GENERAL ÁNGEL
PACHECO
(Luces y
Sombras de un General Argentino)
Gonzalo V. Montoro Gil
Nace en Buenos Aires el 13 de
Abril de 1793 y fallece el 25 de Septiembre de 1869, también en Buenos Aires.
En 1822 se casó con María
Dolores Reinoso, con quien tuvo seis hijos: José, Román, Julio, Eduardo, Pablo
y Elvira. Esta última fue esposa del primer intendente de Buenos
Aires, Torcuato de Alvear y madre del que fuera luego presidente argentino
Marcelo Torcuato de Alvear; o sea, su nieto.
Tuvo la particularidad que fue
educado militarmente por José de San Martín y se incorpora primero al
Regimiento de Patricios en el año 1811 y luego, al de Granaderos a caballo que
creó y organizó el –por entonces- Coronel San Martín.
Siendo extremadamente joven –alrededor
de los 17 años- participa junto a otros noveles soldados como, Bouchard,
Necochea, en la Batalla de San Lorenzo
el 3 de Febrero de 1813, teniendo como misión una actividad estratégica
avisando en distintas postas camino a San Lorenzo, que San Martin se venía
aproximando para que allí se tuvieran listos caballada y alimentos.
Luego participó en el Cruce de
los Andes en 1816, junto a Mariano Necochea –entre otros- , batallando en Chile
y Perú junto al Libertador.
Posteriormente, y ya bajo el
Gobierno del Brigadier General Juan Manuel de Rosas es uno de los principales
jefes y estrategas en la Campaña del Desierto en 1833, destacándose por su
estrategia y tácticas de combate.
A posteriori, luce sus glorias
en la primera Guerra contra el Brasil y se destaca en la Batalla de Ituzaingó.
Tras cartón es un exitoso
militar en la confrontación con los anglo-franceses.
Fue uno de los principales
comandantes de la Confederación Argentina junto a Manuel Oribe, Pascual Echague
y Lucio N. Mansilla, todos a las órdenes de Juan Manuel de Rosas, el ilustre
Restaurador de las Leyes, durante todo su mandato.
Como General de la Confederación
Argentina y bajo las órdenes del primero de los nombrados y conjuntamente con
el General Nazario Benavidez y Félix Aldao, emprende una campaña en los años
1840-1841 contra los Unitarios y la Coalición del Norte que estaba dirigida por
el General Aráoz de Lamadrid, Juan Galo Lavalle y Mariano Acha, a los que vence
una y otra vez.
En la batalla de Arroyo Grande
el 6 de diciembre de 1842, mandó la infantería del
ejército coligado de la Confederación y los "blancos" uruguayos —
cuyo comandante en jefe era el depuesto presidente oriental Manuel Oribe —
contra las fuerzas de los "colorados" uruguayos y los Unitarios
argentinos comandadas por Fructuoso Rivera que tenían el apoyo material de
los franceses. La actuación de las tropas de Pacheco fue decisiva, logrando
arrollar el centro y la artillería del enemigo. Durante 1843 y 1844 intervino
en famoso sitio de Montevideo durante la Guerra Grande.
Por el año 1845 también funda
la población de Bragado y la actual 25 de Mayo
Dice de él Ernesto QUESADA en
una descripción puntillosa de su persona, aunque disentimos con el eminente
historiador en algunos conceptos que luego sostendremos:
“Pacheco era el
primer oficial de 'la confederación, y Rosas .lo sabía muy bien : era el único
tal vez a quien este mandatario respetaba. ·Pacheco era, ante todo, un oficial
.de escuela y de una disciplina férrea; procedía según su conciencia y estaba
convencido de que, en esas circunstancias, su deber era sostener la autoridad y
la patria; era soldado hasta la médula de los huesos, y de una de esas
lealtades rayanas en lo quijotesco; conocedor profundo del país, anatematizó el
crimen de los decembristas y la hoguera que encendiera el sacrificio inaudito
de Dorrego; Rosas representaba a sus ojos el gobierno legal y constituido,
aspiraba la organización de la nación y veía que los continuos esfuerzos del
bando unitario tendían a arruinar al país y que cometían actos de barbarie,
fomentando represalias peores a su turno: sobre todo a sus ojos tenían la
mancha indeleble de la traición a la patria, por estar aliados a los franceses
en su intervención militar al Río de la Plata y el bloqueo de sus puertos,
aceptando su dinero y sus armas para combatir a los gobiernos argentinos
existentes.
