ROSAS Y EL ‘ANTIRROSISMO’ DE FEDERALES Y FAMILIARES LUEGO DE CASEROS
Gonzalo V. Montoro Gil
*
Sumario: I.-Introducción II.-Ex Funcionarios Federales Y Su Postura Luego De
Caseros III.-Familiares De Juan Manuel Y Su Postura Luego De Caseros.- IV.-Vida
De Rosas En El Exilio- V.- Repatriación De Sus Restos Y Reivindicación
Histórica.-VI.- Fotos de Albumes Familiares.-VII-Bibliografía De Consulta
I.-INTRODUCCIÓN
Para la
realización de este trabajo he consultado diversas fuentes documentales, tanto
formales como informales, con el fin de conocer y compartir aspectos poco
tratados o inexplorados de la vida cotidiana de Don Juan Manuel de Rosas, así
como de sus familiares, amigos y enemigos, especialmente desde la batalla de
Caseros en adelante. Además, se analizan las actitudes que sus contemporáneos
tuvieron hacia él.
Mi
investigación se basa en distintos libros y materiales de diversos autores, y,
en calidad de descendiente directo, he recurrido también a relatos transmitidos
oralmente dentro de nuestra familia, que han pasado de generación en
generación.
Este
estudio se complementa con fotografías —algunas de ellas inéditas y hasta ahora
desconocidas para el público— pertenecientes a la familia o cedidas
generosamente por ellos o por terceros.
En esta
síntesis, por un lado, intentaremos revelar aspectos menos conocidos de la
biografía de Rosas, como sus detalles domésticos y su relación con la familia y
antiguos federales; y por otro, buscamos comprender el “antirrosismo” que
algunos de sus descendientes han manifestado.
II.-EX
FUNCIONARIOS FEDERALES Y SU POSTURA LUEGO DE CASEROS
Sabemos
que, por preservar “su piel” y por intereses materiales, muchos de quienes se declaraban
fervientes “rosistas” y juraron defender la patria traicionaron sus propias
palabras apenas días antes, o incluso pocas horas después, de la batalla de
Caseros.
En
Inglaterra, Juan Manuel de Rosas (J.M.) se mostró ensimismado y dolido por la
conducta de aquellos en quienes más confiaba y que finalmente lo traicionaron.
Aquellos que silenciaron su nombre, lo ignoraron a él y negaron lo que había
hecho por ellos y por la Nación.
Lo que
más lo sorprendía y dolía no era tanto la actitud de sus enemigos unitarios, de
quienes ya conocía bien sus pensamientos y acciones, sino la traición de los
federales que lo habían abandonado, como el General Ángel Pacheco, Felipe Elortondo, Rufino de Elizalde, Pastor
Obligado, Saturnino Segurola, Pedro José Agrelo, entre otros.
Muchos de
estos antiguos federales, que se habían beneficiado durante el gobierno de
Rosas, tras su derrota no sólo le negaron solidaridad, sino que llegaron a
crucificarlo con su silencio y denostarlo para conservar sus bienes y sus
vidas. En ese grupo destacan el canónigo Miguel
García y Saturnino Segurola,
quienes no dudaron en “cambiar de bando” apenas triunfó Urquiza.
Fue
traicionado especialmente por federales de buena posición social y económica,
encabezados por el General Ángel Pacheco.
Es
necesario considerar el contexto histórico: ser federal en esos tiempos
turbulentos tras la batalla de Caseros exigía un carácter fuerte y una
convicción sólida en los ideales, para resistir el embate social del triunfante
unitarismo, que imponía un riesgo real de caer en desgracia o incluso ser
ejecutado sin juicio.
Pero,
como siempre, los Judas han existido.
Entre
algunos familiares, principalmente los Anchorena
—primos segundos de Rosas que crecieron económicamente en su época—, se destaca
que nunca ejercieron cargos políticos durante el gobierno de Rosas. El mismo
día que cayó, le dieron la espalda para unirse a Urquiza y conservar así sus posesiones y tal vez sus vidas, una
conducta triste y lamentablemente común aún hoy en nuestra tierra.
Sobre
ellos, J.M. se expresó con dureza: “¡Esos Anchorena! Y muy especialmente el tal
don Nicolás. ¡Qué hombre tan malo, impío, hipócrita, bajo, asqueroso e
inmundo!”. Así refleja la profunda decepción que sentía hacia algunos parientes
que lo abandonaron luego de Caseros.
Un caso
particularmente notable es el de Felipe
Elortondo, director de la Biblioteca Pública durante todo el gobierno de
Rosas, quien, apenas cayó el Restaurador, rindió homenaje a Urquiza para
conservar su cargo.
Quizás
sea uno de los traidores más impúdicamente expuestos en nuestra historia, junto
a Rufino de Elizalde y Pastor Obligado, como veremos más
adelante.
Estos
federales “rosistas” que, dada la violencia posterior a Caseros —con numerosos
asesinatos y fusilamientos— se volvieron porteñistas, integraron un grupo que
unió a unitarios y antiguos federales de Buenos Aires contra los federales del
interior. Entre ellos estuvieron personajes que hasta poco antes habían sido fieros
rosistas, como los Anchorena, Pastor
Obligado, Rufino de Elizalde, Agrelo y Vélez Sarsfield.
Estos
últimos cuatro fueron, tras la caída de Rosas, los principales impulsores para
declararlo “reo de lesa patria” y confiscarle sus bienes.
Pastor Obligado,
ferviente partidario de Rosas, se transformó tras Caseros en un cobarde
traidor: en 1853 fue nombrado gobernador de Buenos Aires, se volvió liberal y
ordenó procesar y fusilar a decenas de amigos y antiguos federales rosistas,
entre ellos al General Jerónimo Costa, fusilado el 2 de febrero de 1856 por
mantener la dignidad de defender la soberanía nacional.
Los
historiadores coinciden en que las razones por las cuales muchos fervientes
sostenedores de Rosas cambiaron de bando sin asomo de vergüenza son “eternas”
en la historia: dinero, cobardía, miedo, resentimiento, ansias de poder, bajeza
moral, maldad e instinto de conservación, entre otras.
Paradójicamente,
quienes rechazaron la confiscación de los bienes de Rosas, reconociendo su
honestidad fiscal y patrimonial, fueron Félix
Frías, Carlos Tejedor y Salvador María del Carril —todos ellos opositores
que, sin embargo, destacaron su honradez. ¡Qué paradoja de nuestra historia!
El
resultado de la votación en la Asamblea Legislativa fue 21 votos a favor de la
expropiación y 12 en contra.
Otra
incongruencia fue Adolfo Alsina,
junto a Vicente Quesada (padre del historiador Ernesto Quesada, quien más tarde
reivindicó a Rosas), quienes promovieron la confiscación del patrimonio de J.M.
Aquí aparece una singularidad: con el tiempo, el nieto de Rosas, J.M. León, se
convirtió en socio político de Alsina, principal ideólogo de la incautación
ilegítima de los bienes de su abuelo. ¿Quién lo entiende?
Recordemos
que Valentín Alsina se casó en 1827
con Antonia Maza, hija del abogado Manuel Vicente Maza y hermana de Ramón Maza;
ambos, originalmente federales que luego traicionaron a Rosas y fueron
asesinados. Esto podría explicar el profundo odio de los Alsina hacia Rosas.
Otra
contradicción es Máximo Terrero: mientras él era cónsul paraguayo en Londres,
su sobrino político J.M. León combatía a las órdenes de Mitre y Urquiza en la
guerra contra Paraguay.
De todos
modos, hubo honrosas excepciones que acompañaron a Rosas en esos momentos
difíciles, más allá de sus familiares: algunas de sus hermanas, el General José
de San Martín, Lorenzo Torres (con sus matices y dobleces), los Costa, Mariano
Balcarce, Tomás Guido (con sus matices), Pascual Echagüe, los Terrero, Lucio N.
Mansilla (también con sus matices), Roxas, Patrón (fundador del Banco de la
Provincia de Buenos Aires en 1836, hecho hoy casi olvidado), Dalmacio Vélez
Sarsfield (en su vejez, después de haberlo combatido), los descendientes de
Martiniano Chilavert (fusilado tras Caseros), los Ezcurra, la esposa de Facundo
Quiroga, su amiga Eugenia Castro y especialmente Josefa Gómez, quien le
escribió frecuentemente y luchó años por su reivindicación.
Aunque
Lorenzo Torres y Lucio N. Mansilla tuvieron luces y sombras tras la derrota de
Rosas, como veremos más adelante.
Así se escribe
nuestra historia: las circunstancias ofrecen explicaciones, pero nada de lo que
se pueda decir alterará los hechos. Y muchas veces, las verdaderas motivaciones
permanecen encerradas en el silencio de sus pensamientos.
J.M. de
Rosas fue el único al que se le confiscaron sus propiedades tras Caseros.
Quienes
prosperaron durante su gobierno, incluso familiares directos e indirectos —como
Manuelita (aunque sí indirectamente al confiscarse los bienes de su padre y de
su madre), Lorenzo Torres, Felipe Arana, Ángel Pacheco, Lucio N. Mansilla o los
Terrero— no sufrieron confiscación alguna y lograron adaptarse a los nuevos
tiempos, con mayor o menor dificultad.
Aunque
nos sorprenda que tantos federales “de primera hora” se convirtieran de golpe
en “antirrosistas”, debemos entender que muchos temían perder sus rangos,
fortunas o vidas, además de que tenían lazos familiares complejos con distintos
personajes de la época.
Uno se
pregunta cómo tantos fanáticos defensores de Rosas, que lo ensalzaron durante
veinte años, pudieron “olvidar” tan rápido sus convicciones políticas.
Hubo de
todo: quienes se acomodaron políticamente para salvar sus vidas, quienes
tuvieron razones afectivas —como José
Mármol, rechazado por Manuelita— y otros personajes, como Rivera Indarte, de moral cuestionable,
que intentaron aprovechar su adhesión a Rosas para fines personales, sin éxito.
Por
cierto, Rosas no perdonaba ni la traición ni la adulación, en sus familiares
CHIVILÓ hace un breve resumen de este personaje, José Mármol, que tanto
daño causó a su patria, traicionándola cuantas veces pudiese.
“…fué un fervoroso
y exaltado federal y rosista a tal punto que escribió entre otras piezas el
"Himno Federal", el "Himno de los Restauradores", además de
escribir en varios periódicos de Buenos Aires, donde toda alabanza a los
federales y a Rosas es poca, incluso publicó una biografía del Gobernador, con
el retrato de este al frente. Creyendo que su adhesión al sistema federal y a
Rosas, lo ponían a salvo de todo, cometió varios delitos por los cuales primero
fue separado de la Universidad en setiembre de 1831, a la que reingresó a su
petición para "recuperar su honor", a mediados de 1832.
Posteriormente fue acusado de robar la corona de la Virgen de Nuestra Señora de
las Mercedes y de otros hurtos y fué puesto en prisión en un pontón. Después de
recobrar la libertad se exilió en Montevideo y desde allí, como por arte de
magia se puso al servicio de los unitarios y desde entonces comenzó a escribir
contra quien tiempo antes había alabado de todas formas.
“La exaltada
adhesión de Rivera Indarte al sistema federal y a Rosas, no lo puso a cubierto
o a salvo de la sanción penal que le cupo por haber violado la ley.
Podemos afirmar
también que el Gobernador de Buenos Aires, era más estricto respecto de los
federales que con los enemigos unitarios”.
Era muy común que a mediados del siglo XIX, las familias pudientes de
Buenos Aires, compraran prendas o artículos suntuarios o adornaran sus casas
con bienes procedentes de Inglaterra. La familia del Gobernador Rosas no era
una excepción. Esos artículos debían abonar los correspondientes derechos de
aduana y aquí tampoco ni el Gobernador ni su hija tenían ningún tipo de
privilegio, sino todo lo contrario.
LASCANO nos da una pista, diciendo que “..no es posible desconocer que en esas Corporaciones [por la
Sociedad Popular Restauradora], como en
las masas populares en general, hubieran federales incondicionales y de buena
fe, como pseudos rosistas y fanáticos especulativos, pero no se olvide que el
fanático y especulador político, son parásitos prontos a adherirse a todo
cuerpo del cual puedan nutrir sus hambres, sus vicios o sus ambiciones. Es un
apéndice fatal de todo hombre con autoridad”. ‘Nihil novum sub sole’.
El propio Alberdi en carta a Máximo Terrero el día 30 de Abril de 1863
le dice sobre los antiguos ‘rosistas’
que conservaron aun después de la caída del gobierno nacional de Rosas, su
poder y su fortuna y que nada han hecho para reivindicar al gobierno al cual
pertenecieron y juraron defender:
“Qué personas lo acompañaron en su
Gobierno como amigos y servidores oficiosos, como legisladores, ministros,
guerreros, publicistas, consejeros, cortesanos: ¿dónde están hoy? ¿qué posición
tienen ?"
En fin, debemos tener en cuenta –como dice MARTI-que en las primeras
horas, días luego de Caseros, la gente le dio la espalda a Urquiza,
encerrándose en sus casas y manteniendo las ventanas y puertas cerradas, pero
luego “…los habitantes de Buenos, aún sin
querer a Urquiza y estando cansados de tantas presiones políticas, esperaran
silenciosamente una paz definitiva, Desde entonces, un sentimiento de
ambigüedad reinó voluntariamente, hubo también bastante hipocresía como la que
sostuvieron muchos rosistas, quienes estuvieron proclives a cambiar de bando”..
Tengamos presente ciertos hechos que nos sugieren un interrogante: ¿Cómo
puede entenderse que Tomas Guido, apenas cayó el gobierno de Rosas fue nombrado
por Urquiza embajador en Río de Janeiro?. ¿Que socios, amigos y funcionarios y
conspicuos federales como Anchorena, Bernardo de Irigoyen, Felipe Arana, Manuel
Moreno, Lorenzo Torres, etc tuvieran cargos públicos luego de haber sido
funcionarios ilustres o estar bajo la protección del gobierno de la
Confederación Argentina durante tantos años. Cargos públicos algunos con el
nuevo gobierno golpista de Urquiza y otros bajo el ala del gobierno de la
separatista Buenos Aires?.
Una serie de hechos sucedidos y teniendo en cuenta lo tormentoso e inestable de la política argentina
coadyuvaron a ello.
Como cita MARTÍ en un enjundioso análisis “Los ex unitarios que ahora conformaban la nueva burguesía de la
Argentina, no tardaron en afianzar sus lazos políticos y económicos muy a gusto
de los intereses portuarios. Los nombres de quienes habían sido ‘perseguidos’,
son demasiado conocidos para que deba yo ahonden más detalles.
“De modo que, con
esta apreciación conceptual podemos ligeramente convenir que todos aquellos que
volvían a la ciudad de Buenos Aires estaban fervientemente inclinados por la
apertura del puerto como premisa fundamental para establecer un sistema de
libre comercial de libre importación de capitales. Estos hombres no tardaron en
apoderarse de la prensa y entonces comenzaron tejer sus maquinaciones y
tergiversar los hechos para favorecerse política y económicamente.
“Por eso a la hora
de decidir las cosas muchos de los ex convencidos rosistas que antes apoyaban
al Restaurador, inspirados en la necesidad de mimetizase con la naciente
estructura victoriosos, se alinearon prontamente integrando , la cabeza
política primero junto a los servidores de Urquiza y luego en la oposición.
“En este caso
estaban Nicolás Anchorena, Domingo F. Sarmiento, Adolfo Alsina, Vicente F.
López, Félix Frías y José María Gutiérrez. …La salida de Rosas del poder no
provocó otra cosa que disolución de la línea política que antes la
caracterizara…. de modo que a la caída de Rosas, algunos federales ex ‘rosistas’ se
volcaron a Urquiza y los otros en una minoría porteña favorecieron la creación
de un partido localista ex unitario que priorizaba sostener los derechos de la
ciudad-puerto Buenos Aires. Allí se juntaron intereses económicos que habría de
estructurar la base del nuevo poder político”.
Analicemos
la división que se produjo entre los federales tras la derrota de Caseros, que
se fragmentaron en varios grupos según sus intereses particulares, ante la
ausencia de la figura que los cohesionaba y que en ese momento se encontraba
exiliada.
