(de Pluma Ajena) JUSTO JOSÉ DE URQUIZA, EL HOMBRE AL SERVICIO DEL BRASIL (Pablo Yurman)
A 70 años de un “pronunciamiento” que
fue el paso inicial hacia una guerra internacional disfrazada de enfrentamiento
civil “entre argentinos”
Se conoce como “Pronunciamiento de Urquiza” el documento firmado por el entonces gobernador de la Provincia de Entre Ríos, publicado el 1º de mayo de 1851, mediante el cual dicha provincia que había sido signataria del Pacto Federal que veinte años antes constituyó la Confederación Argentina, aceptaba la renuncia presentada por Juan Manuel de Rosas al manejo de las relaciones exteriores de las provincias, reasumiendo su plena soberanía para entenderse con el resto de las naciones.
Para comprender el
paso dado por el caudillo entrerriano como primera pieza de un
rompecabezas que culminaría con el derrocamiento de Rosas debe mirarse
el cuadro de situación general. Uruguay estaba dividido por su guerra
civil: Montevideo se había convertido en la base de operaciones de
ingleses y franceses contra la Confederación Argentina, con el apoyo
explícito de los emigrados unitarios. En tanto que el resto del territorio
oriental reconocía a Manuel Oribe como legítimo presidente
constitucional, quien además de la adhesión de la mayoría del pueblo oriental,
era apoyado por Rosas y los federales.
En ese contexto, el
puerto de Montevideo, en donde los unitarios exiliados habían conspirado contra
la Confederación con el apoyo explícito de ingleses y franceses
interesados desde hacía años en forzar la apertura de los ríos interiores a
sus buques mercantes, a partir de la firma de los tratados de paz celebrados
con esas potencias, comenzaba a languidecer ante un futuro poco promisorio una
vez que las naves de guerra europeas dejasen el estuario del Plata. Debe
tenerse en cuenta que Inglaterra y Francia habían reconocido finalmente
la soberanía argentina sobre sus ríos interiores y pusieron por
escrito su compromiso de retirar sus fuerzas del Río de la Plata.
El escenario de los
acontecimientos de una trama que involucraba a las provincias en el juego de
potencias extranjeras
A partir de 1850
cobran notoriedad dos piezas más en el rompecabezas: el Brasil y Justo José de
Urquiza.
El gobernador de
Entre Ríos, que lo había sido durante los últimos diez años, período durante el
cual nunca exteriorizó demasiados pruritos por el dictado de una constitución
escrita, y que jamás abjuró de su condición de federal leal a Rosas y a la
Confederación, era también el estanciero más importante de la
Mesopotamia y como tal, uno de sus principales clientes era la capital
de la República Oriental del Uruguay, a la que suministraba mercaderías a pesar
de los bloqueos. El historiador Vicente Sierra nos explica: “El gobierno de
Buenos Aires sabía perfectamente que en las maniobras especulativas del
comercio entrerriano el más interesado era Urquiza. Contaba para ello
con una organización comercial representada en Buenos Aires por el catalán
Esteban Rams y Rubert, encargado de vender lo importado y comprar oro, y con
otro representante en Montevideo, Antonio Cuyás y Sampere, encargado de
adquirir mercaderías extranjeras y vender el oro adquirido en Buenos Aires,
además de la carne que Urquiza enviaba desde su provincia.” (Historia de la
Argentina, tomo IX, 1972).
El detalle de los
negocios no siempre transparentes de Urquiza -piénsese que se pudo constatar
que cueros y carnes provenientes de sus estancias llegaron a alimentar
y pertrechar tropas francesas e inglesas mientras la Confederación se hallaba
en guerra con esos países- se conocieron, precisamente por las
memorias de uno de sus agentes comerciales, Antonio Cuyás y Sampere, a quien
además le tocó representar al entrerriano en algo más que negocios
especulativos, como se verá. Este detalle permite considerar a las fuentes como
objetivamente válidas.
El texto del
"Pronunciamiento de Urquiza"
A este panorama, se
suma la vieja inquina que el Imperio del Brasil guardaba hacia la
Confederación: la humillación del triunfo de Ituzaingó (1827) seguía vigente,
al igual que sus apetencias por llevar la frontera sur hasta el Plata,
a lo que se agregaba que para un país esclavista como el Brasil de
mediados del siglo XIX, la huida masiva de esclavos hacia la Argentina, lugar
en el que con solo pisar su suelo conseguían la anhelada libertad, había dejado
de ser un tema menor.
Alguien podría
poner en entredicho que la caída de Rosas al frente de la Confederación
Argentina fuese, hacia 1851, una prioridad en la política exterior del Imperio
del Brasil, toda vez que más allá de los elementos señalados precedentemente,
la guerra contra Rosas llevada a cabo por las dos principales potencias
económico-militares de la época, Inglaterra y Francia, había concluido en un
rotundo fracaso para éstas. ¿Por qué motivo habría de cambiar nuestro vecino
del Norte su aparente neutralidad ante dicha contienda?