“Cuando la
campaña de Cuyo, tenía el general Pacheco 49 años: se encontraba en todo el
vigor de la edad. Era una figura. Singularmente severa, de estatura mediana,
tieso el cuerpo, erguida la cabeza: siempre irreprochablemente vestido de
uniforme, parecía como si éste hubiese sido cosido por el sastre sobre su
persona misma, tal era la absoluta corrección y la ideal falta del más mínimo
pliegue.
“Educado en la
rígida disciplina :de los famosos granaderos a caballo, oficial favorito de San
Martín, había cimentado con su sangre en cien combates, en el Alto Perú, en
Chile, en la inmortal jornada de Ituzaingó, en las márgenes del Río Negro, su
pasión ferviente, dominante, absoluta, por la carrera militar; era la antítesis
del caudillo y del jefe de milicianos: jamás habría descendido a la triste
condición del desgraciado Lavalle, quien, habiendo sido un brillante oficial de
línea, cometió el lastimoso error de transformarse en cabecilla de montoneras
de ciudadanos, como se lo reprocha con una amargura singular aquel severo
general Paz, que presenta tantas analogías con el general Pacheco por su
acendrado amor a la carrera militar y por su austero culto por la disciplina.
Pacheco con nadie ni por nada transigía en ese punto delicado: toda su vida, en
los campamentos como en su retiro privado, se conservó cuadrado, de una pieza,
como digno discípulo del gran capitán argentino.
De una
educación esmerada, era cultísimo en su trato, y es proverbial su galantería
para con las damas: siendo conocido su profundo respeto por la mujer en
general, calidad no muy común en aquellas épocas de campañas continuadas.
Hombre de mundo en toda la acepción de la palabra, tenía el raro don de que
todos se sintieran bien con él, desde el más humilde hasta el más encopetado
personaje.
“Con Rosas, en
sus mocedades, había estrechado una íntima y cordialísima amistad, tuteándose
recíprocamente pero así que Rosas subió al poder, Pacheco jamás volvió a
tutearlo, ni en su correspondencia ni en su trato, y siempre lo llamaba
"señor gobernador"; era 'en esto de una exigencia tiránica- exageraba
el respeto de los demás, para tener el derecho de ser a su vez respetado, -lo
que explica el raro fenómeno de que, durante la época de Rosas, la personalidad
de Pacheco haya sido quizá la única que no fuera manoseada.
“Tenía el
general Pacheco una fisonomía simpática, si bien severa; jamás empleaba
circunloquios, iba recto a su objeto, mandaba para ser obedecido sin réplica y
al instante, pero su espíritu era abierto y su corazón noble; los viajes que en
su juventud había hecho a la Habana, centro entonces de brillante sociedad,
habían ensanchado sus horizontes, y su larga y dolorosa experiencia durante la
guerra de la independencia y después en luchas obscuras, pero terribles, contra
los indios del desierto, y en las no menos terribles contralas facciones
partidistas alzadas en armas, habían dado a su espíritu un sello de profunda
ecuanimidad y cumplimiento de su deber -en cuyo punto jamás transigió- con la
mayor benevolencia y humanidad posibles.
“No quiso ser
político, ni antes, ni durante, ni después de Rosas: su desvío de Lavalle – su
camarada de Ituzaingó- venia justamente de ahí: Le parecía que con ello
amenguaba sus presillas ganadas gloriosamente con el filo de su sable, una por
una, en las más famosas batallas de América.