En primer
lugar, está el grupo que se cobijó bajo el ala de los porteños unitarios,
optando por ellos porque —al menos, pensaban— compartían ciertos intereses
comerciales comunes. Preferían mantener alianza con los porteños antes que con
Urquiza, quien, para ellos, representaba una figura traicionera: había
entregado a Rosas, ordenado el asesinato de Santa Coloma, Martiniano Chilavert
y cientos de soldados de Aquino. Además, era conocido como contrabandista,
ladrón de fondos públicos y avaro. El entrerriano no inspiraba demasiada
confianza.
Si
Urquiza había traicionado a Rosas, bien podía traicionar a quienes le siguieran
(y, de hecho, así fue). El miedo y la imperiosa necesidad de salvar su
patrimonio —y quizás también su pellejo—, junto con la convicción de que no
habría marcha atrás para el federalismo, fueron elementos clave, conscientes o
inconscientes, que motivaron a estos funcionarios y federales, acostumbrados a
disfrutar de los privilegios del poder, a adoptar estas actitudes. No había
nada nuevo que descubrir.
Debe
considerarse, además, que en Buenos Aires residía una numerosa población
extranjera —franceses, ingleses, españoles, entre otros— que tenía poca
identificación nacional y para quienes mantener sus comercios y propiedades era
la prioridad máxima.
Por otro
lado, la alta burguesía y los estancieros, aunque podían sentir un mayor
sentido de pertenencia a la patria, priorizaban también la preservación de sus
bienes. Durante el gobierno de Rosas, ambos intereses coexistían, puesto que el
orden imperante en la ciudad y la pacificación en el campo —donde muchos
poseían tierras y haciendas— eran esenciales para el desarrollo de sus
intereses comerciales y ganaderos.
Rosas
había impuesto en Buenos Aires un clima de tranquilidad administrativa que
beneficiaba no solo a los grandes poseedores sino también a una porción de la población
antes abandonada, que bajo el gobierno de la Confederación Argentina halló
trabajo y seguridad para sus familias. La soberanía nacional estaba presente y
sus efectos permeaban todos los estratos sociales y la vida cotidiana de la
Confederación.
Por ello,
cuando cae el gobierno de Rosas, y con él la soberanía nacional, la clase
dirigente de Buenos Aires y la incipiente burguesía pensaron —al calcular la
situación— que, aunque hubiera cambios políticos, sus intereses permanecerían
intactos, coexistiendo con los de los unitarios expatriados que retornaban;
después de todo, muchos pertenecían a las mismas familias.
Fue un
error creer que esto sucedería sin mayores conflictos. Buenos Aires se separó
durante una década de los restos de una Confederación Argentina que languidecía
y daba sus últimos estertores.
En este
contexto, coexistían ex federales con unitarios repatriados, debido a que sus
intereses comerciales se volvieron comunes. Así, antes que federales o
unitarios, eran porteños.
Entre
estos nuevos aliados del porteñismo se encontraban antiguos federales, hasta
hacía poco fervientes seguidores de Rosas, como Manuel Moreno, Ángel Pacheco, Lorenzo Torres y Nicolás Anchorena.
Al principio, también estaba Antonino Reyes, pero pronto, al advertir el error
cometido, renunció a sus cargos y se unió a las filas urquicistas,
considerándolo el mal menor.
En tal sentido MARTÍ hace ver que “Ahora el jefe entrerriano podía contar con
nuevos apoyos ya que era favorecido por los grupos económicos que se habrían
consolidado bajo el paraguas del poder rosista. Estos grupos de acaudalados
estancieros, más ganaderos que otra cosa no
tuvieron empacho en saltar el cerco y proclamarse fervientes y decididos
partidarios de Urquiza. En lo sucesivo, el caudillo entrerriano modificó su
actitud con respecto a los opositores rosistas que habían defendido Buenos
Aires. Trató por todos los medios de ganarse su aprecio y de atraerlos a sus
huestes, al fin y al cabo eran tan o
mejores federales que muchos de sus seguido res, sobre todo los jefes más
cercano. Cuando Urquiza se percató que habla estallado una división profunda en
la conducción política de Buenos Aires, no tardó en sacar sus! réditos y actuar
con maniobras seductoras basadas en el convencimiento. Su propuesta continuó
siendo la necesidad de una Constitución que produjera la unidad de todas las
provincias de manera orgánica”.
En fin, la cantinela de la Constitución como ‘caza-bobos’ era utilizada
una vez más como canto de sirena..
Y juega principal papel en todo esto tanto Rufino de Elizalde otrora feroz obsecuente del gobierno rosista
hasta el mismo día de Caseros como Vicente
López y Planes, otro de los principales funcionarios del gobierno federal
durante más de 20 años, que al día siguiente de la batalla de Caseros fue
nombrado por Urquiza Gobernador provisorio, empezando a desdecirse y
desprenderse tristemente de todo su pasado ‘rosista’, en menos de 24 hs.
‘olvidando’ (sic) todo su pasado político en un santiamén, siendo, y es bueno
decirlo, uno de los mejores intelectuales políticos en el Gobierno de la
Confederación Argentina, conjuntamente con Anchorena.
Ahora, dolorosamente José María ROSA nos patentiza algo que parecía o se
vislumbraba obvio: a la falta de patriotismo de los Unitarios y su ceguera y
estrechez de grandeza, se le suma la falta de clase administrativa leal y capaz
durante el gobierno de Rosas que obligaba al Restaurador a cargar sobre sus
hombros toda la tarea administrativa de la Confederación por más nimia que
fuese. Cuestion que no le sucedía al Imperio del Brasil.
“Su acción política -valga el
ejemplo de Rivadavia- se consagró a reformas edilicias, mejoras educativas o
beneficios comerciales foráneos, mientras San Martín no podía continuar, falto
del apoyo y el dinero de Buenos Aires la campaña del Perú, Brasil se
incorporaba la provincia Oriental, se segregaba el Alto Perú y se consolidaba
el alejamiento del Paraguay. Sus congresos discutían la excelencia de ésta o de
aquella constitución a copiar de Francia o de Estados Unidos, mientras las
provincias combatían entre sí y el enemigo exterior arrebataba las fronteras.
“No era el momento
de reformar el Estado, sino de salvar y consolidar la Nación. No podían saberlo
porque no sentían la nacionalidad: su concepción política no iba más allá del
Estado es decir, lo formal, lo transitorio; no veían a la Nación la esencia, lo
perdurable. Su gran problema era importar una constitución que dejare -a
trueque de la entrega a la economía extranjera- intactos sus beneficios
sociales y políticos de clase privilegiada.
“El drama
argentino fue carecer de una clase dirigente. Un gran jefe y un gran pueblo no
bastan para cumplir un destino. Solamente con una categoría de hombres capaces,
consagrados y plenamente identificados con su patria, puede cristalizar una
gran política.
“En 1834 Rosas se
negaba a aceptar el gobierno "porque la administración es unitaria, y los
federales no tienen aptitudes para la función pública": un partido de
gentes muy altas o muy bajas no daba colaboradores eficientes, y a la burguesía le faltaba la primera virtud -el
patriotismo- para usarla en beneficio del país.
“De allí, tal vez,
la omnipresencia de Rosas en todos los actos de gobierno. Sus ministros eran
amanuenses y no tuvieron gravitación mayor en su obra, estrictamente personal.
Muerto Tomás de Anchorena en 1847 –su pariente y consejero escuchado- la
soledad de Rosas sería completa.
“Sin embargo lograría
formar la mejor representación diplomática tenida jamás por la Argentina: Guido
en Río de Janeiro, Sarratea en París, Manuel Moreno en Londres, Alvear en
Washington. Tuvo excelentes diputados en la Junta De Representantes (Lorenzo
Torres, Baldomero García) y jueces íntegros en la cámara de justicia (Vicente
López, Roque Sáenz Peña).
“Pero le faltaron
colaboradores eficientes en las tareas administrativas que interpretaran y
comprendieran su pensamiento político. Manuel Insiarte o Felipe Arana no siempre
acertaban que el móvil de la política es algo más que detentar el poder.
“La verdad es que
la poderosa personalidad de Rosas y su enorme capacidad de trabajo eran toda la
administración en la casona de la calle de San Francisco o en la quinta de
Palermo. De Angelis lo advertía a Guido con excesiva sinceridad el 12de abril
de 1849: "El señor gobernador tiene sobrados motivos para mandarnos a
todos a la p... que nos parió. Es el único hombre puro, patriota y de buena
voluntad que tenemos. Si él falta, todo se lo lleva la trampa, y no es posible
que él lo desconozca. ¿Qué sería del país?"
“Un hombre solo
por grande que sea, su laboriosidad, inteligencia o penetración de los negocios
públicos, no puede sustituir a la labor coordinada, metódica, dedicada, de un
equipo de hombres capaces y patriotas. Carece de su eficiencia y es incentivo
para los ambiciosos que quieran heredarlo. Esa fue la ventaja de la
aristocracia de Brasil, categoría de hombres movidos por su amor al Imperio y
defensa de su posición social y económica.
“Descansaba sobre
el jefe todo el trabajo administrativo, pero no era posible otra forma de
gobernar. Angelis escribe a Guido el 27-1-50, comentando la renuncia de Rosas
de ese año: "El general Rosas no puede sustraerse al peso que lo oprime.
Este es su destino, y por más duro que sea, tiene que cumplirlo.
“Lo que él dice es
cierto: su salud desfallece y su vida misma está amenazada. Todo el peso de la
administración, en sus pequeños y grandes detalles, descansa sobre sus hombros
y, lo que es más, sobre su responsabilidad. Las faltas de los empleados, los
abusos que cometen, su misma ineducación, todo se pone en cuenta del gobierno y
se atribuye a su descuido, y hasta a su connivencia."
CHIVILÓ sobre el tema lo condensa
en un párrafo: “Inmediatamente después de
Caseros, retornan a Buenos Aires, los unitarios emigrados, quienes comienzan a
tener gravitación importante en el nuevo gobierno de Buenos Aires. Vicente
López y Planes, como dije, antiguo ‘rosista’, y que había escrito poemas laudatorios
a Rosas, se convierte de la noche a la mañana, en ‘antirrosista’ y a instancias
de su hijo –Vicente Fidel– y de otros unitarios, a pocos días de Caseros, esto
es el 16 de febrero de 1852,por decreto ordena que “Todas las propiedades de
todo género pertenecientes a Don Juan Manuel de Rosas, y existentes en el
territorio de la Provincia, son de pertenencia pública”, ello importaba ni más
ni menos que la confiscación de todos los bienes del ex dictador”..
Es el propio Vicente López y Planes, - juez y eminente político durante
todo el gobierno de Rosas- como tantos
otros aquellos que se deshacían en loas permanentes a J.M. de Rosas y que
durante décadas usufructuaron de los beneficios del poder del Estado, no
trepidaron EL MISMO DÍA DEL 3 DE FEBRERO DE 1852 en presentarse y rendirle pleitesías a Urquiza, sea por miedo
a perder su vida, sus bienes, sea para adaptarse sibilinamente a los nuevos
aires que se avecinaban, o sea por lo que fuere.
Fue elegido por éste como Gobernador provisorio desde el día siguiente a
la caída de Rosas, y presintiendo que la soberanía de la nación que tantos años
sostuvo, había fenecido sin más, no dudó en ser más ‘papista que el Papa’ y
decreta la confiscación de sus bienes de su ,hasta hace horas, Gobernador,
inaugurando lo que se ha visto a lo largo de nuestra historia hasta hoy día:
los llamados ‘panqueques’ políticos
que sin rubor alguno no vacilan en borrar de un santiamén 30 años de
declaraciones y principios contrarios.
Entonces, Vicente López y Planes designado Gobernador provisorio de
Buenos Aires por Urquiza –que quería atraerse a los antiguos federales-,
manifestó que el Restaurador habíase apropiado de ingentes sumas del erario
público, descalificando su moral y conducta durante toda su gestión, a la par
de denunciar al Restaurador como un criminal sangriento diciendo sobre éste
–sin sonrojarse un ápice- el 16 de Febrero
que “Aun dejando a la apreciación
de la Historia y del mundo los crímenes sangrientos de Juan Manuel de Rosas,
como también los males que en orden moral ha inferido al país, no es posible
prescindir delos perjuicios materiales que tan profusamente ha derramado sobre
él, A este género pertenece la dilatada serie dilapidaciones y apropiaciones
para sí mismo de los cales públicos, con que tan sin pudor aumentaba su fortuna
particular, a la vista del pueblo mismo a quien sin embargo forzaba a exaltar
su mentida pureza…. .
“El gobierno no se
fija por ahora en los hechos de ese hombre, considerado como mal administrador,
es decir, no se fija en la arbitraria y nociva inversión hecha de gran parte de
esos caudales en objetos y miras abiertamente contrarias al bien público,
encaminadas a corromper a los hombres, ya perpetuar su poder, perpetuando
guerras funestas e injustas; al mismo tiempo que se desatendían completamente
obligaciones sagradas, y se abandonaban establecimientos indispensables en los
pueblos civilizados.
“Más al apropiarse
el primer magistrado de un pueblo, de los fondos que representan el sudor de
éste, no es administrar bien ni mal, es hurtar y robar con circunstancias muy
agravantes…. Bajo este respecto, D. Juan Manuel Rosas es meramente un deudor
público, obligado a la restitución y subsanación de perjuicios.
“No entra
seguramente en los principios del Gobierno el acoger la bárbara y antisocial
confiscación política, introducida en el país por aquel hombre; pero entra y
debe entrar el hacer reintegrar a aquel en lo posible, de todo aquello que fue
robado.
“Esta
determinación, ajustada a los principios generales que responsabilizan a todo
individuo que maneja fondos públicos, es tanto más justa y urgente en este
caso, cuanto más grande es el legado de embarazos fiscales, deudas, caos y
confusión que deja al país la administración dictatorial. Desgraciadamente, las
propiedades de este deudor, aunque numerosas y valiosas, sólo en una mínima
parte pueden satisfacer esta deuda inmensa: pero aunque respectivamente pocas,
forzoso es que en ellas se cumpla esta exigencia suprema de la justicia
pública" .
Este
compendio de falsedades y declaraciones llenas de hipocresía, pronunciadas por Vicente López y Planes y que se
encuentran en el Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, Libro
Trigésimo, 1851, Buenos Aires, Imprenta Americana, Calle Santa Clara 62, pág.
11, y que MARTÍ acertadamente nos trae al presente para no olvidar, revela la
naturaleza humana: ante la adversidad, en lugar de reconocer y valorar la
intensa actividad y los principios sostenidos durante más de treinta años, no
dudan en borrar de un plumazo esas tres décadas de vida y compromiso.
Desde
siempre, Rosas decía temer más a quienes lo rodeaban que a los unitarios,
quienes al menos se manifestaban abiertamente durante su gobierno, sin
disimular su intención de traicionar a la nación. En ese punto, tenía razón.
Vicente
López es solo un ejemplo más de aquellos supuestos federales acérrimos que, el
día antes del 3 de febrero, exigían la horca y la muerte de Urquiza y de todos
los “traidores a la Santa Federación”; pero al día siguiente se convirtieron en
fervientes panegiristas de esos mismos traidores que habían condenado tan
vehementemente, aceptando así un “puente de plata” y el olvido con tal de
sumarse a la nueva causa política.
Basta
analizar los párrafos de la declaración pública de Vicente López, quien buscaba
ganar el “perdón” de sus antiguos enemigos —ya sea por cobardía, por interés o
por cualquier otro motivo— para contrastarlo con el comportamiento de
Martiniano Chilavert, quien frente a circunstancias similares entregó su vida
antes que renegar de su patria invadida.
Vicente
López habla de “los crímenes sangrientos de Juan Manuel de Rosas”, “los males
morales que ha inferido al país” y “los perjuicios materiales que tan
profusamente ha causado”.
Parece
que el ilustre creador de nuestro himno nacional no supo ver, durante casi
treinta años de intervención política al lado de Rosas —hasta el mismo día de
Caseros—, la verdadera dimensión de esa obra y de ese legado.
‘La dilatada serie
dilapidaciones y apropiaciones para sí mismo de los caudales públicos, con que
tan sin pudor aumentaba su fortuna particular’.
