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martes, 19 de mayo de 2020

JUAN MANUEL DE ROSAS Y SU CUENTO LITERARIO "DESESPERA Y MUERE"

JUAN MANUAL DE ROSAS Y SU CUENTO LITERARIO: "DESESPERA Y MUERE"

Gonzalo V. Montoro Gil




Juan Manuel de Rosas en su exilio, además de escribir sobre temas variados, llegó a escribir UN (1) cuento.   Solamente UNO a lo largo de toda su vida. Se llamaba “Desespera y Muere”. Si bien no se sabe con certeza la fecha exacta en que lo escribió, se supone que fue escrito después de 1858.  
El historiador Dardo Corvalán Mendilaharzu lo encontró en el Museo Histórico Nacional (Legajo 65, Documento 10.740) y lo publicó en la Revista ‘El Hogar’ en el año 1933, pags.22 y 23), escrito en una libretita de 141 páginas en la cual Rosas solía escribir  aforismos, frases, ideas sueltas. En sus páginas, en letra manuscrita y con la buena caligrafía de J.M. pudo leer este cuento.
Trata su contenido de una mujer que expresa su amor hacia un hombre a l par que su cuerpo va muriendo. Se ha dicho que “representa una exposición de la corriente romanticista que se haría popular a mediados del siglo XIX. Una maravilla testimonial y de una inexplorable faceta literaria de Juan Manuel de Rosas”. El año que se presume fue escrito –después de 1858- es una época en que empieza a declinar la esperanza de Juan Manuel de recuperar sus bienes y se avecinaba –y él lo presentía- el comienzo de sus angustias económicas.
Lo llamativo del tema es que EL protagonista es en verdad, LA protagonista.  Es decir, una mujer: María, que habla sobre su hombre amado y sus desgracias. Si invirtiéramos los géneros de los personajes, y fuese un hombre el que le hablase a su mujer, aparecerían, como por encanto, muchos de los pensamientos tristes y melancólicos que tenía Rosas en su vida real en esos momentos de destierro y penurias económicas. ¿Una especie de Alter Ego, tal vez? No lo sabemos.
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Comienza así….

"DESESPERA Y MUERE"
(de Juan Manuel de Rosas)

