviar en parte la situación del desterrado. La petición era sincera y humana, aunque también reflejaba cierta inocencia o ingenuidad, como se ha señalado.

Veamos, primero la carta de Castilla:

 “Lima, 11 de julio de 1866. "Excelentísimo señor general don Bartolomé Mitre.

“Apreciado señor general: Aunque no he tenido ocasión de comunicarme con usted, espero que no extrañara lo haga ahora en honor del motivo que me mueve.

"Lanzado de mi patria y llegado á Southampton recibí una visita del general don Juan Manuel de Rosas, y habiendo estado en su casa á corresponderle su atención, comprendí, sin insinuación ninguna de su parte la estrechez en que vive, y que contrasta con el carácter que ha investido en su país y su alto rango militar.

Híceme desde entonces el deber de invocar en su favor las ideas é ilustración del siglo, a cuya altura ha sabido usted colocarse, dando de ello repetidas pruebas en su administración. Guiado por estas ideas, me atrevo a interesar la grande influencia que le dan su bien merecido puesto y filantrópicos sentimientos para que se devuelva al general Rosas sus bienes confiscados en oposición con los principios que proclama la época.

"Estimando esta medida muy digna de la nobleza del carácter argentino, no puedo dudar de que usted tomará la iniciativa para aliviar la suerte de un viejo soldado. Por mi parte, si usted me considera digno de alguna consideración, me será grato recibir como prueba de ella la aceptación de mi propósito.

"Con sentimiento de verdadera estimación me ofrezco su afectísimo y atento amigo y S. S. -RAMÓN CASTILLA."

La respuesta del Gral. Bartolomé Mitre fue la siguiente:

"Cuartel general en Tuyutí (Paraguay) , 20 de agosto de 1866. "Señor general don Ramón Castilla. Con algún atraso ha llegado á mis manos la estimable de 11 de junio del corriente año, que se ha servido dirigirme á propósito de los bienes de don Juan Manuel de Rosas, con quien había estado en Southampton.

"Con tal motivo debo manifestarle que la ley en virtud de la cual fueron afectos los bienes de don Juan Manuel de Rosas, para responder á las acciones fiscales que contra ellos hubiere, fue dictada por la provincia de Buenos Aires, que en nuestro sistema de organización, como usted lo sabe bien, es independiente del ejecutivo nacional que presido. Que esa ley tiene ya la sanción de la opinión y del tiempo, y que los reclamos legales á que ella pudiese dar lugar se sigue por otras vías, deduciéndose ante los tribunales las acciones fiscales y las excepciones.

"Que, por último, ocupado como me hallo en campaña al frente del ejército, no me es posible contraerme a este género de asuntos, que, por otra parte, como ya he manifestado, ni son de mi resorte, ni es posible conducirlos por otras vías que las legales. Agradeciendo su comunicación y las expresiones con que se sirve \favorecerme, me es grato retribuirlas en su distinguida persona, aprovechando esta oportunidad para ofrecerme de usted con verdaderos sentimientos de estimación, su atento servidor y amigo. -B. MITRE”.

Y decimos “ingenuamente” porque era previsible que la respuesta del primer mandatario de la Nación Argentina sería que nada podía hacer por cuestiones de jurisdicción (y, entendemos, que ni siquiera su deseo de intervenir era mayor). Además, finalizó diciendo que tampoco disponía de tiempo para ocuparse del asunto, alegando que tenía otros asuntos importantes que atender.

Esta respuesta se dio en un tono de desdén y desprecio, digno de un jacobino traidor a su nación, humillando a J.M. de manera indirecta. A la vez, mintió una vez más al afirmar que la confiscación tiene…” la sanción de la opinión y del tiempo, y que los reclamos legales a los que ella pudiese dar lugar se siguen por otras vías, deduciéndose ante los tribunales las acciones fiscales y las excepciones”.