La misma reflexión anterior cabe. Y además, la declaración –sin pruebas
algunas hasta el día de hoy- sobre supuestas apropiaciones de caudales públicos
cuando es reconocido, aun a desgano, por los propios Unitarios triunfantes que
Rosas fue un obsesivo y puntilloso cuidador de los dineros públicos estando
todo ello puntillosamente documentado.
Y que las inversiones de esos caudales públicos estaban ‘encaminadas a corromper a los hombres, ya perpetuar
su poder, perpetuando guerras funestas e injustas’….‘Más al apropiarse el
primer magistrado de un pueblo, de los fondos que representan el sudor de éste,
no es administrar bien ni mal, es hurtar y robar con circunstancias muy
agravantes’.
Miente nuevamente Vicente López, (hombre falto de memoria, por lo puede
apreciarse), al imputar el uso de los dineros públicos para perpetuarse en el
poder. Sabido es que el Restaurador fue llevado a la rastra por el pueblo todo,
y de toda clase social, al poder el cual fue ordenado legalmente por la Sala de
Representantes..
Además, las guerras fueron impuestas por las potencias extranjeras como
el Brasil, Inglaterra, Francia, la Confederación Peruano-Boliviana del Gral.
Santa Cruz, por los Unitarios –la mayoría autoexiliados por propia decisión y
voluntad- que atacaban rabiosamente como tábanos y en forma permanente con un
odio masónico, a la Confederación Argentina.
“No entra
seguramente en los principios del Gobierno el acoger la bárbara y antisocial confiscación
política, introducida en el país por aquel hombre; pero entra y debe entrar el
hacer reintegrar a aquel en lo posible, de todo aquello que fue robado “
Esta
pléyade de dobleces revela finalmente la verdadera intención oculta de Vicente
López: lograr la confiscación de todos los bienes del Restaurador. Confiscar
es, en esencia, sinónimo de robar.
Bienes
que, como se ha demostrado a lo largo de la historia, fueron legítimamente
adquiridos por Rosas, quien además aportó en muchas ocasiones, de su propio
peculio, fondos al erario público para cubrir las necesidades derivadas de las
constantes guerras y conflictos, tanto externos como internos, que enfrentó el
soberano gobierno de la Confederación Argentina.
Se le
imputa a Rosas la confiscación de bienes, pero la profusa documentación
histórica —respaldada incluso por los historiadores más críticos— demuestra que
el Restaurador de las Leyes no confiscó, sino que embargó bienes,
meticulosamente contabilizados hasta en el más mínimo detalle, pertenecientes a
los sediciosos que atentaban contra la soberanía nacional. En muchos casos,
dichos bienes fueron devueltos posteriormente, acompañados incluso por los
intereses acumulados a lo largo del tiempo, en relación con el ganado y las
cosechas.
Rosas no era una persona que fácilmente se encolerizara. Pero una de
esas excepciones que lo sacaron de quicio –lo que demuestra las falsedades que
se le imputaban- fue en una entrevista que en Southampton le hiciera el
periodista chileno Salustio Cobo, y que cita oportunamente MARTI, diciendo que
tanto Chile como todos los gobiernos de América “…han permitido que se me confisquen mis bienes, cuando yo no he
confiscado los de nadie. ¡Represalias!
dicen. Yo lo único que decreté fueron embargos temporales, mientras los emigrados
se mantenían en estado de rebelión contra el gobierno…i Que yo he robado! I Falso, paisano! Ahí tengo documentos de todo lo que se ha gastado en mi
tiempo, así todos han sido otorgados por los mismos que están gritando contra
Buenos Aires. Día llegará que yo les pruebe que me acusan a mi por sumas que
ellos, y solo ellos, han recibido. Mío propio y no de nadie es lo que
confiscan".
La contradicción radica en que de la mano de Vicente López se hace lo
contrario a lo que se le imputa a Rosas: se le confisca sus bienes cuando la
nueva Constitución que supuestamente iba a ser la panacea de la justicia, lo
prohibía. La máscara de civilización y progreso había sido quitada…Los
delincuentes de frac podían finalmente descansar sobre las ruinas humeantes de
la soberanía eliminada.
Es que como bien dice el citado autor CHIVILÓ, con el dolor lógico que
se trasunta en sus palabras, que el ensañamiento sobre Rosas se profundizó
desde el mismo 3 de Febrero de 1852 armando una historia falsificada a fin de “….presentarlo ante las futuras generaciones
como un monstruo execrable, con lo cual justificarían su propio proceder como
aliados a los gobiernos enemigos y oposición a su gobierno, borrando todo lo
que se pudiera de lo real acaecido y recreando una ‘historia‘ o como se diría
en la actualidad una ‘memoria‘ o un ‘relato‘, totalmente parcializada y
distorsionada de lo que habían sido los hechos sucedidos.
“Y así fue…
durante más de un siglo, en el cual las distintas generaciones de argentinos
fueron educados con esa ‘historia‘ llamada ‘oficial‘, distorsionada y
mentirosa, construida por los vencedores de Caseros, reconocido por Sarmiento
en carta a José María Ramos Mejía, cuando este estaba escribiendo ‘Neurosis De
Los Hombres Célebres En La Historia Argentina’, le decía: ‘-Prevendríamos al
joven autor que no reciba como moneda de buena ley todas las acusaciones que se
han hecho a Rosas; en aquellos tiempos de combate y de lucha.- ‘..’Historia’
que fue repetida y machacada año a año a cada argentino, prácticamente desde la
cuna, desde la infancia en la escuela primaria hasta la adultez en la
universidad, transmitida hasta el cansancio a través de la prensa y los medios
de comunicación y denostando con los más variados epítetos a quienes osaran
controvertirla”.
Es de tal modo que cuando Rosas marchaba hacia Gran Bretaña, el sobrino
de Manuel Moreno, Mariano Moreno (h) hijo de Mariano Moreno, le escribe a
su tío que estaba en aquellos lares para comentarle la suerte de las armas de
gobierno y el triunfo de Urquiza.
Comenta MARTÍ, que al saber el embajador Moreno del triunfo de Urquiza,
previsoramente le dice a su sobrino en carta del día 8 de Abril "Dios
te protege como protege siempre al que padece injustamente: porque cuando me
escribías (...) bajo la ansiedad que te inspiraba la cercanía de las tropas de
Urquiza a los atrincheramientos de Rosas en los Santos Lugares y esperabas la
decisión de este negocio, hacía tres días que las puertas de la patria se
abrían para recibirte después de un destierro de 13 años y que el opresor
injusto corría a la mar en un buque extranjero en busca de asilo"
Claro
está que tío y sobrino no compartían las mismas ideas políticas: el sobrino de
Manuel Moreno se había exiliado en Montevideo durante el rosismo para combatir
al gobierno de la Confederación, siendo uno de los más fervientes unitarios en
lucha contra Rosas.
Sin
embargo, resulta curioso observar cómo, con los nuevos aires políticos, Manuel
Moreno afirma en una carta que su sobrino “padece injustamente” por culpa del
“opresor injusto” —es decir, Rosas.
Este
distinguido funcionario y diplomático de la Confederación Argentina, que
durante décadas defendió los intereses de la nación en tierras extranjeras bajo
el gobierno del Brigadier General Rosas, no tuvo reparos, dadas las circunstancias,
en imputarle a su propio gobierno recientemente vencido que su sobrino sufría
un destierro injusto —recordemos que Mariano Moreno (h) combatía a su propio
país para derrocar al legítimo gobierno de Rosas— y que, según sus palabras,
Rosas era “opresor injusto”.
Para
Manuel Moreno, funcionario durante muchos años del gobierno de su país,
derrocado apenas horas antes por un gobierno extranjero —Brasil— aliado con los
unitarios traidores a su tierra, ese gobierno nacional pasaba a ser “opresor
injusto”. Difícil de creer y aún más difícil de digerir.
Ayer como
hoy, siempre hubo quienes vivieron al calor del poder y, cuando éste
desaparecía, se acomodaban sin el menor remordimiento a los nuevos gobernantes,
borrando de un plumazo cualquier vestigio de sus ideas y posturas políticas
anteriores.
Así,
junto a Vicente López, el General Mansilla —nos guste o no— entró a Buenos
Aires pocas horas después de la batalla de Caseros, acompañado por las tropas
de Urquiza, supuestamente para mantener el orden en la ciudad, mientras sus
antiguos camaradas, como Martiniano Chilavert y Martín Santa Coloma, eran
fusilados y degollados tras rendirse. Tal vez poco podía hacer Mansilla, pero
su sentir quedó reservado en su fuero íntimo.
En la
confiscación de los bienes de Rosas intervinieron directamente tanto Vicente
López, ahora convertido en “antirrosista” ocasional junto a su enemigo de
décadas, Valentín Alsina, ambos unidos en ese hecho. Dios los cría...
Por otra
parte, otros optaron por el mal menor y, ante hechos irreversibles, se
alinearon con Urquiza: Lorenzo Torres, Baldomero García, Pedro de Angelis,
Eduardo Lahite, Estévez Sagüi, Hilario Lagos, Jerónimo Costa y parte de los
restos de los “rosistas”, quienes obtuvieron cargos públicos importantes y
comenzaron a combatir contra Buenos Aires, que se había separado del resto del
país, junto a Mitre y lo más rancio del unitarismo a la cabeza.
Otros
antiguos “rosistas”, como mencionamos, optaron por un sentido “porteñista”,
eligiendo la alianza con los unitarios que se apoderaron del gobierno, el
comercio y la prensa de Buenos Aires, porque compartían intereses comunes.
En fin,
tras la caída de Rosas, una enorme “desmemoria” se apoderó de casi todos los
aduladores que antes fueron rosistas, algunos agrupándose detrás de los
unitarios redivivos y otros tras la figura de Urquiza, ya sea por interés,
miedo o “practicidad”, según palabras de Vicente López.
En efecto, CHIVILÓ dice que “…el
11 de setiembre de 1852 se había producido una revolución en la provincia de
Buenos Aire, promovida por unitarios (entre otros, Vélez Sársfield, Alsina,
Mitre, etc) que con anterioridad se habían unido a Urquiza en su lucha contra
Rosas, pero que ahora se habían puesto en su contra y también contra el
gobierno provincial impuesto por el entrerriano; en esa revolución participaron
también antiguos rosistas. Se produce así la secesión de la provincia -o sea su
separación del resto de las provincias hermanas unidas en la Confederación- y
se erigió como un nuevo estado autónomo y prácticamente independiente: el
Estado de Buenos Aires, ya que tiene constitución, ejército y gobierno propio.
Se encuentran así, enfrentadas por una parte, el Estado de Buenos Aires y por
la otra, la Confederación Argentina, con capital en la ciudad de Paraná.
Alberdi se pondrá del lado del director provisorio Urquiza y condena la
"separación desleal de Buenos Aires".
Ese enfrentamiento
origina una nueva guerra civil que durará diez años. En 1854, el ya Presidente
Urquiza (primer presidente constitucional argentino), designó a Alberdi como
ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina, en misión diplomática
ante distintos países europeos-para evitar el reconocimiento de éstas al Estado
de Buenos Aires-, el Vaticano y también en España, donde debería también obtener
el reconocimiento de la Madre Patria a la independencia argentina.
Respecto a los temores luego de la caída de Rosas, una carta de Mercedes
Ortiz de Rozas, hermana de J.M. escrita a Manuelita cuando estaban ya exiliados
en Inglaterra nos da una reflejo del ambiente social en Buenos Aires contra los
federales.
Enrique ARANA (h) nos lo cuenta extraído de una carta en poder del señor
Taullard y citado en el diario “La Razón” del 15/12/1919
“Mercedes, casada
con el doctor Miguel Rivera, descendiente del inca Atahualpa, que escribía el
año 1856 a Manuelita, dándole cuenta de los acontecimientos producidos en el
país :
"Los últimos
y tan desgraciados sucesos acontecidos aquí me han muerto -dice en carta de
marzo 31 -.He sufrido mucho, mucho., amiga mía. Tú sabes cómo yo quería a
Jerónimo Costa, podrás valorar lo que habrá sufrido mi espíritu viéndolo
sacrificar tan cobardemente.
“Ahora tenemos
Constitución, y ésta ha sido violada; el gobernador, sin tener las
extraordinarias, ha hecho fusilar de su orden a un general de la Nación, sin un
consejo de guerra y del modo más aleve. ¡Pobre Costa!. En fin, amiga, ha vuelto
el año 28, en que Lavalle fusiló de su orden al gobernador Dorrego. Aquí los
Varela me han "guaceado" -añade -.pusieron en uno de los "hechos
locales" de su diario: ‘La noble dama que ha gastado 4000 pesos, en el
cajón para Costa, será con el objeto de mandárselo al degollador Oribe, para
que le cante un responso’.
“Doña Mercedes
Rosas de Rivera solicitó del gobernador Obligado licencia para recoger el
cadáver del heroico defensor de Martín García, que se encontraba tirado,
después de habérsele descuartizado. .Esta señora le dió sepultura, y con tal
motivo fué objeto de befas increíblemente toleradas en una época en que
presidían el gobierno los hombres cultos, que combatieron los excesos de don
Juan Manuel.
“En la carta
citada, agrega la señora de Rivera algo pintoresco, que revela su temple y la
degradación de la época que aún se vivía:
"Vinieron a
darme serenata, escribe, y les tiré con grandes pedazos de carbón de piedra, y
jugué con ellos Carnaval, pues recibieron toda la¡ agua del baño que tenía
Miguel arriba, ya más, les grité con voz de soldado: "Viva la nueva
Mazorca, vivan los nuevos Cuitiños, Parras y Troncosos.
“Y les advierto
que si me rompen algún vidrio les meneo bala. Entonces se fueron los
"gallinas", flojos y cobardes: cuando encuentran energía, ceden.
Estos son, mi amada amiga, los tristes sucesos que han tenido lugar en estos
últimos tiempos. En casa de mi compadre Terrero también les gritaron ‘Muera la
Mazorca’ y les rompieron los vidrios. En lo de Arana fue más que en ninguna
parte. A la pobre Pepa Gómez le tocaban a degüello y le gritaban horrores.
Hasta en la casa de la santa de Mariquita Rosas, en lo del cónsul Merelles y
(asómbrate), hasta en casa de don Vicente López, le han gritado mueras y le han
roto vidrios”
En cuanto
a los lazos familiares, conviene recordar que Felipe Arana era concuñado de Rufino de Elizalde. La esposa de Arana
era hermana de la esposa de Elizalde, quien inicialmente fue un ferviente
federal para luego convertirse, tras Caseros, en una especie de Robespierre.
Además,
Arana era tío segundo del propio Elizalde.
Rufino de Elizalde fue en
otro tiempo un rosista que, amparado por el “establishment” rosista, llevó la
vida social de sus contemporáneos. Desde joven asistía a las tertulias de las
damas porteñas de la patria federal, tal como lo reconoce el liberal y masón
confeso Herrera Vegas, quien señala que en esos años Elizalde frecuentaba San
Benito de Palermo, junto a invitados de Manuelita Rosas, entre ellos su amigo
Bernardo de Irigoyen.
Sin
embargo, antes de Caseros no dudó en pasarse silenciosamente a las huestes de
Urquiza —lo que hoy se califica como “traición”— para derrocar al legítimo
gobierno de Rosas. Luego de Caseros, se convirtió en un enconado detractor de
J.M. Rosas, manifestando un odio persistente hacia él, como señala González
Arrili, quien reconoce esta actitud sin criticarla, fiel a su ideología
liberal.
La
falsificación de la historia, distorsionando los hechos acontecidos y los
caracteres de quienes actuaron en nuestra historia, puede observarse claramente
en el caso de Elizalde. Así lo expone, sin rubor alguno, Goñi en un ensayo
escrito para el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, donde
afirma:
“La integridad
moral e intelectual de Elizalde y su ordenada y decorosa vida lo preservaron de
las controversias históricas. Su recta actuación personal y política lo
destinaron a las páginas serias de la historia. Sus palabras e ideas viven en
su archivo personal y en sus artículos periodísticos, particularmente los que
publicara en “La Nación”…..
