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miércoles, 7 de junio de 2023

JOSÉ RIVERA INDARTE Traidor A La Patria, Ladrón, Estafador Y Mediocre Escritor

 JOSÉ RIVERA INDARTE- Traidor A La Patria, Ladrón, Estafador Y Mediocre Escritor


Gonzalo V. Montoro Gil




“Las Tablas de sangre son, antes que nada, una obra de ficción: por su factura, el origen de su publicación y la intención de su autor, un letrado proclive a la invectiva y la hipérbole.”

Alejandro Quintero Mächler 



I.-Introducción

 

Hemos tratado en otro trabajo (“José Mármol-Algunos Rasgos De Un Traidor A La Patria Y Mediocre Escritor”) no solo las acciones y pensamientos de ciertos sujetos que traicionan los intereses nacionales, sino, también su pequeñez intelectual y sus pretendidas artes, como el ejemplo de José Mármol el cual hasta sus propios socios políticos cuestionaron su capacidad literaria. De algún modo solo le sirvió a la política Unitaria imperante, a los efectos de destronar el gobierno soberano de Juan Manuel de Rosas.

Fue José Mármol, el ‘folletinero’, uno de los medios de los que se valió el Unitarismo y Francia para impulsar –desde el punto de vista periodístico- la lucha contra Rosas y la Confederación Argentina.

Una vez caído éste, el reconocimiento de su labor fue decayendo. Hablamos de ‘reconocimiento’, pues desde el punto de vista artístico nunca superó la mediocridad.

Pues bien, otro personaje en la misma línea de José Mármol fue José Rivera Indarte.

Como se dice en la introducción hecha por la editorial –‘Decíamos Ayer’ - de la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, en un brillante artículo de Ernesto Palacio, reproducido en Nro.52 Julio/Septiembre  1998: “la historia oficial sigue siendo la misma, y la historia sigue ausente de las versiones volcadas en nuestras aulas. Esto vale para cualquier período de la Historia Argentina, desde la conquista y colonización (poblamiento decimos nosotros) hasta la reciente historia, no más de una versión modelada al gusto ideológico de quien ha inspirado el programa de su desarrollo. […], no puede esperarse que se imparta la materia historia, o los aspectos históricos encerrados en otras cuestiones -tal como se propone se imparta la enseñanza de aquí en más- sino una versión ideológica que además de su deformación, aporte su cuota antinacional. La vigencia de lo señalado por Palacio surge así evidente, tanto en cuanto al presente como al futuro. […]. Desde aquí señalamos que tal como se diseña la currícula, la enseñanza así concebida apunta a una despersonalización de la sociedad y a una materializa-ción de la concepción de la vida. Denunciamos esta actitud antinacional, al servicio de los intereses internacionalistas y colonialistas, con esta nueva muestra de pedagogía servil.”.

El iluminismo venido de Francia en el siglo XVIII sigue vigente en nuestra patria hoy día. Basta oír los oráculos liberales por TV o en páginas y páginas de diarios para retrotraernos a aquellos tiempos. Para estos liberales el progreso deviene de la razón nada más, que busca ideales utópicos a través de un rancio despotismo ilustrado, de un derecho desligado de nuestra tradición histórica, de nuestras raíces hispanas, ciego a la realidad que nos circunda en cada tiempo y lugar. Los llamados ‘románticos’ que eran los adalides de lo mencionado con una soberbia perenne y pagada de ellos mismos.

De tal modo, Rosas y la Confederación Argentina representaban el empirismo organizador, contrario a la ‘ideología’, que es la negación plena de la política que se antepone a las necesidades del interés nacional.

 La ‘ideología’ basada en los asesinos de los franceses de 1789 establece que los principios, que pueden haber funcionado o no en Europa, se deben aplicar a cualquier territorio y cualquier realidad, por más que vayan contramano de las tradiciones, geografías, caracteres de esa geografía en donde se intenta implantar.

Estos teóricos de laboratorio, como Rivera Indarte, prescinden, pues, de las particularidades de la gente, su idiosincrasia y, sobre todo, de sus intereses existenciales. Esa es la ‘ideología política’, tan contraria a la ‘doctrina política’ que parte de las realidades, experiencias e intereses circundantes para edificar el ‘corpus’ filosófico, normativo a aplicar allí.

Es que ningún hecho histórico ocurre en el medio de la nada; la geografía va modulando los destinos de un pueblo determinado, en un lugar determinado en un tiempo determinado, con un espíritu y religión determinada.

Además, una de las características de estos Unitarios –que los engloba- es que prescinden absolutamente del Derecho para dejar de lado la causa jurídicamente válida de su Nación sin importarles la razón fundada de nuestras posturas nacionales con tal de favorecer las teorías supuestamente ‘humanistas e internacionales’.

Porque, como decía Ricardo Curutchet, “La Nación es la encarnadura histórico-política de la Patria, esto es, la voluntad común de que la tierra natal sea la expresión unitiva de sus hijos hacia el logro de un destino propio, conforme a sus valores fundacionales. El Caos es todo lo que atente contra ello, la quiebra del orden natural que debe regir a toda sociedad humana”·, como lo predican y practican los liberales y marxistas de toda laya.

Estos adalides de los derechos extraños cuando se ven compelidos a reconocer los derechos soberanos de su patria, prescinden del Derecho para sujetarse únicamente a sus ideas políticas. Y para peor, a la política que favorece a los internacionalistas imperiales.

Así, dice el Contralmirante francés Leblanc en el año 1838, cuando el bloqueo del puerto de Buenos Aires: Debemos concluir con que no es posible ningún arreglo con Rosas, y si esto fuera posible no debemos aceptarlo; ni menos ofrecerlo, porque tendremos siempre en Rosas un enemigo que no olvidará ningún medio para perjudicarnos, y nosotros perderemos amigos [se refiere a los unitarios] rompiendo los vínculos morales que nos unen a éstos traicionando la causa de la civilización que representamos aquí. Es posible y probable que con los aliados que los agentes franceses han procurado [los unitarios] y los recursos puestos a su disposición, triunfaremos sobre Rosas; pero sería más seguro, más digno de la Francia, enviar fuerzas de tierra que unidas a las de don Frutos y de Lavalle concluirían pronto con el monstruo y establecerían de una manera permanente en el Río de la Plata la influencia de la Francia”. (la ‘negrita’ nos pertenece).

Demuestra esto que la idea era acabar con Rosas y su resguardo de nuestra soberanía; no llegar a algún acuerdo diplomático. Eso era la ‘civilización’ para Francia. El objetivo: la conquista territorial de nuestra patria y una influencia permanente comercial y cultural en el Río de la Plata.

Es un detalle que no hay que dejar pasar el hecho que la propia Francia toma nota que la ayuda dada a los Unitarios, reconocen no es ‘digno’ de su patria, y pero sí sería más ‘digno’, aliarse militarmente con Fructuoso Rivera y Lavalle. La hipocresía en su más alto vuelo mientras la razón y el derecho ellos mismos lo dan por ausentes de sus acciones.

Los franceses tenían la particularidad de decir desembozadamente sus intenciones. El historiador Mignet decía en la ‘Revista de Ambos Mundos’ el 1º de Julio de 1838 que “….Una ostentación más frecuente de nuestras fuerzas navales nos eximirá en muchos casos de tener que emprender una acción efectiva. y nuestra navegación de comercio, nuestras relaciones mercantiles y el establecimiento de los franceses en la costa opuesta del Atlántico, tomarán un inmenso desarrollo, útil para nuestros intereses y ventajoso, a la vez, para nuestra gloria: porque tenemos la convicción profunda de que el vasto continente de la América del Sur está llamado a grandes destinos, pero también estamos convencidos de que para llenarlos cumplidamente necesita una continua infusión de las luces y de la actividad de la vieja Europa”. (la ‘negrita’ nos pertenece).