En primer lugar, esa “opinión” contra Rosas y su gobierno legal no era la del pueblo de la Confederación —que en realidad quería a Rosas— sino la “opinión” impuesta por las armas de una nación extranjera como Brasil, con el apoyo de las finanzas internacionales, las logias argentinas, brasileñas y uruguayas, así como por los ejércitos levantados en armas en Entre Ríos, Corrientes y Uruguay tras haber derrotado a quien fuera su legítimo gobernante: Manuel Oribe.

En segundo lugar, los “tribunales” a los que se refiere Mitre son el resultado de la imposición por parte de quienes derrocaron un gobierno legal mediante tribunales ilegítimos. Por lo tanto, no existió ninguna “opinión” que sancionara a Rosas, ni hubo ningún tribunal legítimo con autoridad para decidir respecto a un gobierno legalmente constituido y posteriormente derrocado.

El gobierno surgido de una revuelta contra el orden legal, promovida por una potencia extranjera con la ayuda de traidores internos, hace que todos los actos derivados de esa situación sean considerados nulos de nulidad absoluta “ex tunc”, es decir, desde el principio. Esto debe tenerse en cuenta para el futuro, en cuanto nuestra patria recupere su soberanía perdida el 3 de Febrero de 1852.

Respecto al testamento de J.M., en su codicilo 16 fechado el 28 de agosto de 1862, dona su PROPIA espada a su amigo José María Roxas y Patrón. A su fallecimiento, esta espada será entregada a su esposa e hijos; y tras sus muertes, pasará a los herederos de Juan Nepomuceno Terrero.

, “16ª…Y tanto por los servicios enunciados con que el Señor Roxás me ha auxiliado, y servido, como también por los que con las luces de su ilustrada capacidad, con su pluma y los sabios consejos de su gran práctica, y estudios en los grandes Negocios de Estado, me ha ayudado en el trabajo de las obras, o sean apuntes, que he escrito en este País, desde 1852, sobre la Religión del hombre, sea cual fuere su creencia, la una sobre la Ley Pública la otra; y sobre la ciencia médica la otra; mi Albacea le entregará también, la espada puño de oro, que me presentó la Honorable Junta de Representantes de Buenos Aires, por las Victorias en la Campaña a los desiertos del Sud en los años 33 y 34.- Esa espada está sin la vaina que he vendido para atender a mis urgentes necesidades- Muerto el Señor Róxas, pasará a su Esposa la Señora Da Manuelita, por muerte de ésta a cada uno de sus hijos e hijas, por escala de mayor edad, y por muerte de éstos, a cada uno de los hijos e hijas, de mi primer amigo el Señor Dn Nepomuceno Terrero, por la escala de mayor edad.”.

“23 - La Medalla con sesenta o más brillantes, que me presentó la Honorable Representación de la Provincia de Buenos Aires en testimonio de gratitud por la Campaña a los desiertos del Sud en los años 33 y 34, la regale a mi hija Manuelita de Rosas de Terrero, para que hiciera de ella lo que mejor le agradare”.

El sable le fue entregado por la Honorable Sala de Representantes el 30 de Marzo de 1836, día de su cumpleaños, y un año antes, el 25 de Mayo de 1835, por el mismo motivo, le habían hecho entrega de la Medalla de oro y brillantes.

La vaina del sable Rosas tuvo que venderla en su exilio debido a sus apremios económicos, desconociéndose quien la compró.

La medalla de oro con brillantes se la regaló en vida a su hija Manuelita, pero aún no se sabe cuál ha sido su destino final. No se sabe, en fin, la suerte de la medalla de oro y diamantes referida, también entregada a Rosas por la Asamblea Legislativa de la Confederación por sus triunfos en la Conquista del Desierto y que J.M. usaba con su uniforme en reuniones formales y con la que siempre se lo ve en sus distintos cuadros.

En aparente contradicción con lo expuesto, el 17 de Febrero de 1869 en una carta a Roxas y Patrón, J. M. expresa su intención de donar el sable al Mariscal Solano López, por su lucha contra el Imperio del Brasil y sus aliados

“Febrero 17 1869

Dn José María Roxas y Patrón (…)

Por mi parte he registrado en mi testamento, la siguiente cláusula, entre otras adicionales.

