LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL INGLESA EN EL RIO DE LA PLATA Y EN EL MUNDO
Veremos aquí los orígenes de
la Revolución Industrial en Inglaterra y sus efectos en otras tierras,
inclusive en el Rio de la Plata.
El período que transcurre entre 1815 y
1914, (desde el fin de las guerras napoleónicas hasta el principio de la
Primera Guerra Mundial, es el gran siglo de Inglaterra y su preponderancia en
el mundo.
En ese período Inglaterra organiza el
"sistema del imperialismo liberal" del cual es el epicentro; y la
City, el cerebro. Tal incontrastable supremacía se debe a que, por entonces,
las islas británicas eran abiertamente favorecidas por la ley del desarrollo
desigual. En efecto, son las primeras en llevar adelante la llamada ‘Revolución
Industrial; lo que les confiere una superioridad económica y tecnológica.´
Luego otras naciones, Francia en primer
término, irán accediendo a su propia industrialización, pero primero fue Gran
Bretaña con su consabida y mencionada ‘Revolución Industrial’, donde comenzó.
¿Cuáles son las causas por las cuales
la Revolución Industrial ocurrió primero en Inglaterra?
Algunas tienen que ver con su
privilegiada geopolítica, su situación periférica con respecto a la masa
continental eurásica, su control de los accesos marítimos europeos, su fácil
apertura hacia las principales rutas oceánicas.
Otras se refieren a su riqueza en yacimientos
de carbón y a su favorable ubicación con respecto a las ricas minas de hierro,
lo que facilitó e! desarrollo de la industria de hierro y acero y le otorgó
enormes ventajas en ese sector verdaderamente clave de la economía moderna.
Ya Alfredo el Grande comprendió que
era imprescindible poseer una auténtica flota de guerra. En 1066 Guillermo el
Bastardo, Duque de Normandía gana la batalla de Hastings y se hace coronar rey
en Westminster.
En 1070 ha sometido a los señores,
vigorizando el poder real y reconstruyendo una sociedad feudal donde la
dispersión del poder y la invertebración política están mucho menos acentuadas
que en Francia.
Caracterizada por inversiones en
industrias nuevas como la minería, la metalurgia, las cervecerías, la
refinación de azúcar, la fabricación de jabón, alumbre, cristal y sal.
En 1651 el Parlamento aprobó la Ley de
Navegación, pilar del desarrollo naviero británico, obligando al transporte en
barcos ingleses de las mercaderías importadas de todos los continentes,
La abolición de los odiados monopolios
comerciales, un nuevo y ágil régimen de patentes, la desaparición temprana del
régimen de gremios que trababan tan rígidamente el desarrollo de la industria y
la movilidad de la mano de obra así como las garantías políticas que el país
ofrecía a los perseguidos de otras latitudes.
Por otra parte, los cercamientos de
los campos arrojan al trabajo fabril una apreciable cantidad de hombres
dispuestos a emplearse por salarios muy bajos. Lo mismo puede afirmarse de los
progresos ingleses en el campo de la ciencia aplicada. En 1660 se funda la Real
Academia para el Progreso de la Ciencia Natural Mediante la Experimentación:
Isaac Newton será uno de los primeros presidentes. Al despuntar el siglo XVIII
la gestación y el inicio de la revolución industrial estaban a la puerta.
En esta etapa ese objetivo medular se
despliega en tres metas concretas. a) ensanchar sus dominios en América, b)
penetrar en el Imperio Español y c) ganarle a Francia la supremacía comercial
en el mundo.
El auge de la extracción del carbón se
inicia en el reinado de Isabel I y de allí a la revolución de 1688 su
producción aumenta un 1.500 %; pasa de 170.000 a 2.500.000 tn. Nivel que
Francia recién alcanza en 1834.En la época Isabelina se cumplen las formidables
rapacerías marítimas de Drake y el idioma inglés asume su espléndida lozanía
con el teatro shakesperiano.
A su vez, Enrique VII había despojado
a la Iglesia romana de cerca de 1.400.000 libras en bienes muebles y unas
130.000 libras anuales de rentas de tierras, minas, molinos, bosques, etc.
Cromwell había autorizado la entrada
de los Inmigrantes lombardos y judíos que habrían de desempeñar papel tan
decisivo en el progreso de la banca inglesa (Lombard Street se llamará la calle
de los banqueros). El abuelo de Disraeli emigró desde Venecia en 1748.
En 1760 el carbón comenzó a reemplazar
a la madera en la fundición.
En 1754 Hargreaves inventó el torno de
hilar.
Las autoridades están acordes en que
la "revolución industrial" se inició, con todo su esplendor, en el
año 1770.
En 1776 Crampton ideó la hiladora
mecánica y en 1788 Watt había madurado la máquina de vapor Pero, aunque esas
máquinas servían como salidas para los movimientos acelerados de aquellos
tiempos, no eran la causa de la aceleración.
Antes de la entrada de los tesoros
indios y la expansión del crédito que fue su consecuencia, es muy posible que desde que se inició el
mundo, ninguna Inversión haya proporcionado tantos beneficios como el botín de
la India, porque Gran Bretaña se mantuvo durante cincuenta años sin un solo
competidor.
La Revolución Industrial no hubiera
podido producirse en la Gran Bretaña de no haber sido por la posesión de un
Imperio colonial que proporcionaba salidas muy superiores a las que podía
absorber el mercado nacional. La industrialización entrañaba una repentina
expansión de la capacidad productiva, que sólo era posible en un país que
ocupara una posición clave dentro de la economía mundial en evolución. El
factor decisivo era un monopolio global de los mercados de exportación durante
la difícil transición de una economía basada en los propios recursos a otra
dependiente del comercio mundial. Esta posición, en sus fases iniciales, se
logró mediante la conquista de territorios de ultramar en Norteamérica y la
India durante el siglo XVIII, en competencia principalmente con Francia.
Las Guerras de agresión en que estuvo
empeñada la oligarquía británica entre desde 1702 y 1815 —cuando la derrota de
Napoleón significó el final de este capítulo— establecieron un monopolio
comercial universal, pese al revés causado por la pérdida de las colonias
americanas. Después de 1815 Gran Bretaña dominaba los mares.
Charles Mozaré ubica con acierto la
verdadera cronología de la Revolución Industrial en Inglaterra, al expresar:
"En definitiva, la revolución
industrial inglesa, que muy a menudo se sitúa en el siglo anterior, comienza
propiamente en el momento de la Revolución Francesa y del Imperio”..
Desarrollará el primer ciclo de sus
transformaciones hasta después de 1840. Las cifras del comercio exterior
confirman este punto de vista. De las 5.000 toneladas de mediados del siglo
XVIII pasamos a un millón al llegar a 1789, para conseguir los cinco millones
en 1800 y seguir progresando a este último ritmo hasta mediados del siglo
XIX". Es que las propias, cruentas y largas guerras contra el corso, son
un estímulo poderoso en la promoción de la industrialización británica.
Hasta después de 1825 no puede
hablarse de real revolución metalúrgica Todavía en 1789, un cuarto do la
producción dependía del carbón vegetal.
Afirma Moraze: "Con seguridad, la guerra da un formidable impulso. Hasta 1820 todas las
fundiciones fabrican cañones. La producción pasa de 70,000 toneladas en 1789, a
270,000 en 1806 y a 700.000 en 1830”.
Un hecho tan esencial de la Revolución
Industrial, como la explosión demográfica, también confirma la tesis. La
población de Inglaterra crece de 6.665.000 de habitantes en 1760 a 8.216.000 en
1790; menos de un tercio. Pero de 1790 a 1820 asciende a 12.000.000. En 1850
oscila en los 18.000.000; otro 50 %.
Es la caída de las tasas de mortalidad
lo que infla el crecimiento demográfico. Mejor alimentación (revolución
agrícola), más higiene (el jabón y casas mejor construidas, ropa interior
limpia de algodón) y, por supuesto, los progresos de la ciencia médica.
La industrialización responde a una
fórmula clásica que Maurice Dobb llama "primero los textiles". Es la
industria textil y dentro de ella la de las telas de algodón (percales)
—industria nueva, no sujeta a las rigideces del gremialismo corporativo y nueva
demostración de la vigencia de la ley del desarrollo desigual— la que marcha,
lejos, a la vanguardia. Ya vimos cómo los inventos tecnológicos que se
acumularon a fines del siglo XVIII, fueron la respuesta a las exigencias
voraces del mercado. Pero en 1813 sólo había en Inglaterra 2.500 telares
mecánicos, serán 12.500 en 1820, 45.000 en 1829, y 85.000 en 1833.
Solo después de 1850 el telar mecánico
ha reemplazado integralmente al telar a mano. El crecimiento formidable de los
baratos tejidos algodoneros se vincula a la revolución del comercio De un
tráfico restringido de mercaderías caras para los ricos, se pasa rápidamente a
un comercio en continua expansión de mercaderías baratas para las masas que
acceden a la condición de trabajadores libres, asalariados, y forman la
substancia del mercado interno.
De 1786 a 1800 el precio del hilo de algodón
baja en un 70%", De 1814 a 1833 el precio de la pieza de calicó en
Manchester desciende cuatro veces. Es la consecuencia del alimento de la
productividad debida a la maquinización17
Los bancos se multiplican Hay 69 en
Londres en 1797 y casi 500 en 1804. El crédito fácil y flexible permitió la
expansión industrial y la absorción del campesinado liberado por la
proliferación de los cercamientos en el campo. En Francia no ocurrió nada
parecido.