Pues bien, uno de esos que con su pluma impulsaba los intereses de Francia era José Rivera Indarte.

Escribe Fernández de Cano, con precisión y en resumidas cuentas, las idas y vueltas de Rivera Indarte que “a sus veintiún años de edad José Rivera Indarte se convirtió en un acalorado defensor de la política del dictador Juan Manuel de Rosas, cuya calidad humana y capacidad como dirigente llegó a ensalzar en algunos de sus más célebres poemas, entre ellos los titulados “El Himno Federal” (1834) y “El Himno De Los Restauradores” (1835). Por aquella época de mediados de los años treinta, con Rosas situado en la cúspide de su trayectoria política, el joven Rivera Indarte llegó a ser considerado algo así como el poeta oficial del gobierno del militar bonaerense, al que había dedicado sus poemas más conocidos, unas ardorosas soflamas románticas henchidas de ardor patriótico”.

Pero este mismo arrebato romántico propició que, poco tiempo después, el impulsivo poeta de Córdoba se enemistara profundamente con el dictador, hasta el extremo de pasar de sus inflamados elogios a otros poemas tan críticos con la política del gobernante como el titulado “Al tirano José Manuel Rosas”.

 

II.- José Rivera Indarte


Entre estos mediocres que fueron -en un principio- serviles panegiristas extremos de la Confederación Argentina y vivieron a la sombra del régimen usufructuando los beneficios del poder para luego atacarlo con la pluma, cuando no se les reconoció mérito alguno, tenemos al citado José Rivera Indarte.

Podemos ver, y por palabras de sus socios políticos, que Rivera Indarte más que un buen escritor, era un polemista panfletario cuya producción no tenía virtudes literarias, mas sí tenía peso en la lucha de los Unitarios contra Rosas obrando como acicate.

Leandro Ezequiel Simari dice que Rivera Indarte “establece sus mecanismos de representación y propaganda contra el régimen de Juan Manuel de Rosas a partir de la exacerbación y acumulación de tópicos y estrategias de amplia difusión en la prensa y la literatura del antirrosismo, sobre los que ofrece una versión tan singular como radical”.

Sigue diciendo el autor citado que aún después de su muerte, Alberdi, Sarmiento, Mármol, Echeverría y Gutiérrez terminarían por confinarlo a un segundo plano.

Juan María Gutiérrez como Bartolomé Mitre sostenían los escasos méritos literarios del biografiado. Hoy día su nombre es omitido por la mayoría de los estudios de la poesía local.

Veamos los antecedentes del aquí biografiado.

Vicente Osvaldo Cutolo describe que Rivera Indarte estudió en la Universidad de Buenos Aires, donde cursó latín, filosofía y matemáticas; tras enemistarse con algunas personalidades como Vicente Fidel López, fue expulsado de la Universidad por robo de libros. Aunque fue readmitido en la casa de estudios al año siguiente, volvió a tener problemas penales por robo de la corona de una imagen sagrada y por un intento de estafa al coronel Pablo Zufrategui.

Fue condenado a prestar servicios militares en el batallón del General Benito Rolón pero, por su inutilidad en el uso de las armas, se le conmutó la pena por la de destierro por un año en 1832. ​

Durante los años anteriores había publicado algunas notas y poemas en el periódico La Gazeta Mercantil, en los que se pronunció por la oposición al partido de Juan Antonio Lavalleja en la Banda Oriental. Esa fue su carta de presentación al emigrar a Montevideo, donde publicó un periódico llamado ‘El Investigador’ y fue parte de la Comisión Censora del Teatro. Fue expulsado por el presidente de ese momento, Fructuoso Rivera, a pedido de su ministro ―y futuro presidente―Manuel Oribe, y regresó a Buenos Aires en 1834.

Es así, que además de escritor bien pagado fue un pésimo militar, ladrón y estafador. Fue expulsado de la Universidad por robo de libros. Aunque fue readmitido en la casa de estudios a los pocos meses, volvió a tener problemas penales por robo de la corona de una imagen sagrada y por un intento de estafa al coronel Pablo Zufriategui.

Fue co-fundador del periódico ‘El Imparcial’, que defendía enérgicamente las posturas del Federalismo y de su admirado jefe, el general Juan Manuel de Rosas. Allí publicó el ‘Himno de los Restauradores’ y el ‘Himno a Rosas’, que hemos mencionado.

Tras el asesinato de Facundo Quiroga y el ascenso de Rosas al gobierno, lanzó en 1835 un passquín con una ‘Oda a Rosas’ que pegó en varias esquinas de la ciudad, encabezado por una espiga de maíz ―llamada en la Argentina mazorca― que representaba a Rosas, usando una analogía respecto al cabello rubio del gobernador y su color de tez rubicundo. El cartel era una amenaza velada a los opositores, y la figura fue tomada como símbolo por los fanáticos rosistas de la Sociedad Popular Restauradora, que comenzaron a usar orgullosos el nombre de La Mazorca

Esa ‘Oda a Rosas’ era una apología almibarada, sin mayor calidad literaria, al personaje en cuestión. Rivera Indarte competía en servilismo y fanatismo con otros a ver quién era más elogioso a Rosas y su familia. Había sido federal, miembro de la Sociedad Popular Restauradora y a su pluma pertenecía el “Himno a Rosas”.

Dice Mariano Oropeza que entre la literatura, y la política oficial, brilla la estrella de Rivera Indarte por dos años en el Buenos Aires rojo punzó “La Volkameria”, poesías dedicadas a Agustina Rosas de Mansilla, hermana de Juan Manuel, madre de Lucio V., “Diez años o la vida de una mujer”, una de las dos piezas teatrales que escribió. Y en los periódicos la crónica del asesinato de Quiroga, que endilga a los unitarios, la acción “gloriosa” del gobierno rosista -que completaría con una laudatoria biografía del caudillo bonaerense- , en forma de folleto.

Pero, en 1836, el presidente uruguayo Oribe lo denunció como participante en conspiraciones junto a los Unitarios, y para salvarse Rivera Indarte intentó apoyarse en el Gral. Lucio N. Mansilla y Pedro de Angelis, que se negaron a respaldarlo.

Fue arrestado y pasó varios meses preso; puesto en libertad, su situación empeoró al año siguiente, cuando su antiguo socio Bacle fue descubierto vendiéndole planos militares al gobernante boliviano Andrés Santa Cruz.

Existía un complot entre unitarios argentinos, uruguayos y bolivianos-peruanos (que motivaría la ocupación de tropa bolivianas de Jujuy y Salta hasta 1839, tras la derrota en Montenegro, y comienzo de la secesión de Tarija del territorio nacional).

Por ello, Rivera Indarte escaparía de Buenos Aires rumbo a Estados Unidos, luego de Uruguay y Brasil.

De modo que, tras permanecer oculto algunas semanas, logró abordar un buque estadounidense y partir al exilio a los Estado Unidos donde –extrañamente, o no- le dio cobijo nuestro embajador Carlos María de Alvear.