“Su Excelencia el Generalísimo, Capitán General Dn José de San Martín, me honró con la siguiente Manda. ‘La Espada que me acompañó en toda la guerra de la Independencia, será entregada al Gral. Rosas, por la firmeza y sabiduría, con que ha sostenido los derechos de mi patria.

Y yo Juan M. Ortiz de Rozas, su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a Su Excelencia, el Señor Gran Mariscal, Presidente de la República Paraguaya y Generalísimo de sus Ejércitos, la espada diplomática y militar, que me acompañó durante me fue posible sostener esos derechos; por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido los derechos de su Patria, el equilibrio, entre las Repúblicas de Plata, el Paraguay y el Brasil (…) Rosas”

(Carta de Juan Manuel de Rosas a José María Roxas y Patrón, en A.G.N. “Correspondencia Rosas-Roxas y Patrón”. 1868-1870)”.

Se trata de una simple carta, no de un testamento formal con todas las formalidades legales correspondientes. Por lo tanto, entiendo que ese documento sería el único válido desde el punto de vista testamentario.

Su amigo Roxas y Patrón le respondió prontamente el 23 de marzo de 1869, explicándole que todos sus papeles y su espada deberían estar en un museo argentino.

Es probable que Rosas haya desistido de la donación a Solano López, ya que en la modificación de su testamento en 1873 no se realizó ningún cambio en el codicilo 16º. Además, cabe señalar que el 1 de marzo de 1870 falleció el mariscal López, por lo que no habría podido acceder eventualmente a esa espada.

 

V.- REPATRIACION DE SUS RESTOS Y REIVINDICACIÓN HISTÓRICA

 

Contaba mi abuela Malvina Raquel, ‘Cota’ (tataranieta de J.M, bisnieta de J. Bautista y nieta de J.M. León) que su padre, Rodolfo Molina Salas, tenía PROHIBIDO EN LA FAMILIA HABLAR DE J.M. de ROSAS, NI SIQUIERA PODIAN NOMBRARLO En la propia casa, y en honor a la verdad, continuaba diciendo mi abuela, no se hablaba ni a favor ni en contra de J.M. Su vida y obra era un tema tabú que no se tocaba. Esto me fue confirmado por mis familiares mayores: en nuestros hogares no se hablaba de J.M, en ese sentido reinaba un silencio absoluto

Yo mismo, como autor de este trabajo, para comprender y conocer la historia, debí transitar la época de Rosas con mis propias ideas y recursos investigativos, lo que supuso luchar contra un ambiente cultural y social algo adverso en algún sentido.

Seguramente la familia debe haberse debatido en una contradicción afectiva y cultural.  Por un lado, como descendientes directos del Restaurador sentirían cierto grado de afecto, pero, por otro lado, la educación recibida desde el ingreso escolar les inculcaba una mirada negativa.   Su nombre era sinónimo de ‘tirano’ y su régimen se calificaba como una feroz ‘dictadura’, dando a entender con tal término que su gobierno era ilegal. Evidentemente no se conocía lo que significan los términos ‘tiranía’ y ‘’dictadura’

El tirano, es una persona que es un intruso en el ejercicio del gobierno y que no ordena al bien común la multitud que le está sometida sino al bien privado de él mismo” (Santo Tomas de Aquino).

Quedó ratificado en los hechos y no sólo en las palabras, que J.M. de Rosas no ha sido tirano.  Accedió al gobierno luego de haberse negado a ello en más de una oportunidad, y finalmente lo hizo ante el ruego de la gente de todo el país. 

Es dable destacar que, durante su gestión, las finanzas públicas fueron tan ordenadas, que hubo superávit en su último año de gobierno.  Algo inédito en nuestra historia, como lo aceptan, aun a disgusto, sus propios enemigos.