“La Legislatura
lo nombra gobernador después: renuncia. Cae Rosas, lo invisten casi con la suma
del poder público para organizar la defensa de Buenos Aires, y, apenas termina
la parte militar de la lucha, se elimina de la escena.
“Esa
repugnancia por la política era en él no solo cuestión de idiosincrasia
personal, sino fruto de su experiencia amarga durante la crisis del año 20;
pero era hombre de convicciones arraigadas: estaba dispuesto a ayudar a los
políticos, cuando trataban de encaminar al país en las vías que le parecían más
correctas, pero creía que el militar no debía acumular a la vez el carácter
político, porque no sería ya ni buen militar ni buen estadista: cada uno, en su
entender, debía ocuparse de su ramo, sin perjuicio de ayudarse recíprocamente.
“Su timbre de
honor, su gloria, era haber sido soldado de San Martín: no quería aspirar a
otra. Nación con la vocación militar y con ella murió, sin haber claudicado una
sola vez en su vida.
“Era un hombre
naturalmente reservado; era estudioso y profundamente observador; de ahí que
fuera un enemigo temible, cuando mandaba fuerza veterana, porque a esas
cualidades unía la fecunda experiencia de sus dilatadas campañas.
“Su célebre
campaña del Colorado, en 1833, fue una verdadera Conquista del Desierto, y su
diario inédito, sus planos, sus trabajos, sirvieron de modelo a la expedición
que medio siglo después dejó resuelta la cuestión frontera.
“Esclavo de su
deber, entendió que no debía excusar sus servicios al gobierno de la patria;
fue casi el único oficial superior de la independencia que puso en la balanza
de las luchas civiles su espada, su lealtad y su saber, del .lado de la Confederación”.
*
Fue excelente como General y,
en tal sentido, se ha dicho que nunca perdió una batalla. Pero, disentimos con
el autor citado en algunos conceptos, según se dijo:
Su vida militar y política se
desdibuja justo antes de la Batalla de Caseros y posteriormente combatiendo
contra Urquiza bajo las banderas porteñas que se segregan formando el Estado de
Buenos Aires, manchando una excelente foja de servicios para su patria.
Dijo arriba
QUESADA “No quiso ser político, ni antes, ni durante, ni después de Rosas […] Esa
repugnancia por la política era en él no solo cuestión de idiosincrasia
personal, sino fruto de su experiencia amarga durante la crisis del año 20”
No parece ser así. Antes de Caseros se evade de sus
responsabilidades por primera vez justo en el momento en que el destino de la
patria se juega frente a una guerra internacional frente al Brasil; país contra
el cual combatió en 1825-1827. Luego de Caseros se alía con los porteños frente
a los jirones que quedaban de los Federales, combatiéndolos, también…
O sea, se evade de la lucha contra los brasileños y
Urquiza en Caseros pero enfrenta a los Federales del interior cuando éstos
enfrentan a los porteños Unitarios ya en el poder.
Parecería que la citada experiencia amarga durante la
crisis del año 20 no fue recordada por Pacheco. Por lo que la política sí jugó
en su persona antes, durante y después de Caseros.
Las circunstancias de su
defección, innegable por otra parte, antes de Caseros son confusas.
En 1851, Justo José de Urquiza se
puso al frente de la oposición a Rosas. Tras invadir el Uruguay y derrocar a
Oribe, invadió también Santa Fe, y desde allí avanzó hacia Buenos Aires. Por
primera vez, Pacheco y Rosas no estuvieron de acuerdo en la estrategia a
seguir, y el gobernador –y amigos de toda la vida- dicen algunos, desconfiaba
de su general.