Sintetiza José María Rosa: “Rivera Indarte, que años atrás robara la corona de la Virgen de las Mercedes; que fuera expulsado de la Universidad por ladrón de libros; hombre de costumbres sospechosas e hipócrita redomado; ensalzador de Rosas y ahora su injuriador, carece en absoluto de autoridad.  Pero el odio a Rosas se la presta y sus calumnias corren como verdades”.

Cuando volvió, lleno de rencor, defendió la posición de Francia en el bloqueo francés y acusó a Rosas de toda clase de crímenes e inmoralidades. Acompañó a Florencio Varela a convencer a Lavalle de unirse a los franceses en la guerra contra su propio país.

Escribe en el diario “El Nacional” de Alberdi y Miguel Cané (padre), quienes impulsaban abiertamente la invasión a la Confederación Argentina, su país, para derrocar a Rosas, y que para Mitre fue “un poderoso ariete en la lucha contra la dictadura”.

Es preciso dejar en claro que el fuelle que impulsaba el deshonor patrio desde las costas de Montevideo se debía principalmente a la posibilidad que ofrecía Andrés Lamas de que los mencionados publicaran continuamente sus ideas disolventes, sin inconvenientes, sostenidas tenazmente. Lamas fue el que tejía y aunaba las voluntades decimonónicas que favorecían las intervenciones armadas en el Plata por parte de los franceses, ingleses, y del Imperio brasileño.

Se sostenía, desde las páginas mencionadas, un materialismo feroz, un anti-hispanismo sostenido imputándole un barbarismo inexistente, sin recordar los iluministas ni por un momento que España era la que había creado el Derecho de Gentes.

Era curioso, cuanto menos, que mientras los Unitarios fundaban sus acciones, no en el derecho, sino en una ‘concordia universal’, en la ‘humanidad’, el imperio francés, dejaba de lado todo ese birlibirloque sin sustancia, esa ideología hueca y supuestamente ‘fraternal’ para atacar a naciones americanas soberanas, como la Confederación Argentina, México, etc basándose en intereses nacionales comerciales, impulsando la creación de factorías en Sudamérica, como lo dice  Leblanc en los párrafos que transcribimos arriba, intentando domesticarnos no solo físicamente sino intelectualmente, emocionalmente, matando el orgullo de ser quienes éramos: una raza orgullosa de su pasado….

Léase atentamente la conceptualización intelectual y filosófica de Alberti, representante principal del pensamiento Unitario del cual abrevaban Rivera Indarte, Mármol, Gutiérrez, los hermanos Varela y tanto otros que demuestran su deformación profunda de la realidad, viviendo inmersos en una fantasía emanada de libros de allende los mares, de graves consecuencias para nuestra patria.

Mientras los franceses e ingleses, sumados al Brasil se solazaban de estas aberraciones conceptuales afilando sus dientes para devorarnos territorial y económicamente, personas como Alberdi decían con voz al cuello y que nos daba vergüenza ajena oírlo:

“¿Dónde estaría el honor de los argentinos, batiendo y venciendo a los franceses? ¿En volver otra vez a arrodillarse a los pies de Rosas? Toda gloria, toda dignidad es imposible bajo los pies de un déspota. La esclavitud es la ignominia misma. Las plantas inmundas del tirano ensucian todos los laureles   ¿Estará el deshonor, entonces, en ligarse al extranjero, para batir al hermano? Sofisma miserable. Todo extranjero es hombre, y todo hombre es nuestro hermano. La doctrina contraria es impía y bárbara. No es nuestro hermano un hombre porque ha nacido en la misma tierra que nosotros. Nosotros no somos hijos de la tierra sino de la humanidad. De lo contrario las bestias que han nacido en nuestro suelo, serían nuestras hermanas. Es nuestro hermano un hombre, aunque nazca en el otro extremo de la tierra, porque es nuestro semejante, porque se compone de las mismas facultades y elementos que nosotros, porque tiene para nosotros los mismos afectos, las mismas simpatías innatas que nosotros tenemos por él". (La ‘negrita’ nos pertenece)

Uno no sabe de qué sorprenderse más: si de la estulticia ideologizante de nuestros hombres iluminados o de su ignominiosa genuflexión servil y sus concepciones de un ‘humanismo universal y fraternal’ de las cuales los franceses e ingleses en su intimidad seguramente se sonreían ante tantas sandeces pero que eran útiles a sus planes materiales, comerciales y expansionistas.

Pensar que Alberdi en ‘Fragmento preliminar al estudio del derecho’, en 1837 pensaba absolutamente lo contrario: “No hay verdadera emancipación  mientras se está bajo el dominio del ejemplo extraño, bajo la autoridad de las formas exóticas”. Esto significa que para él, en su juventud decía que se necesitaba una pensamiento nacional para lograr nuestra independencia nacional. Los vientos modernistas, europeos luego hicieron mella en el tucumano diluyendo la fortaleza de su pensamiento nacional que se volcó en ese trabajo para pasar a ser adalid intelectual victorioso junto a Mármol, Rivera Indarte, Mitre, Vicente F. López y tantos otros de los iluministas que se disputaban nuestra patria.

Dice Oropeza respecto a Rivera Indarte: “Amigos y enemigos lo llaman “Señor Apóstol de Buenos Aires”, por su fervor religioso y su fanatismo, y escribe innumerables poemas contra el régimen ‘rosista’, “Al tirano Rozas”, ”Caaguazú” -la última gran victoria de los Unitarios al mando del General Paz en 1841, Rivera Indarte quiso enrolarse el ejército rebelde pero el propio Paz lo rechazó por sus nulas habilidades guerreras”.  

Claro, se sabía su falta de calidad literaria y sus nulas capacidades militares pero les servía a los Unitarios en su batalla ideológica y política para la derrota del gobierno nacional. Su falta de calidad en sus escritos no obsta en aquellos momentos en ser útil a los fines de la entente conspirativa antipatriótica. Se lo alaba en público pero se lo defenestra en privado como escritor.

De tal modo, Alberdi decía que  Rivera Indarte era intrigante, falso, perverso por constitución, malo con inocencia; hace al mal sin remordimiento de conciencia, como el tigre que devora un infeliz lo hace sin cólera y sin sospechar que hace mal.”. Con amigos así….

Se lo tiene por autor intelectual del atentado pergeñado en 1841 contra Rosas—la llamada máquina infernal— que no llegó a consumarse porque falló el mecanismo del sofisticado aparato enviado por correspondencia.

Además, era un vulgar escritor y peor poeta, que pasó de exaltar obsecuentemente a Rosas (recordar el ‘Himno Federal’ (-1834- y el ‘Himno a los Restauradores’ o también llamada ‘Oda a Rosas’ de su autoría: “¡Oh, Gran Rosas, tu pueblo quisiera / mil laureles poner a tus pies…!”, etc -1835-), a denostarlo inventando una tristemente famosa ‘Tablas de Sangre’, en 1843, donde enumeraba  una lista extremadamente falsa de personas asesinadas supuestamente por orden de Rosas; todo con el objeto de cobrar una suma de dinero por cada supuesto asesinato denunciado. Ello, finalmente fue descubierto como un fraude y que se puede estudiar documentadamente en el enjundioso libro de ‘Las Otras Tablas de Sangre’ de Alberto Ezcurra Medrano, respuesta de éste al de aquél.

En  ‘Las Tablas de Sangre’ (1843) se configura “una representación de Rosas que, retomando tópicos habituales del imaginario antirrosista, se caracteriza por la apelación a la figura del caos y el terror, como categorías aplicables a la política del rosismo”.