La “dictadura”, de Rosas fue elegida por la Legislatura antes de ser nombrado Gobernador y ratificada por un plebiscito los días 26, 27 y 28 de Marzo de 1835, cuyo resultado fue contundente: 9.324 votos y solo hubo 4 en contra, algo que fue reconocido hasta por el propio Sarmiento (“No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar al plebiscito del 26, 27 y 28 de marzo de 1835 en Buenos Aires por el cual la ciudadanía se pronunció en concederle la Suma del Poder Público a Rosas” ).

En realidad, aquellos que fueron ajusticiados por orden de Rosas, no lo fueron por sus pensamientos políticos, sino por haberse alzado en armas contra la autoridad legítimamente constituida.

Un ejemplo de esto es la gran cantidad de unitarios que vivieron tranquilamente en la época de Rosas y nunca fueron molestados ni perseguidos; es más, muchos combatieron al lado de Rosas contra los invasores extranjeros, SIN RENEGAR JAMÁS DE SUS IDEAS UNITARIAS. Rosas, los acogió de buena gana, les dio cargos de importancia y lucharon a su lado.

A modo enunciativo, el primero y más conocido fue Martiniano Chilavert. También, José Álvarez de Arenales (guerrero de nuestra Independencia), el Almirante Brown, Facundo Quiroga, el General Manuel Corvalán que siendo de pensamiento unitario no dudó en ponerse a las órdenes de J.M. para combatir a los ingleses y franceses en Vuelta de Obligado, el Gral.Pedro José Díaz (guerrero de la Independencia y hombre honorable) a quien Rosas valorando sus sentimientos patrióticos a pesar de profesar ideas unitarias, le restituye su jerarquía militar con pago de haberes sin RENUNCIAR NI UN MOMENTO  A SUS PENSAMIENTOS UNITARIOS, luchando codo a codo con Rosas ante el avance de fuerzas internacionales en la batalla de Caseros, dándole –conjuntamente con Chilavert - enorme poder de mando J.M. 

Según A. SALDIAS (en ‘Historia de la Confederación Argentina’ -1888), a tenor de los dichos de Antonino Reyes en carta que le enviara el día 15 de septiembre de 1886, Díaz le dice a éste que ante el pedido de Rosas de llevar el mando de sus tropas, que “…aprecio su distinción y la confianza con que me honra. Que aunque unitario he de cumplir con mi deber cuando llegue el caso, como soldado a las órdenes del gobiernos de mi  patria”. Tampoco el Brig. General de la independencia Eustoquio Díaz Vélez, unitario confeso, durante el gobierno de Rosas sufrió ningún tipo de persecución y vivió tranquilo.

Como dice Americo PICCAGLI a J.M. no le importaba tanto la ideología de las personas sino que se soliviantaran contra el orden jurídico. Tan es así que por ejemplo, no tuvo inconvenientes en que se le reconociera el derecho a la jubilación al padre de Lavalle y a un hermano de éste lo designó Tesorero de la Aduana –lugar sensible si lo hubo- todo a fin de intentar limar resentimientos y con el objeto de ir unificando al país.

Otro ejemplo que menciona puntillosamente el autor mencionado y que es extraído de su propia documentación personal es el siguiente y que citaremos en detalle ya que lo amerita:

Se trata de una anécdota de un inglés que vivía por el año 1938 aproximadamente, de nombre Enrique Ford  que tenía el oficio de herrador de caballos… “ En la familia nos dice nuestra informante María Elvira Ford, por transmisión oral se cuenta lo siguiente: “Un día le trajeron un caballo para ser herrado con la recomendación de hacerlo de tal forma, una y otra vez, porque el Gral.Rosas -decía el emisario- le gustaba hecho con prolijidad y ajustado a ciertas normas. Don Enrique Ford dio cumplimiento a lo solicitado. Otra persona distinta a la primera que condujo el caballo vino a retirarlo observando el trabajo realizado a la vez que preguntaba si se habían ajustado a las instrucciones. Finalmente Enrique perdió la paciencia y le dijo: - Si el General Rosas está conforme bien, y sino que  se vaya a la m….-  En ese momento quien había ido a retirar el caballo le dijo:-Yo soy el General Rosas-.y se despidió sin más trámite. Enrique Ford tuvo una fuerte conmoción y se le tradujo en desarreglos estomacales; una de las versiones dice que se metió en la cama y esperó a que la Mazorca lo viniera a buscar para hacerle pagar por  su improperio. Pero nada de ello ocurrió y finalmente Enrique Ford terminó poniendo el retrato de Rosas en su casa”