Por otra parte, la producción de
carbón pasa de 6.425.000 toneladas inglesas en 1780, a 16.250.000 en 1829. De
1720 a 1840 la capacidad de los altos hornos se multiplicó por diez. La
producción de hierro bruto pasó de 109 mil toneladas en 1790 a 582 mil en 1825.
La imagen de la Inglaterra Industrial
exportadora de manufacturas e importadora de alimentos y materias primas, está
lejos de cuajar a fines del siglo XVIII. De 1811 a 1830, el 97 % del trigo
producido es de origen local. Recién de 1871 a 1879, la importación de cereal
cubre el 55 % del consumo. En 1699-1701, las materias primas son el 34 % de las
importaciones totales. En 1824-1826, llegan al 64 %. La evolución de la renta
nacional a precios constantes es muy significativa. En 1798 fue de 139 millones
de libras y 15,4 habitantes; en 1822 de 214 millones y 17,5 por habitante.
Tampoco se han iniciado en esta época
las grandes transformaciones liberales, aunque empiezan a darse los primeros
importantes pasos hacia ellas. En 1806 los Comunes abolieron el tráfico de
esclavos.
Adam Smith. Escribió al respecto: "aunque el desgaste de un sirviente
libre sea también a expensas de su amo le cuesta mucho menos que el de un
esclavo. El fondo destinado a sustitución o reparación, por así decirlo, del
desgaste del esclavo está por lo general en manos de un amo descuidado o de un
capataz negligente. El destinado a realizar la misma función para el hombre
libre se ve administrado por el propio hombre libre". En otro lugar
aduce que no deben esperarse grandes emprendimientos de los amos de esclavos: "Creo que la experiencia de todas las
edades y las naciones demuestra que, si bien el trabajo realizado por esclavos
parece costar sólo sus gastos de mantenimiento, a fin de cuentas resulta el más
caro. Una persona que no puede adquirir propiedades, no puede tener más interés
que el de comer todo lo posible y trabajar lo menos posible". Como un
atisbo del Segundo Imperio, en 1801 se crea el Ministerio de Colonias (Colonial
Office), como Departamento del Ministerio de Guerra.
Inglaterra es ahora en su propio poder
industrial. La capacidad productora de la industria maquinizada sobrepasa en
mucho las necesidades del mercado nacional británico Para Gran Bretaña exportar
es vivir y su principal mercado es Europa. Napoleón piensa que su economía no
aguantará.
Los stocks de azúcar y café, ante la
super producción, alcanzaron montos desconocidos hasta entonces. La industria
sufrió una contracción letal. Se colmaron los depósitos de mercaderías sin
salida y muchos empresarios trataban de vender a pérdidas. Crece el desempleo y
las tensiones sociales entraron en ebullición.
¿Y mientras tanto, que sucedía en
América?
Hasta mediados del siglo XVIII, los
productos americanos podían competir con los fabricados en Inglaterra, ya que
entre ambos no existía mayor diferencia de coste ni de calidad.
Veamos el industrialismo colonial como
se iba desarrollando.
Las primeras industrias de América
latina tuvieron su origen en el siglo XVII. Las industrias elaborativas se
entiende, pues las extractivas - como la minería - se explotaron inmediatamente
después del descubrimiento.
América alcanzó un alto grado de
progreso industrial: por lo menos desde el siglo XVII, hasta que el imperio
español tembló en sus cimientos al terminar el XVIII.
En esos años la América española había
llegado a lo que es hoy el desiderátum de las naciones: a bastarse a sí
misma, a la autarquía ¿La causa? El monopolio español; el tan mentado,
tan desprestigiado monopolio español. Pues éste, si en mínima parte significó
la dependencia comercial hacia España, produjo, en cambio, sobre todo
industrialmente, la autonomía de América
Ya de por sí la reducción del comercio
hispanoamericano a una flota anual de galeones - y años hubo que no partió
ninguno - transportando hasta Puerto Bello los productos destinados a Nueva
Granada, Venezuela, Perú, Chile y Río de la Plata, aminoró extraordinariamente
la dependencia hacia España de la economía americana. América tuvo entonces que
producir lo que España no podía enviarle.
Pero a la dificultad en el transporte
se unió otra causa: las ideas de los economistas españoles del siglo XVI. Pues
España atravesaba desde mediados del XVI una fuerte crisis, traducida en el
alto valor que alcanzaron todas las mercaderías: los medios de subsistencia se
elevaron en grado sumo.
La causa -hoy podemos saberlo- fue la
importación de oro americano, que produjo como lógica consecuencia el
desequilibrio en el valor adquisitivo del dinero: el oro bajó de valor con
respecto a las demás mercaderías, y claro está, las mercaderías subieron con
respecto al oro; con la grave consecuencia social de que el oro se hallaba en
pocas manos, mientras que la demanda de mercaderías era general.
Pero entonces se creyó firmemente que
esta suba se debía a la salida de productos españoles para América. De allí que
se tratara de evitar su envío al Nuevo Mundo, limitándose la exportación
española a lo estrictamente indispensable- En realidad el comercio
hispanoamericano en los tiempos de los galeones quedó reducido al transporte
del oro y la plata de América a España, y al regreso de esos barcos llevando el
mismo peso en los pocos, poquísimos, efectos ibéricos que no podían producirse
aquí.
América tuvo que bastarse a sí misma.
Y ello le significó un enorme bien: se pobló de industrias para abastecer en su
casi totalidad el mercado interno. Malaspina, escritor del siglo XVII,
nos dice que "el movimiento fabril
de México y el Perú eran notables". Habla de 150 "obrajes"
en el Perú, que a 20 telares cada uno, daban un total de 3.000 telares. Y
Cochabamba, según Haenke, consumía de 30 a 40 mil arrobas de algodón en
sus manufacturas.
Los "obrajes" -talleres de
hilados y tejidos- se encontraban organizados en su mayoría de acuerdo al tipo
de trabajo artesanal: con sus maestros, oficiales y aprendices, y
requiriéndose haber pasado los dos grados inferiores y rendido el examen de
"obra maestra", para lograr con el título de maestro la
licencia de regentear un obraje.
. La maestría del artesano tuvo que
suplir la falta de herramientas adecuadas, pero los productos podían en buena
ley competir con sus similares europeos, y en algunas industrias -platería,
tejidos- llegaron a superar, por el arte de su confección, a las propias
mercaderías extracontinentales.
Pero la industria anglosajona a
principios y mediados del siglo XVIII, carecía de las condiciones necesarias
para apoderarse del mercado americano. Si bien la fabricación vernácula era aún
primitiva, y su técnica no pasaba de ser rudimentaria, el coste de la producción
y aun la misma calidad de la elaboración, admitían todavía una competencia
favorable con las manufacturas europeas.
Levene, en su Historia económica
del Río de la Plata, describe la riqueza de nuestra tierra al finalizar el
siglo XVIII. La industria vitivinícola es próspera en San Juan, Mendoza, La
Rioja y Catamarca; un barril de vino de la primera de estas ciudades se vende
en Buenos Aires a $ 36 (del cual de 14 a 16 pesos son de flete); en 1802 se
introdujeron en Santa Fe casi 10.000 barriles de aguardiente cuyano con destino
a Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental.
En tejidos: Cochabamba era el centro
fabril de todo el Alto Perú; los algodonales de Tucumán facilitaban la materia
prima, que era elaborada en la ciudad del altiplano, proveyendo a los mineros
de Potosí y a casi toda la población del norte. Centros importantes de esta
industria fueron también Corrientes, donde el informe de su representante en el
consulado nos dice que en 1801 "hubo individuo que acopió y remitió a
Buenos Aires más de 1.500 ponchos y frazadas, su precio de 4 a 5 reales";
Catamarca, donde "no hay casa ni rancho en todo su distrito que no tenga
uno o dos telares con su torno para hilar, y otro para desmotar el algodón. Se
borda tan fino que... hasta los clérigos se visten con estos bayetones
negros"; Tucumán, que elabora tejidos con sus propios algodones, y también
Córdoba, Salta y Santiago del Estero encontraron su principal riqueza en la
industria de los telares domésticos.
Paraguay y Corrientes eran famosos por
sus astilleros, donde se construían hasta navíos de ultramar; lo que hoy es
apenas una remota esperanza, era una realidad en 1800. "Con ligazón de
algarrobo, entablado de lapacho y cubiertas de timbó colorado" se
construyeron el año 1811 en Asunción 8 bergantines, 5 fragatas, 4 sumacas, sin
contar balandras y otras embarcaciones menores. Y ellas quedaban totalmente
terminadas con sus jarcias, velamen y ferretería, producido todo por la
riquísima tierra americana.
Las grandes carretas de Mendoza y
aquellas un poco menores de Tucumán proveían los medios de transporte más
usuales para el tráfico interno. También las mulas, criadas en Santa Fe y Entre
Ríos, eran empleadas principalmente para la conducción de los barriles de vino
o aguardiente cuyano.
Corrientes fue famosa por sus talleres
de arreos y talabarterías. Buenos Aires por sus platerías
En agricultura: Tucumán producía en
abundancia algodones y arroz; La Rioja, Catamarca y Salta aceites de oliva de
tan buena calidad y tan importante cantidad, que amenazaban la clásica riqueza
española de olivares. Cereales y productos de huerta, se daban en las
"quintas" de todas las ciudades, especialmente Buenos Aires. Esta
última conservaba su preeminencia ganadera, pese a la extinción de los
cimarrones, y el virrey Loreto iniciaba en 1794 la después floreciente
industria de la salazón de carnes.