Para Rivera Indarte, la Argentina es en su totalidad, una especie de ‘cementerio de patriotas’ (sic), habida cuenta los miles y miles de muertos por el ‘rosismo’ que su imaginación afiebrada expresa y fabula. Lo que en realidad termina siendo, dado la falsedad de su relato literario, un ‘cementerio …de papel’.

Y esos ‘muertos’ no lo serían, a su vez, en todo el período ‘rosista’, (1828-1832 y de 1835 a 1852) sino en un marco temporal de 1829 a 1843, a tenor de las propias palabras de Rivera Indarte.

Pero como de 1832 a 1835 Rosas no tuvo el poder, resulta que los supuestos 22.030 muertos por Rosas serian desde 1835 a 1843: solo 8 años. La nominalidad de Rivera Indarte se cae por su propio peso, como por ejemplo registra mas adelante Oropeza respecto a Cuitiño, Badía y otros.

El escritor Alejandro Quintero Mächler, en un sesudo y voluminoso trabajo, menciona que Rivera Indarte “mantuvo recurrentes altercados con otros, Vicente F. López y Juan Bautista Alberdi en particular”.

Para sus contemporáneos, entonces, aun para sus aliados antirrosistas, Rivera Indarte era un incómodo, ambivalente y a menudo detestable personaje: Mitre lamentaba sus “ideas excéntricas”, su “ciencia superficial”, mientras que Echeverría lo calificó de “malogrado”, a pesar de su “enérgica pluma”. El propio Vicente F. López lo llama “canalla, cobarde, ratero, bajo, husmeante y vil en apariencia”, aunque de “mucho talento” (¿?) [sin aclarar nunca esa contradicción] […] ‘Las Tablas de Sangre’, en particular, a primera vista poco más de cuarenta páginas de presuntas atrocidades, desmanes y excesos del régimen de Rosas, han quedado relegadas al papel de banal exageración refutada una y otra vez por historiadores.

Debe tenerse presente que las ‘Tablas de Sangre’ (1843)  es seguido, como un hilo conductor, para imputar falsedades profusamente documentadas, por el ‘Facundo’ (1845) de Sarmiento y el ‘Matadero’ (1871), de Esteban Echeverría; y que representan una continuidad en la historia novelada que el Unitarismo une, para presentarnos una historia fraudulenta, con estrictos fines políticos y de conquista. 

¿Cómo llega Rivera Indarte a escribir ese panfleto político?

Émile de Girardin  reprodujo en ‘ La Presseuna nota del londinense The Atlas del 1 de marzo de 1845 donde afirma que la casa Lafone & Co., concesionaria de la Aduana de Montevideo, había encargado a Rivera Indarte un texto difamatorio contra Rosas. El contrato establecía, según ‘La Presse’, el pago de un penique por cadáver endilgado a Juan Manuel.

Está probado que dicho libro panfletario fue escrito por encargo de la casa bancaria londinense Lafone. En esos tiempos el gobierno de la Confederación Argentina, soberano por aquellos tiempos, había prohibido la exportación de oro y plata, y disuelto el Banco Nacional rivadaviano, duros golpes al colonialismo inglés.

Refiere el historiador José María Rosa que el encargado de llevar el informe a Londres fue Florencio Varela. ​ Publicadas en folletín por el Times de Londres y por Le Constitutionelle de París, sirvió para justificar la intervención anglo francesa en el Plata. Robert Peel, que aprobó el gasto de la Casa Lafone, lloró al leerlas en la tribuna de los Comunes pidiendo se aprobase la intervención, y Thiers se estremecía por «el salvajismo de esos descendientes de españoles» acoplando Francia a la intervención británica.​

Esta lista fue utilizada durante décadas para acusar a Rosas de crímenes enormes. Esta lista, sin ningún rigor periodístico y artificialmente inflada, sería durante casi un siglo una de los principales sustentos en la condena histórica de Rosas.

La perpetuación del régimen ‘rosista’, en consecuencia, significaba para algunos la imposibilidad de medrar económicamente. Por ello no debe extrañarnos que la propaganda impresa y los intereses financieros juntaran fuerzas, como en el caso de las Tablas.

Rivera Indarte compila fusilados, mutilados, muertos a lanzadas, muertos a palos, muertos a bayonetazos o a hachazos, castrados vivos, despedazados vivos, pasados a cuchillo, desollados, descoyuntados, quemados. Sentencia que todos los ‘rosistas’ eran carnívoros y caníbales, y que  fileteaban y asaban carne humana.

En total según Rivera Indarte,  hubo más de 22.030 asesinados por el gobierno de Rosas. Fue publicada en simultáneo, y no es casualidad, en Francia e Inglaterra en 1843, y usada por Florencio Varela para instigar la intervención anglo-francesa en las guerras civiles, inicio de la Segunda Guerra de la Independencia, como diría San Martín desde Grand Bourg.

El libelo calumnioso no es más que el perfil usual de Rivera Indarte a lo largo de su vida. Nada debe extrañarnos: ladrón, mentiroso, inmoral, antipatriota cipayo francés, etc. Sumado, por supuesto, a su ingreso económico por cada ‘muerto’ (sic) cuantificado. 

Obsérvese que como dice Oropeza, “en los procesos judiciales iniciados a  los mazorqueros después de 1852, al coronel Cuitiño, el principal de los culpables, se le imputaron sólo ocho; a Leandro Antonio Alem, cinco -padre de Leandro N., el fundador del radicalismo-, y, para algunos investigadores, injustamente acusado simplemente por simpatía con el rosismo. Además en el proceso tres crímenes no se prueban-, a Troncoso y Badía, quince -en las cuales se incluyen los ocho de Cuitiño-. O sea veinte según la justicia de los vencedores de Caseros. Todos serían ahorcados en la Plaza de Mayo”.

Lucio V. Mansilla, en un perfil sicológico de su tío, acusa a la propaganda Unitaria la deformación de las cifras, “atento a la población del país en el momento en que las susodichas Tablas se formulaban, “el resultado es inverosímil”, y desestimaba las imágenes dantescas de Palermo, una quinta punzó que conocía desde pequeño.

Pacho O’Donnell dice que se incluyen en  las muertes de Facundo Quiroga  y su comitiva, Alejandro Heredia y José Benito Villafañe; asesinados los primeros por orden de los hermanos Reinafé, el segundo por encargo de Marco Avellaneda, y el último por Bernardo Navarro, todos éstos unitarios y enemigos de Rosas.

También aparecen en la lista fallecidos por causas naturales, muchos desconocidos bajo las iniciales N.N., otros presumiblemente inventados y hasta personas que años más tarde seguirían vivos.

Si las imputaciones contra Rivera Indarte son ciertas habrían significado un ingreso de dos libras esterlinas para el poeta.