Todo esto demuestra de manera concluyente que a Rosas no le importaba el pensamiento político de la gente, ya fueran civiles o militares, siempre y cuando no hubiera atentados o levantamientos contra las autoridades legalmente constituidas.

A diferencia del gobierno de J.M., los gobiernos unitarios no dudaron en ordenar rápidamente fusilamientos o ejecuciones sumarias: el general Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán; el general Pablo de la Torre; el general Iturbe, gobernador de Jujuy; el general Facundo Quiroga, gobernador de La Rioja; Nazario Benavidez, gobernador de San Juan; además de Manuel Dorrego, Mesa, Manrique y otros.

Volviendo a relatos familiares, mi tía abuela María (“Mima”) solía contar que, siendo ella muy pequeña, le preguntó a su abuelo J.M. León si J.M. había sido un tirano. Él le respondió con ternura: “El tiempo lo dirá, m’hija… el tiempo lo dirá”.

Esta anécdota nos muestra indirectamente que en la sociedad de entonces existía una creencia firme y dogmática en torno a la figura de Rosas como un tirano. Seguramente, esos términos los habría oído María, entonces niña, en su entorno, lo que despertó su curiosidad por consultar a su abuelo.

Podemos afirmar que fue el tiempo quien respondió a esa pregunta que ‘Mima’ le hizo a su abuelo J.M. León.

La figura del Restaurador fue reivindicada con fuerza y, cuando sus restos fueron repatriados desde Inglaterra, se les brindó una recepción espontánea y sin precedentes —ni antes ni después— en la historia argentina.

En Rosario, primero el 30 de septiembre y luego en Buenos Aires, el 1 de octubre de 1989, mi tía abuela ‘Mima’, ya con 86 años y siendo la mayor descendiente en ese momento, pudo ser testigo, gracias a Dios, de este acontecimiento histórico.(se adjunta foto del acto).

Acompañada por sus hijos, presenció la repatriación y el amor desbordante del pueblo que festejaba en las calles, en los balcones y en las plazas, con profunda emoción, el regreso con honra de quien consideraban su padre.

No recuerdo que el pueblo se haya manifestado con tanto entusiasmo —en realidad, con ningún entusiasmo— por figuras como Mitre, Sarmiento, Urquiza o Roca, a quienes se les han erigido numerosos monumentos en su honor.( se acompañan fotos del acontecimiento)

A pesar de los intentos por construir una imagen falsa sobre J.M. y su gobierno durante años —y de bombardear culturalmente a través de libros, diarios y textos escolares para denostar la figura del Restaurador de las Leyes— no lograron apagar el amor que su pueblo sentía por él. Ese amor dormido, como un volcán en calma, emergió con fuerza en la superficie durante la repatriación de sus restos. Para el pueblo, quien volvía no era simplemente un cadáver en un ataúd; era la personificación viva de Don J.M. de Rosas.

Podemos afirmar que la presión ejercida por los unitarios, con su intento de “lavar” (sic) la memoria de los argentinos durante décadas —inculcando odio hacia J.M. incluso en nuestros días— ha sido en vano. Intentaron borrar de nuestra historia sus actos heroicos e incluso su nombre, pero como se puede ver manifiestamente, la verdad finalmente salió a la luz.

Todo el pueblo, a pesar de la educación falseada y de la historia manipulada con la que lo martirizaron desde el 3 de febrero de 1852 (a las 15 horas), llevó siempre en su interior una cinta punzó.