Dice Oscar y
Gabriel TURONE que “…en 1851 cuando el
general Urquiza se levantó en armas contra Juan Manuel de Rosas; y en esta
circunstancia, Pacheco se apresuró a renovar su adhesión a Rosas. Nombrado
comandante en jefe de los ejércitos federales que debían afrontar al ejército
aliado que mandaba Urquiza, Pacheco procedió con una inexplicable y
extraordinaria lentitud, haciendo sospechosa su conducta a los demás jefes ‘rosistas’.
El 26 de enero de 1852 abandonó la Guardia de Luján, que Pacheco cubría con
2.000 hombres, ante el avance del Ejército Aliado. Cuando se produjo el 31 de
enero el encuentro en los Campos de Álvarez, el jefe que allí combatió, coronel
Hilario Lagos, creyó encontrar apoyo de Pacheco en el Puente de Márquez, pero
no fue así, pues había hecho retirar todas las fuerzas, habiendo vadeado el río
de las Conchas el día anterior. El 1º de febrero Pacheco presentó su renuncia
del mando en jefe, la que no le fue aceptada.
“En la tarde del mismo día llegó aquél a Santos
Lugares, donde estaba Rosas. “Reyes
fue a anunciarlo –dice Adolfo Saldías-, y se volvió a conversar con el coronel
Bustos. No habían pasado cinco minutos cuando con asombro estos jefes vieron
salir de las habitaciones de Rosas al general Pacheco, cabizbajo, que pasó sin
saludarlos, montó a caballo y se dirigió a la chacra de Witt, donde permaneció
mientras se llevaban a cabo los hechos de armas”. Afirman personas bien
informadas, que el general Urquiza había logrado que entrara la desconfianza en
Rosas con respecto a Pacheco, haciendo que tropas rosistas capturaran un
supuesto mensaje del primero al último según el cual estaría en connivencia con
los invasores. Después de la batalla de Caseros, el general Pacheco regresó a
Buenos Aires”.
Aparentemente Pacheco se
sintió dejado de lado por Rosas cuando discreparon ambos como enfrentar a
Urquiza. Entonces, y en una actitud que no lo ennoblece estando la soberanía de
la patria en juego, dejó las armas y se retiró yéndose a su Estancia acusando
que tenía un hijo muy enfermo, aunque hay historiadores que dicen que ya hacía
un tiempo andaba en tratativas de abstenerse de luchar contra Brasil y el
General Urquiza.
Las razones fueron
poco claras y había sospechas fundadas de un acuerdo con Urquiza a cambio de
asegurársele el respeto a sus propiedades y bienes, y en un futuro, la
concesión de algún cargo político; esto último contradeciría lo dicho por
Quesada porque si bien no aceptó un cargo de Gobernador ofrecido por Urquiza,
aceptó un cargo diplomático en el Brasil y fue ministro de guerra del Estado de Buenos Aires,.
Aparentemente
Urquiza, le habría prometido el gobierno de la Provincia. de Bs.As. Según
Adolfo SALDÍAS “ El Sr. Cabrera, Juez de
Paz, había oído en una reunión un año antes de la batalla de Caseros, que se
había brindado con las copas en alto para que Urquiza lograse invadir a Buenos
Aires y derrotase a Rosas y que el Gral. Pacheco había participado de ese
brindis. La actitud demostrada por Pacheco dio la razón a quienes así pensaban.
Abandonó su puesto un par de días antes de la batalla y se recluyó en su casa.
Ya en los meses anteriores a la batalla de Caseros no dejó de hacer cuanto
movimiento militar fuera necesario para perjudicar al gobierno nacional. ¡Qué
distinta la actitud de Chilavert que dio su vida por defender a su nación
disparando hasta su último cartucho!”.
La sospechosa defección de Pacheco le fue
advertida a Rosas por sus oficiales, pero éste no lo creyó posible y por lo
tanto no tomó medida alguna. Esto nos advierte ciertamente de un error de
estrategia militar y política del noble Juan Manuel de Rosas que no pudo creer
en la actitud postrera de Pacheco, su amigo.