En 1858, en las cercanías de Fointaineblau entraron en una casa de huespedes una señora y un caballero, que se proponían pasar en el campo una temporada. En los primeros tiempos salían juntos todas las mañanas, y no volvían hasta la hora de comer. 
La noche la pasaban leyendo en su cuarto. Esa fue su vida durante el estío.Cuando llegó el tiempo de la caza, el joven salía muy temprano y volvía tarde. Ella nunca salía esos días. Parecía muy triste. Andrés hizo conocimiento en la caza con algunos; después, al poco tiempo llevó a varios a la casa, comieron juntos y se divirtieron, bebiendo y hablando muchas horas de la noche.
Por la mañana, Andrés se fue con ellos y pasó algunos días sin volver. Luego, estas ausencias se repitieron a menudo. María pasaba esos días cerca de la ventana o de la lumbrera, trabajando o leyendo, cuando no lloraba. A fines del invierno Andrés se marchó, dejando pago el gasto que podía hacer la joven durante su ausencia, que anunció debía ser bastante larga. 
Transcurrieron dos meses después de su salida, y María ninguna carta recibió. La joven estaba tan triste, que luego se enfermó. Los primeros días de primavera la reanimaron un poco. Por primera vez salió y se dirigió al bosque, sin querer que nadie la acompañara. Los hijos del posadero, que se habían interesado mucho por la pobre María, la siguieron. Volvieron diciendo que había ido a una roca, donde estaban escritos estos nombres: "Andrés-María", y debajo una inscripción en una lengua extranjera. 
Todo el verano lo pasó así, yendo todos los días a la gruta; pero andaba tan lentamente y mostraba tal abatimiento, que inspiraba compasión a todos. Por la noche escribía. Cuando comenzó el otoño el estado de María se empeoró, se conocía que su fin era cercano. 
Una tarde entregó al amo de la casa un pliego sellado, recomendándole que lo guardara para entregarlo a Andrés cuando volviera. Luego, dándole gracias por los cuidados que se había tomado, le dijo hiciera subir a los niños, y entre ellos repartió todo lo que poseía. Aquella misma tarde, de repente, dio un grito y murió, pronunciando palabras en lengua extranjera. Se enterró a María en el cementerio de Fontainebleau.
Abierto el pliego escrito por María se vio que contenía el diario siguiente:
2 de septiembre. - Tengo hoy la certidumbre que la vida me abandona, como hace tiempo he abandonado yo la vida.
Andrés: no vivía yo más que para amarte y ser amada de ti; nada me liga a este mundo desde que tu amor me...
Mientras he sido dichosa, eras tú mi único confidente. Hoy mi corazón quiere saltárseme del pecho, y tengo que confiar mis penas al papel.
Además, si alguna vez lees estos renglones, quiero que encuentres en ellos mi perdón; perdón que es muy fácil, porque la felicidad que he experimentado en nuestro amor compensa las desgracias.
4 de septiembre. - Si puede decirse "no hay peor dolor que el pensar en las felicidades cuando se han perdido", no comprendo esta idea.
Las únicas alegrías que puede haber en mi pobre corazón son aquellas que proceden del recuerdo de la felicidad pasada.
Cada día sentada en la peña, que tanto nos gustaba, (sic) desarrollarse a mis ojos los días del año tan feliz que ha transcurrido; repaso cada hora, cada incidente, y descubro en aquéllos, que entonces me parecían más insignificantes, nuevos encantos y delicias ignoradas.
Cuando me aparecen los queridos fantasmas de los días en que se guardaron fijos en mi memoria, mi corazón, sumergido en tristes voluptuosidades, se complace en acariciar esas imágenes lejanas, y cuando todo ha desaparecido, paréceme que mi alma se sube a mis ojos con las lágrimas y se colma suavemente con su santo rocío.
Te veo; Andrés, rico, joven y hermoso viniendo hacia mí, pobre huérfana extranjera, que por lástima recogió tu familia en su seno, para demostrarme, el primero de todos un poco de cariño, en lugar de esa compasión desdeñosa que me había infundido tanta tristeza.
¡Oh! ¡Qué pronto se abrió mi corazón a tus dulces palabras, que pronto abandoné a la fe que me inspirabas, sin contar los obstáculos; mas, en breve, tu primera palabra de amor borró la huella de las lágrimas vertidas! ¡Con qué resignación te hice el sacrificio de mi honor, mi única riqueza, para que no tuvieras que luchar jamás con tu familia, que jamás habría consentido en que te hubieras casado conmigo! ¡Dios me perdone! ¡Mi arrepentimiento implora su misericordia!
10 de septiembre. - Desde el día en que viniste aquí con amigos, conocí que se había concluido nuestra felicidad. Las mujeres convertimos todo nuestro corazón en un sentimiento único, pero los hombres, que llevan una vida más agitada, hallan pronto el aburrimiento, allí donde nosotras mantenemos un foco eterno, que se alimenta consigo mismo.
20 de septiembre.- No puedes figurarte qué alegría cruel experimento al conocer que mi fin se aproxima. Sí ¿qué haría yo en este mundo? Arrastrar un dolor inconsolable entre la muchedumbre indiferente; porque jamás renacería otro amor sobre las ruinas del primero. Prefiero, pues, marcharme hacia las playas desconocidas, donde siempre he pensado que los buenos podías amar sin dolor y sin crimen. Andrés, allí te espero.
25 de septiembre.- ¡Ay! ¿Por qué me has abandonado? ¿Por qué me he encontrado en tu camio, yo, pobre, huerfana extranjera? ¿Estaba escrito que debía yo morir aquí, lejos de mi patria y sola con mi desesperación?
Mil veces leo, en nuestra gruta del monte, nuestro dos nombres, que decías debían estar menos unidos que nuestras almas. ¿conque mentías entonces? ¡Oh, Dios mío! ¿Cómo puedes ser que se mienta con miradas tan tiernas, con palabras tan dulces?
No, no mentías; te engañabas, y mi desgracia quiso que yo fuese partícipe de tu amor.
1 de octubre. - Hoy es el aniversario de uno de los últimos días felices que hemos pasado juntos.
¡Cuán dichosos eramos! ¡Qué encantos tenía para mí toda la naturaleza! ¡Cómo desafiábamos a la desgracia!
En ese día de júbilo, de fe serena, descubrimos la gruta y grabamos en ella nuestros nombres.
Hoy he querido volver a verla, pero todo me ha parecido muy sombrío, y en un momento de amarga desesperación he escrito, debajo de nuestros nombres, en inglés, mi lengua esta sentencia tristísima: "Desespera y muere". Sí, ese es mi horizonte, y siento que se aproxima con rapidez el momento en que van a concluirse mis padecimientos.
5 de octubre.- Aunque estoy muy débil, he querido ir esta mañana al monte; tenía el presentimiento que sería mi despedida a ese teatro de nuestras felicidades pasadas.
He recorrido todas las cumbres, todos los cespedes, todos los lugares donde hemos estado en los días en que tú me amabas; y luego, otra vez en la gruta que visitábamos juntos, extendía mis dos manos hacia la llanura y saludé con un adiós solemne cada punto de este horizonte, en donde nuestros ojos y nuestras almas se encontraban tan a menudo.
Pronuncié tu nombre y el mío repetidas veces; pero quebrantada por mi exaltación, caí al suelo, y sólo después de algunas horas recobré fuerzas para llegar al lecho, de donde ya no he de salir.
12 de octubre :- Presintiendo que la muerte me sorprenderá de un momento a otro, he quemado todos mis papeles a fin de que nadie más que tú sepa mi triste historia.No podrán grabar en mi sepulcro otro nombre que el de María, nombre que no es mío, pero que yo tengo en mucho, porque tú me lo diste en unos de los primeros días de nuestra felicidad.
He quemado todas tus cartas después de haberlas leído.
Amigo mío: me has amado mucho, y todavía te lo agradezco. Unos meses de tal felicidad valen más que una vida larga, atravesada siempre por sinsabores, sean cuales fueren la posición y la fortuna. Adiós para siempre, Andrés; tengo que cerrar estas páginas antes de la fría mano de la muerte arranque la pluma de mis manos.
¡Adiós! Nada puede añadirse. La historia es cierta: los que visiten el bosque de Fontainebleau podrán ver en la gruta los nombres de Andrés y de María y debajo la sentencia inglesa: <<Desespera y muere>> "
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