Esto puede ilustrarse con la anécdota de un político y escritor inglés, quien comentaba que, muchos años después de Caseros, había oído a los gauchos en la frontera de Bahía Blanca y en otros lugares del interior entrar a las pulperías, clavar su facón en el mostrador, beber aguardiente o caña y, tras mirar al gringo de reojo y en modo desafiante, gritar: “¡VIVA ROSAS!” (R.B. Cunningham Graham, El Río de La Plata, editorial Wertheimer, Lea y Cía., Londres 1914, p. 5).

Este sentimiento también fue vislumbrado  con fiel certeza por Manuel GÁLVEZ: “Don Juan Manuel de Rosas no ha muerto. Vive en el espíritu del pueblo, al que apasiona con su alma gaucha, su obra por los pobres, su defensa de nuestra independencia, la honradez ejemplar de su gobierno y el saber que es una de las más fuertes expresiones de la argentinidad.”

El merecido reconocimiento y recibimiento que no pudo ser otorgado en vida fue concretado después de su muerte, el 30 de Septiembre de 1989 en Rosario y, luego, via el Rio Paraná y el 1ero.de Octubre en Buenos Aires.

La nación, el pueblo interiormente y con plena conciencia, nunca lo olvidó. A pesar de los esfuerzos de aquellos miopes que intentaron en vano borrar su memoria, su legado permaneció vivo en el corazón argentino.

Al recuperar la dimensión humana de J.M., con sus fortalezas y debilidades, lo enaltecemos.

Tengamos hoy presente que, en aquellos tiempos de destierro, tuvo que sobreponerse a muchas adversidades prácticamente solo, sosteniendo en su alma el dolor de haber dado tanto por su nación. ¿Qué le devolvió la historia en recompensa? El rechazo y el desprecio de las clases políticas desde su caída, pero no el del pueblo, que con un silencio resignado lo guardó en su corazón y en su memoria. Estos sentimientos fueron transmitidos a sus descendientes, lo que ha permitido que hoy El Restaurador sea fielmente reivindicado por los herederos de aquellos.

Recordemos también la idea expresada por el músico y escritor argentino contemporáneo Litto Nebbia, en una de sus obras: “Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia: la verdadera historia, quien quiera oír que oiga.”

Hoy, los restos del amado por su pueblo, Juan Manuel de Rosas descansan en paz y tal como él quiso, con el reconocimiento de su pueblo. Se encuentran en la cripta familiar del Cementerio de la Recoleta, según consta en el certificado de titularidad.

Una reivindicación aún pendiente y de estricta justicia sería reconocer e incorporar a Don Juan Manuel de Rosas como Jefe de Estado. De esta manera, se inscribiría oficialmente este hecho en las páginas de nuestra historia y se colocaría su retrato junto a los demás presidentes o Jefes de Estado de nuestra Nación.

Me baso en dos elementos que fundamentan lo que he manifestado.

Primero, Rosas fue efectivamente Jefe de Estado: en ese cargo, estaba a cargo de las relaciones exteriores, del manejo de la moneda, de la política económica general y de la administración aduanera en todo el país.

Todas las provincias le delegaron la gestión de estas funciones y, posteriormente, fue ratificado y designado por las distintas Salas de Representantes con diferentes títulos: “Presidente de la Confederación Argentina” (el 25 de enero de 1850, en Salta), “Supremo Director de los Negocios Nacionales de la República Argentina” (26 de febrero de 1850, en La Rioja), “Supremo Jefe Nacional” (abril de 1851, en Catamarca) y “Jefe Supremo de la Confederación Argentina” (2 de julio de 1850, en Córdoba). De igual modo actuaron Jujuy, Tucumán, San Juan, San Luis, Mendoza y Santiago del Estero.