En todo lo necesario, la colonia se
abastecía a si misma, no obstante las trabas que se opusieron a su
desenvolvimiento industrial, y que veremos en los puntos siguientes.
Pero, algo sucedió….
En la segunda mitad del XVIII se
produce en Inglaterra una formidable transformación en su técnica de elaborar:
lo que en la historia europea se llama "revolución industrial".
Aparece la máquina, que los ingleses
emplean en los hilados y tejidos. La zona carbonífera de Inglaterra se puebla
de nuevas ciudades industriales: La gran fábrica reemplaza al modesto taller, y
el gran capitalismo substituye, en el manejo de las industrias y del comercio,
al pequeño capitalismo y a las viejas corporaciones.
Comienza, a partir de la segunda mitad
del XVIII, la era de la hegemonía industrial, y como consecuencia, el poderío
mercantil y el dominio de la política
británica.
La máquina, permitiendo producir más y
a menor precio, ha causado todo eso. Inglaterra: de país preponderantemente
agropecuario que era en el siglo XVII, llegó a ser la máxima potencia
industrial en el XIX.
Pero, claro, al final la máquina
produce tanto que supera al consumo; el problema de la superproducción (y sus
consecuencias: cierre de fábricas, paros forzosos, quiebras, etc.), se presenta
por primera vez en la historia, a lo menos con tan graves caracteres.
Se hace necesario, imprescindible
entonces, encontrar mercados de consumo; ¿ dónde será ello?. Y toda la política
inglesa girará alrededor de esta cuestión, para ella absolutamente vital.
Pero en vez de encontrar nuevos
mercados, paradojalmente una fatalidad histórica hacía que Inglaterra fuera
perdiendo los antiguos.
¿Cómo fue eso? Primero, en 1783, se
encuentra obligada a reconocer la independencia de los Estados Unidos, nación
que inicia su vida independiente, encerrándose dentro de una tarifa aduanera
protectora de sus industrias incipientes.
Y, segundo, con Napoleón, en 1805, por
obra del "bloqueo continental", se le cierran a Inglaterra, a su vez,
los puertos de Europa. Napoleón no lo permite.
Como venimos diciendo, a fines del
siglo XVIII, principios del siglo XIX ocurre un cambio tan importante en el
modo de hilar y tejer en Inglaterra que llevará a una revolución económica,
social y política en el mundo entero. La produce la aplicación de la máquina -a
fuerza humana primero y a vapor en seguida - en la elaboración de mercaderías.
Es la "revolución
industrial" inglesa, de más trascendencia histórica que la contemporánea
revolución francesa.
En Inglaterra nace realmente la época
contemporánea con la concentración de capitales, levantamiento de fábricas,
producción a bajo costo, sustitución del artesano por el obrero, surgimiento de
ciudades industriales, despoblación de la campaña, intensificación de las
luchas de clases y reemplazo del colonialismo directo por una forma indirecta
de dominación. Ha llegado el tiempo de la hegemonía inglesa en el mundo,
apoyada, más que en la fuerza de sus armas y el poder de su dinero, en la
doctrina del liberalismo que pone los débiles a merced de los fuertes.
Inglaterra, que había sido ganadera
primero y comerciante luego, se convierte en el emporio industrial de hilados y
tejidos, primero, de las demás mercaderías elaboradas a máquina, después.
Fabrica mucho y a poco costo, y lo necesita colocar en el exterior pues colma
en poco tiempo su mercado interno. Lo consigue gracias al liberalismo
doctrinario que abre las puertas del continente a sus producciones baratas.
Europa -Europa continental- no tarda
en reaccionar contra la avalancha de hilados y tejidos ingleses que obliga al
cierre de sus talleres a mano. Napoleón será el campeón del continente contra
el avasallamiento británico: la explicación del imperio francés, el
establecimiento de los Bonaparte en los tronos europeos y su política de unión
continental, no es tanto un afán de conquistas ni la necesidad de una defensa
militar, sino el propósito de confederar a Europa en una necesaria defensa
contra el formidable enemigo isleño. En 1804 empieza Napoleón el "bloqueo
continental" que cierra los puertos europeos a la entrada de mercaderías
británicas. El bloqueo con sus lógicas consecuencias - cierre de fábricas,
despidos de obreros, hambre- obliga vitalmente a Inglaterra a encontrar
mercados de consumo fuera del continente.
Como Gran Bretaña ha perdido la
América sajona, (pues los Estados Unidos independientes desde 1783 se encierran
en una barrera protectora de su industria todavía artesanal), se le hace cuestión
de vida o muerte la conquista de América latina. La victoria naval de Trafalgar
en 1805 la hace dueña de los mares, y hará posible esta expansión.
Así para Inglaterra, se hizo a partir
de 1805 cuestión primordial la conquista política o económica de la América
latina. Era entonces el único lugar del mundo donde podía colocarse la
producción inglesa.
En abril de 1806, zarparon los
ingleses para el Rio de la Plata y, a principios de julio, informaban a Londres
del éxito completo en la conquista de Buenos Aires. El botín capturado superaba
el millón de pesos fuertes y los ingleses ganaban amigos rápidamente en la
capital del Virreinato.
La City explotó de entusiasmo. El
tesoro de Buenos Aires fue escoltado por una entusiasta muchedumbre que
entonaba canciones patrióticas y "God Save the King"
El afán especulativo ganó a los
comerciantes ansiosos de exportar y los barcos repletos se aprestaron por
decenas. Pero la triunfante resistencia de los criollos demostró a los ingleses
que la conquista iba a ser difícil. (1806 Y 1807)
El gobierno inglés, entonces, descarta
toda aventura militar directa, como quería Whitelocke, por estar en desacuerdo
con los escasos recursos disponibles (había que seguir la guerra en Europa) y
en virtud de las nuevas modalidades del comercio inglés que sugerían una
variante mucho más auspiciosa.
Castlereagh, abogaba por la
independencia de los virreinatos españoles en Indias, con el apoyo inglés, y su
conversión en monarquía —que alejaran toda veleidad republicana y radical— a distribuir
entre príncipes europeos vacantes, como el duque de Orleans y bajo la
protección de Gran Bretaña, que monopolizaría fácilmente los nuevos mercados.
Un continente dividido en varias naciones
formalmente independientes e incorporadas a una economía mundial, dirigida
desde Inglaterra. Esa es la primera idea de la "balcanización" de
América Latina, que desde entonces, sería la clave de bóveda de la política
británica en Hispanoamérica.
En 1806 y 1807 al fracasar Inglaterra
en sus intentos de conquista política a través de acciones militares, le quedó
la posibilidad de la conquista, a través de acciones y políticas económicas.
Asi, pues bien, desde el principio de
1807 Roberto Enrique Stewart, vizconde de Castlereagh, ocupa el ministerio de
guerra británico. Se ha opuesto, aunque inútilmente, a la expedición de
Whitelocke a Sudamérica, como se dijo arriba.
El 1º de mayo informa a sus colegas en
un Memorial que "no tiene esperanzas
de conquistar este inmenso territorio (Sud América) oponiéndose por las armas a
su población"; si el fin era "abrir
a nuestros productos sus mercados" era más conveniente "aproximarse como mercaderes y no como
enemigos", fomentar en sus habitantes las divergencias con Napoleón
"para obtener ventajas
comerciales" y si las cosas llegaban a madurar en una independencia de
América española, Inglaterra "debería
favorecerla solamente como auxiliar y protectora de los nativos para evitar
recelos".
H. S. Ferns llama a este Memorial de
Castlereagh, brillante en su concepción política futura -que previó el fracaso
militar de Whitelocke-, la futura independencia hispanoamericana y la
injerencia imperialista consecuente, la base de una centuria y media de
política británica en Sud América
Esta nueva política se hizo factible
en 1808, debido al cambio radical de la situación española; desde el 2 de mayo,
España se encontraba en guerra contra Napoleón, y por lo tanto, de enemiga que
era de los ingleses, se transformó en su aliada. En 1808 Inglaterra obtiene,
como premio a su ayuda a Portugal (contra los franceses), la libertad de
comercio en Brasil.
Así como ayudó a España (contra los
franceses) el mismo premio.
En efecto, en 1808 ocurre un cambio fundamental en la
política española. La resistencia a José Bonaparte, el levantamiento del 2 de mayo
y la subsecuente guerra de la independencia española, convierten a España. de
aliada en enemiga de Napoleón; poco costará a Canning transformarla también de
enemiga en aliada de Inglaterra.
La Junta Central de Sevilla que dirige la insurrección
española necesita el apoyo naval y militar inglés y envía a Londres a Juan Ruiz
de Apodaca. Canning acepta al aliado, pero encuentra la manera de hacerse pagar
la escuadra inglesa que protege a Cádiz y los ejércitos de Wellesley que operan
desde Lisboa: el 14 de Enero de 1809, por el tratado Apodaca-Canning se
concierta la alianza militar anglo española donde, en retribución de la ayuda
bélica en la península, la Junta de Sevilla "dará facilidad al comercio
inglés en América".
A cambio de la independencia política de la metrópoli
la Junta entregaba la independencia económica de América.