“Desde la Batalla
de Caseros, Elizalde se convirtió en asesor, amigo y confidente íntimo de
Bartolomé Mitre. Ambos se caracterizaron por la lucidez política y el
sentimiento humanitario que mostraron ante la situación creada por la
revolución porteña del 11 de septiembre de 1852”
Elizalde
fue el epítome de la doblez de espíritu, y estuvo lejos de ser una persona al
margen de las controversias históricas. Es cierto que, desde la Batalla de
Caseros, se refugió bajo el ala de los vencedores, al igual que Mitre,
comportándose como un cobarde supino que “olvidó” en un solo día todo su pasado
de fidelidad a la Confederación Argentina y a Rosas.
Este
federal y rosista durante tantos años, como tantos otros, no dudó en
convertirse en tenaz enemigo del antiguo régimen para salvar su pellejo y sus
bienes; fue uno de los jacobinos que, cargados de odio, llenaron después de
Caseros las páginas de nuestra historia con sus discursos y acciones.
Al
respecto, Carlos Martínez, historiador citado por Martí, señala: “¡Qué esfuerzo el de Rufino de Elizalde al
elaborar tan vehemente discurso contra Rosas! Solo así podía purificarse de su
pasada adhesión al ex gobernador e integrarse respetablemente en el
antiurquicismo”.
Esta
traición no escapaba al juicio de tantos supuestos “rosistas” que luego de
Caseros fueron condenados a los ojos del exministro de Economía y fiel amigo de
Rosas, José Roxas y Patrón, quien en carta a Rosas del 31 de enero de 1858,
citada por Martí, le dice:
“Al fin ha
conocido V.E. sus pretendidos amigos. Los conocía yo. Si hubieran sido otros
hombres V.E. habría sido el personaje de su siglo porque atendida su posición y
las circunstancias, poseía además las cualidades necesarias para llenar una
misión de primer orden en beneficio de la humanidad.
“Nuestra patria
habría llamado la atención del mundo y de la historia. Hubiéramos cruzado los
trastornos que han tenido lugar en Europa desde el año 48. Aliviado a
Inglaterra cuando el hambre de Irlanda, ganando una gran población, sin que nos
costase nada.
“Y acabado no solo
con el comercio de esclavos sino con la esclavitud misma en una gran parte de
nuestro continente. En fin, hoy seríamos una Nación respetable con un gobierno
sólido, reconocido y sostenido por otros gobiernos, que pueden llamarse tales”.
Podemos
conocer a este político por su capacidad para comprender los hechos y su
sabiduría al vislumbrar lo que podría haber sido la Confederación Argentina y
el propio Rosas, si el gobierno no hubiera sucumbido en la batalla de Caseros,
no solo debido a la invasión extranjera, sino también por las traiciones
internas que sufrió el caudillo, perpetradas justamente por quienes durante
años sostuvieron y vivieron de los beneficios de la Confederación.
Roxas y
Patrón realiza una reflexión fundada al afirmar que, de haber triunfado la
Confederación Argentina en Caseros, la Argentina bajo el mando de Rosas se
habría consolidado aún más, y su destino de grandeza habría alcanzado
proporciones desconocidas en el concierto de las naciones. Además, comenta que
la posible abolición de la esclavitud en el continente —refiriéndose
puntualmente a Brasil— habría generado un cambio geográfico y un nuevo
equilibrio geopolítico, ya que la Confederación se habría expandido
territorialmente, incorporando con gusto los territorios “gaúchos”.
Podemos
resumir las defecciones de muchos después de Caseros con una frase que Felipe
Arana escribió en carta a un pariente suyo, su concuñado Francisco Antonio de
Belaústegui, en los albores del siglo XIX (28 de junio de 1817), con un claro
sentido práctico, digno de ser recordado al respecto:
“Al fin es preciso
acomodarnos a la época que nos toca vivir, excusando en lo posible los
disgustos y amarguras que pueden sobrevenir a nuestras familias”.
Así se escribe la historia y estos hechos permiten comprender
circunstancias que de lo contrario a veces sería difícil entender.
III.-FAMILIARES DE
JUAN MANUEL Y SU POSTURA LUEGO DE CASEROS
Respecto a los familiares de Juan Manuel podemos decir lo siguiente:
Es de destacar que a J.M. no se
le escapaba a su mirada la actitud de muchos parientes respecto a lo que
sentían por él. En especial referido a su nuera casada con su hijo Juan
Bautista.
En carta a Josefa Gómez del 20 de Noviembre de 1867 le dice:
“No sería extraño
fuese Mercedes Fuentes, quien sin conocer el mal que me hace, me lo siga
haciendo como otros, que ya me trae hecho y que continuará haciendo, en lo que
tiene poca parte Juan, que lo consiente”.
Una disculpa al hijo sin mucho convencimiento, como se vio en su
testamento.
Sobre el tema resume RAED, escritor con sus soles y sombras:“La actitud de su familia era lo que más le
irritaba, acusando a su nuera Mercedes Fuentes (noviembre 20 de 1867).
Justamente el hijo de Juan y de Mercedes, viajó con sus padres a Inglaterra
acompañándolo, Juan Manuel [ León],
regresó al país, se empleó en una casa inglesa, luego dedicado a la actividad
ganadera, actuando en política, fue diputado nacional y senador, falleciendo en
La Plata en 1913, cuando desempeñaba la gobernación de la provincia. Nunca recordó
a su abuelo”.
Todos los hermanos de Rosas —la mayor, Gregoria; Prudencio; Gervasio; Mercedes; Andrea; María, conocida como Mariquita; Manuela; Juana y la menor, Agustina,
apodada "la belleza de la confederación"— pudieron continuar
desarrollando sus vidas con normalidad, conservar sus bienes y nunca fueron
molestados en su día a día.
Sin embargo, el trato que mantuvieron con Rosas tras su caída fue
diverso. Los cinco primeros se desentendieron de J.M. y nunca le enviaron ayuda
económica alguna, abandonándolo a su suerte en Inglaterra, más allá de algunas
cartas. Esta actitud de algunos de sus propios hermanos le causó una profunda
tristeza, ya que le resultaba difícil comprenderlos o quizás simplemente
prefirió no hacerlo. Por otro lado, sus hermanas Agustina, María, Manuela y
Juana intentaron brindarle apoyo económico cuando les fue posible.
La paradoja de que muchos descendientes y parientes de Rosas fueran, en
realidad, 'antirrosistas' a pesar de
que J.M. y su nación habían sido derrotados y humillados por Brasil y sus
aliados, tiene una explicación poco conocida. La respuesta podría residir en un
conjunto de causas y situaciones convergentes que desembocaron en esta postura.
1) Gregoria
La hermana mayor, de nobles sentimientos, estaba casada con Felipe
Ignacio Ramón Ezcurra Arguibel (hermano de Encarnación), llevó una
vida austera, dedicada al hogar. Se destacó por su generosidad,
mereciendo de don Valentín Alsina, el calificativo de anciana venerable.
Sin embargo, Si bien no se peleó con su hermano el Gobernador, nunca lo ayudó
en el destierro de manera alguna.
Tal vez recordando el hecho de su sanción por el Gobernador por un
acontecimiento en el cual la susodicha se vio involucrada, como fue el haberse
quedado con un caballo que no le pertenecía y que, enterado J.M., la mandó a devolver
el caballo, a apercibirla en forma furibunda y a reconvenir al Alcalde de Pilar
que lo consintió.
Asi se expresa J.M. en carta enviada al Juez de Paz de tal localidad y
que relata Juan Manuel BERUTI:
"El juez de
paz de la parroquia del Pilar dio cuenta al señor gobernador de algunas
tropelías que había hecho su señora hermana, doña Gregoria, mujer de don Felipe
Ezcurra, a algunos vecinos de la parroquia, y la contestación al juez del señor
gobernador, que llegó a mis manos una copia que me facilitó un vecino a quien
se la dio el juez, es la siguiente.
"Señor juez
de paz de la parroquia del Pilar. Buenos Aires febrero 19 de 1844. Al alcalde
del cuartel 47 don Francisco San Martín. El juez de paz que firma con fecha de
ayer ha recibido un decreto de su excelencia el excelentísimo señor gobernador
de la provincia brigadier don Juan Manuel de Rosas del tenor siguiente. Febrero
17 de 1844. Vuelva al juez de paz de la parroquia del Pilar para que cumpliendo
con sus obligaciones quite por la fuerza el caballo, lo entregue al que lo
cobra con suficiente poder y haga saber a doña Gregoria Rosas el serio
desagrado del gobernador de la provincia por su avanzada, atrevida, insolente
conducta, y que será tratada como merece, si vuelve a faltar en lo menor a los respetos
debidos por las leyes a las autoridades; y respecto del alcalde, reconvéngasele
severamente, por haber dejado ultrajar y atropellar brutalmente la autoridad
que inviste sin haber llenado sus deberes. Hágase saber por el enunciado juez
de paz esta resolución al indicado alcalde; y a doña Gregoria Rosas,
apercibiéndose a ésta seriamente en orden a su conducta ulterior; y lo
transcribe a usted para conocimiento, y dejar cumplida la superior disposición.
Dios guarde a usted muchos años”.
Como puede verse, en el Gobierno de ‘Tirano’ Rosas, todos eran iguales
ante la ley, incluidos todos sus familiares.
2) Andrea, hermana de J.M estaba casada con Francisco
Braulio Saguí de Lamadrid, miembro de una
familia eminentemente unitaria. Estos tuvieron una hija, también llamada
Andrea, que se casó con un hermano del Gral. Mitre: Federico Mitre.
Recordemos que el Gral. Gregorio Araoz de Lamadrid, héroe de la
independencia, si bien era unitario, se puso a las órdenes de Rosas en cierto
momento, para ofrecer su espada a fin de combatir a los franceses en su
bloqueo. Lamentablemente, al igual que otros, luego se dio vuelta nuevamente y
combatió a Rosas (quien, valga el dato, era padrino de dos de sus hijos).
A Braulio Saguí de Lamadrid se le había ofrecido que integrara el
Tribunal de Comercio, pero por el hecho de no ser federal, Rosas - que estimaba
a su cuñado- lo rechazó, dejando de lado el nepotismo característico de nuestra
historia hasta hoy en día.
Esta actitud puede haber ofendido de algún modo a Andrea, su hermana, y
explicaría porque tuvo un trato frío con J.M. y jamás lo ayudó económicamente
aun cuando éste lo necesitaba imperiosamente en el exilio.
Justificable la actitud de J.M. si consideramos también el hecho (no
tenido en cuenta por Mercedes Fuentes, mujer de Juan Bautista), que el
mencionado traidor Lamadrid, fue el encargado de ejecutar la orden de Lavalle
de fusilar a Manuel Dorrego, su amigo, lo que le suma a su carácter de traidor,
el de asesino.
En los tiempos en que Buenos Aires era una aldea, era común el
casamiento entre los miembros de las distintas familias distinguidas. Esta costumbre traía aparejadas disputas no
sólo sociales, sino también políticas, algunas de ellas sangrientas, como se ha
explicado.
3) Mercedes, hermana de J.M. estaba casada con Miguel Rivera, quien aparentemente fue
cesado de su cargo en la Universidad por no ser Federal. Esto nos lleva a pensar que tal situación
podría ser el motivo de su distanciamiento con J.M.. Si bien Mercedes se
comunicaba con Manuelita por cartas, nunca ayudó económicamente a su hermano
J.M.
4) Gervasio, su hermano. Fue mandado a
detener por J.M. por ser sospechoso de ser miembro de los Libres del Sur,
pretendida revolución de terratenientes.
Se vio obligado a huir al exterior en 1839. No sabemos con certeza si
estuvo implicado, ya que algunos autores lo niegan y otros, como su hermano
Prudencio, afirman que estaba entre sus partidarios. Lo que sí es indudable es que estaba en
contra del sistema de gobierno de su hermano. Con el tiempo Gervasio volvió al
país, pero la relación con J.M. nunca mejoró.
Era previsible que no le enviara dinero cuando estaba en Inglaterra.
Pero extrañamente, hubo dos personas que no ayudaron a Rosas en el
exilio y cuya actitud le causó sorpresa y dolor
5) Prudencio, su hermano, furibundo ‘rosista’
y jefe militar. En palabras de Roberto D. Mûller: “Por demás extraño es que no se hayan conservado datos sobre algún apoyo
financiero que pudiera haberle prestado Prudencio a su hermano, más aun cuando,
llegado a Europa, se estableció primero en Lisboa, pasó luego a Cádiz y finalmente
se radicó en Sevilla, donde llevó una vida dispendiosa, en un palacio de la
calle de San Vicente, relacionándose con la mejor sociedad andaluza, a la vez
que trababa amistad con el Duque de Alba, Eugenia de Montijo y el Duque de
Montpehsier. Viajó también a Madrid y a Paris, y llegó a conocer a Napoleón
III. Falleció el de julio de 1857 en Sevilla, dejando una gran fortuna.”
El autor citado se pregunta, y con razón, sobre Prudencio: “Estando en Europa, ¿no tuvo interés
alguno en visitar a su hermano o en provocar al menos un encuentro entre
ambos?, No le debía acaso cargos, tierras y fortuna? Así como viajó por
Portugal, España y Francia, ¿No pudo llegarse basta Southampton, para ver una
vez más a don Juan Manuel? Estas preguntas quedaran posiblemente sin respuesta,
como también la que podríamos hacemos ahora: ¿Por qué Rosas, tan proclive a
proclamar la ingratitud de sus familiares y amigos nunca pronunció una queja en
contra de su hermano Prudencio?
Preguntas sin respuestas que puedan certificarse de modo alguno.
6) María Josefa
Ezcurra, inexplicablemente no lo ayudó en el exilio. Fue en su momento ‘rosista’ de primera línea y ferviente defensora del gobierno de su
cuñado. Era una mujer de enorme fortuna.
No es un dato menor, considerando que J.M., para tapar el deshonor que
aconteció cuando tuvo un hijo con Manuel Belgrano, lo adoptó y le dio su
apellido.
Ante tamaña desconsideración J.M. le escribió desde Inglaterra,
llamándola ‘ingrata’ entre otros
adjetivos, por haberle dado la espalda cuando más la necesitaba.
7) J. Bautista
Pedro Ortiz de Rozas, su único hijo varón. Fue una personalidad gris,
taciturna, algo oscura políticamente hablando, y que no tuvo participación
política alguna en la época de su padre.
Vivió prácticamente a la sombra de éste, quien no sólo nunca lo tuvo en
consideración, sino que además lo subestimaba en su capacidad:
Tenía buen corazón, era amigo de sus jóvenes amigos (aunque estos fueran
unitarios, no hacía distinción ideológica en cuanto a sus afectos) y fue muy
querido por su hermana Manuelita y por su abuela Agustina López Osornio, madre
de J.M.
Su situación política y financiera en el exilio hizo que J.M. se
mantuviera triste y preocupado en
extremo, y ello podría haber coadyuvado a descuidar a su hijo J. Bautista y a
desentenderse aún más de su nieto, J. M. León.
Sobre todo porque, como se sabe, J.M. no era precisamente una persona
muy demostrativa en el momento de expresar sus sentimientos íntimos.
No es posible afirmar que J.M. no haya querido a su hijo J. Bautista,
aunque sólo le haya demostrado su afecto en el escaso intercambio epistolar que
mantuvieron cuando éste fue a vivir a Brasil en el año 1855, donde permaneció
algunos años antes de irse finalmente a Buenos Aires
Según puede deducirse de sus cartas, la distancia que Rosas mantuvo con
J. Bautista pudo haber sido producto de la subestimación y desilusión que éste
le había provocado. Tal vez J. M. no
pudo apreciar cómo era realmente su hijo varón ni reconocer sus valores y
capacidades., Por el contrario, siempre lo desaprobó por no ser parecido a él
mismo; en definitiva J. Bautista no era COMO ÉL HUBIERA QUERIDO QUE FUESE.
Actitud parental bastante frecuente aún en nuestros días.
J. Bautista era una persona afable, a quien sobre todo le atraía la vida
de la ciudad: las mujeres, el teatro, el circo (se encandilaba con la destreza
de los magos), las fiestas… Disfrutaba con todas las actividades sociales, y se
mostraba totalmente ajeno a la política.