Lo acusó también a Rosas de ser el responsable de la muerte de 22 560 personas durante todas las batallas y combates habidos en Argentina desde 1829 en adelante. Las estimaciones actuales de bajas producidas en todos los bandos beligerantes de esa época no alcanzan a la mitad de esa cifra. ​

Como corolario de esa nómina de asesinatos, le agregó un opúsculo: “Es acción santa matar a Rosas”, con lo que terminó desvirtuando la supuesta condena del crimen como herramienta política: «Nuestra opinión de que es ‘Acción Santa Matar A Rosas no es antisocial sino conforme con la doctrina de los legisladores y moralistas de todos los tiempos y edades. Muy dichosos nos reputaríamos si este escrito moviese el corazón de algún fuerte que hundiendo un puñal libertador en el pecho de Rosas, restituyese al Río de la Plata su perdida ventura y librase a la América y a la humanidad en general del grande escándalo que le deshonra»

Pero también acusaba a Rosas de muchas otras inmoralidades: de defraudación fiscal, malversación de fondos, haber acusado calumniosamente a su respetable madre de adulterio [...] ha ido hasta el lecho donde yacía moribundo su padre a insultarlo, de haber abandonado a su esposa en sus últimos días, tener amantes de las familias más respetables. Llegó a escribir que «es culpable de torpe y escandaloso incesto con su hija Manuelita a quien ha corrompido».

El odio a Rosas por parte de Rivera Indarte también se dirigió a su hija, por carácter transitivo escribiendo sobre ella falaces expresiones sobre su conducta diciendo que «la virgen cándida es hoy marimacho sanguinario, que lleva en la frente la mancha asquerosa de la perdición» y que «ha presentado en un plato a sus convidados, como manjar delicioso, las orejas saladas de un prisionero».

Sin embargo, tan mediocre, ladrón y mentiroso era, que los propios Unitarios lo denostaron: Juan María Gutiérrez dijo de él: “Este pobre mozo, ha de ser juzgado y visto bajo muy diversos puntos de vista, y no siempre favorables, por sus mismos partícipes en opiniones políticas. Ha vivido en medio de una tormenta y no siempre la nave que ayudó a pilotear salió al puerto”.

Como ya dijimos arriba, Corvalán Mendilaharsu refiere que Vicente Fidel López, al cual no puede tildárselo de Federal, lo retrató sin piedad diciendo de él que era un “canalla, cobarde,  ratero, bajo, husmeante y humilde en apariencia como un ratón cuya cueva nadie sabía, tenía mucho talento y un alma de los más vil que pueda imaginarse”.

Todo eso lo expresa un Unitario recalcitrante como Vicente F. López. Si lo hubiera dicho un Federal se lo hubiera acusado al mismo de parcial y resentido.

Un resumen de su insignificancia lo da Pedro de Angelis: Con los años se multiplicaron sus vicios, y creció su atrevimiento. Ya no se limitó a registrar bolsillos, sino que extendió la mano a todo cuanto se le paraba por delante. En una sastrería francesa robó un corte de chaleco; en una joyería, una sortija; en la Biblioteca Pública varias obras, y en la Universidad, lo que podía sustraer a sus compañeros… Tan insignificante era la persona de Rivera Indarte, que no es extraño si al volver de su expatriación lograse hacer de vista sus extravíos. Proscripto de la Universidad, echado de la Biblioteca y del Colegio, y despreciado por sus antiguos condiscípulos… Lo que ahora dice contra los Federales, lo escribía entonces contra los salvajes Unitarios”.

No contento con su mediocridad, encaró permanentemente acciones traidoras contra su patria. Desde Montevideo fue un asiduo fogonero de la intención abierta de fragmentar su Nación en varios pedazos,

Adolfo Saldías lo hace notar que él, como Florencio Varela, desde esa usina de antipatriotas que era el diario ‘Comercio del Plata’ escribían “disertaciones sobre la Legitimidad de la independencia del Paraguay; y don Florencio Varela sostenía en El Comercio del Plata la misma legitimidad. Esta pretendida legitimidad se fundaba, pues, en las mismas razones en virtud de las- cuales las grandes potencias extranjeras, auxiliadas por los trabajos del Brasil y por la propaganda de algunos argentinos, querían transformar la geografía política del litoral argentino, es a saber: debilitar la vasta y rica Confederación, y formar bajo sus auspicios una nación rodeada de los ríos Paraná, Uruguay y Paraguay del cual la Inglaterra y la Francia serían los árbitros, sin perjuicio de tomar parte para si en las ventajas que les proporcionaran las circunstancias, dando por lo demás, compensada la cooperación del Brasil con el hecho de la creación de ese nuevo Estado que aseguraba las fronteras del Imperio y los ponía á. cubierto de un vecino que quedaba impotente. Lo que no pudieron obtener todas estas grandes influencias combinadas respecto de Entre Ríos y Corrientes, lo consiguieron respecto del Paraguay…”

Rivera Indarte (como Florencio Varela y todos los que escriben en el ‘Comercio del Plata’),  “subordina todo á la necesidad que siente de anonadar á Rozas, cueste lo que cueste. El sentimiento hacia la patria; ciertos deberes inflexibles que atan las manos y los conatos del hombre, aun en los momentos de las injusticias cruentas, nada de esto prima en su espíritu sobre la preconcebida exigencia de su odio contra el gobernante que fue erigido en su país en nombre de un absolutismo idéntico al que él profesó, al que él predica. Y cuando hace doctrina, ésta es subversiva del derecho, contraria a la justicia manifiesta, violatoria de título indiscutible; derecho, justicia y título que aunque pertenezca a su patria, nada importa porque es Rozas quien los invoca pará, ella. Así es cómo se constituyó el .defensor decidido de la intervención anglo-francesa, y siguió las agresiones de ésta a la Confederación Argentina, con el franco alborozo de un extravío que las consideraba como otros tantos pasos dados en el camino de la propia victoria. El territorio invadido, era "Rozas humillado"; los soldados argentinos que caían bajo la metralla de los ingleses y franceses eran «hordas de Rozas";.

Esta caricatura de pretensioso poeta y escritor panfletario, falsificador, ladrón, se suma, como bien dice Saldías, a sus sempiternas acciones y declamaciones propagandistas que lo elevan a ser un consumado  traidor a su patria.

Por supuesto, es elevado a la categoría de Prócer por el Unitarismo irredento: Plazas, calles, monumentos nos inundan hoy día.

Cuando fallece, la muerte lo encuentra exiliado, en Santa Catarina el 19 de agosto de 1845, desapareciendo sin pena ni gloria…

 

III.-Epílogo

 

Queda expuesta la finalidad política de los escritos de Rivera Indarte, como los de José Mármol, el cual ya hemos tratado.

Como resume Oropeza, “En sus escasos treinta y uno años pasó de la adulación extrema a la figura del Hombre Fuerte, Juan Manuel de Rosas  al odio desmedido, instigando el magnicidio contra el Tirano Rosas. Incluso se animó con una Máquina Infernal en 1841. Con su afán, e intolerancia, la misma que Juan B. Alberdi o Florencio Varela, llegó a preferir que flamee la enseña francesa sobre la celeste y blanca, antes que la barbarie ‘rosista’. Para ellos, San Martín  escribiría “viles traidores”. Y sin embargo hasta hace no mucho el principal teatro de Córdoba llevaba su nombre, un calle porteña y cordobesa aún lo conmemoran, al igual que un barrio en la Docta. Mientras que ninguna en Buenos Aires lleva a Facundo Quiroga, quien bregó por una Constitución federal mucho antes de 1853, ni a Juan Bautista Bustos, héroe de las Invasiones Británicas, quien se negó a usar los ejércitos criollos en las guerras civiles, en 1820. Pequeños/Grandes errores/horrores de la vida argentina”.