De tal modo, exige y obtiene George
Canning que se otorguen amplias facilidades al comercio inglés para volcarse en
América latina. En una palabra, exige y obtiene la dependencia económica de América latina a cambio de cooperar en la
independencia política de la metrópoli (España y Portugal).
El 14 de enero de 1809, se firmó el
tratado anglo-español (Apodaca-Canning) con la cláusula adicional de "otorgar facilidades al comercio inglés en
América". (Retengamos esta frase y la palabra ‘facilidades’)
Año y medio antes -el 14 de octubre de
1807- idéntica cláusula había sido colocada en el tratado anglo-portugués.
Estas ‘facilidades’ (sic) no eran otras que la franquicia de libre
introducción de mercaderías inglesas (que no es lo mismo que dar ‘facilidades’), disfrazada desde luego
como ‘libertad de comercio.’
Una razón social comercial inglesa,
Dillon y Thwaites, consignataria inglesas, pide al Virrey que le permita "por esta vez" (sic) comerciar sus
productos. He aquí el origen del expediente que dio lugar a la apertura del
puerto de Buenos Aires.
Dicho tratado sólo establecía la
promesa de una "facilidad", que aún no se había traducido en su
correspondiente ley. Por eso ordena el Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros que
se forme expediente: oye al Cabildo, al Consulado, al representante de los
comerciantes de Cádiz, y al de los hacendados -la famosa
"Representación" de Moreno- concluyendo por otorgar el permiso.
De esta manera, hallándose documentada
la opinión favorable de la mayoría -y desde luego que se habían movido los
resortes del Fuerte para lograr esa mayoría-, quedaba cubierto con la
responsabilidad de otros su propósito de hacer cumplir el aún ignorado
oficialmente acuerdo con Inglaterra.
De todos modos, era así, el
Virrey Cisneros traía órdenes
desde España, respecto de abrir el comercio de su virreinato con los buques de
naciones amigas, entre las cuales estaba Gran Bretaña, y fue esto lo que se
resolvió en definitiva.
El debate sobre la conveniencia de la
protección o el librecambio, tal cual surge del expediente de 1809, nos deja
muchas enseñanzas.
Martín Yáñiz (Síndico del Consulado,
comerciante y político español) y el representante
del Consulado de Cádiz, Francisco de Agüero
defendieron con razones de experiencia y de sana lógica a la economía
vernácula.
Moreno, en la posición contraria,
expuso su doctrina con acopio de citas y de erudición. Es la polémica entre
comerciantes prácticos que han tomado de la experiencia sus enseñanzas, y un
economista teórico, que busca en los libros el conocimiento de la vida. Con la
diferencia, fundamental, que los defensores de la posición proteccionista
argumentaban con perfecto conocimiento de las condiciones económicas producidas
por el industrialismo maquinista; en cambio el liberal Mariano Moreno ignoraba
este detalle, tal vez, porque sus libros de Quesnay y de Filangieri eran
anteriores a la "revolución industrial".
Yañiz comprende que la libertad de
comercio significaría la ruina de la industria americana, pues la técnica
manufacturera inglesa, en expansión por la Revolución Industrial, no ha de
poder luchar contra la mecánica: "Sería
temeridad – dice - equilibrar la industria americana con la inglesa; estos audaces maquinistas nos han
traído ya ponchos que es un principal ramo de la industria cordobesa y
santiagueña, estribos de palo dados vuelta a uso del país, sus lanas y
algodones que a más de ser superiores a nuestros pañetes, zapallangos,
bayetones y lienzos de Cochamba, los
pueden dar más baratos, y por consiguiente arruinar enteramente nuestras
fábricas y reducir a la indigencia a una multitud innumerable de hombres y
mujeres que se mantienen con sus hilados y tejidos".
Y, agrega refutando el sofisma de la
mejor conveniencia de los productos extranjeros a causa de su menor precio; "Es un error creer que la baratura sea
benéficia a la Patria; no lo es efectivamente cuando procede de la ruina del
comercio (industria), y la razón es clara: porque cuando no florece ésta, cesan
las obras, y en falta de éstas se suspenden los jornales; y por lo mismo, ¿qué
se adelantará con que no cueste más que dos
lo que antes valía cuatro, si
no se gana más que uno?".
Agüero examina a conciencia los
efectos que produciría el imperialismo económico inglés ante la incipiente
industria criolla, una vez que ésta fuera entregada atada de pies y manos al
capitalismo invasor. "No dejarán de
hacer contratos de picote, bayeta, pañete y frazadas, semejantes y acaso
mejores que los que se trabajan en las provincias referidas, por la cuarta parte del precio que en ellas
tienen".
Es el dumping, recurso conocido
de la guerra económica. "Con esto – continúa - lograrán para su comercio
la grande ventaja de arruinar para siempre nuestras groseras fábricas, y dar de
esta suerte más extensión al consumo de sus manufacturas, que nos darán
después al precio que quieran, cuando no tengamos nosotros dónde vestirnos."
Es el Moreno de entonces: hombre de
biblioteca, desconocedor de la realidad. Se encastilla en su ciencia, y a las
razones prácticas de Yáñiz y de Agüero, contesta con una andanada de libros:
Quesnay, la "fisiocracia", Fitangieri, Jovellanos, Adam Smith.
A hombres, como Agüero y Yáñiz, que
basaban sus argumentos en la realidad económica inglesa, en la revolución
industrial británica, en la máquina, en el dumping, el cartel, ha
de contestar Moreno tan sólo que todo eso "es
risible", que Filangieri nada ha dicho de eso, que es "ignorar la
ciencia", que el precio, como lo dice Adam Smith, se regula exclusivamente
por la ley de la oferta y la demanda, que los fisiócratas han dicho que "cuando es rico el agricultor, lo es
también el artista que lo, viste, el que fabrica sus casas, construye sus
muebles, etc.".
E imbuido de sus conocimientos
librescos, Moreno llega a decir que la introducción de mercaderías inglesas, en
lugar de significar un mal para los industriales criollos, ha de reportarles un
gran bien, pues les permitiría imitar la producción británica.
Es decir, cree que juntamente con la
entrada de los tejidos ingleses, llegarían al país las condiciones técnicas que
producían esos tejidos: la máquina, el carbón, el capital, en una palabra, todo
el desenvolvimiento industrial sajón. "¡Artesanos
de Buenos Aires!-llega a decir- si
insisten [Agüero y Yáñiz] en decir
que los ingleses traerán muebles hechos, decid que los deseáis para que os
sirvan de regla, y adquirir por su imitación la perfección en el arte".
Evidentemente hay demasiada
puerilidad, dice José María Rosa, en esta falta de diferenciación entre el
industrialismo inglés en la etapa de la máquina, y el americano que se
desenvolvía todavía en el período del taller
¿Qué es una colonia económica? Es un
"mercado para la venta de
mercaderías industriales, que provee a su vez materias primas y víveres",
dice Canning y su agente en el Río de la Plata el solícito Mr. Alex Mackinnon,
presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres en Buenos Aires, y cliente
del bufete profesional de Moreno.
Derrotada Inglaterra en 1806 en su
política de expansión política, triunfaba tres años después en su expansión
económica. Pese a Quesnay, los talleres criollos tuvieron que cerrar, pues no
podían resistir la competencia británica y el pensamiento económico inglés para conquistar los mercados
americanos.
Recordemos, de paso, que la palabra
‘América’ era la designación inglesa, francesa y portuguesa para el continente
que los españoles habían llamado "Indias Occidentales’. O sea, la
colonización no solo era política o económica, sino también cultural.
En Utrecht puede encontrarse, por lo tanto, la
raíz del movimiento de independencia que se exteriorizó (a lo menos en 1810)
como un choque entre el viejo autonomismo indiano contra el reciente
centralismo borbónico.
Así, pues, como venimos diciendo, a
fines del siglo XVIII la revolución industrial hacía de Inglaterra una nación
en plena expansión, necesitada de mercados consumidores.
Su doctrina, el liberalismo se
encargaría de ello con más eficacia que la acción armada.
Para esto nada mejor que condicionar
la mentalidad de hombres que serían sus agentes, en un futuro cercano, como
Rivadavia, Manuel J. García, etc fácil presa de las ilusiones del progreso y de
los buenos negocios para concretar los designios del Imperio.
En Rivadavia y el imperialismo
financiero hallará el estudioso la lucha sórdida de la banca inglesa en el
período 1821-1824, los monopolios con capitales británicos, los empréstitos, y
el manejo del crédito interno de los países americanos.
No hay duda de que el capitalismo
industrial, crece vertiginosamente en Sheffield, Liverpool. Manchester o
Glasgow, con sus fábricas, sus obreros, su carbón, su hierro y sus máquinas.
Esos saldos se cubren con las llamadas
"exportaciones invisibles", constituidas por los intereses de los
préstamos e inversiones en el exterior, los fletes, seguros, etc. Es así,
gracias al monto creciente de sus "exportaciones invisibles", que
Gran Bretaña obtiene un ascendente superavit en la balanza de pagos; ésa es la
fórmula de su exitosa acumulación capitalista.
Su comercio exterior no solo está
integrado con lo que importa para consumir, sino también con lo que importa
para reexportar. Inglaterra es el centro del comercio mundial y sus
reexportaciones son esenciales para su economía. De 1830 a 1839 exporta por
75,2 millones de libras y reexporta por 11,6 millones (15 % de las
exportaciones). De 1860 a 1868 exporta por 156,7 millones de libras y reexporta
por 44,7 millones (28 % de las exportaciones).