Analicemos un dato tal vez menor, pero que resulta muy gráfico al
respecto.
En una oportunidad, Rosas le había cedido a su hijo J. Bautista como
adelanto de herencia, algunos campos que pertenecían a Encarnación Ezcurra para
que los administrase. Éste no supo o no
quiso hacerlo, en parte debido a que no le no le interesaba en absoluto vivir
permanentemente en el medio rural, ni administrar sus campos, ya que le atraía
la vida de la ciudad.
Como esos campos daban pérdida, y J. Bautista no quería seguir
haciéndose cargo de éstos, J. M. se vio obligado a comprárselos, abonándole lo
que correspondía, y en su lugar designó como administrador a su hijo adoptivo,
Pedro Rosas y Belgrano.
Rosas consideró el pago realizado como un adelanto de la herencia para
su hijo. Esto se vio reflejado en su
primer testamento del 28 de agosto de 1862.
En La Clausula 9na. Dice
“A mi hijo Juan
Ortiz de Rosas, entregué al poco tiempo luego del fallecimiento de su Madre,
todo lo que le tocaba por Herencia Materna –Consistía en las Estancias
“Encarnación” y “San Nicolás”, con veinte leguas de tierra cuadradas, cinco mil
ochocientas cabezas de ganado vacuno, de año arriba, incluso lo que ya había
recibido antes en el Azul, y los caballos, yeguas, ovejas, útiles y demás
correspondientes. Se recibió también de un terreno sobre el Riachuelo en la ciudad
de Buenos Aires, en la parte interior, con los fondos hacia la convalecencia,
cuya superficie tiene cómo de noventa a cien, o más cuadras
cuadradas. Posteriormente se las compré sabiendo yo que Juan estaba
próximo a vender esas veinte leguas cuadradas, se las compré, y pagué a mi
dicho hijo Juan, en cuatrocientos mil pesos, esas mismas referidas veinte
leguas de tierra cuadradas, correspondientes a las Estancias “Encarnación, y
San Nicolás”. –Y los ganados con sus poblaciones, los compré al Sr. Dn. Simón
Pereyra, a quien los había ya vendido dicho Juan”.
El disgusto de Rosas hacia J. Bautista se hizo más evidente en una
modificación o codicilo hecho el 22 de junio de 1873 que en su Cláusula 6ta,
dice:
“En cuanto a la
clausula 9ª, agrego, que además de lo referido en ella, recibió mi hijo Juan la
Estancia en el Azul, que vendió a Dn. Pedro Rosas Belgrano; cincuenta mil pesos
importe de la que compró en la Matanza; quince mil pesos cuando estuvo en el
campamento de los “Santos Lugares”. - “Que la casa que ocupó algunos años,
desde su casamiento, era mía, habiéndola recibido amueblada; y que también
durante los años que la ocupó gratis, comió en mi casa con su Esposa en la mesa
de mi familia”.
Analizando lo expuesto precedentemente, podemos sacar algunas conclusiones.
J.M.,
junto con su hijo adoptivo Pedro, tuvo que recomprar a regañadientes los campos
que le había entregado a J. Bautista. Consideró el dinero que le entregó por la
recompra como un adelanto de su herencia. En su testamento de 1862, no le cedió
ninguna propiedad a J. Bautista; únicamente le otorgó la mitad de sus libros,
mientras que la otra mitad quedó en manos de Manuelita.
El
disgusto de J.M. con su hijo se hace aún más evidente cuando en la modificación
testamentaria de 1873 remarcó que la casa que Juan Bautista había ocupado desde
su matrimonio con Mercedes era de su propiedad.
Sin
embargo, el Restaurador especificó que J. Bautista nunca había pagado nada por
ella, ni siquiera por el mobiliario, y llegó a destacar que la familia de su
hijo había comido gratuitamente durante años en su mesa.
Estos
documentos evidencian los sentimientos ambivalentes de J.M. hacia su hijo y,
por extensión, hacia su nuera Mercedes, quienes no pasaron desapercibidos para
ella.
Además,
seguramente —y como veremos más adelante— el fusilamiento de Ramón Maza, esposo
de Rosa Fuentes Arguibel (sobrina de la esposa de Rosas, Encarnación Ezcurra, y
cuñada de su hijo varón), por orden de Rosas, no hizo más que aumentar la
distancia afectiva con J.M.
La
cercanía que J.M. mostraba hacia sus nietos Rodrigo Tomás y Manuel Máximo
(hijos de Manuelita y Máximo Terrero) era mayor —aunque tampoco excesiva— y
quedó reflejada en su testamento. Sin embargo, no hizo lo mismo con su otro
nieto, J.M. León, hijo de J. Bautista, lo que evidenció nuevamente las
diferencias que mantenía entre sus hijos.
Por
su parte, Manuelita, en contraste con la actitud de su padre, sentía mucho
cariño por su hermano. Lo cuidaba, apoyaba y protegía en todo lo que podía.
8) Mercedes Fuentes y Arguibel (nuera de J.M.). Fue la mujer de J. Bautista y madre de J.
León. Nunca simpatizó con su suegro, a
quien detestaba principalmente porque su cuñado Ramón Maza (marido de Rosa)
había sido fusilado en 1839 por orden de Rosas por conspirar para derrocarlo,
junto a varios Unitarios y Federales traidores y a los franceses que bloqueaban
el puerto (Lavalle, Gral.Paz,
Carlos Tejedor, etc).
Manuel Vicente Maza, padre de Ramón, había sido asesinado el día
anterior, pero no es seguro si por federales exaltados por su traición al igual
que su hijo, o por unitarios que sospecharon que iba a arrepentirse para
salvarlo. La esposa de Manuel, Mercedes Puelma, ante tanta desgracia acabó
suicidándose. Ni su nuera ni J. Bautista, quien estuvo de parte de su mujer, se
lo perdonaron nunca
J. M. León Ortiz de Rozas, nieto de J.M. y hijo de J. Bautista, cuando
este tuvo que emigrar a Inglaterra junto a su padre, envió a su único hijo,
J.M. León, a estudiar a París, Francia. Allí, el joven pasó varios años, con
escaso contacto tanto con su padre como con su abuelo, con quienes mantuvo una
relación distante.
El nieto de Rosas siempre se mostró ajeno a las ideas de su abuelo —aún
más que su propio padre— e incluso llegó a rechazarlas. La causa de esta
actitud puede atribuirse a la conjunción de varios factores:
a) el escaso interés en política que siempre demostró Juan Bautista, su
padre;
b) el limitado contacto con su abuelo, quien nunca le mostró mucho
afecto y estaba sumido en sus propias desgracias personales y económicas; y
c) las ideas revolucionarias que seguramente influyeron en el joven J.M.
León durante su estancia en París.
Aunque no se justifican las actitudes de alejamiento por parte del hijo
y del nieto de Rosas, cabe señalar que J.M. tenía un carácter algo hosco y no
fue precisamente un padre ni un abuelo cariñoso y demostrativo. Siempre mantuvo
con ellos un trato correcto pero distante.
Desde el punto de vista personal, J.M. León
poseía una personalidad fuerte, era sumamente culto y dominaba varios idiomas.
Fue un hombre honrado, de gran prestigio.
No hay duda de que en su vida privada pudo haber sido un buen padre y
abuelo, cariñoso con sus nietos, honesto en sus relaciones familiares y lleno
de virtudes y capacidades, tal como me han transmitido.
Desde
el punto de vista ideológico, se puede decir que J.
M. León creció económica y políticamente bajo la protección y el influjo de los
unitarios, liberales y quienes lo valoraron y respaldaron.
Con
el paso de los años, fue consolidando su prestigio personal y político entre
varios unitarios que combatieron contra su abuelo, como Florencio Varela, los
Alsina, Mitre, entre otros, muchos de los cuales estaban vinculados a la
masonería.
La
masonería, donde “la fraternidad estaba por encima de la nacionalidad”, podría
explicar la huida de Urquiza tras derrotar a Mitre en la batalla de Pavón.
Asimismo, esta influencia masona también ayudaría a entender el ascenso
político y social de J. M. León, junto a otros masones como Sarmiento, Mitre y
Derqui.
Veamos el discurso de Mitre en 1868 a la delegación masónica
norteamericana en la ‘Logia Constancia':
"La Historia
política de la República Argentina, sus luchas y sus conquistas están
representadas en los cinco presidentes constitucionales que se cuentan en su
historia constitucional. La primera, la de Rivadavia fue la más fecunda de
todas... Los otros cuatro presidentes, Hermanos, se han encontrado una vez
juntos y arrodillados al pie de estos altares; el General Urquiza que acababa
de de serlo; el doctor Derqui que lo era entonces; yo que debía ser honrado más
tarde con el voto de mis conciudadanos y el Hermano Sarmiento, que va a dirigir
bien pronto los destinos de la Nación” (Del brindis pronunciado par el presidente Mitre en 1868 a la delegación
masónica norteamericana, en banquete ofrecido en la Logia Constancia, en
ocasión de la próxima asunción del mando por el Hermano Sarmiento- en ‘Arengas de Mitre’, edic. de La Nación,
Bs.As. 1902, T.I, pág.270)
Aunque,
según me aseguraron en el núcleo familiar, J.M. León aparentemente no había
sido masón, resulta evidente que, en aquella época, la mayoría del arco
político y social estaba vinculada o confraternizaba con la masonería.
Su
buena relación con estos círculos, junto a su innata capacidad, seguramente
facilitó su ascenso económico y político. Los hechos demuestran que se rodeó de
masones y de aquellos unitarios y federalistas renegados que contribuyeron a la
desgracia del país y de su abuelo.
Difícilmente
alguien que elogiará a J. M. de Rosas o a la Confederación en esas décadas
pudiera acceder a cargos públicos o políticos de alto rango.
Veamos los hechos a los que nos referimos:
.1-M.
León se dedicó tanto al comercio como a la política. Se alió con figuras como
Florencio Varela y Mitre, y fue socio de Alsina, quien fue el principal
ideólogo de la incautación ilegítima del patrimonio de su abuelo. Participó
valientemente en la guerra de la Triple Alianza contra los paraguayos, donde
resultó herido, combatiendo bajo las órdenes de Mitre, aliado a los brasileños
y al renegado y traicionero Urquiza.
Este
episodio seguramente debió ser profundamente lamentado por su anciano abuelo
desde Inglaterra, ya que, así como el Gral. José de San Martín le donara su
sable, Rosas tuvo la intención, el 17 de febrero de 1869, de legarle su propio
sable al mariscal paraguayo Francisco Solano López en reconocimiento a su
titánica lucha (una donación que posteriormente fue controvertida en su último
testamento). Esto evidencia claramente el concepto de Nación realmente
antifederal que sostenía J.M. León.
Urquiza había derrotado a Rosas en Caseros, pero esto no pareció
afectarle demasiado, ya que se desligó por completo de su abuelo. Durante el
período en que Urquiza dirigió el país, se rodeó de aquellos traidores que
habían contribuido a la Confederación y a Rosas, personajes responsables del
exilio forzado de su abuelo y de su pauperización, así como del sufrimiento
infinito que padeció hasta el día de su muerte.
Me pregunto, y pregunto al lector: ¿Mantendría usted vínculos con
quienes pudieron haber lastimado y hundido a su abuelo, condenándolo a un
destierro eterno?
Otra incongruencia que mencionamos anteriormente es la situación de
Máximo Terrero, quien era cónsul de Paraguay en Londres, mientras J. M. León,
sobrino político de aquél, peleaba bajo las órdenes de Mitre y Urquiza en la
guerra contra Paraguay.
Este 'antirrosismo' del hijo y del nieto de J.M. (o al menos su
distanciamiento afectivo e ideológico) queda claramente reflejado en el hecho
de que no consta que alguno de ellos se haya movilizado para lograr la
reivindicación personal y patrimonial de su abuelo, a pesar de las penurias
económicas que él sufrió en el exilio.
Estas penurias fueron causadas por aquellos con quienes J.M. León se
codeaba en Buenos Aires y a quienes debía su ascenso social y económico. Nunca
le brindó ayuda económica a su abuelo, a pesar de haber podido hacerlo.
Además, esto puede corroborarse en la sucesión de Encarnación Ezcurra,
cuando J.M. León se refirió, en cierto modo, de manera crítica a su abuelo o al
gobierno que éste representó, según me han informado oralmente.
En este trabajo se intenta describir las actitudes personales de los
distintos protagonistas de este período histórico, no solo en su esfera
privada, rica en detalles, sino también en la relevancia pública de sus
acciones y sus efectos en la defensa —o la falta de ella— de la Nación.
Obviamente, quien esto escribe no puede juzgar directamente a J.M. León
por no haberlo conocido personalmente; sin embargo, desde el punto de vista de
su actitud pública frente a quienes traicionaron al país, mancillaron el honor
de su abuelo, lo acusaron injustamente de traidor a la patria y lo confinaron a
un destierro ignominioso, no puede dejar de señalar esa omisión y silencio como
una afrenta consentida por él. Esto resulta innegable: al menos, no se ha oído
su voz oponiéndose a tales hechos.
Aunque
algunos descendientes me han informado que poseen documentación que respalda
que, cuando Manuelita solicitó al gobierno nacional la devolución de los bienes
confiscados a los Ezcurra, que le correspondían por herencia (logrando finalmente
recuperarlos tras muchos años), J.M. León habría ‘adherido’ (sic) a dicha
petición.
Si
esto fue así, respondería más a una formalidad que a un deseo genuino, ya que,
de haber sido realmente su intención, no habría esperado tantos años para
reclamar. Además, no se registran acciones previas de su parte en ese sentido,
en forma personal. Es importante señalar que si bien apoyó la solicitud de
Manuelita para la devolución de los bienes de Encarnación, no hizo lo mismo
respecto a los bienes de su abuelo J. Manuel.
En
primer lugar, no consta que se haya opuesto a la confiscación cuando tuvo la
edad y la posición política y económica para hacerlo.
En
segundo lugar, el pedido de devolución no surgió de él, sino que se habría
adherido a una solicitud de su tía Manuelita (según me han relatado y con
posible respaldo documental en ese sentido), centrada en los bienes de
Encarnación y no en los de Juan Manuel.
En
tercer lugar, a lo largo de su vida nunca se molestó en proclamar públicamente
la injusticia de esas confiscaciones ni del destierro de su abuelo. No se
conoce ningún artículo periodístico ni declaración pública suya al respecto.
En fin, si bien a J.M. León no le confiscaron sus bienes personales ni
fue perseguido como su abuelo y su tía Manuelita, por una cuestión de dignidad
debería haber protestado públicamente no solo por el destierro y la
confiscación, sino también por el odio que manifestaban en privado y en público
hacia su abuelo. Aquellos con quienes trataba diariamente, incluso en su entorno
cercano, anatemizaban su vida, su obra y su gobierno. No hay constancia de que
haya actuado en ese sentido.
El hecho de que J.M., su hijo J. Bautista y Manuelita fueran los únicos
a quienes se les confiscaron sus bienes seguramente profundizó el distanciamiento
familiar y provocó que J.M. se sintiera ‘abandonado’ por sus parientes.
Por otro lado, los demás Ortiz de Rozas no sufrieron confiscaciones ni
persecuciones y continuaron con sus vidas cotidianas en Buenos Aires, a pesar
de los conflictos políticos y guerras civiles que azotaron la región.
Juan Manuel León Ortiz de Rozas se afilió al Partido Autonomista, fue
director del Banco de la Provincia de Buenos Aires, diplomático y ocupó
diversos cargos públicos (diputado, ministro). Alcanzó incluso la gobernación
de la provincia, aunque solo ejerció el cargo durante tres meses debido a su
fallecimiento.
Murió el 1 de septiembre de 1913. Su entierro y exequias fueron
grandemente pomposos; asistió toda la aristocracia porteña y, sobre todo, no
faltaron políticos ni las grandes familias con ideas unitarias contra las
cuales había combatido su abuelo —quienes fueron responsables de su caída,
destierro y pobreza.
J.M. León se casó con Malvina Enriqueta Bond y tuvo varios hijos e
hijas. Una de ellas fue María, ‘Cota’,
mi bisabuela, quien contrajo matrimonio con Rodolfo Molina Salas, mi bisabuelo.