Félix Luna  se refiere sobre este tema afirmando que “…Aunque ninguna norma lo definiera existía sin duda un Poder Ejecutivo Nacional que ejercía la política exterior de la Confederación en sus múltiples aspectos, incluido el ejercicio del patronato eclesiástico. Este Poder Ejecutivo regulaba la economía de todo el país a través de las tarifas aduaneras de Buenos Aires, y adoptaba medidas generales como prohibir la extracción de oro o la promoción de reducciones de derechos de tránsito interprovinciales, las subvencionaba en situaciones particularmente críticas (caso de Santiago del Estero) o mediaba eventualmente en sus conflictos (gestión Quiroga en, 1835). Ejercía el comando general de las fuerzas de mar y de tierra de la Confederación. Tenía a su cargo las relaciones con los indios. Sacaba ciertas causas del fuero judicial común para tramitarlas en una especie de justicia federal (proceso a los Reynafé). Estos son sólo ejemplos: podrían enunciarse muchas atribuciones más del Poder Ejecutivo Nacional que de hecho ejerció Rosas y que no se diferencian, en esencia, de las que se maneja el Estado Nacional a partir de la sanción de la constitución de 1853”

Al respecto, y salvando las distancias, un ejemplo actual serían España y los Estados Unidos de Norteamérica, entre otros países.

España cuenta con diferentes regiones AUTÓNOMAS que pertenecen a un mismo país. El gobierno central se encarga del manejo del ejército, la economía, la moneda y las relaciones exteriores. Lo mismo ocurría en el gobierno de Rosas.

Por su parte, los Estados Unidos tienen estados AUTÓNOMOS que, a su vez, forman parte de un país. El gobierno central administra el ejército, la economía, la moneda y las relaciones exteriores, igual que en el sistema rosista. En ambos casos, nadie negaría que existen y existieron Jefes de Estado o Presidentes, considerados como tales sin controversia alguna, independientemente del sistema de elección por el cual hayan llegado al poder

Segundo, eEn Inglaterra, como se expuso anteriormente, al confeccionar el certificado de defunción de Rosas, donde debía completarse la ocupación, registraron “EX PRESIDENT OF ARGENTINIAN CONFEDERATION”.

Lo que pone de manifiesto que, más allá de toda argumentación, J.M. fue visto y tratado, incluso en el exilio, no solo como Gobernador de una provincia, sino como Jefe de Estado.

Otro dato que refuerza el reconocimiento pendiente es el hecho de que Rosas fue el Encargado De Las Relaciones Exteriores De La Nación. Por ello, y considerando lo mencionado, debe considerarse al Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas como Jefe de Estado, con los honores correspondientes, e incluir su retrato en la Galería de Presidentes que funciona en nuestra Casa de Gobierno.

Para finalizar, cabe decir que a partir del 3 de febrero de 1852 comenzó —y aún no ha terminado— ‘La Hora de los Enanos’.

Así podría haberse dicho en su momento sobre los mediocres, los mesócratas que acosaron a J.M. de Rosas y a su gobierno nacional; al igual que, mutatis mutandis, escribió José Antonio Primo de Rivera en un artículo publicado en el diario ‘ABC’ de Madrid el 16 de marzo de 1931, sobre los mediocres que maldecían al fallecido Alte. Dn. Juan B. Aznar, denunciando cómo se vengaban del mencionado los llamados ‘enanos’. 

"Allí estaban todos, abigarrados, mezquinos, chillones, engolados en su mísera pequeñez. […] Ahora es la hora de los enanos, como se vengan del silencio a que los redujo ¡Cómo se agitan, cómo babean, cómo se revuelcan impúdicamente en su venenoso regocijo! ¡Hay que tirarlo todo! ¡Que no quede ni rastro de lo que él hizo! Y los más ridículos de todos los enanos −los pedantes− sonríen irónicamente. […] Pasarán los años, torrente de cuyas espumas sólo surgen las cumbres cimeras. Toda esta mezquina gentecilla −abogadetes, politiquillos, escritorzuelos, mequetrefes− se perderá arrastrada por las aguas ¿Quién se acordará de los tales dentro de cien años? Mientras que la figura de él −sencilla y fuerte como su espíritu− se alzará sobre las centurias, grande, serena y luminosa”...Corsi e Ricorsi…


VI.-FOTOS DE ALBUMES FAMILIARES





















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