La principal razón
fue puesta sobre el papel por el propio canciller brasileño, Paulino
José Soares de Souza, quien al redactar la Memoria del Ministerio por
él presidido correspondiente a 1851, apuntó: “Desembarazado el general
Rosas de la intervención [la intervención anglo-francesa en nuestros
ríos], afirmado su poder en el Estado Oriental, fácil le sería comprimir el
movimiento entonces en estado de embrión, de las provincias argentinas que
después le derribaron; reincorporar el Paraguay a la Confederación, y
venir sobre nosotros con fuerzas y recursos mayores, y que nunca tuvo, y
envolvernos en una lucha en que habíamos de derramar mucha sangre” (Vicente Quesada,
citado por Sierra).
Pareciera quedar en
claro que para la cancillería de Brasil, el tema de fondo sería, ni más ni
menos, la definición del país que habría de tener la preponderancia sobre el
resto del continente. No en vano, se enviaría subrepticiamente, meses antes del
“pronunciamiento” de Urquiza a un diplomático de enorme valía, Duarte Da Ponte
Ribeiro, en un periplo que lo llevaría por Paraguay, Chile, Perú y Bolivia,
destinos en los que intentaría garantizar una neutralidad de cada uno
de dichos estados ante una eventual guerra argentino-brasileña que, a
semejanza de la de 1827, decidiese el futuro de Sudamérica.
Pero para la
diplomacia imperial no había que aparecer como hostilizando abiertamente a la
Argentina, y para ello era preciso conseguir al hombre indicado.
Nos dice Fernando
Sabsay que “el 24 de enero de 1851 Cuyás [representante comercial de
Urquiza en Montevideo] se apersonó al jefe de la legación brasileña en
Montevideo para proponerle en nombre de Urquiza una alianza tendiente a expulsar
a Oribe del Estado Oriental” (Rosas, el federalismo argentino,
1999). El receptor de dicha oferta extendería la propuesta de Urquiza a un
levantamiento generalizado contra Oribe en la Banda Oriental y contra Rosas del
otro lado del río. Pero la condición preliminar impuesta sería que Urquiza
debería “pronunciarse” públicamente contra Rosas, disimulando como quisiera su
actitud.
Para el mes de
marzo de 1851 las tratativas estaban ya bastante enderezadas a la formación
de un ejército “grande” que definiera la situación en el Plata.
Tras el
“pronunciamiento” público contra Rosas, que fue recibido con una mezcla de
desazón e incredulidad por las propias tropas entrerrianas y correntinas, Urquiza
no defraudó a sus mandantes tras bambalinas y firmó a nombre de Entre Ríos dos
tratados internacionales durante el resto de aquel fatídico 1851,
cuyos compromisos “nacionalizó” tras hacerse cargo del manejo de las relaciones
exteriores de todas las demás provincias en febrero de 1852.
El primero de ellos
fue suscripto el 29 de mayo, entre el gobierno de la ciudad de Montevideo,
la Provincia de Entre Ríos y el Imperio del Brasil y su objetivo
explícito fue despejar a las fuerzas del general Manuel Oribe del territorio
oriental. De todas formas, contaba con una cláusula secreta según
la cual si a raíz de la lucha contra Oribe, Rosas declarara la guerra a alguno
de los firmantes del pacto, esa alianza se transformaría automáticamente en una
alianza contra el “tirano” del Plata.
Logrado el primer
objetivo, esto es, unificar al Uruguay con el color del Partido Colorado, se
firmó el segundo pacto, en noviembre de aquél año, suscripto ahora por Entre
Ríos, Corrientes, la República Oriental del Uruguay y el Brasil, con el
objetivo de declarar la guerra, no contra la Argentina, sino contra Rosas.
El ejército
argentino que acaso debía dirigirse a Río de Janeiro para definir la hegemonía
sudamericana, apuntó en cambio hacia los campos de Caseros y puso fin
al gobierno de Rosas, disimulándose lo que fue en realidad una guerra internacional
por un enfrentamiento civil “entre argentinos”; uno de cuyos bandos
contaba, curiosamente, con importante apoyo extranjero.
Luego de Caseros,
Urquiza ingenuamente pensó que podría congeniar su origen federal y provinciano
y presidir el país desde Buenos Aires. No habrá de lograrlo toda vez que vueltos
los viejos unitarios de sus respectivos lugares de exilio, no tardaron en
deshacerse del instrumento al que interiormente siempre despreciaron, y al
que sólo utilizaron para ejecutar el trabajo sucio.
El hacendado
entrerriano aceptará recluirse en su provincia, en la que nunca será molestado
por las autoridades nacionales. Será usufructuario, hasta su asesinato en 1870,
de los atributos externos y el folklore del viejo partido federal, pero ya totalmente
vaciado de contenido y cómplice por omisión de los nuevos dueños del
poder a partir de la llegada de Mitre a la presidencia.
////
No hay comentarios.:
Publicar un comentario