10) Rodolfo Molina
Salas también era un acérrimo ‘antirrosista’, según me
ha transmitido a mi persona mi madre y otros familiares. La razón es claramente
comprensible,. Su tío segundo, Avelino Viamonte,
hijo del Gral. J. J. Viamonte, fue muerto supuestamente por la Mazorca por
orden de J. M. por conspirar en su contra y colaborar en su derrocamiento.
No queda muy claro de quien
provino la orden. Pudo haber sido de Encarnación, su mujer, ya que en ese
momento J. M. se encontraba en la Campaña del Desierto Este acontecimiento nos
llevaría a entender el rechazo de los Molina Salas hacía J. M.
Ahora bien, Rodolfo Molina Salas y María Ortiz de Rozas tuvieron tres
hijas mujeres, tataranietas del J.M: mi
abuela Malvina Raquel, María y Alicia..
1- Malvina Raquel, mi abuela, conocida en la familia como ‘Cota’ se casó con el que fuera luego mi
abuelo, Emilio Natalio Gil, que tampoco era ‘rosista’ ni federal, tal como se estilaba en aquellos tiempos
educar a los argentinos. Ambos tuvieron
dos hijos, mi tío Rodolfo Gil Molina, y mi madre Malvina Gil Molina (la tercera Malvina en la
familia).
Ella se casó con Vicente Montoro Hunt y tuvieron dos hijos: mi hermana
Gonzalo Vicente, el autor este trabajo. Y mi hermana Andrea Malvina.. Por lo
tanto, mi madre es Chozna de Rosas, y mi hermana y yo, hijos de Chozna
Mis tías abuelas:
2- María Molina Salas, conocida como ‘Mima’,
fue a quien más he tratado porque fue la última en fallecer. Pudo participar de
la repatriación al país de los restos de su tatarabuelo, y ver su
reivindicación política, de la cual ella estaba profundamente
orgullosa ya que, como mujer de criterio propio, supo ver la valía de J.M., la
honorabilidad de su persona y su defensa de la patria.
Ella se sentía profundamente federal y ‘rosista’, al igual que su marido Julio Rivas Argüello, abogado,
juez Federal quien además era estudioso y conocedor de la historia argentina
hasta en sus más mínimos detalles. Fue
miembro del poder judicial en la primera presidencia de Perón.
La pareja tuvo tres hijos: Julio, Andrés y Rodolfo. Andrés (llamado en
la familia ‘Pancho’). Él, al igual
que su madre, supo ver la verdad sobre la vida de J.M, seguramente por encima
de la educación que estaba impregnada en la sociedad de entonces.
3- Alicia Molina Salas estaba casada con Luis Héctor Sánchez Viamonte y
no tuvieron descendencia. Su marido era hermano del renombrado abogado y
jurista Carlos Sánchez Viamonte (‘Carloncho’). Ambos eran bisnietos del general Juan
José Viamonte y prominentes dirigentes del Partido Socialista.
Como puede colegirse, tanto por el lado de Rodolfo Molina Salas —cuyo
ascendiente se dice que era el General Viamonte— como por el de su hija Alicia,
casada con Luis Sánchez Viamonte, existía una línea de parentesco tanto
ascendente como descendente con los Viamonte.
Esto evidencia el entrecruzamiento de familias de diferentes
orientaciones políticas y ofrece otra explicación al ‘antirrosismo’ de algunos
descendientes de J.M., o al menos a su silencio respecto a su gobierno y obra.
En síntesis: las razones del ‘antirrosismo’ en ciertos familiares, tanto
por parte de algunos miembros Ortiz de Rozas como de los Molina Salas, pueden
identificarse en diversos hechos y comportamientos:
-Juan Manuel de Rosas mantuvo un trato diferenciado con los miembros de
su familia. Fue más afectuoso con su esposa Encarnación, su hija Manuelita y su
hijo adoptivo Pedro Rosas y Belgrano que con su hijo J. Bautista. Este último
tenía un perfil bajo y mantenía escasa relación con su padre. La poca interés
de J. Bautista por la política debilitó aún más el vínculo entre ambos.
-El fusilamiento de Ramón Maza, cuñado de Mercedes Fuentes y Arguibel
—esposa de J. Bautista— provocó un alejamiento por parte de algunos miembros de
la familia hacia ella.
-La
educación en París de J.M. León, a la que fue enviado por sus padres, le
impregnó las filosofías liberales de la época. Por otro lado, Rosas nunca le
prestó mucha atención a su nieto; incluso, ni siquiera lo despidió cuando el
muchacho regresó a América junto a sus padres.
-El
alejamiento afectivo de algunas hermanas de J.M. se debió no solo a que sus
maridos estaban alejados de las ideas federales, perteneciendo a grupos
familiares unitarios, sino también a que algunos de ellos podrían haber sido
perjudicados profesionalmente por dichas ideas durante la período de Rosas.
Veamos algunos casos:
Andrea
estaba casada con Francisco Braulio Saguí de Lamadrid, miembro de una familia
eminentemente unitaria. La hija de ambos, también llamada Andrea y sobrina de
J.M., contrajo matrimonio con Federico Mitre, hermano del Gral. Bartolomé
Mitre.
Mercedes,
por su parte, estaba casada con Miguel Rivera, quien fue cesado en su cargo en
la Universidad por no ser federal.
Una de las hijas de J.M. León, mi bisabuela María, se casó con Rodolfo
Molina Salas, un ferviente ‘antirrosista’ y descendiente directo del General
Juan José Viamonte. A su vez, una de sus hijas, Alicia, también contrajo
matrimonio con otro descendiente de los Viamonte: Luis Sánchez Viamonte.
-El círculo que explica las causas del liberalismo y el ‘antirrosismo’ en la mayoría de los
descendientes de J.M. (salvo honrosas excepciones como, por ejemplo, mi tía
abuela ‘Mima’ - también llamada
María- y mi tío Andrés ‘Pancho’ Rivas Molina) se cierra con la educación de la
época: la ominosa pedagogía jacobina que se impartía entonces acerca del
período de Rosas.
Todo comienza con el latiguillo “Tirano”
Rosas, su “tiranía” o la denominación de “primera
tiranía” como fundamento o base política para justificar la toma y el
mantenimiento del poder, repitiendo mecánicamente estos conceptos y
bombardeando con una profusa propaganda periodística hasta convertir esa visión
en una verdadera leyenda.
Acerca de éste último punto
podemos decir que “…La creación de una leyenda es, en determinadas circunstancias, fácil
tarea. Y con pocos escrúpulos resulta asimismo fácil y cómodo emplearla como
instrumento para la defensa de intereses dudosos, para el descargo de una
responsabilidad, o para la simple satisfacción del odio, la venganza, el
resentimiento o la antipatía.
“…Con demasiada frecuencia se prefiere en nuestros
días urdir laboriosamente un complicado tejido de falsedades a mantener a pecho
descubierto la propia razón y sostener gallardamente los propios actos y
creencias.
“…Al servicio de todo eso -pasiones, temores, enconos
o intereses- la creación de una leyenda se emprende como una tarea sistemática.
Ella no es difícil si se tienen a mano instrumentos de poder y de riqueza para
su difusión y toda una red enmarañada de intereses creados dentro de un área de
soborno, de complicidad o de sumisión.
“…Una vez compuesta la versión falsa, pero verosímil,
de los hechos a cuya luz la propia posición queda exaltada o segura y
envilecida o comprometida la del enemigo, todo es dejar que esa versión se
lance por la pendiente de la inercia, de la estulticia, de la cobardía o de la
complacida malevolencia de las gentes.
Al principio la
falsa moneda de la leyenda solo es admitida por la manchada conciencia de sus
autores y divulgada por sus cómplices indirectos. Acógenla en seguida los
innumerables que apenas viven para otra cosa que para captar noticias -las que
sean- y difundirlas deportivamente. Muchas veces solo por el gusto de hablar.
Otras por resentimiento, por envidia de cualquier fortuna, o porque en su
congénita mezquindad siempre prefieren en la duda la versión mas dañina.
“…Un poco más tarde las gentes situadas a mayor
distancia de los hechos -de la intimidad de las causas y razones de los
hechos-, gentes sencillas, aun de buena fe, entran a participar, por pereza
mental o por dificultad de acceder a la verdad, en la versión legendaria.
Aceptada por la fe o por la maldad la leyenda cunde y se consolida.
“…En vano los que honrada y valerosamente conocen la
verdad de los hechos desvirtuados, tratan de combatirla. El intento se traduce
en una atmosfera de angustia y de asco. Con lo que aún le queda a la leyenda, a
la mentira sistematizada, cumplir el estrago peor, porque los conocedores de la
verdad, que fueron los mismos protagonistas de los hechos deformados, hartos y
fatigados por su lucha desigual contra esa ingente fuerza, acaban por rendirse,
por hacerse indiferentes, a no ser - lo que todavía es peor - que acaben
perdiendo la memoria y acomodándose claudicantemente a la versión común que el
tiempo se encargará de hacer inapelable.
De esta manera se extingue el sano apetito por la verdad que es un valor social
de primer orden.
“… ¿Quién en estos días que vivimos no siente la
angustia y está al borde de caer en el desaliento de la pasividad que produce
la sensación de la impotencia ante un mundo de mentiras? Mentiras que
tergiversan hechos históricos, que condenan a pueblos enteros, que infaman a
personas con honor y con ideal, o exaltan a los que no lo tienen, que tratan,
en fin, de defender o salvar una situaci6n, un mundo de situaciones difíciles,
por ese medio cómodo y envilecedor de la leyenda.
“…Así y toda la responsabilidad de emperezarse en esa
atmosfera es muy grande. Ante una situación universal de ese volumen creo que
cada uno ha de procurar enfrentarse con la parte de leyenda que más de cerca le
toque para intentar destruirla y restablecer la verdad”.
Para sorpresa de algunos lectores, estas manifestaciones no se dirigen a
J.M. de Rosas ni tampoco transcurren en el siglo XIX. Se trata de una
declaración hecha en Madrid, España, en octubre de 1946, por Ramón Serrano
Suñer refiriéndose a José Antonio Primo de Rivera, en el prólogo escrito por el
autor a su libro ’Entre Hendaya y
Gibraltar’. Pero, ‘mutatis mutandi’, difícilmente
podría haber algo más exacto sobre J.M. y que se pueda aproximar tan claramente
a su vida y a su época:
Se ’hizo’ una historia acomodada
a intereses ideológicos, como dijo Salvador María del Carril, en carta a
Lavalle luego del fusilamiento de Dorrego:
“…la posteridad
consagra y recibe las deposiciones del fuerte o del impostor que venció, sedujo
y sobrevivió... Yo no dejaría de hacer algo útil por vanos temores. Si para
llegar siendo digno de un alma noble es necesario envolver la impostura con los
pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad
se miente y se engaña a los vivos y a los muertos”.
Recordemos que quien así se expresaba era un confeso masón que fue posteriormente Vice-Presidente de la
Confederación Argentina cuando el Presidente era Justo José de Urquiza y luego, Presidente de la Corte Suprema de Justicia,.
A
confesión de parte, relevo de prueba. El fin justificó los medios-cualquier
medio- para los Unitarios y lo que se nos ha presentado como historia es una “política de la historia” como supo decir
Nestor Genta..
Esto nos lleva a pensar que la naturaleza humana, con tal de tomar el
poder y mantenerlo a lo largo del tiempo, no trepida en utilizar cualquier
recurso real o falso que le permita lograr dicho objetivo. De modo que después de muchos años de repetir
e insistir con determinada visión o concepción de los hechos, en el
inconsciente o consciente colectivo termina creyéndose que ese relato es la
verdad.
Así, George
Orwell escribía, refiriéndose a la política del imperio británico: “El lenguaje político o, con variaciones,
para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los
anarquistas– tiene como objetivo hacer que las mentiras suenen verdaderas...”
(“Politics and the English Language”).
Puede entenderse así, porqué algunos
descendientes de J.M. sostuvieran ideas liberales y hasta “antirrosistas”, con algunas dignas excepciones, pero ello no
justifica que no tuvieran en consideración lo que sufría el Gral. en el
exilio.
No se solidarizaron con él cuando
se sintió abandonado por culpa de aquellos que crecieron social y
económicamente bajo el manto de la Confederación, y luego le dieron la espalda
y fueron promotores de su destierro y confiscación ilegítima de sus bienes, con
sus acciones y con sus ominosos silencios.
Un dato interesante para compartir es que muchos descendientes de J. M.
de Rosas viven en la actualidad en los Estados Unidos. Don
Alejandro Manuel Ortiz de Rozas, doctor en bioquímica, dejó la Argentina en
1955. Se instaló en los Estados Unidos y
cambió su apellido Ortiz de Rozas por Rosas., también por cuestiones
familiares.
Uno de sus hijos, Alejandro (h) o Alexander, se casó con una señorita de
nombre Kathy O'Connor con quien tuvo ocho hijos. Han sido estudiosos de la historia de J.M. y
todos ellos manifiestan admiración y orgullo por el Restaurador.
Todos los descendientes de este matrimonio son renombrados profesionales
(abogados, médicos cirujanos, etc.), y la mayoría reside en la ciudad de Los
Ángeles, California.
IV.-VIDA DE ROSAS
EN EL EXILIO-
Uno
de los que aparentemente le ofreció ayuda económica fue Lord Palmerston, pero
J.M. Rosas dignamente no la aceptó, a pesar de haber tenido trato durante los
años en que estuvo en Inglaterra.
Aunque
Rosas mencionaba que mantenía una estrecha amistad con Palmerston, algunos
autores consideran que su relación era buena, pero distaba mucho de ser una
verdadera amistad cercana.
La
realidad exacta, sin embargo, nos es desconocida. Lo que sí podemos suponer con
certeza es que Rosas debió haberse sentido muy herido al tener que mendigar
dinero mediante cartas dirigidas a sus familiares y compatriotas. Además, su
carácter huraño y las incomodidades derivadas de su vida frugal le impedían
aceptar invitaciones sociales, ya que poco tenía para ofrecer y quizás sus recursos
solo alcanzaban para sostenerse a sí mismo.
Volviendo
al ámbito familiar, su orgullo herido y la necesidad de reivindicar su nombre
lo llevaron a mantener poco trato no solo con su hijo y su nieto —como ya se
mencionó— sino también con Manuelita, su hija adorada, a quien veía pero no con
mucha frecuencia.
Una
anécdota que ilustra bien su personalidad es que J.M. no asistió a la boda de
Manuelita con Máximo Terrero porque no estaba de acuerdo con el casamiento.
La situación económica de Manuela y su esposo, Máximo Terrero, no era
acomodada, sino más bien difícil, por lo que poco podían hacer para ayudar a su
padre. Además, residían en Londres; aunque no quedaba muy lejos, en aquella
época los medios de transporte no eran como los de hoy, y el traslado desde
Londres a Southampton resultaba muy complicado.
La autoestima de J.M. Rosas probablemente influyó en su decisión de no
querer que sus hijos y nietos lo vieran en el estado de privación en que vivía
en su chacra. Aunque no lo visitaban con frecuencia, él se alegraba cuando
Manuel Máximo y Rodrigo Tomás Terrero acudían a verlo y les brindaba un trato
afectuoso.
La relación con J.M. León, hijo de J. Bautista, era claramente
diferente.
Algunos autores señalan que, si bien el trato con los hijos de Manuelita
y Máximo era cordial, tampoco era especialmente cercano o afectuoso. Esta
aparente indiferencia por parte de Rosas generó que sus nietos mostraran cierto
desinterés hacia él, devolviéndole en parte esa actitud.
Como señala BOHDZIEWICZ, esto también se refleja en hechos concretos: en
1888, Saldías visitó nuevamente a los Terrero en Londres. Allí, Manuelita le
sugirió traducir al inglés su libro sobre la Confederación Argentina, un
trabajo que aparentemente realizarían los nietos de Don Juan Manuel, hijos de
Manuelita.