En 1815 Stephenson había presentado el
prototipo de la moderna máquina de vapor. Poco después George Hudson, el
"rey de los ferrocarriles" dinamizaba la construcción y la
racionalización de los trenes ingleses.
Según Bairoch fórmula del éxito de la
revolución industrial es "algodón + hierro + máquina de vapor".
Justamente a partir de 1840 es que se produce el gran ‘boom’ de los
ferrocarriles.
Los barcos de acero y la navegación a
vapor abaratan de tal modo los fletes, que ahora se hace muy rentable Importar
trigo, cueros, cobre, café, etc. en grandes cantidades, desde muy largas
distancias. Asistimos pues, a la creación del mercado capitalista moderno. Su
voracidad insaciable exige aumentos espectaculares de la producción, del
comercio y de las transacciones monetarias y estas nuevas y sorprendentes
innovaciones técnicas. Es entonces cuando caen en picada los precios de los
tejidos de algodón, de los productos ferrosos, etc. A mediados del siglo XIX,
Gran Bretaña produce las dos terceras partes del carbón del mundo, la mitad del
hierro, cinco séptimas partes del acero; es que los ferrocarriles no sólo
amplían y agilizan el mercado, sino que consumen carbón y hierro en crecientes
cantidades.
Su enorme superioridad tecnológica,
sus apreciables ventajas en el desarrollo de la industria maquinizada, derivan
en la necesidad de un mercado internacional abierto, donde todos compren a
todos sin interferencias estatales de ningún tipo, ni arancelarias, ni de
control o limitación alguna. De ese modo su industria, que exporta el 70 % de
lo que produce, tiene acceso a todos los mercados y puede adquirir materias
primas y alimentos donde más le con-venga. El hecho de que las compras se
centralicen en la City, es, desde ya, una práctica de tipo monopolista y da
lugar al embrión del intercambio desigual. Allí concurren los vendedores de
materias primas, desde todos los rincones, a competir entre sí y la flota y los
ferrocarriles se encargan de coordinar la concurrencia de aquéllos al mismo
tiempo. De ese modo los precios bajan y el comprador único impone su ley. El
multilateralismo comercial es, pues, un rasgo esencial y definitorio del
sistema. -
Inglaterra realiza tratados
bilaterales con casi todas las naciones del mundo, pero estipulando en sus
cláusulas los principios del liberalismo. En efecto, el contratante se
compromete a recibir libremente las manufacturas inglesas y a exportar
libremente sus materias primas al mercado británico. A la vez, el Reino Unido
le concede las mismas ventajas. Aparentemente, en la letra, en la teoría
abstracta, nada más justo y equitativo. ¿Pero cómo va competir con la industria
inglesa, en su propio reducto, la manufactura burda y cara de los países
atrasados? Ese acuerdo de libre importación mutua deriva, sencillamente, en que
la industria británica devasta los brotes incipientes de las manufacturas
locales de la economía menos desarrollada; es lo que Baran llama el
"infanticidio industrial". Lo que lleva, como de la mano, a la
especialización del país rezagado, a la monocultura, a la deformación de su
economía, que se hipertrofia en el único sentido de la producción de materiales
básicos para los que su suelo y su clima son singularmente aptos.
En efecto, si esa hipotética nación no
vende materias primas, ¿cómo paga las exportaciones de manufacturas inglesas?
La distorsión estructural es remachada por los créditos de la banca de la City
y, muy eficazmente, por el tendido de los ferrocarriles que desalientan
cualquier producción competitiva con la de Gran Bretaña y favorecen las que el
mercado inglés exige. Es la ecuación desarrollo —sub-desarrollo en acción. El
desarrollo que genera el subdesarrollo o "el desarrollo del subdesarrollo", según la afortunada fórmula
de A. G. Frank.
El nexo que une todos estos tratados
liberales entre Gran Bretaña y los demás estados, es la "cláusula de la nación más favorecida"
que Londres impone, implacablemente, como machacón estribillo de sus convenios
comerciales. De ese modo traba toda tentativa de conceder privilegios a una
tercera nación. Políticamente, el proceso se complementa con una estrecha
alianza entre la burguesía metropolitana y la oligarquía de la sociedad
de-pendiente. El término corresponde porque, en rigor, la firma de un tratado
de esta índole entre el Reino Unido y un país atrasado, significa la conversión
de éste en una semi-colonia Inglesa. Multilateralismo, "laissez faire,
laissez passer" en las prácticas del comercio internacional, se ajustan
como un guante con la mano, con la libre transferencia de pagos y capitales.
Hemos explicado que la acumulación en
Inglaterra, que la caza del excedente de sus colonias y semicolonias, responde
a una balanza comercial desfavorable, compensada por una balanza de pagos
ultrafavorables. Ese superávit en los pagos deriva de las "exportaciones
invisibles", fletes, seguros, beneficios, intereses, etcétera; o sea
transferencias de dinero, como capitales de inversión, o como trasiego de sus
réditos, o del precio de fletes y seguros.
Si a una nación se le ocurre bloquear
la salida de las sumas que rinden las inversiones o los empréstitos ingleses, o
los pagos por los seguros o fletes, está arrojando piedras en los engranajes
del sistema, está obstaculizando el mecanismo de acumulación de la City, está
impidiendo el libre curso de las "exportaciones invisibles". Y si el
ejemplo se generaliza, es una amenaza letal para el Imperio Británico.
De ahí su exigencia sobre la libre
transferencia de pagos y capitales. Porque si una nación no admite la inversión
del capital inglés, también está entorpeciendo la realización de beneficios o
intereses que son parte substancial de las exportaciones invisibles".
Sabemos cuán caro pagó el Paraguay de
los López tamaña osadía. Es importante estudiar, aunque sea muy someramente,
como se gestaron esos tratados librecambistas. Nos interesan fundamentalmente
los concertados en las áreas subdesarrolladas, por ejemplo, con las flamantes
Repúblicas hispanoamericanas.
Constituyen la condición del
reconocimiento de la independencia de nuestras patrias por parte del Gobierno
de Su Majestad y son capítulos primordiales de la política liberal de George
Canning, que ha sustituido al notable y por tantas razones extraño Lord
Castlereagh (se suicidó degollándose), como artífice de la política exterior
británica.
No pocas dificultades debió vencer
Canning para imponer sus puntos de vista. Canning le dejó en España a los
Borbones las manos libres en la península, a cambio de que Inglaterra tuviera
las manos libres en Ultramar.
Jorge IV dijo "Si Francia ocupaba España, ¿era necesario,
para evitar las consecuencias de esa ocupación, que nosotros tuviéramos que
bloquear a Cádiz? No. Yo miré en otra dirección. Yo busqué materiales de
compensación en otro hemisferio. Contemplando a España, tal y como nuestros
antepasados la habían conocido, resolví que si Francia tenía a España, no había
de ser España con Indias. Yo llamé a existencia al Nuevo Mundo para enderezar
la balanza del viejo".
Es el mismo trazo de Castlereagh en su
Memorandum de 1897, sustituyendo monarquías por Repúblicas, cuyas clases altas
fueran socias de la metrópoli. Triunfante Canning escribió a Sir Charles Stuart
en París: "la cosa está hecha, el
clavo está puesto, Hispanoamérica está libre; y si nosotros no desgobernamos
tristemente nuestros asuntos, es inglesa."
Baring Brothers, Hullet Brothers y
otras casas bancarias habían elevado un petitorio a favor de esta política. Ya
estaban en trámites los empréstitos que consideramos más arriba. Era la
política de la City. En 1823, y anticipando un reconocimiento de hecho, Canning
envió un cónsul general a Buenos Aires (otros dos fueron a Santiago y Lima) con
dos mil libras de sueldo y tres mil para fondos reservados
Se trataba de Woodbine Parish,
pariente de los Parish Robertson, que trajo en su equipaje tres cajas de rapé,
de oro con medallones con la esfigie de Jorge IV para reconocimiento de los
amigos. Una naturalmente, fue para Bernardino Rivadavia —"atachment to all
that was English gentle an" (apegado a todo lo que sea inglés)).
Pero no le alcanzaron. Pidió más a
Londres. Entre otros, no ha podido regalar al Dr. Manuel José García ¡Qué
injusticia! W. Parish recibe las plenipotencias para firmar el Tratado de
"Amistad, comercio y navegación" con las Provincias Unidas y por el
cual cumple la formalidad del reconocimiento de la independencia.
Cánning deseó asegurarse de que Buenos
Aires tenía el asentimiento de las demás Provincias. Y el doctor Manuel García,
diligentemente, se apresuró a demostrarle que eso mismo era lo que significaba
la Ley Fundamental aprobada por el Congreso reunido en Buenos Aires desde hacía
poco.
El texto se ajusta a los principios
que ya explicamos y es idéntico al firmado por casi todas las Repúblicas
meridionales a instancias de William Huskisson, director del "Board of
Trade" (antiquísima institución rectora del comercio exterior inglés).
El Art. 19 establece la recíproca
libertad de comercio; por el Art. 39, Inglaterra no propondrá aran-celes más
elevados a los Productos de las Provincias Unidas, que los que gravan a otras
naciones y lo mismo harán aquéllas con los productos ingleses; el Art. 49
estipula la misma norma para derechos de carga, puerto, pilotaje y transporte
(ambos constituyen "la cláusula de la nación más favorecida"). Art.