Rivera Indarte es expresión viva de cierta idiosincrasia de los políticos democráticos argentinos que actualmente se verifica con asiduidad: la de los llamados ‘panqueques’ que sin sonrojarse y por cuestiones o causas pueriles –o económicas- no tienen empacho en decir y hacer lo contrario hoy de lo que decían y hacían ayer. Sinónimo explícito de cuanta mediocridad y traición nos circunda desde tiempos de nuestra independencia.

La finalidad política, sin mayores méritos literarios, apunta a la des- argentinización de nuestra patria, de auto-infravalorarnos, de subestimarnos en nuestras capacidades y posibilidades de desarrollo, de provocar un debilitamiento de conciencia nacional y de sostener fuertemente un complejo de inferioridad frente a otras naciones. Es más, a una idea de que no merecemos ni existir como patria, porque pertenecemos a la ‘humanidad’….

Ello ha sido fortalecido a través de los años en la concepción política que  ataca a quienes han intentado defender nuestra soberanía política y económica provocada en nuestras escuelas, colegios, universidades y órganos de prensa con supuestos educadores bien pagados por quienes nos sojuzgan también mentalmente.

Esto lo supo ver claramente Ernesto Palacio el cual pone los puntos a tratar de restaurar la verdad histórica, necesaria para nuestro posterior desenvolvimiento independiente.

Restauración histórica de la verdad de nuestro pasado que se hace necesario ante el torrente de mentiras y falsedades impuestas por los vencedores de Caseros, como Sarmiento, Mitre, Vicente Fidel López, José María Paz, José Mármol y el referido en este trabajo: José Rivera Indarte, que además, de mentiroso, fue un inmoral resentido, ladrón sumado a su mediocridad intelectual que pone sobre la mesa su enorme complejo de inferioridad:

Solo conociendo nuestro real pasado podremos extendernos a un futuro venturoso y libre de dictados de quienes obran en desmedro de nuestros intereses como sociedad.

Hasta aquí el hemos intentado describir la vida y conducta sinuosa de Rivera Indarte, pero hemos de conocer que este personaje no es más que un eslabón de la cadena de traidores a nuestra patria, aliándose con quienes intentaron –e intentan- someternos sea militarmente o económicamente.

Un resumen de estos políticos, funcionarios funcionales a ese logro y que se sostienen unos a otro, se premian unos a otros, se conceden loas unos a otros de un supuesto patriotismo inexistente, de virtudes inexistentes.

De tal modo, hemos querido concluir este trabajo con un enjundioso artículo –o epitafio- en cuestión de aquel preclaro historiador, Ernesto Quesada, publicado en el año 1939, allá lejos y hace tiempo, que condensa todo lo transcripto en el presente trabajo:

Los profesores de historia argentina en los establecimientos oficiales advierten desde hace años, un fenómeno perturbador: la indiferencia cada vez mayor de los alumnos ante las nociones que se le imparten. Es inútil que aquellos engolen la voz, es inútil que apelen al patriotismo y pretendan comunicar a sus oyentes un entusiasmo que juzgan saludable por las virtudes de Rivadavia y de Sarmiento: consiguen, a lo sumo, un "succés d'estime".

La historia que dictan NO INTERESA, interesa cada vez menos a la población escolar. Este es el hecho indiscutible, que suele atribuirse corrientemente a la influencia de doctrinas exóticas o al origen extranjero de gran parte de los estudiantes. "¡Hay que apretarles las clavijas a estos hijos de gringos!" he oído clamar de buena fe a un pedagogo, mientras aplicaba la represalia del aplazo. Esto no mejora las cosas. El fenómeno no sólo subsiste, sino que se agrava.

Si se tiene en cuenta que los estudiantes de historia argentina cursan el cuarto año y son ya adolescentes con capacidad de razonar; si se tiene en cuenta que esa es la edad en que la personalidad se forma y se definen las vocaciones, dicha indiferencia adquiere una importancia excepcional. La interpretación xenófoba, con sus consecuencias de solapada guerra civil, no puede satisfacernos. No es verdad que nuestros muchachos, cualquiera sea su origen, se desinteresen por las cosas que atañen a la patria. Están, por el contrario, ávidos de verdades útiles y son sensibles a todas las influencias inteligentes y generosas. ¡Hay que ver la atención apasionada con que siguen, por ejemplo, cualquier explicación leal sobre nuestros problemas vitales, como las comunicaciones internas o las vicisitudes de nuestro comercio exterior!. Aquí toda indiferencia desaparece y la preocupación Patriótica se  advierte en la expresión reconcentrada de los músculos, en los gestos nerviosos, alusivos a la urgencia de los grandes remedios.

Si dicha indiferencia no puede atribuirse a la causa alegada, es indudable que debe achacarse a la materia misma, tal como hoy se dicta.

Sabido es que, aparte de la guerra de la independencia, enseñada con acento antie-español, los motivos de exaltación que ofrecen nuestros manuales son la Asamblea del Año XIII, con sus reformas ¡liberales!, el gobierno de Martín Rodríguez, la Asociación de Mayo ¡tan intelectual!, las campañas "libertadoras" de Lavalle, Caseros y —gloriosa coronación— las presidencias de Sarmiento y Avellaneda. Cuestiones de límites, no las hemos tenido: somos pacifistas. Guerra con Bolivia; pero ¿hubo tal guerra? En cuanto a la frontera oriental, es obvio que el Brasil sólo se ha ocupado de favorecernos, y que si alguna dificultad tuvimos, fue por culpa del "bárbaro" Artigas... Los alumnos se aburren mortalmente; no "le encuentran la vuelta a todo eso". La historia argentina, "telle qu'on la parte", no conserva ningún elemento estimulante, ninguna enseñanza actual. Los argumentos heredados para exaltar a unos y condenar a otros han perdido toda eficacia. Nada nos dicen frente a los problemas urgentes que la actualidad nos plantea.

Historia convencional, escrita para servir propósitos políticos ya perimidos, huele d cosa muerta para la inteligencia de las nuevas generaciones. El trabajo de restauración de la verdad, proseguido con entusiasmo por un grupo cada vez mayor de estudiosos, no ha llegado a conmover la versión oficial, que pronto se solemnizará en una veintena de volúmenes bajo la dirección del doctor Ricardo Levene. Será sin duda un monumento; pero un monumento sepulcral que encerrará un cadáver. No es posible obstinarse contra el espíritu de los tiempos. Ante el empeño de enseñar una historia dogmática, fundada en dogmas que ya nadie acepta, las nuevas generaciones han resuelto no estudiar historia, simplemente. Con lo que ya llevamos algo ganado. Nadie sabe historia, ni la verdadera, ni la oficial. No hay un abogado, un médico, un ingeniero que (salvo casos de vocación especial) sepan historia. Y esto es porque, en las lecciones que recibieron, sospechan confusamente la existencia de una enorme mistificación.

No entraré a considerar las causas que dieron origen a lo que llamo la versión oficial de nuestra historia, ni la legitimidad de la misma, porque ello nos llevaría a enfrentarnos con los problemas fundamentales del conocimiento histórico. Diré solamente que dicha versión no se ha independizado, que sigue siendo tributaria de la escrita por los vencedores de Caseros, en una época en que se creía que el mundo marchaba, sin perturbaciones, hacia la felicidad universal bajo la égida del liberalismo y en que no se sospechaban los conflictos que acarrearía la revolución industrial, ni la expansión del capitalismo, clases, ni el fascismo, ni el comunismo, ni la lucha de a citado comunismo. Impuesta por Mitre y por López, tiene ahora por paladín al arriba citado doctor Levene, lo que, en mi entender, es altamente significativo..