El comportamiento de Pacheco lo sintetiza
Enrique ARANA (h): ”Para juzgar de la
actitud de Pacheco, conviene recordar que en 1851, Urquiza le había dirigido
varias cartas que cayeron en manos de Rosas. Pacheco había rehusado el mando
del ejército sitiador de Montevideo; Pacheco aconsejó a Rosas la inacción de
Oribe, lo que trajo la deserción y la capitulación; aconsejó el abandono de la
línea del Paraná y así Echague tuvo que batirse en retirada, abandonando Santa
Fé. Cuando Urquiza se movió del Rosario Pacheco hace retirar a Mansilla de las
posiciones del Paraná; cuando Lagos quiere cubrir el Arroyo del Medio, Pacheco
lo hace retroceder hasta el Puente de Márquez y, finalmente, cuando Lagos
quiere cubrir el Puente, Pacheco deja la posición sin cubrir y, sin dar
órdenes, se retira a su estancia”.
Las verdaderas razones de la defección de
Pacheco no sabemos si fue una o varias. Podría haber habido algunos resquemores
latentes en Pacheco con respecto a las decisiones militares de Rosas.
Veamos.
Primero:
No debemos olvidar que Rosas
le otorgó a Oribe la Jefatura de la Vanguardia Republicana en todo el
territorio argentino y Oriental. Esto disgustó a Pacheco que entendía que este
cargo por merecimientos le correspondía a él (lo mismo sintió Echague).
En efecto, Oribe fue designado
por Rosas Comandante en Jefe del Ejército de Vanguardia de la Confederación.
Cumplía así la palabra empeñada con el depuesto presidente Oriental a la par
que solucionaba hábilmente el delicado problema de la unificación del mando de
sus ejércitos.
La designación fue en un
principio resistida por los Generales Pacheco, Juan Pablo López y Echagüe, que
aspiraban a la jefatura, pero Rosas apeló a todo su prestigio ya su habilidad
política para imponer a Oribe.
Segundo:
En las fuerzas de la
Confederación había dos posturas distintas cuando se produce el Sitio de
Montevideo en la llamada Guerra Grande. Una postura era la de atacar Montevideo
a sangre y fuego para completar la toma de toda la Banda Oriental.
Otra postura –y que finalmente
es la que primó- es la de no atacar Montevideo y esperar que caiga por sus
propias debilidades y escasez de material, lo que –a los ojos vistas hoy-
resultó un error.
Pacheco y otros oficiales estaban en por la primera postura. Y le insistían a Oribe que estaban cerca de derribar a los Unitarios y
a los extranjeros enquistados en Montevideo, y que por lo tanto no era
necesario esperar más para el ataque. Oribe –y tal vez también Rosas- no
consideraron que ello fuera acertado y sostenían que sólo era cuestión de
tiempo para que la Defensa cayera por su propio peso y desintegración.
Tampoco Oribe tuvo
en cuenta que las fuerzas navales anglo-francesas iban a darles a los
habitantes y comerciantes de Montevideo dinero y vituallas sin solución de
continuidad, no permitiendo, de ninguna manera, que la plaza cayera. No iban a
dejar que Brown los dispersara ya que, por otra parte, la fuerza naval de la
Confederación Argentina era inferior a la europea.
Y tercero:
Se suma las divergencias entre Pacheco y Rosas de
como plantarse frente a Urquiza que marchaba hacia Buenos Aires antes de
Caseros. Ello puede haber influido en Pacheco para ‘oir’ a Urquiza y su’ canto
de sirena’ y retirarse de la lid...
Como puede verse son varias las razones o causas de la posible defección de
Pacheco a horas de la batalla de Caseros. Todos válidas y posiblemente se sumen
unas y otras.
Pero creemos que un dato mas certero nos brinda Jorge PELFORT, historiador
Oriental.