69: los ingleses gozarán de las mismas libertades en sus negocios y pagarán los
mismos impuestos y cargas que los nativos en el territorio de las P. Unidas,
no- tendrán deberes de servicio militar alguno, ni pagarán contribuciones
forzosas, con reciprocidad para los argentinos en Inglaterra; Art. 10: las
propiedades de los ingleses no estarán sujetas a embargo y éstos gozarán de
libertad de cultos en las P. Unidas, con reciprocidad para los argentinos en
Gran Bretaña; Art. 13: los argentinos se comprometen a no aceptar el tráfico de
esclavos "por-que desea S.M.B. ansiosamente su abolición total".
Salvo lo de la "libertad de cultos", ninguna otra norma encontró
obstáculos para su aprobación.
El único país que se negó a suscribir
el tratado "tipo", fue el
UruguaY. Su presidente constitucional, el Brigadier General Don Manuel
Oribe, entendió que sus exigencias
lesionaban la soberanía nacional. Pero el desquite vino en las aciagas
circunstancias de la Guerra Grande, cuando Montevideo estaba a merced de
ingleses y franceses.
Fue firmado en 1842. Hasta aquí la
creación de los condicionantes políticos del liberalismo económico —tratados
librecambistas—, podría ser defendida, no sin cierta impudicia, como
ortodoxamente "laissez faire". Pero en otros casos, el sistema
liberal se impuso merced a brutal intervención del Estado imperial, mediante la
violencia y la distorsión despiadada de los procesos económicos, sociales y
políticos en tierras ajenas.
Asi es, debemos recordar, a modo de
ejemplo, que antes de 1767 el opio producido en la India se importaba
legalmente en China para usos medicinales. Pero luego de Plassey, el cultivo en
gran escala de la amapola fue impuesto en Bengala y comenzó a minar seriamente
la salud y la sociedad del pueblo chino. Hacia fines del siglo XVIII su
introducción fue prohibida y castigada por sus autoridades. Entre tanto, en la
India, la Compañía implantó el monopolio del narcótico.
Ya no lo exportaba pero,
hipócritamente, las licencias que otorgó a barcos particulares que lo
contrabandeaban en las costas chinas, se condicionaron a que sólo cargaran opio
de origen indio. En 1820 entraron más de 5.000 cajones de opio en China, en
1824 cerca de 13 mil y en 1834 casi 22 mil
Los funcionarios ingleses vigilan
celosamente el monopolio de su elaboración, imponen o inducen los sembrados de
amapola, vigilan su tránsito, su empaquetamiento y su subasta en Calcuta. De
allí pasa a manos de especuladores y
contrabandistas. Puritanismo, negocio y crimen en confusa mezcolanza. El cajón
cuesta a los ingleses 250 rupias y lo venden en Calcuta entre 1.200 y 1.600
Las finan-zas indias dependen de esta
monstruosa combinación. Por fin, en 1840, el Celeste Imperio prohíbe
terminantemente el tráfico de la droga. El Imperio Br tánico se indigna; ¿cómo
alguien se atreve a trancar las leyes del comercio libre? Cantón es bloqueada
por la escuadra "reina de los mares" y varios puntos de la costa
china son ocupados militarmente. Es la "guerra del opio",
subrepticia, inconfesable y sucia.
Culmina con el Tratado de Nankin del
29 de agosto de 1842. China debe indemnizar a Gran Bretaña por 21 millones de
dólares, no turbar la "ruta del opio", ceder el territorio de
Hong-Kong y, por supuesto, abrir el comercio, los puertos de Cantón, Fuchow,
Amoy, Ningpó y Shanghai.
En la práctica, acordar con los
ingleses su sistema de tarifas. En 1843 se firma el Tratado de Bogue en que se
reglamenta la exportación de textiles británicos, se crean las zonas de
"extraterritorialidad" (donde rigen las leyes inglesas en territorio
chino) y, natural-mente, la muy ortodoxa cláusula de "la nación más favorecida"
Todo un ejemplo de liberalismo regido
por leyes “naturales” y armónicas que subsistirá, como lo veremos, aún cuando
la ley del desarrollo desigual empiece a perjudicarla.
Baran sostiene que la ‘División Internacional Del Trabajo’, el
otro gran principio, el otro rasgo definitorio del imperialismo liberal, se
asimila a la "división del trabajo" entre el caballo y el jinete
A partir de la revolución industrial
la economía mundial se reorganiza sobre pautas diferentes, más sistemáticas y
profundas, que las que caracterizan a la época del mercantilismo. La dialéctica
relación desarrollo-subdesarrollo, si bien no arranca de esta fase, adquiere en
ella una nueva calidad y significado. Henrique Cardoso y Faletto afirman que
una doble realidad singulariza aquella relación
En primer lugar, existe una
diferenciación apreciable de desarrollo relativo entre unas y otras sociedades.
Pero, además, cumplen roles distintos, muy distintos, en la economía
internacional. Desde este punto de vista, las naciones desarrolladas son naciones
"centros", de crecimiento capitalista autosostenido y las
subdesarrolladas son naciones periféricas de capitalismo dependiente.
En la fase del capitalismo monopolista
dicha ecuación alcanza un nuevo grado de sistematización y hondura, de tal
importancia, que significa, sin duda, un verdadero cambio cualitativo. Mas, no
puede abrigarse la mínima duda de quo aquélla ya posee plena vigencia en la
fase del imperialismo liberal.
Es lo que Henrique Cardoso y Faletto
llaman la "etapa de la expansión hacia afuera" cuando cada sociedad
dependiente se desenvuelve en el sentido del complejo agroexportador o
minero-exportador, proyectada hacia el exterior, y exhibiendo un notable rezago
en su mercado interno
En algunos casos la producción de
alimentos o materias primas están en manos de la oligarquía nativa.
En otros, del capital extranjero;
entonces se les designa como economías de "enclave", puesto que el
complejo exportador se desenvuelve con un alto grado de independencia y
aislamiento con respecto al resto de la economía en que se enquista.
Los mismos autores distinguen tres
tipos de dependencias correspondientes a este modelo y cuya simple enunciación
vale por su definición: a) colonias de población (al estilo de Canadá o
Australia); b) colonias de explotación (tales como la India o Ceilán, pero a
las que habría que agregar las semicolonias, como las repúblicas
latinoamericanas: Argentina, México, Brasil) y c) reservas territoriales,
prácticamente inexploradas. El subdesarrollo de nuestras patrias, pues, no puede
asimilarse a un mero fenómeno de atraso.
Las sociedades del subcontinente en el
siglo XIX, no equivalen a la Inglaterra del siglo XVII, o principios del XVIII.
Entre atraso y subdesarrollo hay una diferencia substancial. El primero se
puedo comparar con un niño, que si es alimentado y cuidado normalmente, se
convierte, en un joven y en un hombre. El subdesarrollo, en cambio, es similar
a un enano, ser pequeño y poco desarrollado, pero que no puede crecer porque
padece una monstruosa deformación fisiológica. Ya explicamos cómo la
mono-cultura, la especialización en la exportación de productos básicos
alimentos, el "infanticidio industrial” distorsionan, deforman, dislocan a
las sociedades dependientes hasta convertirlas en "monstruos económico-sociales".
Ruy Mauro Marini sostiene que la
dualidad desarrollo-subdesarrollo se basa en que las economías subdesarrolladas
realizan su acumulación mediante la plusvalía absoluta (por tal se entiende la
plusvalía que resulta de intensificar la explotación de los trabajadores, o de
extender las explotaciones, ya sea abarcando más tierras de cultivo o pastoreo,
ya sea abriendo nuevos yacimientos minerales).
En cambio, la acumulación de la
economía imperial se realiza mediante la plusvalía relativa (se entiende por tal
la que resulta de incrementar la productividad; por ejemplo, maquinizando el
trabajo de modo que se elabore más materia prima en menos tiempo). La captura
del excedente de las áreas dependientes no es otra cosa que una transferencia
de plusvalía absoluta (equivalente a transferencia de valor) de las colonias y
semicolonias a la metrópoli; lo que permite a ésta acumular en base a la
plusvalía relativa.
La ‘División Internacional Del Trabajo’, expresión sobresaliente de la
ley del desarrollo desigual y combinado, se manifiesta también en el
intercambio desigual que caracteriza al comercio entre las naciones proveedoras
de materias primas y las naciones industrializadas.
Arghiri Emmanuel ha enriquecido
notoriamente el estudio del tema. Llega a la conclusión de que la transferencia
de valor implícita en el intercambio desigual deriva de los bajos salarios en
los países dependientes.
Por último, es necesario considerar la
articulación de las sociedades periféricas con el centro imperial. A mediados
del siglo XIX ya es muy claro el papel preponderante que juegan, en esa
articulación de la dependencia, las grandes ciudades-puertos de las costas de
las naciones colonizadas. En ellas radican las grandes empresas dedicadas al
comercio exterior, la banca subsidiaria de la City que lo financia, los
depósitos y puertos ultramarinos, las estaciones centrales de las radas
ferroviarias, los órganos de gobierno de la clase dominante asociada a la
burguesía inglesa, etcétera.
La gran ciudad-puerto opera como co-satélite directo de la metrópoli, pero, a
la vez, es la sub-metrópoli de las ciudades principales del interior (capitales
de provincia, puertos fluviales) donde radican las agencias de las empresas y
bancos de la capital, una clase dominante asociada a la de la metrópoli, etc.