Pero, dice el autor citado, ello no prosperaría y no solo por los hechos
que no lo desmintieron sino por una carta de Adolfo Saldías a Antonino Reyes
(Paris, 05-08-1888, en MCASN, Archivo de
Pedro Regalado Rodríguez) en la cual el primero le dice al segundo: “Pero en la confianza íntima del amigo, le
diré a V. que no creo que ello se verifique. Nuestro amigo mismo, a quien cada
día tengo motivo de apreciarlo más, me declaró que ninguno de sus hijos miraba
con interés los documentos preciosos que arrojaban fama y gloria sobre su
abuelo, lo que no era extraño pues habían vivido en otro mundo que en su
patria. La excusa del padre amoroso no bastó para defenderse de cierta
impresión ingrata respecto de esos jóvenes que no por ser ingleses dejaban de
ser nietos de su abuelo que llegó a adorarlos. […] No sé por otra parte que
ninguno de esos dos jóvenes haya tratado de darse cuenta hasta ahora de quién
era su abuelo, ni siquiera de recorrer un poco esos papeles entre los cuales
hay reyes, reinas, grandes diplomáticos de Europa, sabios y militares ilustres
que llaman amigo, grande hombre y héroe al que nosotros hemos llamado monstruo,
tirano. A mí mismo me han hecho algunas preguntas que he debido responderlas
refiriéndome a esos papeles y a lo que está escrito”.
“Creemos- finaliza BOHDZIEWICZ -que don Adolfo acertó. Es casi una regla
que los descendientes de una gran personalidad se desentiendan de sus glorias y
hasta la ignoren por esa ley predominante que impone mirar siempre hacia
adelante.
Ya habíamos mencionado que J. Bautista, junto con su esposa Mercedes
Fuentes y Arguibel, acompañaron a J.M. en su exilio y se establecieron en
Inglaterra hasta 1855. Como no lograron adaptarse a vivir allí, se trasladaron
a Itajaí, Brasil, donde permanecieron varios años hasta que finalmente se
instalaron en Buenos Aires.
¿Por qué no fueron directamente a la capital argentina?
La razón es que, al regresar, les aconsejaron que no llegaran
directamente a Buenos Aires debido a las guerras civiles que azotaban el país y
al peligro que ello implicaba. Por eso optaron por radicarse en Itajaí, donde
vivieron de manera muy modesta durante casi siete años: él trabajaba como
profesor de piano y ella como profesora de inglés. J.M. León estuvo con ellos
durante un par de años; sin embargo, apenas pudo, regresó a Buenos Aires.
Mientras estaban en Itajaí, J. Bautista le envió una carta a Mitre
—quien era un enemigo acérrimo de su padre y partidario de su destierro, así
como del suyo propio— felicitándolo por su victoria contra Urquiza en la
batalla de Pavón en 1861.
En realidad, el triunfo de Mitre fue más en los círculos masónicos que
en el campo de batalla propiamente dicho. Probablemente esa carta fue una
estrategia de J. Bautista para preparar su regreso a Buenos Aires, donde
residía su hijo desde 1858 con la familia de su madre, Mercedes Fuentes y
Arguibel.
En otros términos, podría interpretarse como una hábil jugada política
para que le tendieran un ‘puente de
plata’ y pudiera regresar al país sin problemas. Y así fue: logró su
objetivo, ya que volvió a la Argentina con toda su familia sin que enfrentara
ningún impedimento. Esa carta explicaría por qué, después de tantos años fuera
del país, pudo regresar sin dificultades.
Al momento de su retorno, su hijo, el joven J.M. León, ya llevaba tres
años viviendo en Buenos Aires con la familia de su madre. Es importante
recordar que ni él ni sus progenitores estaban proscritos.
El estoicismo con el que vivió J.M. Rosas durante su exilio no pasó
desapercibido para muchos argentinos, quienes reflexionaron sobre quién había
sido y quién era todavía. También en el extranjero, distintas personalidades se
preocuparon por la suerte del Restaurador de las Leyes.
Entre ellas se encontraban el emperador Napoleón III de Francia y el
ilustre general peruano Ramón Castilla, dos veces presidente del Perú y uno de
los estadistas más reconocidos de ese país.
Este último, quizás con algo de ingenuidad, envió una carta al general
Mitre —en ese entonces presidente de Argentina— interesándose por la pobreza en
la que vivía J.M. de Rosas.
En esa misiva, Castilla relataba cómo había visto personalmente a Rosas
en Southampton e intentaba persuadir a Mitre para que se ocupara y preocupara
por la devolución de sus bienes, con el fin de aliviar en parte la situación
del desterrado. La petición era sincera y humana, aunque también reflejaba
cierta inocencia o ingenuidad, como se ha señalado.
Veamos, primero la carta de Castilla:
“Lima, 11 de julio de 1866. "Excelentísimo señor general don
Bartolomé Mitre.
“Apreciado señor
general: Aunque no he tenido ocasión de comunicarme con usted, espero que no
extrañara lo haga ahora en honor del motivo que me mueve.
"Lanzado de
mi patria y llegado á Southampton recibí una visita del general don Juan Manuel
de Rosas, y habiendo estado en su casa á corresponderle su atención, comprendí,
sin insinuación ninguna de su parte la estrechez en que vive, y que contrasta
con el carácter que ha investido en su país y su alto rango militar.
Híceme desde
entonces el deber de invocar en su favor las ideas é ilustración del siglo, a
cuya altura ha sabido usted colocarse, dando de ello repetidas pruebas en su
administración. Guiado por estas ideas, me atrevo a interesar la grande
influencia que le dan su bien merecido puesto y filantrópicos sentimientos para
que se devuelva al general Rosas sus bienes confiscados en oposición con los
principios que proclama la época.
"Estimando
esta medida muy digna de la nobleza del carácter argentino, no puedo dudar de
que usted tomará la iniciativa para aliviar la suerte de un viejo soldado. Por
mi parte, si usted me considera digno de alguna consideración, me será grato
recibir como prueba de ella la aceptación de mi propósito.
"Con
sentimiento de verdadera estimación me ofrezco su afectísimo y atento amigo y
S. S. -RAMÓN CASTILLA."
La respuesta del Gral. Bartolomé Mitre fue la siguiente:
"Cuartel
general en Tuyutí (Paraguay) , 20 de agosto de 1866. "Señor general don
Ramón Castilla. Con algún atraso ha llegado á mis manos la estimable de 11 de
junio del corriente año, que se ha servido dirigirme á propósito de los bienes
de don Juan Manuel de Rosas, con quien había estado en Southampton.
"Con tal motivo
debo manifestarle que la ley en virtud de la cual fueron afectos los bienes de
don Juan Manuel de Rosas, para responder á las acciones fiscales que contra
ellos hubiere, fue dictada por la provincia de Buenos Aires, que en nuestro
sistema de organización, como usted lo sabe bien, es independiente del
ejecutivo nacional que presido. Que esa ley tiene ya la sanción de la opinión y
del tiempo, y que los reclamos legales á que ella pudiese dar lugar se sigue
por otras vías, deduciéndose ante los tribunales las acciones fiscales y las
excepciones.
"Que, por
último, ocupado como me hallo en campaña al frente del ejército, no me es
posible contraerme a este género de asuntos, que, por otra parte, como ya he
manifestado, ni son de mi resorte, ni es posible conducirlos por otras vías que
las legales. Agradeciendo su comunicación y las expresiones con que se sirve
\favorecerme, me es grato retribuirlas en su distinguida persona, aprovechando
esta oportunidad para ofrecerme de usted con verdaderos sentimientos de estimación,
su atento servidor y amigo. -B. MITRE”.
Y decimos “ingenuamente” porque era previsible que la respuesta del
primer mandatario de la Nación Argentina sería que nada podía hacer por
cuestiones de jurisdicción (y, entendemos, que ni siquiera su deseo de
intervenir era mayor). Además, finalizó diciendo que tampoco disponía de tiempo
para ocuparse del asunto, alegando que tenía otros asuntos importantes que
atender.
Esta respuesta se dio en un tono de desdén y desprecio, digno de un
jacobino traidor a su nación, humillando a J.M. de manera indirecta. A la vez,
mintió una vez más al afirmar que la confiscación tiene…” la sanción de la opinión y del tiempo, y que los reclamos legales a
los que ella pudiese dar lugar se siguen por otras vías, deduciéndose ante los
tribunales las acciones fiscales y las excepciones”.
En primer lugar, esa “opinión” contra Rosas y su gobierno legal no era
la del pueblo de la Confederación —que en realidad quería a Rosas— sino la
“opinión” impuesta por las armas de una nación extranjera como Brasil, con el
apoyo de las finanzas internacionales, las logias argentinas, brasileñas y
uruguayas, así como por los ejércitos levantados en armas en Entre Ríos,
Corrientes y Uruguay tras haber derrotado a quien fuera su legítimo gobernante:
Manuel Oribe.
En segundo lugar, los “tribunales” a los que se refiere Mitre son el
resultado de la imposición por parte de quienes derrocaron un gobierno legal
mediante tribunales ilegítimos. Por lo tanto, no existió ninguna “opinión” que
sancionara a Rosas, ni hubo ningún tribunal legítimo con autoridad para decidir
respecto a un gobierno legalmente constituido y posteriormente derrocado.
El gobierno surgido de una revuelta contra el orden legal, promovida por
una potencia extranjera con la ayuda de traidores internos, hace que todos los
actos derivados de esa situación sean considerados nulos de nulidad absoluta
“ex tunc”, es decir, desde el principio. Esto debe tenerse en cuenta para el
futuro, en cuanto nuestra patria recupere su soberanía perdida el 3 de Febrero
de 1852.
Respecto al testamento de J.M., en su codicilo 16 fechado el 28 de
agosto de 1862, dona su PROPIA espada a su amigo José María Roxas y Patrón. A
su fallecimiento, esta espada será entregada a su esposa e hijos; y tras sus
muertes, pasará a los herederos de Juan Nepomuceno Terrero.
, “16ª…Y tanto por los servicios
enunciados con que el Señor Roxás me ha auxiliado, y servido, como también por
los que con las luces de su ilustrada capacidad, con su pluma y los sabios
consejos de su gran práctica, y estudios en los grandes Negocios de Estado, me
ha ayudado en el trabajo de las obras, o sean apuntes, que he escrito en este
País, desde 1852, sobre la Religión del hombre, sea cual fuere su creencia, la
una sobre la Ley Pública la otra; y sobre la ciencia médica la otra; mi Albacea
le entregará también, la espada puño de oro, que me presentó la Honorable Junta
de Representantes de Buenos Aires, por las Victorias en la Campaña a los
desiertos del Sud en los años 33 y 34.- Esa espada está sin la vaina que he
vendido para atender a mis urgentes necesidades- Muerto el Señor Róxas, pasará
a su Esposa la Señora Da Manuelita, por muerte de ésta a cada uno de sus hijos
e hijas, por escala de mayor edad, y por muerte de éstos, a cada uno de los
hijos e hijas, de mi primer amigo el Señor Dn Nepomuceno Terrero, por la escala
de mayor edad.”.
“23 - La Medalla
con sesenta o más brillantes, que me presentó la Honorable Representación de la
Provincia de Buenos Aires en testimonio de gratitud por la Campaña a los
desiertos del Sud en los años 33 y 34, la regale a mi hija Manuelita de Rosas
de Terrero, para que hiciera de ella lo que mejor le agradare”.
El sable le fue entregado por la Honorable Sala de Representantes el 30
de Marzo de 1836, día de su cumpleaños, y un año antes, el 25 de Mayo de 1835,
por el mismo motivo, le habían hecho entrega de la Medalla de oro y brillantes.
La vaina del sable Rosas tuvo que venderla en su exilio debido a sus
apremios económicos, desconociéndose quien la compró.
La medalla de oro con brillantes se la regaló en vida a su hija
Manuelita, pero aún no se sabe cuál ha sido su destino final. No se sabe, en
fin, la suerte de la medalla de oro y diamantes referida, también entregada a
Rosas por la Asamblea Legislativa de la Confederación por sus triunfos en la
Conquista del Desierto y que J.M. usaba con su uniforme en reuniones formales y
con la que siempre se lo ve en sus distintos cuadros.
En aparente contradicción con lo expuesto, el 17 de Febrero de 1869 en
una carta a Roxas y Patrón, J. M. expresa su intención de donar el sable al
Mariscal Solano López, por su lucha contra el Imperio del Brasil y sus aliados
“Febrero 17 1869
Dn José María
Roxas y Patrón (…)
Por mi parte he
registrado en mi testamento, la siguiente cláusula, entre otras adicionales.
“Su Excelencia el
Generalísimo, Capitán General Dn José de San Martín, me honró con la siguiente
Manda. ‘La Espada que me acompañó en toda la guerra de la Independencia, será
entregada al Gral. Rosas, por la firmeza y sabiduría, con que ha sostenido los
derechos de mi patria.
Y yo Juan M. Ortiz
de Rozas, su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a Su Excelencia, el
Señor Gran Mariscal, Presidente de la República Paraguaya y Generalísimo de sus
Ejércitos, la espada diplomática y militar, que me acompañó durante me fue
posible sostener esos derechos; por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido
los derechos de su Patria, el equilibrio, entre las Repúblicas de Plata, el
Paraguay y el Brasil (…) Rosas”
(Carta de Juan Manuel de Rosas a José María Roxas y Patrón, en A.G.N.
“Correspondencia Rosas-Roxas y Patrón”. 1868-1870)”.
Se
trata de una simple carta, no de un testamento formal con todas las
formalidades legales correspondientes. Por lo tanto, entiendo que ese documento
sería el único válido desde el punto de vista testamentario.
Su
amigo Roxas y Patrón le respondió prontamente el 23 de marzo de 1869,
explicándole que todos sus papeles y su espada deberían estar en un museo
argentino.
Es
probable que Rosas haya desistido de la donación a Solano López, ya que en la
modificación de su testamento en 1873 no se realizó ningún cambio en el
codicilo 16º. Además, cabe señalar que el 1 de marzo de 1870 falleció el
mariscal López, por lo que no habría podido acceder eventualmente a esa espada.
V.- REPATRIACION
DE SUS RESTOS Y REIVINDICACIÓN HISTÓRICA
Contaba mi abuela Malvina Raquel, ‘Cota’
(tataranieta de J.M, bisnieta de J. Bautista y nieta de J.M. León) que su
padre, Rodolfo Molina Salas, tenía PROHIBIDO EN LA FAMILIA HABLAR DE J.M. de
ROSAS, NI SIQUIERA PODIAN NOMBRARLO En la propia casa, y en honor a la verdad,
continuaba diciendo mi abuela, no se hablaba ni a favor ni en contra de J.M. Su
vida y obra era un tema tabú que no se tocaba. Esto me fue confirmado por mis
familiares mayores: en nuestros hogares no se hablaba de J.M, en ese sentido
reinaba un silencio absoluto
Yo mismo, como autor de este trabajo, para comprender y conocer la
historia, debí transitar la época de Rosas con mis propias ideas y recursos
investigativos, lo que supuso luchar contra un ambiente cultural y social algo
adverso en algún sentido.
Seguramente la familia debe haberse debatido en una contradicción
afectiva y cultural. Por un lado, como
descendientes directos del Restaurador sentirían cierto grado de afecto, pero,
por otro lado, la educación recibida desde el ingreso escolar les inculcaba una
mirada negativa. Su nombre era sinónimo
de ‘tirano’ y su régimen se
calificaba como una feroz ‘dictadura’,
dando a entender con tal término que su gobierno era ilegal. Evidentemente no
se conocía lo que significan los términos ‘tiranía’
y ‘’dictadura’
“El tirano, es una persona que es
un intruso en el ejercicio del gobierno y que no ordena al bien común la
multitud que le está sometida sino al bien privado de él mismo” (Santo
Tomas de Aquino).
Quedó ratificado en los hechos y no sólo en las palabras, que J.M. de
Rosas no ha sido tirano. Accedió al
gobierno luego de haberse negado a ello en más de una oportunidad, y finalmente
lo hizo ante el ruego de la gente de todo el país.
Es dable destacar que, durante su gestión, las finanzas públicas fueron
tan ordenadas, que hubo superávit en su último año de gobierno. Algo inédito en nuestra historia, como lo
aceptan, aun a disgusto, sus propios enemigos.