Recordemos, primeramente unos datos históricos: Pascual Echagüe había sido
derrotado en Cagancha en Diciembre de 1839. Cuatro meses después, en 1840,, también
fue derrotado por las fuerzas Unitarias al mando de Lavalle en la batalla de
Don Cristóbal (Entre Ríos) tornándose la situación de los Federales,
ciertamente, desesperada yendo de derrota en derrota.
Manuel Oribe toma el mando del ejército Federal, la segunda jefatura asignada
por el propio Echagüe revirtiendo la situación
derrotando a Lavalle y a los Unitarios en las batallas de Sauce Grande,
Quebracho Herrado (en la frontera entre Santa Fé y Córdoba), Famaillá
persiguiendo a Lavalle hasta la misma Jujuy.
Rosas premia a Oribe obsequiándole una espada y, por los éxitos obtenidos,
lo nombra Jefe Interino de las Fuerzas de mar y Tierra de la Confederación
Argentina siendo a partir de ahí la máxima autoridad militar argentina ya que
mientras en Sauce Grande, a orillas del Paraná Oribe arrasaba a los Unitarios,
Echagüe era perseguido en derrota.
Pues bien, téngase presente que a partir de ahí Oribe tuvo preponderancia
para Rosas en la Jefatura de sus ejércitos por sobre Echagüe [y sobre Pacheco y
López] que si bien patriota aguerrido cien por cien, era más un filósofo y teólogo
que militar de carrera..
PELFORT da una respuesta a la defección de Pacheco en Caseros sumamente
plausible.
El historiador Oriental dice que “El
29 de Septiembre [de 1840] Rosas da a
conocer una importante resolución. Comunica a sus tres principales jefes, los
generales Pacheco, Echagüe y López [Juan Pablo], que desde la fecha quedan bajo el mando del general Oribe, a quien ha
asignado el título de General en Jefe Interino del Ejercito Unido de Vanguardia
dela Confederación Argentina. Es decir, delega en él sus propias potestades de
gobernante en materia militar”
Ahora veamos las reacciones de Echagüe, de Juan Pablo López y de Pacheco.
“Echagüe, con sus
derrotas en Cagancha y Don Cristóbal y su disparada de tres leguas largas en
Sauce Grande —que Oribe enmendó—, ni chista”.
“Los otros tampoco, pero
quedan doloridos. López no demorará en pasarse a filas unitarias2.
“Pacheco necesitará algo
más. Cuando entre a territorio oriental a órdenes de Manuel Oribe —como Jefe de
las fuerzas auxiliares argentinas de unos 4.500 efectivos— éste lo pondrá a su
vez bajo el mando de su hermano Ignacio. . Pacheco protestará airadamente ante
Rosas, lógicamente sin resultado, y actuará en toda la Guerra Grande
subordinado a ambos hermanos”.
“Todo esto explica la
inquina que el historiador argentino Quesada —yerno de Pacheco-- destila en sus
textos contra Oribe, negándole hasta la mínima capacidad militar”
“ Al producirse en
nuestro país la paz de 1851, Rosas adjudica a Pacheco el mando de sus ejércitos
ante la invasión urquicista-brasileña. Pero sus actitudes se tornan sumamente
sospechosas y en vísperas de la batalla final de Caseros, renunciará al cargo”..
Lo de Juan Pablo López está probado. La actitud de Echagüe, también, que
acata sumisamente lo que Rosas ordena, teniendo en cuenta sus varias defecciones
en batallas.
Respecto a Pacheco, éste quedó con la ‘sangre en el ojo’. Debe haber
sentido una traición de su antiguo amigo Rosas y cuando éste lo pone bajo el
ala no solo de Manuel Oribe sino de su segundo, su hermano Ignacio, es evidente
que esperando acceder al mando supremo delegándolo a una tercera posición, los
celos deben haber jugado su papel.
Súmese como hecho final que cuando derrotado los Oribe, recién ahí Rosas lo
nombra Jefe máximo de las fuerzas confederadas para luchar contra Urquiza y los
imperiales en Caseros, Pacheco debe hacer pensado con inquina y resentimiento
disimulado “¿recién ahora te acordás de
mi? (recordemos que durante años, antes de la aparición de Oribe y sus
triunfos, Pacheco era su mejor jefe y amigo).