Las ciudades capitales de provincias son satélites de la gran ciudad-puerto y,
a la vez, sub metrópolis de los pequeños pueblos de la campaña. Y en éstos a su
vez, se reitera la misma ambigüedad funcional. Son satélites de las capitales
de provincias y sub metrópolis de su hinterland rural.
Así, una cadena de sub-metrópolis
—satélites—une a la City con los modestos productores, arrieros, boyeros,
peones de los campos del Río de la Plata. Buenos Aires fue la gran
ciudad-puerto del Plata; su eficaz sub-metrópoli. Pero esta estructura de
sub-metrópoli satélites es toda una política del Imperio Británico. Hablando de
la "modernización" de las áreas subdesarrolladas telégrafos,
ferrocarriles, puertos de cemento, etc.—
Morazé escribe: "Los beneficiarios de estas transformaciones
¿quiénes son? La costa y la poderosa estructura de ciudades que Inglaterra ha
bosquejado desde un siglo, como máximo. En efecto, la India interior cambia
poco, pero ¡que metamorfosis a orillas de los mares!"
Mientras la histórica Agra pierde los
dos tercios de su población y Delhi, capital de todos los imperios antiguos,
declina, los ingleses edifican en el fango del Delta del Ganges, sobre el
emplazamiento de una aldea de mala muerte que los marinos llaman Gólgota, una
formidable sub-metrópoli de cerca de un millón de habitantes, que deriva su
nombre de aquélla: Calcuta. Shangai, ciudad costera china en plena decadencia
hacia 1879, con apenas 50.000 habitantes, se erige en una pujante sub metrópoli
con350.000 habitantes, donde residen más de 3.000 ingleses y franceses en 1883
A raíz de la "guerra del opio" los
ingleses conquistan una pequeña isla frente al emporio chino-lusitano de Macao.
En ese islote se levantará otra formidable sub metrópoli: Hong Kong. El
desarrollo desigual, el fenómeno imperialista liberal y no el "laissez
faire", son los organizadores de la división internacional del trabajo.
El liberalismo económico va de la
mano, en la revolución burguesa europea, del liberalismo político, con su
concepción del Estado "juez y gendarme". Es claro que la idea de un
Estado ascéticamente prescindente del proceso económico-social es otra criatura
de la mitología de! "laissez faire".
No cabe duda de que la liberación
progresiva de las prácticas políticas es un hecho real en el viejo continente,
con hitos fundamentales en las revoluciones de 1820-21, 1830 y 1848.
No ocurrió así en los países periféricos
donde el liberalismo económico se fue divorciando, más y más, de su par
político. A las metrópolis, y sobre todo al Imperio Inglés, para nada
preocupaba la vigencia o no del liberalismo político en las colonias y semi
colonias, de sistemas de gobierno, de Estados con o sin Constituciones. Lo que
sí les importaba, y mucho, era que allí se instituyera un Estado no
intervencionista en lo económico, un efectivo "laissez-passer".
Como esa política económica perjudica
abiertamente los intereses de las pueblo nativo, las empobrece y envilece, cada
vez se hizo más necesario a las clases dominantes nativas, asociadas a la
burguesía inglesa, arrojar por la borda las reliquias de la soberanía política
y de los derechos de sus compatriotas, para internarse en esquemas tiránicos
más o menos disfrazados y, eso, sí, siempre asumidos en nombre de la
"civilización contra la barbarie".
Del arrebatado jacobinismo liberal de
Moreno, se arriba a los abusos ‘directoriales’,
a las ideas monárquicas y, finalmente, a la sangrienta dictadura ‘mitrista’. Siempre con el signo teórico
del liberalismo. Es una de las consecuencias esenciales de la ausencia de
reales burguesías industriales y nacionales en las áreas sometidas y
distorsionadas por el imperialismo liberal.
En cuanto a Gran Bretaña, digamos que tanto su
liberalismo político interno, como su política Imperial liberal, son fruto de
la experiencia, obra de un pragmatismo metódico, pero no sistemático.
No queremos decir que no hubiera
teoría, ni teóricos, los hubo, y encumbrados, pero vinieron tras los hechos,
como corolarios de la historia y de la vida. Inglaterra jamás ha tenido
constitución escrita.
El texto constitucional era la dama de
los sueños del patriciado cultivado de la América hispana; los "doctores
del librito" —como los llamara Rosas; las normas básicas de su convivencia
social y política provienen de la jurisprudencia, de la costumbre, de la
tradición. La política internacional es la prolongación de la política interna;
porque ese mismo empirismo práctico es la substancia de la política imperial
británica. "La prosperidad del
Imperio --proclama el primer Ministro Baldwin—, se debe a que nunca nos hemos
guiado por la lógica."
La Política del Imperio
Liberal - Los ‘Estados-Tapones’.
El reinado de Inglaterra en los mares
y, por ende, su fácil acceso a sus extensas posesiones y zonas de influencia
colonial, depende de la superioridad de sus fuerzas navales y de que, no surja
un gran poder capaz de disputarle la supremacía marítima.
Para empezar, los ingleses controlan
los accesos a los océanos de ese eventual gran poder continental, según vimos.
Por otro lado, Inglaterra se ha preocupado de que jamás pueda consolidarse y
menos prosperar, un poder de esa índole.
Tal es el origen del "equilibrio
de poderes", viga maestra de la política exterior británica y que tiene en
Europa su principal escenario. ¿Cómo consigue sostener ese dinamismo tan frágil
y sensible del equilibrio de poderes? De dos maneras: 1) Mediante las alianzas
pendulares y 2) creando "estados tapones" —"buffer state"—
(por ejemplo, el actual Uruguay,) que garantice el balance de fuerzas y
amortigüen los choques.
Cuando Napoleón domina a Europa, crea
un avasallante poder continental y amenaza al Imperio Británico, Londres maquina
alianzas con sus enemigos en Europa: Austria, Prusia y Rusia. En general, el
aporte inglés es el oro y el poderío de su flota. Su ideal es encontrar el
"soldado afortunado" la fuerza militar continental apta que destruya
al enemigo.
Pero, finalmente, los propios
ingleses, con Wellington a la cabeza, tuvieron que concurrir al campo de
batalla. Pero derrotada Francia, Inglaterra cambia de alianzas. Se acerca al
vencido para apuntalarlo y evitar que los vencedores lo sustituyan corno poder
dominante. Es decir, sus alianzas oscilan, como un péndulo, de un extremo al
otro. Si fue aliada de Prusia y Austria para derrotar a la Francia
bonapartista, en 1914 peleó junto a Francia para derrotar a la Alemania del
Kaiser y al Imperio Austro-Húngaro Una frase famosa de Lord Palmerston resume
esta pendularidad: "Inglaterra no
tiene amigos ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes".
En cuanto a los ‘Estados-Tapones’,
deben reunir cuatro condiciones básicas: a) Ser un estado situado como en cuña
entre dos grandes potencias, de modo que si pertenece a una de ellas, se
produzca un desequilibrio de poder en su favor. b) Controlar alguna gran vía
fluvial para el comercio. c) No ser demasiado pequeño porque puede no ser
viable como estado nacional. d)
Tampoco ser demasiado grande porque
puede no necesitar de la tutela inglesa
El 31 de diciembre de 1600 la East India
Company recibió su Carta-privilegio. En 1767 creaba el Primer Estado Tapón de
la India: Audh, entre las provincias nativas y Bengala
Se suele considerar, con ligereza, que
la mayoría de estos Estados-Tapones son diseños artificiales, inviables como
Estados nacionales independientes.
No es así. El Foreing Office, por lo
menos en los ejemplos más notorios, no ha hecho otra cosa que apoyarse en
poderosas fuerzas históricas nacionalistas e independentistas que luchaban
desde hacía mucho tiempo para lograr la soberanía.
Del mismo modo, los Países Bajos en
Europa, entre Alemania y Francia controlando la desembocadura del Escaldá y el
Uruguay, entre Argentina y Brasil, llave del sistema fluvial platense, son
manifestaciones diáfanas de lo dicho.
Las corrientes históricas que conducen
a la independencia en los Países Bajos poseen una larga, e intensa y altiva
tradición.
En la ex-Provincia Oriental su pueblo
se había liberado de la ocupación brasileña a costa de su sangre y sin ninguna
ayuda exterior, cuando incide la mediación inglesa.
La habilidad británica consiste en
aprovechar coyunturas regionales complejas y promover juegos diplomáticos que
favorezcan sus intereses, No es pura casualidad que el mismo y sagaz
diplomático, Lord Ponsonby, haya sido encargado de ejecutar las directivas de
Londres en ambos ejemplos.
Vemos también a Gibraltar, llave de
acceso al Mar Mediterráneo. También y siguiendo el mismo método, EEUU ‘inventa’
un Estado independiente sustrayéndole a Colombia la actual Panamá, para
controlar dicho estrecho artificial entre el Océano Pacífico y el Atlántico.
Mediante las alianzas pendulares y los
‘Estados-Tapones’, Inglaterra logra mantener a las potencias europeas
equilibradas, neutralizadas, anuladas sus capacidades competitivas en el
exterior por la acechanza mutua, por recelos recíprocos y por rivalidades
latentes
De ese modo las manos del Imperio
Inglés quedan libres para operar en ultramar corno dueño y señor aunque en
estricta vigilancia del pulso continental para acudir allí donde el balance se
desquicie. El equilibrio, por otra parte, garantiza la paz, objetivo medular de
la política imperial en el mundo.