La “dictadura”, de Rosas fue elegida por la Legislatura antes de ser
nombrado Gobernador y ratificada por un plebiscito los días 26, 27 y 28 de
Marzo de 1835, cuyo resultado fue contundente: 9.324 votos y solo hubo 4 en
contra, algo que fue reconocido hasta por el propio Sarmiento (“No se tiene aún noticia de ciudadano
alguno que no fuese a votar al plebiscito del 26, 27 y 28 de marzo de 1835 en
Buenos Aires por el cual la ciudadanía se pronunció en concederle la Suma del
Poder Público a Rosas” ).
En realidad, aquellos que fueron ajusticiados por orden de Rosas, no lo
fueron por sus pensamientos políticos, sino por haberse alzado en armas contra
la autoridad legítimamente constituida.
Un ejemplo de esto es la gran cantidad de unitarios que vivieron
tranquilamente en la época de Rosas y nunca fueron molestados ni perseguidos;
es más, muchos combatieron al lado de Rosas contra los invasores extranjeros,
SIN RENEGAR JAMÁS DE SUS IDEAS UNITARIAS. Rosas, los acogió de buena gana, les
dio cargos de importancia y lucharon a su lado.
A modo enunciativo, el primero y más conocido fue Martiniano Chilavert.
También, José Álvarez de Arenales (guerrero de nuestra Independencia), el
Almirante Brown, Facundo Quiroga, el General Manuel Corvalán que siendo de
pensamiento unitario no dudó en ponerse a las órdenes de J.M. para combatir a
los ingleses y franceses en Vuelta de Obligado, el Gral.Pedro José Díaz
(guerrero de la Independencia y hombre honorable) a quien Rosas valorando sus
sentimientos patrióticos a pesar de profesar ideas unitarias, le restituye su
jerarquía militar con pago de haberes sin RENUNCIAR NI UN MOMENTO A SUS PENSAMIENTOS UNITARIOS, luchando codo a
codo con Rosas ante el avance de fuerzas internacionales en la batalla de
Caseros, dándole –conjuntamente con Chilavert - enorme poder de mando J.M.
Según A. SALDIAS (en ‘Historia de la Confederación Argentina’ -1888), a
tenor de los dichos de Antonino Reyes en carta que le enviara el día 15 de
septiembre de 1886, Díaz le dice a éste que ante el pedido de Rosas de llevar
el mando de sus tropas, que “…aprecio su
distinción y la confianza con que me honra. Que aunque unitario he de cumplir
con mi deber cuando llegue el caso, como soldado a las órdenes del gobiernos de
mi patria”. Tampoco el Brig. General
de la independencia Eustoquio Díaz Vélez, unitario confeso, durante el gobierno
de Rosas sufrió ningún tipo de persecución y vivió tranquilo.
Como dice Americo
PICCAGLI a J.M. no le importaba tanto la ideología de las personas sino que se
soliviantaran contra el orden jurídico. Tan es así que por ejemplo, no tuvo
inconvenientes en que se le reconociera el derecho a la jubilación al padre de
Lavalle y a un hermano de éste lo designó Tesorero de la Aduana –lugar sensible
si lo hubo- todo a fin de intentar limar resentimientos y con el objeto de ir
unificando al país.
Otro ejemplo
que menciona puntillosamente el autor mencionado y que es extraído de su propia
documentación personal es el siguiente y que citaremos en detalle ya que lo
amerita:
Se trata de
una anécdota de un inglés que vivía por el año 1938 aproximadamente, de nombre
Enrique Ford que tenía el oficio de
herrador de caballos… “ En la familia nos
dice nuestra informante María Elvira Ford, por transmisión oral se cuenta lo
siguiente: “Un día le trajeron un caballo para ser herrado con la recomendación
de hacerlo de tal forma, una y otra vez, porque el Gral.Rosas -decía el
emisario- le gustaba hecho con prolijidad y ajustado a ciertas normas. Don
Enrique Ford dio cumplimiento a lo solicitado. Otra persona distinta a la
primera que condujo el caballo vino a retirarlo observando el trabajo realizado
a la vez que preguntaba si se habían ajustado a las instrucciones. Finalmente
Enrique perdió la paciencia y le dijo: - Si el General Rosas está conforme
bien, y sino que se vaya a la m….- En ese momento quien había ido a retirar el
caballo le dijo:-Yo soy el General Rosas-.y se despidió sin más trámite.
Enrique Ford tuvo una fuerte conmoción y se le tradujo en desarreglos
estomacales; una de las versiones dice que se metió en la cama y esperó a que
la Mazorca lo viniera a buscar para hacerle pagar por su improperio. Pero nada de ello ocurrió y
finalmente Enrique Ford terminó poniendo el retrato de Rosas en su casa”
Todo esto demuestra de manera concluyente que a Rosas no le importaba el
pensamiento político de la gente, ya fueran civiles o militares, siempre y
cuando no hubiera atentados o levantamientos contra las autoridades legalmente
constituidas.
A diferencia del gobierno de J.M., los gobiernos unitarios no dudaron en
ordenar rápidamente fusilamientos o ejecuciones sumarias: el general Alejandro
Heredia, gobernador de Tucumán; el general Pablo de la Torre; el general
Iturbe, gobernador de Jujuy; el general Facundo Quiroga, gobernador de La
Rioja; Nazario Benavidez, gobernador de San Juan; además de Manuel Dorrego,
Mesa, Manrique y otros.
Volviendo a relatos familiares, mi tía abuela María (“Mima”) solía
contar que, siendo ella muy pequeña, le preguntó a su abuelo J.M. León si J.M.
había sido un tirano. Él le respondió con ternura: “El tiempo lo dirá, m’hija… el tiempo lo dirá”.
Esta anécdota nos muestra indirectamente que en la sociedad de entonces
existía una creencia firme y dogmática en torno a la figura de Rosas como un
tirano. Seguramente, esos términos los habría oído María, entonces niña, en su
entorno, lo que despertó su curiosidad por consultar a su abuelo.
Podemos afirmar que fue el tiempo quien respondió a esa pregunta que
‘Mima’ le hizo a su abuelo J.M. León.
La figura del Restaurador fue reivindicada con fuerza y, cuando sus
restos fueron repatriados desde Inglaterra, se les brindó una recepción
espontánea y sin precedentes —ni antes ni después— en la historia argentina.
En Rosario, primero el 30 de septiembre y luego en Buenos Aires, el 1 de
octubre de 1989, mi tía abuela ‘Mima’,
ya con 86 años y siendo la mayor descendiente en ese momento, pudo ser testigo,
gracias a Dios, de este acontecimiento histórico.(se adjunta foto del acto).
Acompañada por sus hijos, presenció la repatriación y el amor
desbordante del pueblo que festejaba en las calles, en los balcones y en las
plazas, con profunda emoción, el regreso con honra de quien consideraban su
padre.
No recuerdo que el pueblo se haya manifestado con tanto entusiasmo —en
realidad, con ningún entusiasmo— por figuras como Mitre, Sarmiento, Urquiza o
Roca, a quienes se les han erigido numerosos monumentos en su honor.( se
acompañan fotos del acontecimiento)
A pesar de los intentos por construir una imagen falsa sobre J.M. y su
gobierno durante años —y de bombardear culturalmente a través de libros,
diarios y textos escolares para denostar la figura del Restaurador de las
Leyes— no lograron apagar el amor que su pueblo sentía por él. Ese amor
dormido, como un volcán en calma, emergió con fuerza en la superficie durante
la repatriación de sus restos. Para el pueblo, quien volvía no era simplemente
un cadáver en un ataúd; era la personificación viva de Don J.M. de Rosas.
Podemos afirmar que la presión ejercida por los unitarios, con su
intento de “lavar” (sic) la memoria
de los argentinos durante décadas —inculcando odio hacia J.M. incluso en
nuestros días— ha sido en vano. Intentaron borrar de nuestra historia sus actos
heroicos e incluso su nombre, pero como se puede ver manifiestamente, la verdad
finalmente salió a la luz.
Todo el pueblo, a pesar de la educación falseada y de la historia
manipulada con la que lo martirizaron desde el 3 de febrero de 1852 (a las 15
horas), llevó siempre en su interior una cinta punzó.
Esto puede ilustrarse con la anécdota de un político y escritor inglés,
quien comentaba que, muchos años después de Caseros, había oído a los gauchos
en la frontera de Bahía Blanca y en otros lugares del interior entrar a las
pulperías, clavar su facón en el mostrador, beber aguardiente o caña y, tras
mirar al gringo de reojo y en modo desafiante, gritar: “¡VIVA ROSAS!” (R.B.
Cunningham Graham, El Río de La Plata, editorial
Wertheimer, Lea y Cía., Londres 1914, p. 5).
Este sentimiento también fue vislumbrado con fiel certeza por Manuel GÁLVEZ: “Don Juan Manuel de Rosas no ha muerto. Vive
en el espíritu del pueblo, al que apasiona con su alma gaucha, su obra por los
pobres, su defensa de nuestra independencia, la honradez ejemplar de su
gobierno y el saber que es una de las más fuertes expresiones de la
argentinidad.”
El merecido reconocimiento y recibimiento que no pudo ser otorgado en
vida fue concretado después de su muerte, el 30 de Septiembre de 1989 en
Rosario y, luego, via el Rio Paraná y el 1ero.de Octubre en Buenos Aires.
La nación, el pueblo interiormente y con plena conciencia, nunca lo
olvidó. A pesar de los esfuerzos de aquellos miopes que intentaron en vano
borrar su memoria, su legado permaneció vivo en el corazón argentino.
Al recuperar la dimensión humana de J.M., con sus fortalezas y
debilidades, lo enaltecemos.
Tengamos hoy presente que, en aquellos tiempos de destierro, tuvo que
sobreponerse a muchas adversidades prácticamente solo, sosteniendo en su alma
el dolor de haber dado tanto por su nación. ¿Qué le devolvió la historia en
recompensa? El rechazo y el desprecio de las clases políticas desde su caída,
pero no el del pueblo, que con un silencio resignado lo guardó en su corazón y
en su memoria. Estos sentimientos fueron transmitidos a sus descendientes, lo
que ha permitido que hoy El Restaurador sea fielmente reivindicado por los
herederos de aquellos.
Recordemos también la idea expresada por el músico y escritor argentino
contemporáneo Litto Nebbia, en una de sus obras: “Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay
otra historia: la verdadera historia, quien quiera oír que oiga.”
Hoy, los restos del amado por su pueblo, Juan Manuel de Rosas descansan
en paz y tal como él quiso, con el reconocimiento de su pueblo. Se encuentran
en la cripta familiar del Cementerio de la Recoleta, según consta en el
certificado de titularidad.
Una reivindicación aún pendiente y de estricta justicia sería reconocer
e incorporar a Don Juan Manuel de Rosas como Jefe de Estado. De esta manera, se
inscribiría oficialmente este hecho en las páginas de nuestra historia y se
colocaría su retrato junto a los demás presidentes o Jefes de Estado de nuestra
Nación.
Me
baso en dos elementos que fundamentan lo que he manifestado.
Primero,
Rosas fue efectivamente Jefe de Estado: en ese cargo, estaba a cargo de las
relaciones exteriores, del manejo de la moneda, de la política económica
general y de la administración aduanera en todo el país.
Todas
las provincias le delegaron la gestión de estas funciones y, posteriormente,
fue ratificado y designado por las distintas Salas de Representantes con
diferentes títulos: “Presidente de la
Confederación Argentina” (el 25 de enero de 1850, en Salta), “Supremo Director de los Negocios Nacionales
de la República Argentina” (26 de febrero de 1850, en La Rioja), “Supremo Jefe Nacional” (abril de 1851,
en Catamarca) y “Jefe Supremo de la
Confederación Argentina” (2 de julio de 1850, en Córdoba). De igual modo
actuaron Jujuy, Tucumán, San Juan, San Luis, Mendoza y Santiago del Estero.
Félix Luna se refiere sobre este
tema afirmando que “…Aunque ninguna norma
lo definiera existía sin duda un Poder Ejecutivo Nacional que ejercía la
política exterior de la Confederación en sus múltiples aspectos, incluido el
ejercicio del patronato eclesiástico. Este Poder Ejecutivo regulaba la economía
de todo el país a través de las tarifas aduaneras de Buenos Aires, y adoptaba
medidas generales como prohibir la extracción de oro o la promoción de
reducciones de derechos de tránsito interprovinciales, las subvencionaba en
situaciones particularmente críticas (caso de Santiago del Estero) o mediaba
eventualmente en sus conflictos (gestión Quiroga en, 1835). Ejercía el comando
general de las fuerzas de mar y de tierra de la Confederación. Tenía a su cargo
las relaciones con los indios. Sacaba ciertas causas del fuero judicial común
para tramitarlas en una especie de justicia federal (proceso a los Reynafé).
Estos son sólo ejemplos: podrían enunciarse muchas atribuciones más del Poder
Ejecutivo Nacional que de hecho ejerció Rosas y que no se diferencian, en
esencia, de las que se maneja el Estado Nacional a partir de la sanción de la
constitución de 1853”
Al
respecto, y salvando las distancias, un ejemplo actual serían España y los
Estados Unidos de Norteamérica, entre otros países.
España
cuenta con diferentes regiones AUTÓNOMAS que pertenecen a un mismo país. El
gobierno central se encarga del manejo del ejército, la economía, la moneda y
las relaciones exteriores. Lo mismo ocurría en el gobierno de Rosas.
Por
su parte, los Estados Unidos tienen estados AUTÓNOMOS que, a su vez, forman
parte de un país. El gobierno central administra el ejército, la economía, la
moneda y las relaciones exteriores, igual que en el sistema rosista. En ambos
casos, nadie negaría que existen y existieron Jefes de Estado o Presidentes,
considerados como tales sin controversia alguna, independientemente del sistema
de elección por el cual hayan llegado al poder
Segundo, eEn Inglaterra, como se expuso anteriormente, al confeccionar
el certificado de defunción de Rosas, donde debía completarse la ocupación, registraron “EX PRESIDENT
OF ARGENTINIAN CONFEDERATION”.
Lo que pone de manifiesto que, más allá de toda argumentación, J.M. fue
visto y tratado, incluso en el exilio, no solo como Gobernador de una
provincia, sino como Jefe de Estado.
Otro dato que refuerza el reconocimiento pendiente es el hecho de que
Rosas fue el Encargado De Las Relaciones
Exteriores De La Nación. Por ello, y considerando lo mencionado, debe
considerarse al Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas como Jefe de Estado,
con los honores correspondientes, e incluir su retrato en la Galería de
Presidentes que funciona en nuestra Casa de Gobierno.
Para finalizar, cabe decir que a partir del 3 de febrero de 1852
comenzó —y aún no ha terminado— ‘La Hora de los Enanos’.
Así podría haberse dicho en su momento sobre los mediocres, los mesócratas que acosaron a J.M. de Rosas y a su gobierno nacional; al igual que, mutatis mutandis, escribió José Antonio Primo de Rivera en un artículo publicado en el diario ‘ABC’ de Madrid el 16 de marzo de 1931, sobre los mediocres que maldecían al fallecido Alte. Dn. Juan B. Aznar, denunciando cómo se vengaban del mencionado los llamados ‘enanos’.
"Allí estaban todos, abigarrados, mezquinos, chillones, engolados en su mísera pequeñez. […] Ahora es la hora de los enanos, como se vengan del silencio a que los redujo ¡Cómo se agitan, cómo babean, cómo se revuelcan impúdicamente en su venenoso regocijo! ¡Hay que tirarlo todo! ¡Que no quede ni rastro de lo que él hizo! Y los más ridículos de todos los enanos −los pedantes− sonríen irónicamente. […] Pasarán los años, torrente de cuyas espumas sólo surgen las cumbres cimeras. Toda esta mezquina gentecilla −abogadetes, politiquillos, escritorzuelos, mequetrefes− se perderá arrastrada por las aguas ¿Quién se acordará de los tales dentro de cien años? Mientras que la figura de él −sencilla y fuerte como su espíritu− se alzará sobre las centurias, grande, serena y luminosa”...Corsi e Ricorsi…
VI.-FOTOS DE ALBUMES FAMILIARES
*
VII.-BIBLIOGRAFÍA DE CONSULTA
ALBERDI, Juan
Bautista (‘Política exterior de la
República Argentina’, en ‘Escritos
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