Fraguada para servir los intereses de un partido dentro del país, llenó la misión a que se la destinaba; fue el antecedente y la justificación de la acción política de nuestras oligarquías gobernantes, o sea el partido de la "civilización". No se trataba de ser independientes, fuertes y dignos; se trataba de ser civilizados. No se trataba de hacernos, en cualquier forma, dueños de nuestro destino, sino de seguir dócilmente las huellas de Europa. No de imponernos, sino de someternos. No de ser heroicos, sino de ser ricos. No de ser una gran nación, sino una colonia próspera. No de crear una cultura propia, sino de copiar la ajena. No de poseer nuestras industrias, nuestro comercio, nuestros navíos, sino entregarlo todo al extranjero y fundar, en cambio, muchas escuelas primarias donde se enseñara, precisamente, que había que recurrir a ese expediente para suplir nuestra propia incapacidad. Y muchas Universidades, donde se profesara como dogma que el capital es intangible y que el Estado (sobre todo el argentino) es "mal administrador".

Era natural que, para imponer esas doctrinas, no bastara con falsificar los hechos históricos. Fue necesario subvertir también la jerarquía de los valores morales y políticos. Se sostuvo, con Alberdi, que no precisábamos héroes, por ser éstos un resabio de la barbarie, y que nos serían más útiles los industriales y hasta los caballeros de industria; y que la libertad interna (¡sobre todo para el comercio!) era un bien superior a la independencia con respecto al extranjero. Se exaltó al prócer de levita frente al caudillo de lanza; al "civilizador" frente al "bárbaro". Y todo esto se tradujo a la larga en la veneración del abogado como tipo representativo, y en la dominación efectiva de quienes contrataban al abogado.

Con ese bagaje y sus consecuencias —un pacifismo sentimental y quimérico, un acentuado complejo de inferioridad nacional— nos encontramos hoy ante un mundo en que todos esos principios han fracasado. La solidaridad universal por el intercambio, que postulaba el liberalismo, se ha roto definitivamente. Vivimos tiempos duros. El imperialismo del soborno ha sido suplantado por el imperialismo de presa. Hay que ser, o perecer. ¿Cómo no van a sonar a hueco los dogmas oficiales? ¿Cómo pretender que nuestros jóvenes se entusiasmen con una "enfiteusis" u otra genialidad por el estilo cuando les está golpeando a los ojos la realidad política de una crisis mundial, con surgimiento y caída de imperios?

Es la angustia por nuestro destino inmediato lo que explica el actual renacimiento de los estudios históricos en nuestro país, con su consecuencia natural: la exaltación de Rosas. Frente a las doctrinas de descastamiento, un anhelo de autenticidad; frente a las doctrinas de entrega, una voluntad de autonomía; frente al escepticismo, que niega las propias virtudes para disimular las ajenas una gran fe en nuestro pueblo y en sus posibilidades. Las condiciones del mundo actual demuestran que Rosas tenía razón y que las soluciones de nuestro futuro se encontrarán en los principios que él defendió hasta el heroísmo, y no en los principios de sus adversarios que nos han traído al pantano moral en que hoy estamos hundidos hasta el eje.

Basta lo dicho para expresar que la nuestra no es una posición simplemente "historiográfica" y que nos interesan muy poco los pleitos por galletita más o menos que puede plantear un doctor Dellepiane. Los hechos son conocidos, y en este terreno la batalla ha sido totalmente ganada con los trabajos de Saldías, Quesada, lbarguren, Molinari, Font Ezcurra, etc., que han puesto en descubierto la mistificación unitaria. Lo más importante reside hoy, a mi entender, en la interpretación y valorización de los hechos ciertos, en la forma realizada por algunos de los citados y, principalmente, por Julio Irazusta en su breve pero admirable "Ensayo". Nadie niega que Rosas defendió la integridad y la independencia de la República. Nadie niega que esa lucha fue una lucha desigual y heroica y que terminó con un triunfo para la patria. Nadie niega que durante las dos décadas de su dominación, debió resistir a la presión externa aliada con la traición interna y que, cuando cayó, había ya una nación argentina. Contra estos altos méritos sólo se invocan objeciones "ideológicas", promovidas por los "speculatists" que, al decir de Burke, pretenden adecuar la realidad a sus teorías y cuyas objeciones son tan válidas contra el peor como contra el mejor gobierno, "porque no hacen cuestión de eficacia, sino de competencia y de título" (“Reflexions on French Revolution2, pág. 164).

Frente a tal actitud, que implica —repito— una subversión de valores, se impone previamente una restauración de los valores menospreciados. Si fuera mejor, como opinaba Alberdi, la libertad interna que la independencia nacional; si fuera moral-mente más sana la codicia que el heroísmo; si fuera más deseable la utilidad que el honor; si fuera más glorioso fundar escuelas que fundar una patria, tendría razón la historia oficial. Pero la filosofía política y la experiencia secular nos enseñan que los pueblos que pierden la independencia pierden también las libertades; que los pueblos moralmente envilecidos se empobrecen; que los pueblos que pierden el honor pierden también el provecho: Esto lo sabemos bien los argentinos. ¿Cómo no habríamos de volver los ojos angustiados al recuerdo del Restaurador?

“Rosas representa el honor, la unidad, la independencia de la patria. Mirada a la luz de principios razonables, la historia argentina nos muestra tres fechas cruciales: 1810; el año 20, que vio la reacción armada contra la tentativa colonizadora a base del príncipe de Luca, y la resistencia de Rosas contra una empresa análoga, pero más peligrosa.

Si después del ‘53 seguimos siendo una nación, a Rosas se lo debemos, a la unión que se remachó durante su dictadura y que la ulterior tentativa secesionista no logró quebrar. Esto lo han reconocido hasta sus peores enemigos, empezando por el mismo Sarmiento.

Siendo así, ¿cómo no guardarle gratitud, cómo no admirar su grandeza? Yo creo que ésta es evidente y que quienes no la perciben padecen de incapacidad para percibir la grandeza en general y permanecerían igualmente impasibles —un Bismark o un Cromwell.

Prueba de ello es que no pasa inadvertida a los observado-- res extranjeros que se asoman a nuestra historia, como ocurre con el mejicano Carlos Pereyra y con el alemán Oswald Spengler.

La grandeza de Rosas pertenece al mismo orden que la reconocida por Carlyle a Federico II de Prusia, quien "ahorrando sus hombres y su pólvora, defendió a una pequeña Prusia contra toda Europa, año tras año durante siete años, hasta que Europa se cansó y abandonó la empresa como imposible" (Frederik the Great, T. 1, pág. 21).

Alemania le levanta estatuas a su héroe en todas las ciudades. Por eso es grande Alemania. Nosotros lo proscribimos al nuestro y tratamos de proscribir también su memoria, mientras les erigimos monumentos a quienes entregaron fracciones del territorio nacional y nos impusieron un estatuto de factoría. Porque era ¡un tirano!... Es decir, porque tuvo que sacrificar toda su energía y desplegar el máximo de su autoridad para salvar a la patria en el momento más crítico de su historia; porque persiguió como debía a quienes se empeñaban en fraccionar el territorio y no obtuvo otro premio que la satisfacción de haber cumplido con su deber. Era, como dice Goethe, "el que DEBIA mandar y que en el mando mismo encuentra su felicidad (Fausto, 2da. parte, 49 acto).