Es claro que cuando los Primeros
Ministros de Su Majestad se refieren a la paz se trata de la paz entre las
potencias, la paz del "orbe civilizado". Las guerras coloniales no se
incluyen en su concepto de la paz; son expediciones policiales, punitivas, o si
se quiere, "civilizadoras" de los "pueblos inferiores".
¿Por qué el imperialismo liberal es
enemigo de las guerras entre naciones periféricas?
¿Por qué la banca de la City cierra la
bolsa a los belicosos subdesarrollados y acude con sus créditos a consolidar o
facilitar los acuerdos que evitan el choque de las armas?
Es que las guerras, por localizadas
que sean— siempre que no respondan a conquistas del imperio— traban la sutil
maquinaria del sistema liberal. Suponen bloqueos y contrabloqueos marítimos que
arruinan el comercio, implican la libre convertibilidad internacional a oro de
las monedas, exigen desviar las actividades económicas normales, que nutren la
intermediación inglesa, hacia fines excepcionales. etc. La guerra es un mal
negocio para un sistema que prospera en la paz y en el equilibrio de las
grandes naciones.
Recuérdese como Gran Bretaña intervino
para que finalizara la llamada ‘Guerra Grande’ después de muchos años entre las
fuerzas Confederadas de Rosas y Oribe contra el Unitarismo del Gobierno de la
Defensa de Montevideo (1839-1851) que perjudicaba sus intereses comerciales.
Finalmente una puntualización cerca de
otro u aspecto de la política británica; el principio de "dividir para
reinar". No hay duda que la unidad de las ex-colonias de América del Norte
en una promisoria nación, que muy pronto acu-ciaba al Imperio en el mercado
internacional, enseñó a los artífices del Foreing Office a buscar soluciones
"balkanizadoras" para la América hispánica ya en tránsito hacia la
independencia. El Memorándum Castlereagh de 1807 es el documento básico
primigenio de esa concepción.
Ahora veamos las oligarquías nativas
asociadas. B. H. Liddell Hart, conspicuo experto militar inglés, afirma: "Lo más extraordinario del Imperio
Británico radica en que tan pequeña isla, con tan pequeño ejército y gastando
tan poco en sus fuerzas, haya dirigido
con éxito durante tanto tiempo a un vasto y densamente poblado dominio,
extendido en diversas partes del Mundo Fue una increíble proeza y el más grande
"bluff de toda la historia”
¿A qué se debe tan admirable ‘capo
lavoro’ político? ¿Cómo pudo sostenerse un "bluffs' de ese tipo Lidell
Hart responde: "poder marítimo, maquinismo, poder monetario y prestigio
político"
Todo lo cual se conjuga en aquel
resultado. Pero queda afuera lo esencial de la real explicación. Hacia 1870,
250 millones de seres en la India eran gobernados por 3 mil funcionarios
británicos y un ejército de 60 mil hombres, en su mayor parte indios. El
Imperio llegó a reclutar 250 mil burócratas, de los cuales apenas 6 mil
procedían de Gran Bretaña y los Dominios
En rigor, el secreto de tal hazaña
política consiste en la existencia, en cada sociedad sometida, de una clase
nativa dominante constituida por terratenientes o mineros, grandes
comerciantes, abogados de empresas inglesas, banqueros, intermediarios de toda
laya y políticos cuyos intereses, cuyo status, cuyas carreras están íntimamente
ligados a los intereses y a la política del Imperio Británico Es !a clase que
asegura la articulación de la economía dependiente local con la economía
mundial dirigida desde la City. Produce materias primas baratas, controla el
comercio exterior, revende las manufacturas inglesas en el mercado interno,
asesora a los bancos y empresas británicas. A su cargo está la formación del
"bloque de poder", en el cual pueden asociarse grupos sociales sin
intereses directos comunes con los del Imperio, que garantiza la paz interna,
la estabilidad política y el fluir susurrante del "laissez faire".
Estas clases dominantes, oligarquías
locales, burguesías intermediarias y asociadas, son asistidas financieramente
por la City, apoyadas política y, en algunos casos, militarmente, por Londres.
Siempre reciben su cuota de la explotación de sus pueblos y de los recursos
naturales de su propio país.
Esa es la fuente de su riqueza, de su
posición social y de su poder político. Su prosperidad es inseparable de la
prosperidad del Imperio. Dichas clases se estratifican: hay primeras estrellas
y comparsas. En la gran ciudad-puerto, lo más importante, influyente y rico de
las mismas. En las capitales de provincias y pueblos del interior, estratos
menores en la intermediación entre el centro y la periferia del fenómeno
imperialista. La formación, adiestramiento y estimulo de tales clases
asociadas, es e! supremo acto de sabiduría política del Imperio Británico.
El "sistema del imperialismo
liberal" no puede constreñirse a la metrópoli, su flota, funcionarios,
empresarios y soldados esparcidos por el orbe. También son factores
primordiales de !a estructura del sistema aquellas oligarquías nativas
asociadas sin las cuales el "bluff" hubiera estallado como una
inmensa pompa de jabón.
En la India el primer brote de clase
dirigente asociada son los llamados ‘Cipayos’ (eran soldados y funcionarios
indios de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia, Portugal y Gran
Bretaña y en contra de los intereses de su propio pueblo) que recaudan los
impuestos para la Compañía. Luego esos ‘Cipayos’ se convierten en grandes
propietarios a la europea proveedores del comercio inglés y los campesinos
pasan a ser sus arrendatarios
Escribe Morazé: "Este sistema presentaba para la compañía toda clase de ventajas.
Le evitaba tener que entrar en los detalles de los negocios indios y aseguraba
- regalo jurídico inaudito— la situación de sus aliados convertidos en
cómplices para la explotación del país".
La oligarquía de hacendados y
comerciantes de Buenos Aires, su expresión política, el partido unitario
primero y luego el liberal, juegan ese papel en el Río de la Plata.
En dichas clases se destacan algunos
prohombres muy útiles para "el sistema del imperialismo liberal". Ya
sea porque inculcan la verdad revelada del liberalismo económico en las
cátedras universitarias, ya porque lo aplican escrupulosamente desde los
Ministerios de Hacienda, ya porque imponen a hacha y martillo el sistema a toda
la nación.
Es el caso de Jargat Seth en Bengala y
tantos de sus amigos que, como se decía, "soñaban en inglés".
O el doctor José Manuel García,
Bernardino Rivadavia, o el general Bartolomé Mitre, Domingo F. Sarmiento, en la Argentina, o del Barón de Mauá en
Brasil.
Así como la clase dominante asociada
desempeña el rol de satélite de la burguesía imperial con respecto al resto de
la sociedad sojuzgada, Inglaterra también habilitó a Estados satélites, sub
imperios que desempeñan ese papel en su región. Es el caso flagrante de
Portugal primero y de Brasil después en el subcontinente latinoamericano. Es
también el juego de Bengala en una India dividida en más de 600 estados grandes
y pequeños
En la metrópoli (Gran Bretaña), con la
Revolución Industrial el capitalismo industrial se desarrolla y expande con la
bonanza, pero en las colonias y semi colonias el efecto consiste en acentuar la
deformación del subdesarrollo. Las compras en el exterior se concentran en
materias primas y alimentos consolidando la distorsión monocultora de las zonas
dependientes y afianzando la división internacional del trabajo impuesta por el
Imperio.
En primer lugar, porque se acrecienta
la riqueza y el poder de las oligarquías terratenientes y mineras, directas
beneficiarias de las mayores importaciones británicas. En segundo, porque
también ascienden las exportaciones de manufacturas baratas a los mercados
periféricos, lo que bloquea todo posible ensayo de industrialización autónoma.
Lo mismo ocurre con las nuevas
inversiones de capital. Se dirigen selectivamente a los enclaves extranjeros, a
la infraestructura del subdesarrollo (ferrocarriles, puertos, etc.) o a
créditos destinados a vigorizar a las clases dominantes.
Créditos que nunca se podrán pagar, ya
que aumentan día a día hasta el hoy; y es que a los centros de poder que
otorgan los créditos sabedores positivamente que por medio de la usura esas
deudas nunca se podrán levantar ello genera nuevos créditos con intereses
usurarios en una espiral sin fin lográndose controlar políticamente y
económicamente a esas naciones periféricas de por vida.
Nada se mueve en el sentido de
restaurar el equilibrio entre la economía del centro y la periferia. Por el
contrario, todo se conjuga para remachar y profundizar su diferenciación
estructural.
De tal modo, las oligarquías
terratenientes o mineras, despiden trabajadores, o peones, los arrieros quedan
de brazos caídos. Las élites acuden a subsidios del Estado que ellas dominan y
atraen los impuestos con que se grava al consumo popular.
No pocas veces las crisis se
entrelazan con sequías que agudizan la pobreza de los campos, de sus
productores modestos, de sus peonadas, de sus boyeros, pequeños pulperos
ambulantes, agregados, gentes de changas o de zafra, "siete oficios",
etcétera. En suma, la metrópoli se sirve de sus eficientes correas de
transmisión para que sus contradicciones internas descarguen lo más violento y
lacerante de sus consecuencias en las espaldas de los pueblos explotados por el
colonialismo./////.
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