Por ello, Pacheco deja a Rosas y a
su patria huérfana de jefatura defeccionando y yéndose a sus pagos sin luchar.
Celos, seguramente, acumulados por años….
. *
Luego de Caseros, en Febrero
de 1852, se exilia y viajó por todo el
continente americano, sobre todo en Cuba
Regresó a Buenos Aires después
de la Revolución del 11 de Septiembre de 1852 en que Buenos Aires quedó
dominada por los antiguos Unitarios y se separó del resto del país.
En otro acto contrario a los
intereses de la nación privilegiando su porteñismo a al federalismo, organizó
la defensa de la capital durante el sitio que le impuso el general Hilario Lagos, su
antiguo compañero de armas en el Gobierno de la Confederación Argentina al
mando de Rosas.
En efecto, luego de Caseros coexistían en Buenos Aires ex - Federales con
los Unitarios repatriados pues sus intereses comerciales se volvieron comunes,
así pues antes que Federales o Unitarios, eran porteños.
Entre estos nuevos aliados de
los intereses ‘porteñistas’ (sic), se
encontraban los antiguos –hasta hace horas- Federales: Manuel Moreno, Ángel
Pacheco, Lorenzo Torres, Nicolás Anchorena, Antonino Reyes. Este último al ver
el error cometido, renuncia a sus cargos y se pasa a las filas ‘urquicistas’.
Sigue diciendo Oscar y Gabriel
TURONE “Cuando estalló la revolución del
11 de setiembre de 1852, el general Pacheco se incorporó al partido de Buenos
Aires. El día 20 de aquel mismo mes fue nombrado Inspector y Comandante General
de Armas de esta Provincia, con antigüedad del 12 de setiembre. El 7 de
diciembre de igual año fue designado Ministro de Guerra y Marina, pero habiendo
renunciado Pacheco a este cargo, el Gobierno, con fecha 9, aceptó su dimisión,
designándolo general en Jefe de las fuerzas de la Capital, transfiriéndole
todas las facultades que las Cámaras le habían concedido. El día 27 del mismo
mes fue nuevamente nombrado Ministro de Guerra, puesto que desempeñó hasta el 7
de febrero de 1853, en que fue reemplazado por el coronel Pedro José Díaz.
“En el comando del Ejército de la Capital, el general Pacheco organizó las
fuerzas para la defensa de la ciudad, sitiada por las tropas al mando de los
coroneles Hilario Lagos y Cayetano Laprida. Personalmente dirigió algunas
salidas contra los sitiadores, siendo herido de bala en un brazo en la
efectuada hasta San José de Flores, el 21 de enero de 1853, en la cual no
obstante esta contrariedad, tuvo un éxito completo. Aún no curado de esta
herida, el día 30 del mismo mes, el Gobierno le nombró Enviado Extraordinario
en misión especial cerca de S. M. el Emperador del Brasil. En la defensa de
Buenos Aires, Pacheco se halló, además, en los encuentros del 25 de diciembre y
del 1º de enero contra los sitiadores”.
Pasó a retiro militar a
mediados de 1853. Durante los años siguientes
fue ministro de guerra del Estado de Buenos Aires, y enviado especial ante el
gobierno del Brasil.
Permaneció el resto de sus
días en su estancia del Talar, que hoy es conocida como ‘Talar de
Pacheco’", muriendo el 25 de Septiembre de 1869, a los 76 años.
*****
FUENTES
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MONTORO GIL, Gonzalo Vicente (“De
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PELFORT, Jorge (“Semblanzas de Manuel Oribe”-Ediciones de la
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TURONE, Oscar (‘Angel Pacheco’- Revisionistas-La Otra Historia de los Argentinos –
www.revisionistas.com.ar