La primera obligación de la inteligencia argentina consiste hoy en la glorificación —no ya rehabilitación— del gran caudillo que decidió nuestro destino. Esta glorificación señalará el despertar definitivo de la conciencia nacional. Los tiempos están maduros para la restauración de la verdad, que será fecunda en consecuencias, porque entonces la historia volverá a despertar un eco en las almas, explicará los nuevos problemas y comunicará al corazón de nuestros adolescentes un legítimo orgullo patriótico. Esto es lo que hoy, trágicamente, falta.

Los próceres de la historia heredada, los próceres CIVILES representan y hacen amar (cuando lo consiguen) conceptos abstractos: la civilización, la instrucción pública, el régimen constitucional. Rosas, en cambio, nos hace amar la patria misma, que podría prescindir de esas ventajas, pero no de su integridad ni de su honor” .

Decía don Julio Irazusta, refiriéndose a Juan Bautista Alberdi pero cuyas palabras son aplicables a todos sus coetáneos como José Rivera Indarte, el que tratamos en este trabajo,  José Mármol y toda esa pléyade de seres abominables que combatieron a su patria con la pluma y la palabra:

Por el afán de fomentar el desarrollo material de cualquier, manera, aunque fuese en provecho ajeno, del país como entidad colectiva abstracta, se sometió a sus hijos como individuos a un tratamiento de recua trasladable, expulsable, explotable, mestizable y domesticable a discreción. Y hoy la evolución preconizada por Alberdi ha cumplido su ciclo de tal manera que la constitución Para cuyo establecimiento se sacrificaron varias provincias y regalías nacionales, o no se cumple, o se cumple en lo que no es beneficiosa para el pueblo argentino; que el pueblo argentino ha trabajado para acumular riqueza y su fruto capitalizado está en manos de la finanza internacional, que exporta su renta anual y pide gratitud por esa riqueza que dice haber traído al país que ha sangrado durante ochenta años sin piedad; que el país tiene teléfonos, ferrocarriles, y todo el etc. de que hablaba Alberdi en la década que precedió a la caída de Rosas, pero nada de eso es riqueza nacional, sino, por el contrario, elemento de opresión económica (cuando no política ) del país, pues las tarifas diferenciales enteramente arbitrarías fomentan o matan la industria naciente, según convenga a los intereses de la finanza internacional: que los conatos creadores de industria nacional, si han pasado inadvertidos hasta lograr éxito, son a posteriori saboteados miserablemente por la colaboración entre el Estado colonial y los altos organismos financieros internacionales que dominan a aquél, para acreditar la noción de que el criollo no sirvió, no sirve, ni servirá jamás como administrador eficiente de un organismo técnico moderno, y hacerlos volver al control de que habían escapado; y si son advertidos en el comienzo, el sabotaje les entorpece la marcha antes que se afiancen; que en suma, el pueblo argentino ha sido llevado a la opresión bajo la bandera de la libertad”.

Esto fue escrito en 1939. Como se puede apreciar ‘nihil novum sub sole’.

Todavía el Revisionismo Histórico sigue lidiando, batalla tras batalla –de una guerra cultural se trata- por hacer emerger toda la verdad de lo sucedido, hasta hoy en nuestra patria, del barro putrefacto, del pozo oscuro de la falsedad y mentira histórica que nos envuelve y nos corroe. Porque no debemos olvidar que el estudio concienzudo y verídico del pasado es algo actuante y que sustenta nuestro presente, como señalaba con acierto José Ortega y Gasset.

Toda responsabilidad de antaño y hogaño recae como un hilo conductor en los vencedores en la Banda Oriental (1851), Caseros (1852), Pavón (1861), Paysandú (1864/65), y la Guerra del Paraguay (1865/70): estertor y lápida final de nuestra Patria Grande soberana...

Joaquín Díaz de Vivar, Abogado y profesor de derecho político,  afirmaba con verdad que  "La historia del País Argentino aún no ha sido escrita; la que corre corno oficial u oficiosa, no es sino un alegato realizado por hombres que fueron autores del drama, antes de convertirse en autores de su historia. Y es así que el juicio por ellos emitido se resiente por la pasión que resuman sus plumas, esgrimidas como ardientes espadas flamígeras, con las que intentan impedir el advenimiento al sitial de honor de sus adversarios del pasado, por justo que ello fuera" .

Y nuestra historia de cartón con verdades axiomáticas, según Mitre, que es quien le dice a Ernesto Quesada que aquellas no se rehacen, son definitivas. Saldías menciona que con ello Mitre negaba la posibilidad de nuevas investigaciones. Caso cerrado. Lo dicho era inmutable así como los próceres  erigidos bajo esos conceptos, entre ellos el inefable Rivera Indarte.

Así la mistificación de la historia en la que literariamente Rivera Indarte era un hábil propugnador desde Montevideo, nos lleva a escuchar a Bartolomé Mitre que le dice a otro falseador completo de nuestra historia Vicente F. López: “los dos, usted y yo, hemos tenido la misma predilección por las grandes figuras, y las mismas repulsiones contra los bárbaros desorganizadores como Artigas, a quienes hemos enterrado históricamente”. Confesión que no ha hecho mella en la hipocresía liberal que tiende a olvidar esas confesiones.,  

Lamentamos decirle a Mitre que sus intenciones no se cumplieron; que a él, a Vicente F. López, a Rivera Indarte, a Mármol, solo un grupúsculo de ‘galerudos’ hoy lo recuerdan, mientras que a Artigas, es recordado y rememorado por todos los pueblos de América.

Del mismo modo Sarmiento en 1845 decía que su Facundo “era una obra improvisada, llenas de inexactitudes, a designio a veces” [diríamos que siempre] “y que no tiene otra importancia  que la de ser uno de los tantos medios tocados para ayudar a destruir a un gobierno absurdo”. ‘Ideología’ en su más claro desarrollo. La mentira diáfana como medio de obtener la colonización de nuestra patria.

Esta confesión –una más- fue la base de la historiografía enseñada y repetida hasta el hartazgo como un mantra. en escuelas, colegios.

Sin tanto decoro y como un ‘sincericidio’, nuestro miembro de la Corte de Justicia y Vicepresidente de la Nación, y asesino intelectual de Manuel Dorrego, no tuvo empacho en declarar muy orondo que “Si apra llegar es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad se miente y se engaña a los vivos y a los muertos”. Entiendo que pocas frases en resumidas palabras dan una definición del concepto de’ ideología’ como la presente, tan a contramano de la realidad histórica y del bien de nuestra patria. Por supuesto el liberalismo de hoy hace silencio sobre esto configurando con ello un fraude más en el relato de nuestra historia.

Como bien decía nuestro Julio Irazusta, (con sus sólidos argumentos, señalando también las contradicciones perennes de los Unitarios devenidos hoy en liberales), “los impugnadores del dogma religioso pretendieron, instaurar un dogma histórico y político. Sacaban el dogmatismo de las materias en que es viables, las de los universales, para aplicarlo a la de lo particular y contingente”. Curiosa contradicción que el materialismo doctrinario ha intentado ocultar y que no ha sabido salvar.

Pero de esa lápida, según hemos dicho arriba, como de toda lápida, se puede resucitar cristianamente….que no se confíen aquellos a los que les quepa el sayo.

Cuando “venga algún criollo en esta tierra a mandar” (José Hernández-‘ Martín Fierro’- 358), será tiempo de la resurrección de nuestra patria, en lo político, territorial y cultural, Dios mediante. 


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